miércoles, 13 de diciembre de 2017
CAPITULO 23 (SEGUNDA HISTORIA)
La luz tímida de sol luchando contra la oscuridad me despierta. Me siento feliz, viva, satisfecha. Lo primero que veo al abrir mis ojos, es a él.
Descansa abrazado a mi cintura, me permito contemplarle en silencio. Su suave respiración es acompasada y parece tranquilo. Observo con detenimiento su hombro, ahora puedo distinguir con claridad el tatuaje que lleva.
Es extraña la figura que forman ambas y a la vez armoniosa.
El sol abriga en su interior una luna oscura, protegida por un sol afilado cuyos rayos se asemejan más al fuego crepitante de una chimenea.
No tengo un recuerdo claro de la primera vez que vi ese tatuaje, aún así lo recordaba más pequeño. Sin ser consciente de ello he llevado mis dedos hacia su brazo y dibujan con trazos imaginarios las lineas del dibujo. Es hermoso, es oscuro y luminoso, fuerte y tierno, cómo me gustaría que fuese él.
Es tarde, si no me doy prisa voy a llegar tarde al trabajo y no me apetece otra bronca cariñosa de mi jefe. Llevo una semana horrible y necesito algo de paz, aunque dentro del caos y el desasosiego, él me ha regalado una noche maravillosa. Todavía noto el agua caliente sobre mi cuerpo y cómo suavemente limpió los restos de nuestro encuentro.
Me levanto en silencio después de liberarme de su fuerte abrazo y camino de puntillas para no despertarle. Tal vez, debería. Puede que llegue tarde a trabajar también, pero me gusta observarle.
Preparo el desayuno y después dejaré que el olor a café recién hecho, obre su magia. Preparo una gran cafetera, zumo de naranja recién exprimido y pongo en el tostador unas rebanadas de pan.
Me siento relajada por primera vez en días. Pero claro, después de la noche pasada con él...
Un leve calor se enciende dentro de mí. Justo en mi estómago acompañado de un cosquilleo suave, que me murmura que estoy loca por él, desde siempre.
Quiero negarlo pero no puedo. He pasado muchas noches imaginando un reencuentro con él, planificado miles de situaciones, imaginado cientos de conversaciones y la única que no tuve en cuenta, fue la que sucedió.
— Buenos días piernas largas— susurra a mi espalda mientras me aprieta la cintura y me atrae con fuerza contra su pecho, desnudo, firme y duro.
— Buenos días, ¿café?—preguntó tratando de ignorar que ese gesto sencillo, ha humedecido mis muslos y ha hecho que mi corazón se descuelgue entre mis piernas.
— Sí por favor, corto de leche y una cucharada de azúcar.
Le miro a los ojos y me encuentro de nuevo atrapada en su mirada plateada. Observo que no lleva nada que cubra su pecho y me deleito con la imagen de sus músculos definidos, sus brazos fuertes, sus piernas firmes. Está muy atractivo con el pelo desaliñado, la barba amenazando con salir y los vaqueros desabrochados.
De nuevo, el murmullo molesto me susurra que estoy loca por él.
No sé qué decir, de repente me he puesto muy nerviosa.
Siento las palmas de las manos sudadas y resbaladizas. El calor se va haciendo más intenso. Y mi cuerpo clama por tenerle de nuevo entre mis piernas o mejor aún, bajo mi cuerpo mientras se mece acunado por una suave marea que acaba por convertirse en un oleaje salvaje.
–¿Estás bien piernas largas?— pregunta. Sin duda ha notado que algo raro pasa conmigo.
–No me llames así, no me agrada— replico seria.
–¿Por qué no? Es la verdad. Tienes unas piernas muy largas—susurra mientras se acerca a mí peligrosamente, con su paso felino igual que su mirada—, bonitas, suaves...
Está justo a mi lado, su mirada plateada me ha hechizado y me retiene sin esfuerzo plantada en el sitio. Siento pudor. Solo llevo una camiseta y deja al descubierto demasiado.
Sonríe maliciosamente.
Se acerca más a mí. Me eleva del suelo con facilidad como si fuese el titiritero que maneja mis hilos.
Deja mi cuerpo reposar suavemente sobre la encimera de la cocina, debería notar su frialdad en mis muslos desprovistos de prenda alguna, pero no es así. Siento un calor que me consume desde dentro.
