viernes, 22 de diciembre de 2017
CAPITULO 20 (TERCERA HISTORIA)
La noche era fresca y me llevé las manos a los brazos frotándolos con fuerza, tratando de quitarle el frío y sustituirlo por calor.
Lloraba sin poder remediarlo mientras paseaba por el largo paseo adornado de jacarandas. No podía dejar de maldecir
a Alfonso bajo el cielo estrellado.
Alcé la mirada y me perdí en la infinidad del firmamento. Yo no era más que una insignificante mota en un universo infinito.
Aun así, me sentía en ese instante como el centro del mundo y no me gustaba a pesar de lo que pudieran pensar.
— Vas a coger frío.
— Vete a la mierda — repliqué sin tener la necesidad de mirar para saber quien era.
— Vamos Paula, no te enfades. Me he pasado y lo siento.
— No me importan tu excusas baratas y no me apetece volver dentro, ni estar en ningún lugar cerca de donde tu puedas estar.
— Venga Paula, todos te esperan y yo he prometido que te llevaría de regreso.
— No entiendo porqué haces promesas que no vas a poder cumplir.
— Siempre cumplo mis promesas
— Te gusta mucho esa palabra, me parece que la usas con mucha ligereza.
— Terminemos la noche tranquilos, prometo no molestarte. Hazlo por Liliana y Carla.
— Te han reñido — adiviné.
— Menuda bronca — dijo encogiéndose de hombros.
— Es típico en ellas — reí.
— ¿Vamos? — volvió a preguntar.
— No, de verdad que no me apetece, déjame en paz.
— No voy a irme hasta que no me acompañes.
Decidí no contestar, ya que no había manera de hacerle entrar en razón, lo mejor era ignorarl
— Sabes, me parece raro eso de organizar las bodas, todo eso de que tengas que elegir hasta los perfumes, ¿la gente no tiene personalidad ni para elegirse su propia colonia?
Opté por no hablar, continué mi caminata despacio disfrutando de la noche, no deseaba que su compañía amargase el resto del día, que ya llegaba a su fin y se me había hecho eterno.
— Es que no logro entenderlo, ¿también les eliges la ropa interior? ¿Les dices qué tienen que ponerse? No dejo de
preguntarme como exactamente funciona tu profesión.
Su parloteo ininterrumpido me sacó de quicio y al final tuve que abrir la boca.
— ¿Nunca te cansas de hablar?
— Contigo no.
— Déjame en paz.
— No puedo. ¿No crees en el amor a primera vista?
— No.
— Eso me sucedió a mí cuando te vi.
— Mira súper héroe de pacotilla, déjame en paz, no quiero saber de ti nada, excepto lo preciso para la boda.
— Sabes, soy un súper héroe de verdad.
— Si, como no.
— No tienes ni idea de a cuantas personas les he salvado la vida en las carreteras... — su rostro se quebró en un mueca de dolor al recordar algo.
Me sentí mal durante un momento, en realidad sí que eran súper héroes que se jugaban la vida continuamente por los
demás.
— Está bien, te concedo eso — susurré alejándome otra vez.
— ¿Qué tengo que hacer — dijo interrumpiendo mi marcha —para que me acompañes dentro?
Estaba claro que no iba a cejar en su empeño. Suspiré y giré poniendo dirección al restaurante de nuevo.
Al llegar, los demás suspiraron aliviados, tomamos asiento y la charla se reanudó como si nada hubiese pasado.
El camarero ante un gesto de la cabeza de Rodrigo, comenzó a servir el vino y otro empezó con los entrantes.
— ¿Que tal el vino? — pregunté.
— Es excelente — dijo Alfonso.
— He tenido suerte, unos amigos nos han dado algunas botellas a probar, para que elijas el vino de tu boda.
— Pues me encantan, el tinto... tiene un sabor como a ciruela, ¿no? — tanteó Liliana.
— Si, es un vino intenso y el blanco, ¿a qué te sabe?
— Me sabe más como a cítricos, limón, pomelo...
— ¡Creo que serias una excelente catadora de vinos Inés!
— Últimamente no sé que me sucede que noto los sabores y los olores con más intensidad.
— ¿Y de dónde dices que este vino? — tanteó Rodrigo.
— De un pueblo de Murcia famoso por sus vinos ecológicos, Bullas.
