miércoles, 13 de diciembre de 2017
CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)
El timbre suena, llaman a la puerta, me levanto y cojo el monedero, es lógico pensar que serán los del restaurante.
Abro la puerta dispuesta a pagar mi atracón, sobre todo me apetece el chocolate un gran sustituto del sexo, por desgracia lo sé por propia experiencia. Pero estoy preparada para todo lo que ocurra a partir de ahora en mi vida.
Para lo que no estoy lista, es para encontrarme a Pedro, en mi puerta.
Sonriendo.
Tan guapo y arrebatador como siempre. Es un hombre muy sexy.
—Buenas noches —susurra con su voz suave –. ¿No vas a invitarme a entrar?
—¿Cómo coño sabes dónde vivo? — logro decir enfadada y confusa.
—Traigo la cena — sonríe señalando la bolsa con las letras de “La Cabaña” escritas en ella.
—No es posible, ¿trabajas de repartidor? — pregunto ahora confundida.
—No, la verdad es que estaba allí sentado en la barra, el teléfono sonó y el dueño, Rogelio, me pidió que tomase nota del pedido. Al principio no te reconocí, pero después, al escuchar tu nombre y la dirección que estaba cerca, até cabos y pensé que no querrías cenar sola así, que aquí estoy. ¡Sorpresa!
Sí, sorpresa...Me he quedado sin saber que decir. ¿Puede el destino de verdad confabularse de esa manera y hacernos coincidir siempre? Parece una posibilidad tan remota... “Igual de remota que encontrarte con él dos veces en un ascensor”, susurra una voz en mi cabeza.
—Bueno no estoy de humor la verdad, así que pasa, cena y vete.
Le muestro la mesa dónde he estirado un pequeño mantel y he colocado un vaso con hielo.
—¿Qué bebes? ¿Seven up?
—Si — dice serio.
Voy a la cocina cojo un vaso y le pongo hielo.
—¿Puedo lavarme las manos?
—Si, aquí mismo — informo mientras señalo hacia el fregadero.
—¿Qué sucede? ¿Algo malo?
—Bueno, no lo sé, aún lo estoy pensando.
—Si quieres, me voy. Solo es que te escuché tan triste que no me quedaba tranquilo si no comprobaba que estabas bien.
—¿Qué eres detective? ¿Sabes como estoy solo por mi voz?
—Bueno, casi — dice mientras me guiñaba un ojo — . Pero si no estaba claro, tu cara roja e inflamada por el llanto, corroboran mi versión.
Le miro de reojo, recelosa. Pero es algo evidente que he llorado, nos sentamos a la mesa, uno en frente del otro y coloco la comida sobre la mesa, de forma mecánica.
Él abre el envoltorio de corcho y despliega ante mí la hamburguesa, acto seguido hace lo mismo con su paquete y me deja claro que mi hamburguesa es más pequeña que la suya. Sirve patatas para los dos.
Le dejo que termine repartiendo los sobres de ketchup y mayonesa. Veo en la bolsa una gran tarrina de helado.
La televisión suena de fondo y la apago. No quiero que se quede a ver la tele y a comerse mi helado.
—¿Te importaría poner música? —sugiere.
¿Qué decirle? Puedo protestar, gritarle que no me apetece ni la música ni su compañía, pero no voy a hacerlo, hoy hay algo diferente en su mirada, es menos dura y más amable.
Pulso el botón del hilo musical y una suave canción inunda la estancia. Por extraño que me parezca, eso me hace sentir algo mejor, menos entumecida y de mejor humor.
—¿Qué ha pasado? — pregunta en voz baja.
—¿Que qué ha pasado? Pues ha pasado que el cabrón de mi novio, en vez de llegar con un gran anillo, ponerse de rodillas y pedirme matrimonio, se ha casado con otra, en Venezuela. Ella ha conseguido en menos de un mes, lo que yo no he sido capaz de hacer en dos años.
— Lo siento. Es algo por lo que estar enfadada.
—No lo estoy, en realidad, creo que eso me molesta más. Que en cierta forma al fin, me he liberado de él. Lo que más ha herido mi orgullo es que él no deseara estar conmigo porque no estábamos casados y con ella... en fin. Supongo que es lo que pasa por dejar que otra persona controle tu vida y que tu sucumbas a sus deseos.