Apoya su frente en la mía, cierra los ojos, se lleva un mechón de mi cabello hasta su nariz y aspira profundamente. Yo, me derrito.
–Hueles muy bien—murmura aún con los ojos cerrados— y sabes muy bien—continúa en voz baja.
Siento cómo mi boca se hace agua y cómo mi respiración se acelera. Sus manos me acarician suavemente el cuello bajando por mis hombros. Sigue en mis brazos, rozándolos y dejando tras su caricia mi vello erizado y mi cuerpo esperando por él.
Ahora siento sus dedos pasearse por mis muslos, jugar en ellos. Se acercan y alejan en una dulce tortura de mi sexo que grita en silencio por su atención. Y yo también.
Mi cuerpo está en alerta. No deseo mover ni un centímetro de mi piel sin embargo a la vez estoy deseando lanzarme a sus brazos.
Uno de sus dedos, se pasea peligrosamente cerca de dónde yo deseo que esté. Introduce su dedo despacio, entre las suaves braguitas que aún no se han incendiado y no entiendo por qué.
Acaricia mi sexo sin prisa, deleitándose en el movimiento de vaivén. Sus ojos permanecen cerrados y su expresión se ha tornado más salvaje.
Introduce sin esperarlo, un dedo dentro de mi y acaricia mi interior. Un jadeo se escapa de mi boca y él, gime.
Abre sus hermosos ojos y me mira directamente. Puedo ver sus ganas de mí reflejadas en sus pupilas.
Siento que voy a morir de placer y eso que apenas me ha rozado.
Abandona mi interior y protesto en silencio. Su dedo aparece frente a mi, él se lo lleva cerca de su nariz, igual que ha hecho con el mechón sedoso de mi cabellera dorada y lo huele.
Es un acto tan... sexy que sé que mis fluidos han humedecido la encimera, mis bragas no son capaces de empapar tal cantidad de efluvios.
Cuando creo que voy a empezar a gritar como una loca desesperada que me posea encima de la encimera, se lleva el dedo a su boca y lo saborea, lentamente.
Cierra los ojos para disfrutar del momento y mi corazón me abandona. Deja en mi pecho un vacío que se ha llenado de mis ganas por él.
Entonces, Pedro me mira de nuevo.
—Buena cosecha —susurra
Y no puedo más.
Le atraigo hacia mí, bajo sus pantalones, aparto las bragas que ahora se me antojan una barrera pesada y me apropio de su sexo. Lo acerco aún más y lo introduzco dentro de mi cuerpo desesperado por saborearlo.
El resopla. Yo jadeo.
Su boca abraza a la mía desesperada mientras se mueve en mi interior.
No he soltado su sexo, mientras el entra y sale de mí, mis dedos acarician la base, dándole más placer.
Siento como se retuerce entre mis muslos, sediento.
Necesita ahogarse en mi boca y yo en la suya. Esta desesperado, tanto como lo he estado yo estos dos
largos años.
Elevo las piernas y me inclino hacia atrás, dejando su sexo libre para que pueda penetrarme más profundo.
Sus manos agarran mis caderas y las aprietan a la vez que las atrae hacia sí.
Sé porque lo hace, tengo la misma sensación. Siento que me sobra la piel, la carne, los huesos, hasta el alma.
Solo quiero llenarme de él, tenerlo a él. Saborearlo, besarlo, probarlo una y otra vez hasta saciarme.
Nuestra danza se acelera al ritmo de la descontrolada serenata que forman nuestros gemidos, jadeos, resoplidos…
—Solo mía —susurra — Dilo. Prométeme que serás solo mía.
Y yo, sin poder hacer nada mas que acceder. Le prometo que voy a ser solo suya.
— Solo tuya — prometo.
Al oírlo me levanta de la encimera, me arrastra hasta la cama y me coloca sobre mis rodillas, dándole la espalda.
Siento un poco de vergüenza, me siento muy expuesta.
Sin poder protestar, me penetra desde atrás, su mano agarra mi larga melena entre sus dedos enredándola y sacudiéndola suavemente.
Grito. Ese acto de dominación me ha excitado.
Sus embestidas son cada vez más aceleradas, movimientos frenéticos que empapan mi cama y mi alma de placer, deseo y sexo.
Siento como el temblor crece hasta explotar dentro de mí.
De nuevo he de liberar la pasión por la boca, si me contengo, puede que la que la estalle en mil pedazos sea yo.
