miércoles, 20 de diciembre de 2017

CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)





Tomé un taxi y llegué al Cuartel. Al entrar un joven me atendió amablemente y al preguntar por él y asegurarse de que no me servía ningún otro, me guió hasta el lugar donde podría encontrar al sargento Alfonso.


El lugar se me hizo un túnel empinado y claustrofobico. Bajé con aprensión las escalera que olía a humedad y moho, y no pude por menos que odiarle aún más.


¡Estaba tan enfadada!


Mientras bajaba con cuidado las viejas, estrechas y resbaladizas escaleras para no caerme y sin poder contar con el apoyo de una barandilla o la propia pared ( que a ver que cosas sin poder calificar estaban pegadas a ellas) al fin
llegué abajo.


Al poner el pie en la superficie plana de la planta inferior, le odié un poco más.


Abajo, en la oscura sala, estaba él. Mi odioso él.


Miré alrededor confundida, ¿qué clase de sala era esa?


— ¿Qué haces aquí? — su voz sonó seria y sorprendida.


Si no deseaba verme no me importaba, yo a él tampoco, pero que no olvidara que él beso lo había buscado él.


— Tengo que hablar contigo de asuntos de la boda y me han dicho que estabas aquí abajo — su mirada expectante e incrédula hizo que me enfadase más — . No deseaba bajar — puntualicé — , pero tu compañero ha insistido en que no importaba, que estas dependencias son antiguas y nadie las usa, que no había peligro. Y como tengo prisa, he bajado.


— ¿Qué quieres?


— Necesito tu talla.


— ¿Mi talla? — arqueó su ceja derecha y sonrió con esa maldita sonrisa suya que me humedecía el alma, no entendía porqué causaba ese efecto en mi, si era un imbécil como la copa de un pino.


— No me refería a eso, tu talla de vestir para el traje, lo demás salta a la vista — dije con tono burlón.


— ¿Estás insinuando que no doy la talla?


— Algo así — susurré entre risas.


— ¿Sabes dónde estamos?


De nuevo miré a nuestro alrededor y entonces todo encajó; el olor a humedad, la oscuridad, los barrotes, las esposas... un clic sonó en mi cabeza y recordé el encuentro de Liliana, el primero. Ese del que cuando hablaba, me hacía suspirar.


¿Estaba allí? ¿En ese mismo lugar?


Tendría que hacerme la despistada, no tenia porqué saber que conocía las intimidades de mi amiga.


— No lo sé, ¿dónde? — mentí.


— Es un antiguo calabozo en desuso, si te encierro, nadie lo sabrá.


— No serías capaz.


— Soy agente de la ley — presumió.


— Eres un cretino, eso es lo que eres — dije molesta por su tono de suficiencia.


— ¿Me esas insultando?


— ¿Y tu amenazando, imbécil?


De nuevo su ceja alzada y peligrosa.


— ¿Sabes que eso se considera desacato a la autoridad? — siguió siseando mientras se acercaba con su paso felino.


La tensión podía cortarse, lo notaba entre nosotros como una corriente eléctrica, tenia que medir mis maneras, en realidad eso era un delito pero, ¡me sacaba de quicio! ¡Lo odiaba tanto!


— Me importa una mierda.


— Te la estas jugando, muñeca.


— Adelante, léeme mis derechos — le desafié.


Su sonrisa se tornó picara. Agarró mis manos por encima de la cabeza y me acorraló contra la pared fría y húmeda.





CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)





Antes de abrir la puerta de la oficina me topé con Elias, me molestó encontrarle pero pensé que en realidad me venía bien, deseaba apagar un poco el fuego que Alfonso había prendido y que me hacía desear arder. Me sentía febril, casi enferma y como si la única solución para sanar fuesen sus besos.


Estaba cabreada porque él me hacia sentir cosas que yo no deseaba. Elias me siguió hasta mi despacho, pero no era muy consciente de lo que en realidad hacía, solo podía pensar en Alfonso.


¡Joder! Estaba hasta las narices de ese imbécil que se pensaba Dios. Y para colmo, tenia que aguantarle durante todo el proceso de la boda, ¿de padrino?


¡¡Venga ya!! ¿En que momento nos habíamos traslado a Norteamérica?


Me tenía que morder la lengua aún a riesgo de envenenarme con el veneno que destilaba en ese momento, me ponía los pelos como escarpias pensar en él.


Tremendo imbécil, toda su gloriosa altura estaba llena de imbecilidad hasta extremos insospechados. ¿Se pensaba que todas teníamos que caer rendidas a sus pies porque su maldita sonrisa estuviese adornada con esos arrebatadores hoyuelos que derretían hasta el Polo Norte? Pues no, había dado con un hueso duro de roer.


Conmigo, no ha nacido un hombre que haga que suplique o me doblegue ante él.