—Es un imbécil. No deberías sufrir por él.
—No lo haré, no lo hago. O intento no hacerlo. Aun así, han sido dos años y eso cuenta.
—Si, supongo.
—¿Supones? ¿Eso significa que nunca has tenido una relación larga?
—No he tenido tiempo, el trabajo, los traslados, siempre cambiando de ciudad, nuevos amigos... En fin no he tenido la oportunidad de conocer a alguien que mereciera la pena de verdad. Hasta ahora — murmura.
Ha sido tan suave y rápido, que creo que lo he imaginado.
—¿Quieres helado? —pregunto tratando de ignorar el ajetreo de mi estómago.
No se porqué ese comentario, que ni siquiera estoy segura de haber oído, ha hecho que me ruborice y sienta la necesidad de levantarme, de poner algo de distancia entre los dos, aunque no sé cómo hacerlo después de nuestros encuentros, aunque él no los recuerde todos.
Me siento incómoda, lo natural sería acabar lo que empezamos.
— Sí, gracias — contesta y mientras dirijo a la cocina en busca de dos cuencos para helado y me doy cuenta de que lo deseo.
Mucho. Deseo estar con él, pero no sé si será lo acertado en este momento.
De todas formas, pienso mientras regreso y veo su atractivo perfil desdibujado por las luces tenues, que no creo que sea un arduo trabajo para él considerando mi situación desesperada.
Le paso un cuenco y una cuchara y le sirvo un poco de helado de chocolate.
Nos decidimos por permanecer en silencio, la verdad es que lo agradezco, necesito estar con alguien sin más. Solo algo de compañía silenciosa.
El helado está delicioso y relamo la cuchara en un momento de debilidad.
—Esta rico, ¿verdad?
—Si — asiento — el mejor que he probado.
—Sabía que te gustaría, le pedí a Rogelio que te pusiese un poco de su helado especial.
—¿Helado especial?
—Si, este lo hacen ellos, es artesanal.
—¿En serio? — pregunto mirando el envase y noto, que es de color blanco y que no tiene marca ni nada que lo distinga.
—Su esposa, Matilde, tiene una mano para la cocina impresionante.
—La verdad es que creo que es el mejor helado que he probado nunca.
Me mira a los ojos dejándome sin habla. Puedo verme reflejada en sus pupilas, de una forma borrosa, como si realmente no fuese yo la que esta tras el reflejo y de repente, siento que su mirada al igual que la mía, está hambrienta.
De mí. Por mí.
Como la mía lo está por él.
Pero parpadea y la realidad de nuevo me golpea. Pedro será mi escalón de transición, el que me ayude a superar la ruptura de Hector, no puedo pensar que en realidad un hombre como él, va a desear pasar el resto de su vida con alguien como yo, para nosotros no hay un final feliz.
—Debo irme. Dice de repente.
No sé por qué eso me molesta. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a traer su pijama y un cepillo de dientes a mi apartamento? Pues claro que no, seguro que tiene una cita, con alguna exuberante rubia, de curvas pronunciadas y pechos llenos a la que no le falte ningún kilo estrategicamente repartido.
—Como quieras — susurro decepcionada.
—A no ser, que no quieras estar sola — se ofrece.
La verdad es que no deseo estar sola, no quiero, pero tenerle aquí a mi lado toda la noche...me da más miedo aún, porque no sé como voy a manejar la situación o si sabré hacerlo, tengo la extraña sensación de que él, puede hacerme más daño a pesar de nuestra corta relación, que Hector, después de tanto como hemos compartido.
—Gracias, pero creo que debo llorar a solas.
—No lo hagas, no merece la pena. Al final el corazón sana.
—Supongo que tienes razón, de todas formas yo decidiré si llorar o no.
—Sabes en el fondo me alegro, él no era el adecuado para ti.
—Parece que nadie lo es.
—Yo lo soy —dice junto a mi boca.
De repente, se ha acercado tanto a mí que siento que no hay nada más a mi alrededor que él. Las imágenes del ascensor acuden a mi mente con fuerza, cómo lanzadas con fuerza con un arco, clavándose en mi mente y negándose a abandonarme.
CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)
La mañana siguiente, después de otra horrible noche, me dirijo hacia mi trabajo cuando recibo una llamada de Hector.
