miércoles, 13 de diciembre de 2017

CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)





Todo lo aprisa que puedo, bajo la falda, abrocho mi camisa y sin mirarle, pues no soy capaz al estar tan abochornada, salgo del ascensor y me recojo la melena como puedo mientras corro.


¿Cuándo demonios se ha puesto en marcha el ascensor? 


Estoy tan excitada, que no me he percatado de qué se pusiera en marcha el estúpido ascensor.


¡Oh dios! He pensado que iba a morir de nuevo y por eso he actuado de esta manera. Una artimaña de mi mente enferma por su ausencia, deseosa de tenerle, ha provocado que reviva nuestro primer encuentro.


No quiero mirar ni volver la vista atrás. Corro con la cabeza gacha, bajo las escaleras de dos en dos, no tiene ningún sentido ir ahora a hablar con Liliana, no me quedan fuerzas. 


Debo abandonar el edificio.


No estoy segura de llevarlo todo conmigo, ni siquiera sé en qué planta estoy. Pero no me importa solo deseo salir de allí, alejarme de Pedro y saborear en la oscuridad de mi habitación, todo lo que me ha hecho sentir de nuevo.


A lo lejos, me parece escuchar cómo Pedro me llama.


Llego a mi coche a la carrera y voy a sacar las llaves para conducir. ¡Joder! He dejado mi bolso olvidado en el ascensor. ¿Y ahora?


Tengo que recuperarlo, lo necesito. Las llaves del coche, las de la casa, la cartera … todo está en él.


Pero, ¿cómo regreso?


No, no puedo. Y no lo deseo por nada en el mundo.


La tensión, la desesperación, la confusión y la insatisfacción se unen y no sé gestionarlo. Tan solo comienzo a llorar.


Me apoyo en mi coche y lloro. Las leves sacudidas me ayudan a relajar un poco los músculos que noto tensos.


Parece imposible poder pasar de un estado a otro tan rápido.


Ni siquiera llevo un estúpido pañuelo para limpiarme.


—Ten, supongo que necesitas esto —dice a mi lado. Su cálida voz, me envuelve como una suave manta, arropándome y dándome calor.


—¿Por qué lloras piernas largas? — pregunta, sincero.


—Por nada, por todo.


—¿Te arrepientes? — pregunta.


Me giro para enfrentarlo, para decirle que sí que ha sido un gran error, que no quiero pasar a ser la última de la colección, pero su mirada no es altiva ni orgullosa, parece tan sólo un chico, esperando la respuesta de una chica.


—No, no es eso, es solo...


—¿Qué?


—¡¿Qué?! ¿Qué crees? Mañana me arrepentiré de todo esto, ¿cómo voy a mirarlo a la cara? Aunque tal vez se lo tenga bien merecido. Y tú ahora, estarás tan contento, otra más para tu colección, la colección privada del súper macho man...


—¿Eso piensas de mí? — pregunta sorprendido.


—Sí. Eso y más — le aclaro.


—Cuéntamelo. Tengo tiempo.


El me mira con los ojos llenos de dudas y me arrepiento de dejar que de nuevo aparezca mi verdadero yo, ese que no usa filtros y deja que todo salga burdo, sin pulir. Como un diamante en bruto.


Mis padres siempre me reñían, querían que corrigiese ese pequeño defecto de nacimiento, como lo llamaba mi padre. Había nacido sin filtro y yo debía poner uno artificial.


Suspiro, debo irme pero la verdad es que deseo también estar con Pedro algo más de tiempo. Hay algo en él que me atrae irremediablemente desde la primera vez que lo vi. Tuve la certeza en ese momento de que ese hombre iba a ser mi perdición, el primero que me rompiese el corazón en pedazos, el que dejaría heridas siempre en carne viva.


A pesar de todo, se con seguridad que el riesgo merecerá la pena, me ha mostrado un poco de todo lo que puede hacerme sentir.


—Siéntate — ordena autoritario.


Sin darme la opción a buscar un sitio dónde acomodarme, me lleva entre sus fuertes brazos sobre el capó del coche. 


Acomoda mi cuerpo sobre la fría pieza metálica y me arropa las piernas temblorosas con su chaqueta de cuero.