— ¿Paula estás aquí? — la voz un poco estridente de Elias me sacó de mis pensamientos, todavía estaba ofuscada por el encontronazo con el imbécil y sobre todo, aunque no deseaba reconocerlo, por su último beso. Pero la boda de Liliana y Rodrigo sería pronto y no tendría que volverlo a ver, salvo en algunas ocasiones especiales.


— Si, si...lo siento, estoy un poco distraída.


— ¿El trabajo?


— Si, el trabajo — mentí.


La boca de Elias se cernió sobre la mía y traté de dejarme ir, solo sentir, nada de pensar, mi mente anulada para que los sentidos cobraran vida y dominaran mi cuerpo.


Traté desesperadamente de aferrarme a su deseo, de dejar que sus besos me arrastrasen a un mundo sin ataduras donde mis jadeos consumirían y liberarían mi mente de su estúpido recuerdo que parecía estar grabado en
mi mente con un soplete.


Pero a pesar de tratarlo con todas mis fuerzas fui incapaz. Con un empujón, alejé a Elias.


— ¿Qué sucede Paula? — preguntó extrañado.


— Nada Elias, no estoy de humor


— Vamos Paula, ¿no estás de humor para echar un polvo? ¿Y desde cuando? ¿Estás enferma?


Las palabras de Elias me lastimaron...¿ eso era lo que quería ser? Solo una chica con la que pasar un buen rato, sin sentimientos profundos que atasen a nadie a mi vida o a mí a la suya, sin embargo, ahora, observaba a Elias, su rostro masculino bien rasurado, sus canas salpicando su cabello... y no me decía nada. Éramos amigos y habíamos tenido relaciones esporádicas, sin embargo, de repente, sentí un gran vacío.


— No seas imbécil — espeté con mi voz seria y fría — . Lárgate no te deseo hoy.


— ¿Estás en serio Paula? — dijo con incredulidad.


Al parecer si que me había convertido en una devora hombres sin apenas darme cuenta, pero es que necesitaba liberarme de vez en cuando y el compromiso, solo de pensarlo, hacia que una reacción alérgica apareciera en mi cuerpo, llenándome de sudores fríos.


¿Pasar la vida con un hombre para siempre? La palabra siempre era lo que mas me aterraba. ¿Cómo se puede siquiera pensar en pasar la vida con alguien para siempre? Me niego a pensar que de verdad existe un amor que perdurará toda la eternidad y tampoco me trago esas leyendas de amores que traspasan las barreras del tiempo
persiguiendo a nuestras almas para siempre.


Observé como Elias se colocaba bien la camisa refunfuñando al comprender que de verdad se había quedado a las puertas de un tórrido encuentro sexual.


Ni siquiera se molestó en despedirse o volver la vista atrás. Se largó por la puerta por donde había venido dando un
sonoro portazo.


Me quedé mirando a la puerta y vi como una capa fina de polvo y escayola se desprendía por el golpe al suelo.


Me llevé las manos al rostro y lo oculté entre ellas, estaba rara, no entendía qué sucedía conmigo.


Si, si lo sabía. Era todo por culpa de ese mequetrefe que me estaba envenenando el alma y la mente con sus gilipolleces.


Miré el reloj y decidí que estaba bien por hoy, de todas formas con ese humor no iba a ser capaz de trabajar. Entré en el pequeño aseo que usaba demasiadas veces para no ir a casa, me di una ducha y me vestí. Use un vestido de gasa rojo para combatir el calor de la calle y me enfundé unos zapatos del mismo tono.


No había quedado con Pedro, pero de todas formas necesitaba ponerle algunos puntos sobre las íes, aunque fuera solo por Rodrigo y Liliana, aguantaría el mal trago, pero por nada más.





CAPITULO 12 (TERCERA HISTORIA)




El viaje fue más relajado y tranquilo y tengo que admitir que disfruté del paisaje que ya no me parecían borrones sino formas claras.


Por un momento deseé que ese paseo en moto, no acabase nunca, pero solo eran delirios de mi mente que deseché de
inmediato.


Durante todo el trayecto mis manos agarraron su abdomen duro y sus dedos no dejaron de acariciar mis manos, lo que hizo que me preguntase una y otra vez, cómo era capaz de controlar esa máquina pesada y veloz con una sola mano y hacerlo con tanta suavidad como una caricia.


— Ya hemos llegado — avisó cuando estábamos cerca de mi oficina.


— Sí, gracias — grité a través del casco, sorprendida porque hubiese sido capaz de llegar con tanta facilidad, aunque claro, no era la primera vez.


Aparcó la motocicleta, bajé con cuidado y él se apeó también después de asegurar la moto con la patilla.


