miércoles, 27 de diciembre de 2017

CAPITULO 30 (TERCERA HISTORIA)




— Déjalas en paz o tendré que matarte ahora mismo — interrumpió la voz de mi querido héroe de pacotilla.


Volví la mirada y lo vi en posición de disparo, con sus vaqueros gastados y su chaleco antibalas. La mirada fija en
Víctor y sus manos firmes apuntando a la presa. Sentí que iba a morir de amor.


Había aparecido para salvarme y esta vez de verdad.


Víctor dudó por un instante, sin duda no esperaba ninguna interrupción, entonces volvió su mirada hacia mi, fuera de control y sumido en una cólera inmensa.


— ¿Has sido tu verdad, zorra? — aulló proporcionándome un golpe con el arma en la mejilla con toda su furia.


Creí que iba a desfallecer pues el dolor fue agudo y traspasó mi rostro hasta llegar a mi mente. Por un momento sentí que todo estaba negro y entonces escuché el disparo.


Jadeé por el pánico, pensé en Liliana. Las preguntas se amontonaban en mi mente confusa, ¿había disparado a Liliana?


¿Estaría bien?


Yo no sentía ningún dolor, tal vez, me había herido de muerte, algunas veces, en las películas, había escuchado decir que cuando te hieren de gravedad no sientes dolor, tan solo una paz placentera que te sume en un agradable sopor hasta que tu alma deja tu vida.


Mis lágrimas empezaron a aflorar por todo lo que iba a perder, por todo lo que me había negado a vivir por ese miedo absurdo y entonces, sus manos acariciaron mi mejilla, justo el lugar del golpe y sentí de nuevo el dolor, mucho dolor.


Me quejé y Pedro sonrió.


— ¿Voy a morir?


— Si te quejas con esa fuerza es porque estás bien — dijo más calmado.


— ¿Liliana? ¿Está bien? — dije más alto de lo que pretendía.


El asintió, parpadeé y busqué con la mirada. Carla sostenía entre sus brazos a una temblorosa Liliana y acto seguido, Vallejo y Blanco entraban corriendo por la puerta.


Tras un vistazo en el que comprobaron que todo estaba bien, Vallejo se acercó hasta Víctor que se quejaba desarmado sobre el suelo y que sangraba profusamente y procedió a su detención.


Lo esposó sin poner cuidado en su herida y Víctor no dejaba de sisear y maldecir entre dientes.


Blanco se acercó a él despacio, marcando cada paso seguro y acentuándolo con una mirada fría y voraz que logró que yo temblase. Nunca había visto esa mirada en Rodrigo. 


Se agachó hasta quedar a su altura y lo miró con frialdad.
Víctor palideció, no sabría si por el miedo o por la perdida de sangre y Rodrigo, colocó su mano en la herida y apretó hasta que Víctor gritó.


— Si vuelves a acércate a alguna de ellas, no correrás la misma suerte, el disparo te lo meteré entre ceja y ceja — su voz fue fría, calmada, un susurro escalofriante.


Víctor no dijo nada tan solo le devolvió la mirada desquiciada que ahora le distinguía. En seguida más agentes empezaron a aparecer para tomar declaraciones, coger huellas y todas esas cosas que debían de hacer, pero a mi ya nada me importaba, tan solo que todo había terminado bien y estaba entre los brazos de Alfonso. Había acudido en mi rescate, al final iba a dejar de ser un héroe de pacotilla y se iba a convertir en mi auténtico héroe.



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