miércoles, 27 de diciembre de 2017

CAPITULO 31 (TERCERA HISTORIA)





Pedro me elevó desde el suelo y bajó conmigo en brazos hasta la ambulancia, donde me atendieron y curaron la herida y me pincharon algo para el dolor y la inflamación. Después de comprobar que estaba relativamente bien, me dejaron descansar sentada en la parte trasera del vehículo con una manta a rallas verdes y azules envolviéndome, sentí mucho frío.


— ¿Estás bien? — rompió el largo silencio.


— Ahora si, pero he pasado mucho miedo


— Yo también no te imaginas cuanto.


El silencio se cernió sobre nosotros de nuevo, abrigándonos. 


No sabía qué decir Pedro me miraba con una expresión
desconocida por mí hasta ahora y desprovista de soberbia.


— Esta bien Paula — continuó — , me rindo. No quieres dejar a nadie entrar en tu corazón, te hicieron daño, lo entiendo. Aunque si he de serte sincero a todos nos han roto el corazón más de una vez, algunas rupturas me han dolido más que otras, aún así, sigue latiendo y eso es bueno, porque estamos vivos. Todo lo que vivimos, sea bueno o malo, nos hace mejorar, cambiar, tratar de hallar lo que en realidad buscamos... Pero si no eres capaz de perdonar, de entender que no hiciste nada mal, que fueron cosas de la edad, entonces, déjame formar parte de tu vida, aunque solo sea como amigos.


— ¿Cómo amigos? ¿Por qué?


— Porque prefiero tenerte de amiga y sufrir un calvario continuo viendo como vas con unos y otros, a no tenerte en ella de ninguna manera, sería la nada para mí.


— No puedes hablar en serio.


— Lo hago.


— Casi no me conoces, no puedes saberlo... — su seguridad de nuevo me hacía dudar de mis convicciones.


— Lo sé, sé que estas hecha a medida para mí desde...


— ¿Desde...? — le animé a continuar.


— Te dije que cuando el taxista te metió a rastras en el cuartel, sentí una rabia tan salvaje que me cegó y en ese momento supe que mataría por ti, pero también supe, que sería capaz de morir por ti.


Sus palabras me envolvieron, eran cálidas, sinceras... Mi pecho de repente se llenó de tranquilidad, un lago en calma que reflejaba la luz del sol, entonces, escuché como mi corazón se recomponía cayendo en ese remanso de agua y las gotas de su salpicadura resonaron en mi cabeza con millones de pequeños clics. Ese sonido peculiar que hace una pieza al encajar en otra.


Me llevé la mano al pecho y agradecí estar sentada en esa ambulancia o habría caído fulminada de rodillas.


No había vuelto a sentir vivo a mi corazón desde aquella tarde en el parque en la que Raúl me abandonaba sin motivos y ahora, parecía que todo encajaba de nuevo. Podía escuchar como latía a mil, acompañando el ruidoso aleteo de las mariposas que Pedro había resucitado.


— ¿Estas bien? — susurró con su voz penetrante.


— Si, es solo..


— ¿Qué?


Por un segundo me planteé recular, guardar silencio y seguir con mi vida como si nada, pero ver a Víctor de nuevo al llevárselo a las dependencias me hizo recordar lo cerca que había estado de la muerte, la había rozado con los dedos y en todo momento, pensé en él. En darle una oportunidad. 


En dármela a mí.


— No quiero que me dejes — dije muy deprisa.


Su mirada sorprendida se cruzó con la mía, estaba asimilando las palabras que acababa de pronunciar y que le habían confundido por lo inesperado de su significado.


— ¿No quieres que te deje? — dudó.


— No.


— No lo haré, siempre seremos amigos, ya te lo he dicho.


— No, no quiero que me dejes, si me tomas que sea para siempre. Afrontarás la adversidad, superarás los problemas y soportarás lo que el destino nos depare, pero no te permitiré que si aceptas tomarme te arrepientas y huyas.


Sus ojos se abrieron por la sorpresa, no esperaba para nada mi rendición.


— No podría dejarte nunca, soy esclavo del destino y ese destino tiene tu nombre.



— ¿Esclavo del destino...?


— Prisionero de él, pero de buen grado, nunca he deseado nada con más fuerza que a ti. Deseo que funcione Paula, de verdad y voy a luchar por ello.


— Yo también Pedro.


Y su boca atrapó su nombre en mis labios y lo engulló, como mis jadeos, mis suspiros y el amor que crecía ahora en mí a pasos agigantados, ganando un terreno que yacía por mucho tiempo yermo y solitario.


Nuestras bocas de fundieron y su pasión me inundó. De nuevo, me ensalzaba en una lucha de poder, un encuentro para saber cuál de los dos ganaría esta batalla, si él o yo, y mucho me temía que la guerra la había perdido yo, pues solo deseaba gritarle; “Devórame por siempre”.



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