Se quitó el casco y arregló con las manos su alborotado cabello. Aunque la verdad no hacia falta, estaba muy guapo
con el pelo así. Miré alrededor, eran las cinco de la tarde y el cielo estaba gris, había poca gente paseando a pesar de la
hora y eso le otorgaba un aire íntimo a la situación. Casi como dos jóvenes que se van besar por primera vez.


El pensamiento provocó que me ruborizase, ¿qué mierda hacia yo pensado en esas cosas? No eran para mí, ya no.


Sexo; si.


Amor; no.


Nunca más, me lo prometí y estaba dispuesta a cumplir esa promesa por siempre.


— Bueno... — dijo.


— Si — sonreí para disimular — , gracias por acercarme hasta el trabajo.


— Es lo menos que podía hacer después de lo de esta mañana.


— No importa, ya ha pasado — dije restando importancia. 


¡Dios parecía que había sucedido hacía siglos!


— Menos mal que ha pasado — sonrió.


Alcé la ceja expectante podía interpretar sus palabras de muchas maneras posibles y no sabía cuál sería la adecuada. Probablemente la menos amable.


— ¿Luego nos vemos? — peguntó para romper mi silencio.


— Si, supongo — tuve que decir.


— ¿Quieres … que te recoja?


— No, gracias. Puedo llegar sola. Conozco bien el sitio.


— Lo sé , no lo dudo, era pura cortesía.


— No me gusta tu cortesía demasiado. No acabo de captarla.


— ¿Ah no? Pensé que os gustaba a todas.


— A mi no.


— Los principies azules, caballeros andantes que parecen ángeles...


— Bueno, yo soy más de demonios, supongo... — y él sonrió.


Al hacerlo me quedé sin respiración, no se podía ser más guapo. ¡Tenía que irme! ¡ Ya!


Se levantó de su apoyo en el asiento del vehículo para despedirse y se acercó con su paso seguro y chulesco que me recordó a Clint Eastwood haciendo de Harry el Sucio.


Agarró mi cintura entre sus manos y me atrajo para darme dos besos en las mejillas a modo de despedida.


Lo tenía tan cerca, mirándome con intensidad … Por un momento pensé que me iba a besar y lo peor fue que...


¡Deseaba que lo hiciera! ¡Oh Dios!


Tanto lo deseaba que me dolía el estómago, sentía una comezón que quemaba dentro, no sabía muy bien
porqué, como si de repente un ardor extraño se hubiese apoderado de mis jugos gástricos y me abrasaran por
dentro.


Su boca se dirigió a mi mejilla y yo tuve que apoyar mis manos en sus hombros, su beso fue suave, justo al lado de mi boca pero sin rozarme, en la comisura.


Cerré los ojos y lo disfruté, mis labios se encontraron contra la aspereza de su vello incipiente y le dejé un suave beso.


Me pareció escuchar un leve gruñido pero no era capaz de distinguir lo que ocurría, de lo que mi mente deseaba.


El siguiente beso fue igual de intenso, a pesar de que en ningún momento rozó mis labios, mi cuerpo tembló como nunca.


Se alejó con un gesto extraño que arrugaba la piel entre sus cejas. Se colocó el casco y se despidió.


Abatida me di la vuelta, en realidad había deseado que me besara, pero no había sido así.


— Mejor — susurré mientras colocaba una pierna tras otra de forma mecánica.


Antes de llegar a la puerta, un ruido estrepitoso me sacó de mi fastidio mental.


Un rugido feroz que solo podía provenir de su moto. Miré y le vi regresar, quizá había olvidado algo. Con un brazo conducía y el otro sostenía el casco.


Sin saber cómo, se había acercado a mí y me vi rodeada por sus brazos mientras su motocicleta quedaba atrapada entre
ambos.


— ¡Demonios! — murmuró y su boca se abalanzó sobre la mía, sin piedad. Su lengua me saboreaba y yo me dejé arrastrar a esa pasión que lo consumía a él y a mi, me abrasaba.


Mi lengua se mezcló con la suya, mis brazos se enredaron en su cuello y mi cuerpo solo ansiaba sentir el suyo más
cerca, pero con la barrera que ofrecía su moto, era imposible.


El beso acabó tan bruscamente como había comenzado, logrando que me sintiera aturdida.


— Hasta la noche preciosa — murmuró con una sonrisa pícara en su cara y se largó zumbando en su moto mientras la elevaba sobre la parte trasera y gritaba algo así como ¡¡Sí!! O eso me pareció a mí.


Mientras le observaba alejarse llevé una mano a mi estómago. El ardor seguía ahí y en ese instante, mirando como se alejaba dejando una estela tras él, supe a que debía el calor. El aleteo abrasador y furioso de las mariposas que él había logrado hacer revivir y que tras tanto tiempo olvidadas, despertaban con fuerza. Entonces supe que en realidad él, si que podía hacerme volar.