Furiosa, cuelgo. No deseo saber nada de él. Estoy harta, cansada y agotada de estar a su sombra.
El teléfono suena de nuevo y cuando enfadada iba a colgar, veo que es Liliana quien me llama.
—Buenos días — digo seria.
—Buenos días. ¿Qué ocurre, estás mal? Se te oye penosa.
—Si, soy una pena, lo sé. He tenido un mal trago con Hector.
—¿Qué ha hecho esta vez?
—Creo, o bueno estoy bastante segura de que me ha engañado —y dejo escapar un sollozo, es la primera vez que lo digo en voz alta y eso lo hace más real.
—Vale, te recojo para comer y de paso aviso a Carmen, ¿te apetece?
—Sí, gracias. Un beso.
—Un beso, hasta luego.
La mañana pasa aburrida y monótona. Trato de no pensar en lo sucedido, ni con Hector ni con Pedro.
Pedro va a ser un recuerdo agradable, pero nada más.
A la hora de comer, me dirijo al pequeño restaurante en el que siempre nos reunimos para las crisis, Liliana, Carmen y yo.
Cuando llego, las dos me esperan con el semblante serio, sin duda temerosas del estado de ánimo con el que apareceré.
Trato de sonreír, de parecer normal pero ninguna de ellas se lo cree.
—Mientes fatal — dice Carmen, mientras me besa la mejilla y me regala un abrazo.
—Lo sé, pero no quiero estar triste.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Liliana estrechándome entre sus brazos.
Así, que me siento y les cuento lo de la llamada a su teléfono, la voz femenina que me contesta y después el mensaje de Hector.
—Esta claro que te ha engañado — afirma Carmen.
Carmen, es algo más baja que yo y tiene un hermosa cabellera oscura que le llega más abajo de la espalda como una cascada lisa. Tiene una figura bonita, llena de curvas.
Sus ojos son de un tono marrón tan oscuro, qué cuando se enfada parecen negros y es tan sincera como lo habría sido yo, si mi padre no me hubiese obligado a ponerme el filtro artificial, por eso somos tan buenas amigas.
Yo, agradezco su sinceridad, más en momentos como estos, porque la verdad escuece pero las mentiras con el tiempo, duelen más.
—Lo sé Carmen y ahora no sé que hacer.
—Eso es algo que solo tú puedes decidir — susurra Liliana.
Sin duda Liliana es la que más comprende mi situación.
—Además — confieso — he conocido a alguien.
—¡¿Cómo?! — exclaman a la vez.
—A un tipo extraño y atractivo, aunque más que conocerle, fue un reencuentro.
— ¿Has vuelto a verle? —grita Carmen — ¿Al macizo del ascensor?
—¿Pasó algo? —pregunta Liliana, sin darme la opción de contestar.
—Nada, bueno nada de lo que arrepentirse, pero no puedo quitármelo de la cabeza.
—Llámalo — dice Carmen.
—No puedo, no le pedí su número de teléfono.
—Creo — siguió Liliana — que tal vez sea demasiado pronto para pensar en otros, ¿no? Al menos espera hasta estar segura de que no quieres seguir con tu relación.
—No puede ser que tú me digas eso. Tú, la que dejó que la esposaran a los barrotes de un calabozo y …
—¡No sigas! —chilla tapándome la boca con sus manos — Tienes razón, no soy la más indicada para pedirte que no te dejes llevar.
—De todas formas Liliana, es la única cosa que tengo clara. No voy a continuar con Hector.
Ella asiente mientras aprieta mi mano.
—La verdad —empieza Carmen —me alegro, ¿qué clase de hombre no quiere tener relaciones con su chica? Más si la chica es tan guapa como tú.
—Pues uno —digo con voz queda —que prefiere tirarse a otras.
Dejamos la conversación suspendida, pedimos la comida y el resto de la hora hablamos de temas más triviales.
Después de un café y una bola de helado de chocolate, me encuentro más animada y feliz, sé que ellas me apoyaran decida lo que decida.
—Bueno pues otra vez, me lo encontré en un ascensor...
—¡No puedo creerlo! —exclama Liliana —Me acusáis de ser una obsesa de los calabozos, pero tú con los ascensores...
—No puedo creerlo —dice Carmen—perdéis la cabeza con mucha facilidad. Aprended de mí, no ha nacido el hombre que me doblegue. Soy un espíritu libre.