El grita al unísono. Llenándome de una placer infinito.
Cuando termina, cae sobre mi cuerpo exhausto y me coloca de lado de nuevo sin salir de mí, me abraza y con las últimas oleadas de placer aún castigando nuestros cansados cuerpos, dejamos que nos venza el sueño de nuevo.
CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)
Me quedo sin aire en los pulmones y siento, como mi corazón se detiene un instante, el mismo instante en el que quedo hechizada por sus ojos grises con destellos plateados, que se han oscurecido.
Sus manos sin saber cómo están rodeando mi cintura y una de ellas, acaricia mi espalda y se enreda en mi larga melena, deshaciendo el nudo que la apresa para dejarla libre.
No soy capaz de decir nada, de hablar, moverme o defenderme. Y no quiero, voy a dejar que suceda lo que he soñado durante tantas noches.
Su boca, se apropia de la mía que gruñe de placer. Nuestras lenguas se enredan, se confunden la una con la otra, impidiéndome distinguir cual pertenece a quién.
Mis manos acarician su fuerte espalda, que se retuerce de placer bajo mis dedos. Su boca ahoga un jadeo en la mía. El beso se hace más profundo, más intenso.
Siento sus manos bajar a mis caderas y apretar entre ellas mis nalgas. Protesto, pero de placer. Él de nuevo atrapa mi gemido en sus labios y lo hace suyo, devolviéndolo a mi boca con más intensidad.
Me pierdo en su pecho, en su espalda, recorro con los dedos sus largos brazos, tensos por el deseo.
Arranco su jersey y dejo su torso desnudo ante mi mirada.
Sé que el rubor tiñe mi rostro, sé que mis pupilas están dilatadas, sé que ese hombre es el único que me hace dejar de ser un ser racional y transformarme en un suspiro de deseo, un gemido de pasión y un jadeo de placer.
Sé que este hombre, pude destrozarme la vida, aun así me arriesgo porque me hace sentir viva, hermosa, deseada y porque me regala un placer tan profundo, que mi cuerpo no es capaz de retenerlo y lo deja salir en forma de jadeos.
Mi camiseta ajada, sale dispara hacia algún lugar del salón, no me importa dónde.
Ahora solo puedo mirar como sus manos idolatran mis pechos. Los acerca uno al otro y los aprieta con deseo. Lleva su boca a la curva que forman en su centro e introduce su lengua entre ellos, haciendo que mi mente grite que quiere esa lengua en otro lugar algo mas abajo de mi ombligo y que desaparezca allí.
Miro al techo, tratando de aplacar un poco el grito que puja por escaparse de la prisión que le retiene y el hunde su boca más abajo entre mis pechos, al mismo tiempo que empuja mi cuerpo contra la pared y deja que note su sexo, endurecido y palpitando entre mis piernas, que babean sin cesar, hambrientas por tenerle dentro.
Gimo. Jadeo. Dejo que el tome la iniciativa, que me haga suya, que me devore otra vez, como he imaginado tantas veces en mis sueños.
—Me vuelves loco Paula. Paula. Paula — repite —. Me gusta decir tu nombre. Di el mio. Dímelo Paula. Pídeme lo que deseas.
—Penétrame.
—Voy a hacer mucho mas que eso, pídemelo.
—Devórame. Hazme tuya.
Sus brazos fuertes me elevan y me lleva hasta la mesa donde minutos antes habíamos compartido una cena.
Escucho su mano barrer la mesa y el sonido de los envases al caer al suelo. El ruido de cristales no me importa, algún bol de helado que ha salido mal parado pero en la guerra siempre hay bajas. Y esto, es la guerra.
Me suelta bruscamente, arranca mis pantalones y permanezco mirándole con la ropa interior como única barrera de seguridad entre nosotros.
Observo como se quita el cinturón, lo aleja de si y después de quita los vaqueros. Su cuerpo espectacular, queda expuesto a mis ojos que se sorprenden de lo atractivo que es. Se gira para lanzar los pantalones y obtengo una vista clara, a pesar de la bruma que me envuelve de su brazo tatuado.
Es un símbolo extraño, como una luna y un sol. Pero de nuevo está frente a mí y no soy capaz de averiguar qué es.
—Ahora, Paula, voy a terminar lo que empezamos en el ascensor.
