miércoles, 13 de diciembre de 2017
CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)
La mañana siguiente, después de otra horrible noche, me dirijo hacia mi trabajo cuando recibo una llamada de Hector.
Furiosa, cuelgo. No deseo saber nada de él. Estoy harta, cansada y agotada de estar a su sombra.
El teléfono suena de nuevo y cuando enfadada iba a colgar, veo que es Liliana quien me llama.
—Buenos días — digo seria.
—Buenos días. ¿Qué ocurre, estás mal? Se te oye penosa.
—Si, soy una pena, lo sé. He tenido un mal trago con Hector.
—¿Qué ha hecho esta vez?
—Creo, o bueno estoy bastante segura de que me ha engañado —y dejo escapar un sollozo, es la primera vez que lo digo en voz alta y eso lo hace más real.
—Vale, te recojo para comer y de paso aviso a Carmen, ¿te apetece?
—Sí, gracias. Un beso.
—Un beso, hasta luego.
La mañana pasa aburrida y monótona. Trato de no pensar en lo sucedido, ni con Hector ni con Pedro.
Pedro va a ser un recuerdo agradable, pero nada más.
A la hora de comer, me dirijo al pequeño restaurante en el que siempre nos reunimos para las crisis, Liliana, Carmen y yo.
Cuando llego, las dos me esperan con el semblante serio, sin duda temerosas del estado de ánimo con el que apareceré.
Trato de sonreír, de parecer normal pero ninguna de ellas se lo cree.
—Mientes fatal — dice Carmen, mientras me besa la mejilla y me regala un abrazo.
—Lo sé, pero no quiero estar triste.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Liliana estrechándome entre sus brazos.
Así, que me siento y les cuento lo de la llamada a su teléfono, la voz femenina que me contesta y después el mensaje de Hector.
—Esta claro que te ha engañado — afirma Carmen.
Carmen, es algo más baja que yo y tiene un hermosa cabellera oscura que le llega más abajo de la espalda como una cascada lisa. Tiene una figura bonita, llena de curvas.
Sus ojos son de un tono marrón tan oscuro, qué cuando se enfada parecen negros y es tan sincera como lo habría sido yo, si mi padre no me hubiese obligado a ponerme el filtro artificial, por eso somos tan buenas amigas.
Yo, agradezco su sinceridad, más en momentos como estos, porque la verdad escuece pero las mentiras con el tiempo, duelen más.
—Lo sé Carmen y ahora no sé que hacer.
—Eso es algo que solo tú puedes decidir — susurra Liliana.
Sin duda Liliana es la que más comprende mi situación.
—Además — confieso — he conocido a alguien.
—¡¿Cómo?! — exclaman a la vez.
—A un tipo extraño y atractivo, aunque más que conocerle, fue un reencuentro.
— ¿Has vuelto a verle? —grita Carmen — ¿Al macizo del ascensor?
—¿Pasó algo? —pregunta Liliana, sin darme la opción de contestar.
—Nada, bueno nada de lo que arrepentirse, pero no puedo quitármelo de la cabeza.
—Llámalo — dice Carmen.
—No puedo, no le pedí su número de teléfono.
—Creo — siguió Liliana — que tal vez sea demasiado pronto para pensar en otros, ¿no? Al menos espera hasta estar segura de que no quieres seguir con tu relación.
—No puede ser que tú me digas eso. Tú, la que dejó que la esposaran a los barrotes de un calabozo y …
—¡No sigas! —chilla tapándome la boca con sus manos — Tienes razón, no soy la más indicada para pedirte que no te dejes llevar.
—De todas formas Liliana, es la única cosa que tengo clara. No voy a continuar con Hector.
Ella asiente mientras aprieta mi mano.
—La verdad —empieza Carmen —me alegro, ¿qué clase de hombre no quiere tener relaciones con su chica? Más si la chica es tan guapa como tú.
—Pues uno —digo con voz queda —que prefiere tirarse a otras.
Dejamos la conversación suspendida, pedimos la comida y el resto de la hora hablamos de temas más triviales.
Después de un café y una bola de helado de chocolate, me encuentro más animada y feliz, sé que ellas me apoyaran decida lo que decida.
—Bueno pues otra vez, me lo encontré en un ascensor...
—¡No puedo creerlo! —exclama Liliana —Me acusáis de ser una obsesa de los calabozos, pero tú con los ascensores...
—No puedo creerlo —dice Carmen—perdéis la cabeza con mucha facilidad. Aprended de mí, no ha nacido el hombre que me doblegue. Soy un espíritu libre.