—La verdad es que me resultó extraño, después de más de dos años... Iba camino del aeropuerto a recoger a Hector y el coche empezó a ir mal. Tuve que detenerme y descubrí que la rueda trasera estaba pinchada. Entonce llega en su flamante moto roja, como un caballero en un caballo metálico y ruidoso y me ayuda.
—¿Te reconoció? —susurra Liliana.
—No, pero la chispa saltó de nuevo. Después, me dirigía a tu casa, para contarte lo de Hector, pero no conseguí llegar. Me vi atrapada de nuevo, en el ascensor con él y mi mente se nubló...
—¿Volviste a hacerlo con él en el ascensor de Liliana...? — chilla Carmen.
—No, nos interrumpieron —digo en voz baja y avergonzada — . He de irme, llego tarde al trabajo.
Me despido de ellas y sé que la conversación se ha quedado de nuevo en el aire.
Trabajo de mejor humor a pesar de que recibo algunas llamadas más de Hector y que cada vez, me resulta más difícil no contestar.
Cuando abro la puerta de casa, advierto lo cansada que estoy por la falta de sueño y el largo día de trabajo. Abro el agua caliente y me sumerjo bajo la ducha. Después de pasar un buen rato bajo el chorro de agua caliente, me pongo cómoda y enciendo la tele. Busco en la nevera, no tengo nada, no me he molestado en parar a hacer la compra, así que llamo para que me traigan la cena.
Cojo la guía y busco los sitios que ofrecen servicio a domicilio.
El nombre enseguida llama mi atención. “La cabaña. Comida para llevar”.
Marco el número y espero a que alguien conteste.
— La Cabaña, buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle? — escuchó la voz al otro lado del teléfono y mi piel se eriza. Me estoy volviendo loca...
— Una hamburguesa, patatas fritas y un refresco de cola, por favor.
— ¿Doble?
— No, no, doble no, sencilla — especifico, aún recuerdo lo mal que lo pasé después de tomar la hamburguesa doble.
— ¿Necesita algo más? — pregunta de manera sensual.
— Si — contesto — una tarrina de helado de chocolate, la más grande que tengan por favor.
Le dejo mi dirección y me dispongo a ver la tele mientras espero cómoda mi cena, necesito aliviar la pena y, ¿qué mejor sustituto que una buena ración de calorías y unas cucharadas de cremoso chocolate?
Ya estaba hecho, ahora debía de hacer otra cosa. Era hora, de hablar con Hector, aunque no me apeteciera para nada, así gastaría la media hora que tardaría la cena.
Marco su teléfono y de nuevo la misma voz suave de mujer me recibe al otro lado de la línea.
—Dile a Hector que se ponga al teléfono, zorra — mascullo.
—Creo que es para ti, mi amor — la oigo susurrar divertida.
—¿Eres tú Paula? — escucho al imbécil de mi novio preguntar.
—¿Quién iba a ser? ¿Otra de tus amantes? ¿Tantas tienes? Capullo — suelto de golpe.
—Deja que te explique Paula, verás, la cosa se complicó conocí a Milena y yo... me he enamorado. Lo siento tanto, no quería herirte pero es lo que sucedió. Nos hemos... casado.
Al oír sus palabras cargadas de excusas baratas e hirientes, cuelgo el teléfono. ¿Se ha casado?
En menos de un mes, ¿la conoce y se casa? Y yo, esperando como una tonta mi anillo de compromiso... ¿Se puede ser mas imbécil? No, solo siendo yo.
Lágrimas de frustración inundan mi cara. Estoy asustada, herida, confundida y furiosa. Furiosa, por no haberle gritado, maldecido, insultado... Aunque, ¿de qué hubiese servido?
De nada.
¿Qué voy a hacer ahora?
Pasaré el resto de mi vida sola, sin nadie. Ninguno se merece una oportunidad, está claro que si tienen una ocasión para poder lastimarme, lo aprovecharan. Pero debo reconocer muy a mi pesar, que no tengo el corazón hecho jirones, más bien el orgullo.
Ella ha conseguido en un tiempo récord, lo que yo no fui capaz en dos años.