Abro los ojos, porque sé que va a suceder y entonces siento su lengua, recorriendo mi sexo, de arriba abajo, suave, tierno, dulce, sin la necesidad de desprenderme de la suave ropa interior que ayuda a que su caricia sea más suave.
Sus manos, se colocan bajo mis glúteos y utiliza su fuerza para elevarme y acercarme más a su boca.
Necesito echarme hacia atrás, apoyar mi espalda en algo, pues siento que se me va a partir en dos en cualquier momento.
Elevo las caderas, siento ganas de gritar que me devore.
Que no deje nada de mí sin saborear. Su lengua, de nuevo me tortura describiendo pequeños y lentos círculos sobre el centro donde se condensa mi pasión, porque mi deseo acabo de descubrir que es él.
Gimo sin poder controlarlo. Me vuelve loca, no tengo consciencia de lo que hago, ni de lo que digo, solo lo noto a él, a la intensidad con la que me aborda.
Mis bragas ya no están en su sitio y sus dedos, acarician mis labios húmedos de arriba a abajo, mientras mi boca no pude controlar los jadeos.
Introduce uno de sus dedos dentro de mí y acaricia mi interior. Siento mucho placer, creo que no puede regalarme más placer, pero estoy equivocada, su lengua ataca de nuevo mi clítoris. El deseo me recorre como una sacudida eléctrica, siento placer por duplicado y si fuera poco, eleva su mano libre y apresa uno de mis pechos entre ella.
Masajea la tierna carne excitándome, las caricias elevan su ritmo y mis jadeos y gemidos se aceleran con ellas.
—Por favor Pedro —escucho mi voz suplicar.
—¿Por favor qué?
—Fóllame. Ahora.
—¿Por qué?
—Te necesito dentro de mi.
No sé si es la súplica que oculta mi voz entrecortada o su anhelo tan grande como el mío el detonante para que decida no hacerme sufrir más, me arrastra hacia el filo de la mesa, eleva mis piernas y me penetra. Rápido, fuerte, duro.
Dejándome sentir su sexo dentro de mí, llenándome de placer y deseo.
Haciendo que de nuevo la locura se apodere de mí mente, mi cuerpo y mi espíritu. En este momento, solo soy una marioneta cuyas cuerdas son manejadas por el placer que me regala. Puede hacer conmigo lo que dese, no me importa. Lo único que pido es que no se detenga, que me haba estallar en miles de jadeos de pasión.
Sus embestidas se aceleran y sus manos agarran mis caderas.
—Voy a follarte tan bien, que no querrás estar con ningún otro —susurra entre gemidos.
Quiero hablar, protestar, revelarme, pero no puedo. Desearía rebatir lo que acaba de insinuar, pero soy incapaz, porque en el fondo mi alma me dice a gritos que es verdad. Lo sé desde hace tiempo, desde aquel encuentro casual encerrados en el ascensor. Y ahora, solo puedo sentir.
Noto el pequeño temblor que empieza en el estómago, después se extiende al resto de mi cuerpo, dejando mis piernas temblorosas y el corazón desbocado.
Cada vez esta mas cerca, me tenso bajo su cuerpo sudoroso y sus embestidas se vuelven más rápidas y duras. Pedro sabe que estoy a punto de romperme en miles de gotas de placer y me regala la última estocada.
Estallo. Jadeo y gimo entre gritos y temblores. El calor me embarga, me nubla los sentidos, solo puedo dejarlo escapar y tratar de contener las sacudidas que dejan a mi cuerpo exhausto. Antes de regalarle el último de mis jadeos, él se una a mí gimiendo con fuerza.
Sé que voy a desfallecer, me siento al borde de mis fuerzas. Pedro levanta mi cuerpo lánguido de la mesa y sin salir de mí, me acerca hasta su pecho. Trato de mantener las piernas cruzadas a su espalda, pero soy incapaz.
No sé a dónde me lleva y no me importa. Ahora mismo soy una naufraga dejándose llevar por las suaves olas de un mar tempestuoso que ha concedido una tregua.
Cierro los ojos. Estoy cansada. Mucho.
— Siempre mía — susurra dulcemente al oído, aunque no estoy segura, mi mente está confusa y perdida en el recuerdo dulce de la pasión que ha liberado de mi interior, dejándome al borde del abismo, al que deseo en estos momentos arrojarme.
Besa mis labios suavemente. Su boca, sabe a mí.
Una luz brillante me ciega momentáneamente y un chorro de agua caliente relaja mi espalda. Me ha metido en la ducha, con él dentro de mi.