—La verdad es que me resultó extraño, después de más de dos años... Iba camino del aeropuerto a recoger a Hector y el coche empezó a ir mal. Tuve que detenerme y descubrí que la rueda trasera estaba pinchada. Entonce llega en su flamante moto roja, como un caballero en un caballo metálico y ruidoso y me ayuda.
—¿Te reconoció? —susurra Liliana.
—No, pero la chispa saltó de nuevo. Después, me dirigía a tu casa, para contarte lo de Hector, pero no conseguí llegar. Me vi atrapada de nuevo, en el ascensor con él y mi mente se nubló...
—¿Volviste a hacerlo con él en el ascensor de Liliana...? — chilla Carmen.
—No, nos interrumpieron —digo en voz baja y avergonzada — . He de irme, llego tarde al trabajo.
Me despido de ellas y sé que la conversación se ha quedado de nuevo en el aire.
Trabajo de mejor humor a pesar de que recibo algunas llamadas más de Hector y que cada vez, me resulta más difícil no contestar.
Cuando abro la puerta de casa, advierto lo cansada que estoy por la falta de sueño y el largo día de trabajo. Abro el agua caliente y me sumerjo bajo la ducha. Después de pasar un buen rato bajo el chorro de agua caliente, me pongo cómoda y enciendo la tele. Busco en la nevera, no tengo nada, no me he molestado en parar a hacer la compra, así que llamo para que me traigan la cena.
Cojo la guía y busco los sitios que ofrecen servicio a domicilio.
El nombre enseguida llama mi atención. “La cabaña. Comida para llevar”.
Marco el número y espero a que alguien conteste.
— La Cabaña, buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle? — escuchó la voz al otro lado del teléfono y mi piel se eriza. Me estoy volviendo loca...
— Una hamburguesa, patatas fritas y un refresco de cola, por favor.
— ¿Doble?
— No, no, doble no, sencilla — especifico, aún recuerdo lo mal que lo pasé después de tomar la hamburguesa doble.
— ¿Necesita algo más? — pregunta de manera sensual.
— Si — contesto — una tarrina de helado de chocolate, la más grande que tengan por favor.
Le dejo mi dirección y me dispongo a ver la tele mientras espero cómoda mi cena, necesito aliviar la pena y, ¿qué mejor sustituto que una buena ración de calorías y unas cucharadas de cremoso chocolate?
Ya estaba hecho, ahora debía de hacer otra cosa. Era hora, de hablar con Hector, aunque no me apeteciera para nada, así gastaría la media hora que tardaría la cena.
Marco su teléfono y de nuevo la misma voz suave de mujer me recibe al otro lado de la línea.
—Dile a Hector que se ponga al teléfono, zorra — mascullo.
—Creo que es para ti, mi amor — la oigo susurrar divertida.
—¿Eres tú Paula? — escucho al imbécil de mi novio preguntar.
—¿Quién iba a ser? ¿Otra de tus amantes? ¿Tantas tienes? Capullo — suelto de golpe.
—Deja que te explique Paula, verás, la cosa se complicó conocí a Milena y yo... me he enamorado. Lo siento tanto, no quería herirte pero es lo que sucedió. Nos hemos... casado.
Al oír sus palabras cargadas de excusas baratas e hirientes, cuelgo el teléfono. ¿Se ha casado?
En menos de un mes, ¿la conoce y se casa? Y yo, esperando como una tonta mi anillo de compromiso... ¿Se puede ser mas imbécil? No, solo siendo yo.
Lágrimas de frustración inundan mi cara. Estoy asustada, herida, confundida y furiosa. Furiosa, por no haberle gritado, maldecido, insultado... Aunque, ¿de qué hubiese servido?
De nada.
¿Qué voy a hacer ahora?
Pasaré el resto de mi vida sola, sin nadie. Ninguno se merece una oportunidad, está claro que si tienen una ocasión para poder lastimarme, lo aprovecharan. Pero debo reconocer muy a mi pesar, que no tengo el corazón hecho jirones, más bien el orgullo.
Ella ha conseguido en un tiempo récord, lo que yo no fui capaz en dos años.
Limpio mis lágrimas, no voy a dedicarle ni un momento más de mi vida a llorar por él, se acabaron las lágrimas y los pañuelos empapados. De todas formas, en realidad no deseo a un hombre como él a mi lado. Un hombre que no regresa y aún así me deja esperándolo en el aeropuerto.
Claro, es muy difícil llamar y hablar mientras tienes las manos y la boca ocupadas, ¿verdad?
La boca... Eso me trajo recuerdos de Pedro, con su boca en mi sexo.
El recuerdo que me trae ese pensamiento me distrae del dolor y mis muslos claman por él.
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