— ¿De qué los conoces Paula?
— Hice una escapada de fin de semana a una casa rural.
— ¿Tú en una casa rural? — sonrió Carla.
— Si, yo. Una hermosa casa rural restaurada por sus dueños, Lázaro y Ángeles, una familia encantadora. Ellos
me dieron a probar los vinos y quedé maravillada, por eso te los he traído, si te gustan los compraremos para la boda.
— Pues no se hable más porque estoy absolutamente enamorada de las sensaciones que este vino está dejando
en mi boca.
— ¿Tengo que ponerme celoso?
— Nunca Capitán Blanco.
La cena continuó tranquila, poco a poco fui recobrando la compostura, plato tras plato fuimos probándolos y dando
nuestra opinión, aunque tendrían una decisión difícil Liliana y Rodrigo pues todos eran perfectos.
CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)
Todos nos miraron boquiabiertos al llegar al restaurante, tarde y juntos.
Seguro que mi cara de felicidad lo decía todo, pero qué equivocados estaban no me sentía feliz a pesar de que el gusto de su aroma todavía perduraba en mi boca.
Extasiada sí, feliz ni de coña.
— Vaya, vaya, ya ha llegado la parejita — bromeó Vallejo.
— No se te ocurra o te corto la lengua — dije soez.
— Lo que me extraña es que no te la hayan cortado a ti de un mordisco.. — dijo Blanco entre risitas.
— No sé de que os reís... ¿por qué o quién iba a cortarme la lengua?
— Vamos Alfonso, tenias que morderle justo a la vista de todos. ¡Un poco más de clase! Pensé que mis lecciones habían dado sus frutos pero no... — bromeó Rodrigo.
¿Mordisco? ¡Mi labio! ¡Claro! ¡El labio partido y pensaban que era un bocado!
En un acto reflejo me llevé la mano hacia el labio y noté que aún estaba inflamado.
— Ha sido un accidente, me caí y me he dado justo en la boca — me justifiqué.
Sin hacerles caso acudí al baño de señoras que sabía dónde estaba pues el restaurante era uno de los más antiguos en mi lista y había organizado allí varias bodas. De todas formas por lo general los baños siempre estaban en un rincón alejado del salón de las celebraciones, seria de mal gusto estar disfrutando de una comida magnifica rodeada de olor a orín y otros más pesados de los que no me apetecía acordarme en esos momentos.
Cuando llegué al baño, que gracias a Dios estaba solo, retiré la mano y lo miré de nuevo. El labio seguía inflamado, pero la marca perfecta en mitad del labio en realidad no se parecía a un mordisco.
— Lo siento.. — susurró una voz junto a la puerta que me enfureció.
— Lo sientes... ¿qué sientes? Me caí.
— No es por el labio — dijo avergonzado — , pensé que no había dejado marca.
Confundida miré de nuevo mi reflejo en el espejo y entonces la vi, la marca perfecta de sus dientes en mi cuello.
Cada diente marcado. Inconfundible. La ira que me caracteriza, esa que me envuelve hasta hacerme parecer alguien que no soy, acababa de hacer su aparición.
— ¡Genial! ¿Crees que soy una puñetera vaca para marcarme?
— Lo siento de verdad, me dejé llevar — trató de excusarse.
— ¡Una mierda! Lo tenías todo planeado, eres un maldito hijo de perra.
— ¿Planeado? ¿Yo? Yo estaba currando tranquilo en mi oficina y llegaste con un vestido rojo que te sienta como un
guante, pegándose a tu cuerpo sin dejar nada a la imaginación, ese cuerpo con el que sueño a cada instante desde que te vi por primera vez y te plantaste allí, en la oscura mazmorra. Las argollas me llamaban, me suplicaban que les diera vida. Y eso hice, les di vida al poner tu delicada piel en contacto con la rudeza de ellas. Y creo que disfrutaste y perdona... me dejé llevar como un animal en celo al que por fin le llega su oportunidad, porque ¿sabes? A pesar de tu rebeldía, tu lengua afilada y viperina que bien podrías devolvérsela a la serpiente a la que se la hayas robado y a pesar de que te niegas a aceptar que entre tú y yo ha algo más que una simple atracción pasajera, a pesar de todo, estoy dispuesto a tratar de convencerte de que yo soy lo que buscas y lo que necesitas.