— ¿Qué piensas de mí? Cuéntamelo.


—Pues... — me interrumpo.


El alza una ceja, expectante.


—Ya sabes —continuo — que eres el típico que se tira a todas las mujeres que se le ponen a tiro — suelto a bocajarro.


El sonríe, parece halagado.


—¿Qué más?


—Que eres del tipo que nunca tiene una segunda cita, con ninguna chica.


—Eso también es verdad. ¿Y qué más?


—Pues creo también que no respetas el estado de ninguna mujer, aunque estemos casadas, prometidas...


—Divorciadas sí, prometidas también, casadas nunca. Quiero más.


—Pues eso, que todas parecen ser tu tipo. Todas, menos yo que me faltan algunos kilos en zonas estratégicas.


Pienso con tristeza en mi cuerpo, soy alta y delgada y la verdad es que no tengo un pecho sugerente ni un trasero relleno y redondeado, soy mas bien un cúmulo de suaves curvas.


El vuelve a alzar la ceja, se queda en silencio un momento y vuelve a sonreír.


—No, desde luego, no eres mi tipo.


—No es necesario que lo digas en voz alta. ¿No tienes modales?


—Solo soy sincero.


—¿Puedo serlo yo? — pregunto sintiendo como la furia se convierte en una ola que lo arrasa todo a su paso.


—Adelante.


—Tampoco eres mi tipo, solo es que pensé que iba a morir. Pero no te preocupes, será como si nunca hubiera sucedido y nunca volverá a suceder.


El me mira serio y puede que enfadado, pero no sé explicar por qué.


—No me mires así, no voy a pedirte nada. Será como si no hubiera pasado —musito tratando de bajarme del capó.


Pedro me retiene con todo su glorioso cuerpo, como si me estrellase contra la muralla de un castillo.


—No digas eso.


—¿Por qué no?


—No me gusta oírtelo decir.


—Pero es la verdad.


—No, no lo es, esto aún no ha acabado —sentencia.


Parece enfadado cuando se da la vuelta y se aleja.


Me quedo sobre el capó, confusa. Sorprendida.


—¿Qué le habrá sucedido? ¿Qué he dicho? Debería sentirse aliviado , ¿no?


No hay quién entienda a los hombres. Ni pienso molestarme en hacerlo. Es tarde, mucho y necesito descansar. Entro en el coche, pongo el motor en marcha, sintonizo mi cadena favorita y me dirijo rumbo a casa cantando al son de Shakira, Loba.


Cuando llego a casa advierto que son casi las once. Miro el teléfono y el contestador parpadea informándome de que almacena algún mensaje.


Pulso el botón y aparece la voz de Hector.


“Paula, te he tratado de localizar durante todo el día, ¿dónde estás? Estoy preocupado, lo que escuchaste, eso... no tiene importancia, no fue nada. Trataré de dar contigo mañana, que descanses amor mío”


— ¡Qué descanse maldito cabrón! — grité al contestador — ¿Qué no ha tenido importancia?


Así que ni siquiera trata de excusarse, sino que lo confiesa si más. Es un maldito mentiroso. Lo odio.


No podíamos mantener relaciones por sus creencias religiosas... ¡Menuda sarta de patrañas! ¿Y ahora que hace con esa otra mujer, rezar? Todo me lleva al misma triste conclusión de que quizás no haya mantenido relaciones conmigo, pero sí con otras.


La furia me consume con la misma intensidad que lo hacen los besos de Pedro. Noto mis ojos anegados de lágrimas por la traición de Hector.


Pero no, no voy a llorar. Ya está bien, es más que suficiente. 


No más Hector, demasiados años perdonando errores, demasiados años dejándome influenciar, demasiados años siendo su marioneta sin vida, ni opinión.


A partir de ahora, cambiaré, recuperaré a la mujer que alguna vez fui, aunque no fuese exactamente igual a cómo recordaba, pero seguro que algo de ella, aún sigue en mí. 


Seré una mujer diferente y él no va a estar incluido en mi vida. Al menos, por ahora.




No hay comentarios:

Publicar un comentario