Limpio mis lágrimas, no voy a dedicarle ni un momento más de mi vida a llorar por él, se acabaron las lágrimas y los pañuelos empapados. De todas formas, en realidad no deseo a un hombre como él a mi lado. Un hombre que no regresa y aún así me deja esperándolo en el aeropuerto.
Claro, es muy difícil llamar y hablar mientras tienes las manos y la boca ocupadas, ¿verdad?
La boca... Eso me trajo recuerdos de Pedro, con su boca en mi sexo.
El recuerdo que me trae ese pensamiento me distrae del dolor y mis muslos claman por él.
CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)
Todo lo aprisa que puedo, bajo la falda, abrocho mi camisa y sin mirarle, pues no soy capaz al estar tan abochornada, salgo del ascensor y me recojo la melena como puedo mientras corro.
¿Cuándo demonios se ha puesto en marcha el ascensor?
Estoy tan excitada, que no me he percatado de qué se pusiera en marcha el estúpido ascensor.
¡Oh dios! He pensado que iba a morir de nuevo y por eso he actuado de esta manera. Una artimaña de mi mente enferma por su ausencia, deseosa de tenerle, ha provocado que reviva nuestro primer encuentro.
No quiero mirar ni volver la vista atrás. Corro con la cabeza gacha, bajo las escaleras de dos en dos, no tiene ningún sentido ir ahora a hablar con Liliana, no me quedan fuerzas.
Debo abandonar el edificio.
No estoy segura de llevarlo todo conmigo, ni siquiera sé en qué planta estoy. Pero no me importa solo deseo salir de allí, alejarme de Pedro y saborear en la oscuridad de mi habitación, todo lo que me ha hecho sentir de nuevo.
A lo lejos, me parece escuchar cómo Pedro me llama.
Llego a mi coche a la carrera y voy a sacar las llaves para conducir. ¡Joder! He dejado mi bolso olvidado en el ascensor. ¿Y ahora?
Tengo que recuperarlo, lo necesito. Las llaves del coche, las de la casa, la cartera … todo está en él.
Pero, ¿cómo regreso?
No, no puedo. Y no lo deseo por nada en el mundo.
La tensión, la desesperación, la confusión y la insatisfacción se unen y no sé gestionarlo. Tan solo comienzo a llorar.
Me apoyo en mi coche y lloro. Las leves sacudidas me ayudan a relajar un poco los músculos que noto tensos.
Parece imposible poder pasar de un estado a otro tan rápido.
Ni siquiera llevo un estúpido pañuelo para limpiarme.
—Ten, supongo que necesitas esto —dice a mi lado. Su cálida voz, me envuelve como una suave manta, arropándome y dándome calor.
—¿Por qué lloras piernas largas? — pregunta, sincero.
—Por nada, por todo.
—¿Te arrepientes? — pregunta.
Me giro para enfrentarlo, para decirle que sí que ha sido un gran error, que no quiero pasar a ser la última de la colección, pero su mirada no es altiva ni orgullosa, parece tan sólo un chico, esperando la respuesta de una chica.
—No, no es eso, es solo...
—¿Qué?
—¡¿Qué?! ¿Qué crees? Mañana me arrepentiré de todo esto, ¿cómo voy a mirarlo a la cara? Aunque tal vez se lo tenga bien merecido. Y tú ahora, estarás tan contento, otra más para tu colección, la colección privada del súper macho man...
—¿Eso piensas de mí? — pregunta sorprendido.
—Sí. Eso y más — le aclaro.
—Cuéntamelo. Tengo tiempo.
El me mira con los ojos llenos de dudas y me arrepiento de dejar que de nuevo aparezca mi verdadero yo, ese que no usa filtros y deja que todo salga burdo, sin pulir. Como un diamante en bruto.
Mis padres siempre me reñían, querían que corrigiese ese pequeño defecto de nacimiento, como lo llamaba mi padre. Había nacido sin filtro y yo debía poner uno artificial.
Suspiro, debo irme pero la verdad es que deseo también estar con Pedro algo más de tiempo. Hay algo en él que me atrae irremediablemente desde la primera vez que lo vi. Tuve la certeza en ese momento de que ese hombre iba a ser mi perdición, el primero que me rompiese el corazón en pedazos, el que dejaría heridas siempre en carne viva.
A pesar de todo, se con seguridad que el riesgo merecerá la pena, me ha mostrado un poco de todo lo que puede hacerme sentir.
—Siéntate — ordena autoritario.