Tras su largo discurso que logró calmar algo la frustración y el enfado que me consumían, decidí que lo mejor era dejarlo como estaba y aguantar la marea de bromas que me esperarían durante la velada. Al menos bebería un buen vino.
— Regresemos — dije sin saber que más decir y tratando de que mis piernas no castañetearan como dientes por los fuertes temblores que las sacudían — . Nos esperan para cenar.
Llegué a la mesa y pasé la velada obligándome a no mirarle y manteniendo un rictus serio, aunque no era frecuente en mi. La mesa redondeada estaba cubierta por un fino mantel de hilo blanco con pequeñas flores bordadas.
Estaba nerviosa, todos nos miraban pero nadie reía, es mas Carla y Liliana me miraban algo preocupadas. Estaba
segura que al día siguiente me tocaría una escapada de amigas, pero ahora, solo deseaba cenar y regresar a casa,
meditar y tal vez llorar... Paseaba nerviosa los dedos sobre el bordado, notar la rugosidad de los hilos me relajaba. El sitio estaba bastante tranquilo a excepción de nosotros solo
había un par de mesas con dos parejas de enamorados cenando. Pero claro a mitad de semana quien iba a salir a
cenar...
Las cartas estaban dispuestas, una tontería pensé, porque era una degustación, por lo que ya estaba elegido aun así, para dejar de ver de reojo como me miraban todos, levanté
una de las cartas y me tapé la cara tratando de parecer muy interesa en el menú.
— ¿Trabajando? — preguntó Carla para romper el silencio.
— Siempre tengo que estar informada de todo ya lo sabéis.
— Exactamente... ¿en qué consiste tu trabajo? — preguntó Alfonso.
Sentí ganas de escupirle. ¿Me declaraba amor eterno, bueno, más o menos y ni siquiera sabía cómo me ganaba la vida?
Todos iguales, cortados con el mismo patrón como dice mi madre...
— Trabajo organizando bodas — contesté secamente — justo lo que hago, lo de la boda de Liliana y Rodrigo, ya
sabes... Tus amigos, estos de aquí.
— Ah, pero, ¿para eso hace falta alguien que haga algo?
— No, se hace todo solo...
— Hay gente a la que incluso le eligen los perfumes — sonrió Carla.
— ¿Eso es cierto? — preguntó incrédulo.
— Lo es — dije aferrándome a la poca paciencia que me quedaba.
— Menuda perdida de tiempo.
— Gracias a esas perdidas de tiempo me gano la vida — repliqué.
— No lo entiendo, ¿por qué una persona que dice no creer en el amor se dedica a organizar bodas?
Me estaba crispando los nervios, notaba la vena de mi cuello hincharse por la presión y parecía que podía echar vapor
por las orejas. Me sentía como una olla a presión que estaba a punto de reventar.
— La verdad — traté de sonar calmada — , es que mi madre me dio un consejo cando era pequeña y con el paso de los
años, me he dado cuenta de que tenía toda la razón del mundo.
— ¿Ah si? ¿Puedo saber que consejo te dio para que no creyeras en el amor?
— Si, con mucho gusto. Me dijo; “Hija que te quede claro que por cien gramos de chorizo tendrás que cargar con el
cerdo entero”.
La carcajada fue generalizada, Alfonso me miraba entre divertido y enfadado. Y yo trataba de contener la risa mordiéndome el carrillo.
— No te enfades Alfonso … — rió Vallejo
— No me enfado — contestó tranquilo.
— Sí, estas enfadado se te nota, aprietas tanto los dientes que van a salir disparados como proyectiles.
— Bueno, perdonad, acepto el refrán, el consejo o como quieras llamarlo, es solo que me ofende que diga que son
cien gramos, creo que al menos hay cuarto y mitad.
Un rubor me recorrió hasta ponerme del mismo color del vestido que llevaba.
— ¿Así que has probado el chorizo y no te ha gustado, Paula? — bromeó Rodrigo.
Pero a mí no me resultaba gracioso, necesitaba tomar el aire, me levanté de la mesa justo en el momento en que el camarero llegaba con el vino. ¡Tinto!
Claro para dejar una bonita mancha en mi escote.