No sé cómo lo ha logrado, pero no me importa, se está tan bien entre sus brazos sintiéndole dentro de mí, con las últimas oleadas de placer aún recientes produciéndome un leve placer, que se niega a abandonarme y arropados por la calidez del agua al resbalar suavemente por nuestros cuerpos desnudos y unidos como uno solo.
CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)
El timbre suena, llaman a la puerta, me levanto y cojo el monedero, es lógico pensar que serán los del restaurante.
Abro la puerta dispuesta a pagar mi atracón, sobre todo me apetece el chocolate un gran sustituto del sexo, por desgracia lo sé por propia experiencia. Pero estoy preparada para todo lo que ocurra a partir de ahora en mi vida.
Para lo que no estoy lista, es para encontrarme a Pedro, en mi puerta.
Sonriendo.
Tan guapo y arrebatador como siempre. Es un hombre muy sexy.
—Buenas noches —susurra con su voz suave –. ¿No vas a invitarme a entrar?
—¿Cómo coño sabes dónde vivo? — logro decir enfadada y confusa.
—Traigo la cena — sonríe señalando la bolsa con las letras de “La Cabaña” escritas en ella.
—No es posible, ¿trabajas de repartidor? — pregunto ahora confundida.
—No, la verdad es que estaba allí sentado en la barra, el teléfono sonó y el dueño, Rogelio, me pidió que tomase nota del pedido. Al principio no te reconocí, pero después, al escuchar tu nombre y la dirección que estaba cerca, até cabos y pensé que no querrías cenar sola así, que aquí estoy. ¡Sorpresa!
Sí, sorpresa...Me he quedado sin saber que decir. ¿Puede el destino de verdad confabularse de esa manera y hacernos coincidir siempre? Parece una posibilidad tan remota... “Igual de remota que encontrarte con él dos veces en un ascensor”, susurra una voz en mi cabeza.
—Bueno no estoy de humor la verdad, así que pasa, cena y vete.
Le muestro la mesa dónde he estirado un pequeño mantel y he colocado un vaso con hielo.
—¿Qué bebes? ¿Seven up?
—Si — dice serio.
Voy a la cocina cojo un vaso y le pongo hielo.
—¿Puedo lavarme las manos?
—Si, aquí mismo — informo mientras señalo hacia el fregadero.
—¿Qué sucede? ¿Algo malo?
—Bueno, no lo sé, aún lo estoy pensando.
—Si quieres, me voy. Solo es que te escuché tan triste que no me quedaba tranquilo si no comprobaba que estabas bien.
—¿Qué eres detective? ¿Sabes como estoy solo por mi voz?
—Bueno, casi — dice mientras me guiñaba un ojo — . Pero si no estaba claro, tu cara roja e inflamada por el llanto, corroboran mi versión.
Le miro de reojo, recelosa. Pero es algo evidente que he llorado, nos sentamos a la mesa, uno en frente del otro y coloco la comida sobre la mesa, de forma mecánica.
Él abre el envoltorio de corcho y despliega ante mí la hamburguesa, acto seguido hace lo mismo con su paquete y me deja claro que mi hamburguesa es más pequeña que la suya. Sirve patatas para los dos.
Le dejo que termine repartiendo los sobres de ketchup y mayonesa. Veo en la bolsa una gran tarrina de helado.
La televisión suena de fondo y la apago. No quiero que se quede a ver la tele y a comerse mi helado.
—¿Te importaría poner música? —sugiere.
¿Qué decirle? Puedo protestar, gritarle que no me apetece ni la música ni su compañía, pero no voy a hacerlo, hoy hay algo diferente en su mirada, es menos dura y más amable.
Pulso el botón del hilo musical y una suave canción inunda la estancia. Por extraño que me parezca, eso me hace sentir algo mejor, menos entumecida y de mejor humor.
—¿Qué ha pasado? — pregunta en voz baja.
—¿Que qué ha pasado? Pues ha pasado que el cabrón de mi novio, en vez de llegar con un gran anillo, ponerse de rodillas y pedirme matrimonio, se ha casado con otra, en Venezuela. Ella ha conseguido en menos de un mes, lo que yo no he sido capaz de hacer en dos años.
— Lo siento. Es algo por lo que estar enfadada.