Sin darme la opción a buscar un sitio dónde acomodarme, me lleva entre sus fuertes brazos sobre el capó del coche.
Acomoda mi cuerpo sobre la fría pieza metálica y me arropa las piernas temblorosas con su chaqueta de cuero.
— ¿Qué piensas de mí? Cuéntamelo.
—Pues... — me interrumpo.
El alza una ceja, expectante.
—Ya sabes —continuo — que eres el típico que se tira a todas las mujeres que se le ponen a tiro — suelto a bocajarro.
El sonríe, parece halagado.
—¿Qué más?
—Que eres del tipo que nunca tiene una segunda cita, con ninguna chica.
—Eso también es verdad. ¿Y qué más?
—Pues creo también que no respetas el estado de ninguna mujer, aunque estemos casadas, prometidas...
—Divorciadas sí, prometidas también, casadas nunca. Quiero más.
—Pues eso, que todas parecen ser tu tipo. Todas, menos yo que me faltan algunos kilos en zonas estratégicas.
Pienso con tristeza en mi cuerpo, soy alta y delgada y la verdad es que no tengo un pecho sugerente ni un trasero relleno y redondeado, soy mas bien un cúmulo de suaves curvas.
El vuelve a alzar la ceja, se queda en silencio un momento y vuelve a sonreír.
—No, desde luego, no eres mi tipo.
—No es necesario que lo digas en voz alta. ¿No tienes modales?
—Solo soy sincero.
—¿Puedo serlo yo? — pregunto sintiendo como la furia se convierte en una ola que lo arrasa todo a su paso.
—Adelante.
—Tampoco eres mi tipo, solo es que pensé que iba a morir. Pero no te preocupes, será como si nunca hubiera sucedido y nunca volverá a suceder.
El me mira serio y puede que enfadado, pero no sé explicar por qué.
—No me mires así, no voy a pedirte nada. Será como si no hubiera pasado —musito tratando de bajarme del capó.
Pedro me retiene con todo su glorioso cuerpo, como si me estrellase contra la muralla de un castillo.
—No digas eso.
—¿Por qué no?
—No me gusta oírtelo decir.
—Pero es la verdad.
—No, no lo es, esto aún no ha acabado —sentencia.
Parece enfadado cuando se da la vuelta y se aleja.
Me quedo sobre el capó, confusa. Sorprendida.
—¿Qué le habrá sucedido? ¿Qué he dicho? Debería sentirse aliviado , ¿no?
No hay quién entienda a los hombres. Ni pienso molestarme en hacerlo. Es tarde, mucho y necesito descansar. Entro en el coche, pongo el motor en marcha, sintonizo mi cadena favorita y me dirijo rumbo a casa cantando al son de Shakira, Loba.
Cuando llego a casa advierto que son casi las once. Miro el teléfono y el contestador parpadea informándome de que almacena algún mensaje.
Pulso el botón y aparece la voz de Hector.
“Paula, te he tratado de localizar durante todo el día, ¿dónde estás? Estoy preocupado, lo que escuchaste, eso... no tiene importancia, no fue nada. Trataré de dar contigo mañana, que descanses amor mío”
— ¡Qué descanse maldito cabrón! — grité al contestador — ¿Qué no ha tenido importancia?
Así que ni siquiera trata de excusarse, sino que lo confiesa si más. Es un maldito mentiroso. Lo odio.
No podíamos mantener relaciones por sus creencias religiosas... ¡Menuda sarta de patrañas! ¿Y ahora que hace con esa otra mujer, rezar? Todo me lleva al misma triste conclusión de que quizás no haya mantenido relaciones conmigo, pero sí con otras.
La furia me consume con la misma intensidad que lo hacen los besos de Pedro. Noto mis ojos anegados de lágrimas por la traición de Hector.
Pero no, no voy a llorar. Ya está bien, es más que suficiente.
No más Hector, demasiados años perdonando errores, demasiados años dejándome influenciar, demasiados años siendo su marioneta sin vida, ni opinión.
A partir de ahora, cambiaré, recuperaré a la mujer que alguna vez fui, aunque no fuese exactamente igual a cómo recordaba, pero seguro que algo de ella, aún sigue en mí.
Seré una mujer diferente y él no va a estar incluido en mi vida. Al menos, por ahora.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)