— ¡Genial! —grité sin disimular más mi crispación — . ¡Sin bragas y con las tetas empapadas! — y tras la parrafada como una exhalación me marché — . Liliana, ya me dirás que ta el menú y que prefieres. Me largo de aquí.
Crucé el salón a toda velocidad, necesitaba alejarme antes de que vieran como mis lagrimas se derramaban, ¿qué pretendía? ¿Qué pasaba conmigo? ¿Es que iba a estar con el periodo? ¿Por qué actuaba así?
Ese hombre me sacaba de quicio, aunque era evidente para todos, ¿tenía que proclamarlo a los cuatro vientos?
Lo odiaba y nada iba a hacerme cambiar de opinión.
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Abrí los ojos a la oscuridad. Al principio, me asusté desorientada, pero después la molestia entre las piernas me
habló de lo sucedido, parpadeé y traté de adaptar mis ojos a la escasa luz que me rodeaba. Busqué con la mirada y traté de escuchar algún ruido que me indicase donde estaba Alfonso si es que seguía ahí, porque tal vez me había abandonado a mi suerte dentro de ese agujero.
— ¡Mierda! — exclamé al recordar — . ¡Tengo una cita! ¿Qué hora es? ¿Dónde está mi bolso?
Gritando histérica porque de nuevo iba a llegar a tarde, la tercera en un día, todo un récord, me levanté y caí de bruces al tropezar con algo a mis pies.
Un algo que se quejó con una voz que ya me era familiar.
— ¿Estás bien? — musitó al instante a mi lado.
— Sí, eso creo.
— ¿Dónde te has golpeado?
— En la boca, creo que me he partido el labio.
— ¡Joder! Espera aquí voy a dar la luz.
— ¿Hay luz?
— ¡Claro! ¿Qué piensas que vivo como un prehistórico?
— Bueno, a decir verdad si que pareces un poco Neanderthal.
— No me importaría, la verdad.
— ¿Ah no? — pregunté sorprendida.
— Sería más fácil.
— ¿El qué?
— Hacerte mía. Solo tendría que golpearte esa cabeza tan dura que tienes con un garrote hasta hacerte perder el sentido, después arrastrarte de tu preciosa y oscura melena hasta mi cueva — sonrió satisfecho.
— ¡Qué romántico! Me han dado unas ganas horribles de volver en el tiempo hacia el pasado... ¡Toda mi vida soñando que me deleitasen con esas palabras! —me burlé exagerando el tono de felicidad.
— Si tanta ilusión te hace, espera y fabrico una máquina del tiempo.
— Déjate de chorradas. Vamos tarde, ¿qué hora es? — por fin se hizo la luz.
— Las nueve.
— ¡Genial! — exclamé molesta.
— ¿A qué hora teníamos que estar en el restaurante?
— ¿No te acuerdas? A las nueve.
— Bueno, no hay problema, toma tus zapatos, allí al fondo hay un pequeño aseo. Arréglate un poco y vamos.
— ¿Tú estas listo?
— Lo estaré en seguida — dijo y acto seguido, como si nada, empezó a quitarse la ropa delante de mí y se quedó solo con los calzoncillos.
Instintivamente me mordí el labio en un acto provocado por la lujuria que de nuevo la visión de su torneado cuerpo desnudo había despertado en mí.
¡Menudo cuerpo tenia Alfonso escondido bajo la ropa! ¿Eso eran abdominales? ¡Adiós tableta de chocolate ... bienvenida tableta de turrón! ¡Y del duro! Madre... seguro que si pasaba mis dedos por ellas liberarían sonidos musicales. ¡Si parecía un xilófono! Y sus piernas largas, fuertes y con cada musculo delineado...
¡Ay madre! De nuevo estaba húmeda, mejor me levantaba del suelo antes de comenzar a hacer ruido como un desatascador y me encerraba en el baño.
Sin él.
Una vez dentro del baño más calmada y después de echar el cerrojo tan solo por si acaso, me enjuagué la cara tras comprobar lo mal que tenía el labio inferior. Inflamado y con un corte en mitad. Me sequé como pude usando la toalla que colgaba y que no era muy de fiar, pero con la que me tendría que conformar dadas las circunstancias.
Iba a ponerme las bragas... las deseché tras comprobar que seguían empapadas y las dejé tiradas en la papelera. ¡Qué
tuviese que contar algo a los amigotes!