—No lo estoy, en realidad, creo que eso me molesta más. Que en cierta forma al fin, me he liberado de él. Lo que más ha herido mi orgullo es que él no deseara estar conmigo porque no estábamos casados y con ella... en fin. Supongo que es lo que pasa por dejar que otra persona controle tu vida y que tu sucumbas a sus deseos.
—Es un imbécil. No deberías sufrir por él.
—No lo haré, no lo hago. O intento no hacerlo. Aun así, han sido dos años y eso cuenta.
—Si, supongo.
—¿Supones? ¿Eso significa que nunca has tenido una relación larga?
—No he tenido tiempo, el trabajo, los traslados, siempre cambiando de ciudad, nuevos amigos... En fin no he tenido la oportunidad de conocer a alguien que mereciera la pena de verdad. Hasta ahora — murmura.
Ha sido tan suave y rápido, que creo que lo he imaginado.
—¿Quieres helado? —pregunto tratando de ignorar el ajetreo de mi estómago.
No se porqué ese comentario, que ni siquiera estoy segura de haber oído, ha hecho que me ruborice y sienta la necesidad de levantarme, de poner algo de distancia entre los dos, aunque no sé cómo hacerlo después de nuestros encuentros, aunque él no los recuerde todos.
Me siento incómoda, lo natural sería acabar lo que empezamos.
— Sí, gracias — contesta y mientras dirijo a la cocina en busca de dos cuencos para helado y me doy cuenta de que lo deseo.
Mucho. Deseo estar con él, pero no sé si será lo acertado en este momento.
De todas formas, pienso mientras regreso y veo su atractivo perfil desdibujado por las luces tenues, que no creo que sea un arduo trabajo para él considerando mi situación desesperada.
Le paso un cuenco y una cuchara y le sirvo un poco de helado de chocolate.
Nos decidimos por permanecer en silencio, la verdad es que lo agradezco, necesito estar con alguien sin más. Solo algo de compañía silenciosa.
El helado está delicioso y relamo la cuchara en un momento de debilidad.
—Esta rico, ¿verdad?
—Si — asiento — el mejor que he probado.
—Sabía que te gustaría, le pedí a Rogelio que te pusiese un poco de su helado especial.
—¿Helado especial?
—Si, este lo hacen ellos, es artesanal.
—¿En serio? — pregunto mirando el envase y noto, que es de color blanco y que no tiene marca ni nada que lo distinga.
—Su esposa, Matilde, tiene una mano para la cocina impresionante.
—La verdad es que creo que es el mejor helado que he probado nunca.
Me mira a los ojos dejándome sin habla. Puedo verme reflejada en sus pupilas, de una forma borrosa, como si realmente no fuese yo la que esta tras el reflejo y de repente, siento que su mirada al igual que la mía, está hambrienta.
De mí. Por mí.
Como la mía lo está por él.
Pero parpadea y la realidad de nuevo me golpea. Pedro será mi escalón de transición, el que me ayude a superar la ruptura de Hector, no puedo pensar que en realidad un hombre como él, va a desear pasar el resto de su vida con alguien como yo, para nosotros no hay un final feliz.
—Debo irme. Dice de repente.
No sé por qué eso me molesta. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a traer su pijama y un cepillo de dientes a mi apartamento? Pues claro que no, seguro que tiene una cita, con alguna exuberante rubia, de curvas pronunciadas y pechos llenos a la que no le falte ningún kilo estrategicamente repartido.
—Como quieras — susurro decepcionada.
—A no ser, que no quieras estar sola — se ofrece.
La verdad es que no deseo estar sola, no quiero, pero tenerle aquí a mi lado toda la noche...me da más miedo aún, porque no sé como voy a manejar la situación o si sabré hacerlo, tengo la extraña sensación de que él, puede hacerme más daño a pesar de nuestra corta relación, que Hector, después de tanto como hemos compartido.
—Gracias, pero creo que debo llorar a solas.
—No lo hagas, no merece la pena. Al final el corazón sana.
—Supongo que tienes razón, de todas formas yo decidiré si llorar o no.
—Sabes en el fondo me alegro, él no era el adecuado para ti.
—Parece que nadie lo es.
—Yo lo soy —dice junto a mi boca.
De repente, se ha acercado tanto a mí que siento que no hay nada más a mi alrededor que él. Las imágenes del ascensor acuden a mi mente con fuerza, cómo lanzadas con fuerza con un arco, clavándose en mi mente y negándose a abandonarme.
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