De todas formas no podía ponérmelas así, estaban tan mojadas que seguro que si las usaba y andaba con ellas iría
haciendo el mismo sonido que hacen los pies al chapotear en un suelo encharcado. ¡Maldito Pedro!
¿Por qué? ¿Por qué sería tan.. así? Uf, estaba que me tiraba sola de los pelos, esos pelos enmarañados que ahora me daban el aspecto de una luchadora de barro.
Me arreglé como pude y al salir estaba esperándome vestido con unos vaqueros negros gastados, una camiseta gris con el dibujo de una esposas y su mejor sonrisa.
Los malditos hoyuelo debían de estar prohibidos y una sonrisa tan arrebatadora como la suya también.
— ¿Estas lista?
— Bueno, casi.
— ¿Cómo que casi?
— Pues eso casi. Vamos...
No le iba a dar mas explicaciones, salimos de la oscura mazmorra y parpadeé por la luz clara de las lámparas. La planta de arriba llena de mesas y despachos bullía y todos y cada uno de los allí presentes me miraron con una estúpida sonrisa dibujada en la cara, como si supieran qué había pasado abajo. Y tal vez lo sabían, ¿habría cámaras? Si las había esperaba haber dado un buen espectáculo.. . Si, lo había dado. Seguro.
Alfonso se colocó tras de mi y de manera posesiva me acercó a él pasándome una mano alrededor de mi cintura.
Me recordó a un amo paseando a su perro y su brazo hacía las veces de collar.
— ¿Soy tu mascota? — susurré entre dientes molesta.
— ¿Por qué dices eso?
— Por nada... Déjalo.
Salimos fuera y otra sorpresa me esperaba.
— No pienso montarme en ese trasto de nuevo. ¿Qué pasa que sois el trío motorizado?
— Bueno, siempre nos han gustado las motos, de hecho creo que por eso comenzamos a ser amigos.
— No puedo subir a la moto.
— ¿Te da miedo?
— No tengo miedo a nada.
— Bueno, tienes miedo de la palabra siempre, me tienes miedo a mi y a la moto.
— No me asusta la moto es solo que no puedo montarme.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué, qué?
— ¿Por qué no puedes subir? No tengo el coche aquí y ya llegamos bastante tarde.
— Es que no puedo y ya está. Iré en taxi.
— ¡No seas ridícula ! Tardaría mucho en llegar y vamos tarde, son las nueve y veinte, nos estarán esperando y cuchicheando... Además de verdad que no entiendo tu obsesión con los taxis...
— ¡Qué no puedo joder!
— Pero vamos a ver Paula, ¿qué te pasa? Si no es miedo entonces... Estoy cansándome de este juego de adivinar...
— Vale, te lo diré. Pero no te rías... — advertí seria.
— ¿Qué sucede?
— Que no llevo bragas — mascullé bajito.
— ¿Cómo?
— Lo que has oído maldita sea, que las he tenido que dejar en la papelera, estaban tan mojadas que si las llego a escurrir inundo el baño.
Alfonso sonrió y después se carcajeó.
Las lágrimas resbalaban de sus hermosos ojos, esos que ahora mismo sentía el impulso de vaciar. Sí, de vaciarlos y después echar lejía en sus cuencas vacías para que le escocieran aún más.
— No tiene gracia — dije seria sin embargo.
— ¿No la tiene? Bueno, sí la tiene y además — musitó acercándose despacio mientras colocaba sus grandes manos en mi cintura y me dedicaba una mirada intensa — , me acabas de poner a mil, pensar que vas a ir montada en mi moto, sin bragas y que vas a dejar tu olor impregnado en el cuero ...
Dejó de hablar y yo de respirar, tenía la facilidad de decir cosas desagradables como esas y aún así prenderle fuego a
mi alma.
Cogió mi mano delicadamente y sin pensar que estábamos en mitad de una calle transitada y frente a Cuartel me llevo la mía hacia su entrepierna.
Lo noté, su verga dura y palpitante bajo la tela del vaquero. La cremallera estaba inflada y parecía un globo a punto de
explotar.
Mi boca se quedó seca y mis muslos de nuevo empezaron a estar húmedos.
— Pedro... — susurré.
— Está bien, vamos Paula. Mi Paula...
Y así subí a ese bicho infernal dejando en su cuero el aroma de mi deseo impreso en él.
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