lunes, 18 de diciembre de 2017

CAPITULO 6 (TERCERA HISTORIA)





Ahora caminaba de nuevo temblorosa, no por la falta de un tacón, si no por la falta de fuerzas. Él se las había llevado con sus besos y sus palabras y eso, me molestaba.


Recogí en la recepción mi billetera y me dirigí a la puerta, ahora necesitaba de nuevo un taxi que me llevase a comprar
algo de ropa. Debía estar presentable para la cita. Y si seguía teniendo percances, como el sumar a la lista la compra de otras bragas, estaba claro que no iba a llegar a tiempo.


Una vez en la calle esperé pacientemente al borde de la acera, por si tenía la suerte de encontrar de nuevo un taxi libre que pasara por allí, pero me parecía mucha casualidad y no es que me sobrara en este día.


Resoplé y al volver la mirada vi que el taxi que me había traído, aunque fuese en volandas, seguía allí, plantado donde el taxista lo había dejado.


Ahora me hubiese venido bien el maldito taxista de modales burdos para llevarme a mi cita.


Un rugido ronco despertó mi atención.


Giré el rostro y me encontré a mi héroe, encima de una fantástica motocicleta negra.


No sabía mucho de motos, pero esa, en particular, era hermosa.


— Sube. Te llevo — ordenó mientras me acercaba un casco.


— No, gracias. Prefiero ir en taxi


— Sube, te llevo — repitió con la voz contenida para no sonar enfadado, aunque lo estaba.


— He dicho que no, gracias — contesté sin disimular que me irritaba.


— Necesitas ir de compras y vas a llegar muy tarde al trabajo.


— Si, al trabajo, ¿tú no tienes que trabajar?


Ante mi tono grosero el cerró los ojos, exasperado. Supuse que necesitaba controlar el enfado que le produciría mi rebeldía a la que seguro no estaba acostumbrado.


En ese instante, justo a mi lado pasó el taxista. Llevaba prisa, imaginaba que el hombre ya habría perdido mucho tiempo por el altercado y además supuse, no desearía enfrentarse de nuevo con mi salvador y su agresor.


— Espere — llamé su atención — lleveme, por favor.


— No se te ocurra subir al vehículo con él — siseó.


Y ante su orden, puse la mejor de mis sonrisas y me monté en el taxi.


— ¡Está bien! ¡Haz lo que quieras! ¡Si te gusta que te peguen allá tú!


Sin poder evitarlo, bajé la ventanilla y grité al energúmeno.


— ¡Haré lo que me de la real gana! ¡Como irme en ese taxi a comprar algo de ropa!


La moto oscura como la furia de su mirada rugió con el ímpetu de un león herido y se alejó presumida sobre una
sola rueda.


Miré hacia el taxista que amablemente me sonrió.


— Querría pedirle disculpas señorita — dijo avergonzado — . Sé que no es excusa pero he tenido varios robos esta semana y al verla así — hizo un gesto con la mano hacia atrás mientras observaba mi reflejo por el espejo retrovisor.


— Bueno no se preocupe, yo tampoco llevo un buen día y sí, estoy echa un asco pero es porque casi me atropellan esta mañana. Por eso perdí mi billetera.


— Cuanto lo siento, ¿dónde quiere que la lleve?


Le di la dirección y durante el resto del camino no hablamos más, yo estaba perdida en mis pensamientos y supuse que el conductor, seguiría avergonzado por tratarme así y por el golpe que le habían dado... ¿Cómo se llamaba? No lo sabía y no me importaba, la verdad era que descerebrado era un gran nombre para él.


Aparcó y bajé, cuando saqué la billetera para pagarle las dos carreras negó con la cabeza.


— No, es mi manera de pedir disculpas.


— Ya le he dicho que no importa, cóbreme las dos carreras.


— No de verdad.


— Sale perdiendo, mire su cara.


— Sí, su amiguito se enfadó mucho y me golpeó fuerte, pero tenía sus razones y yo, no me comporté como un caballero.


— En realidad no es mi amigo. Insisto en que me cobre.


— La próxima vez — sonrió mientras bajaba la ventanilla del taxi y se marchaba aliviado por perderme de vista.


Al menos lo había intentado, me daba pena el pobre hombre con la cara inflamada y amoratada y seguramente, mañana estaría peor.


CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)




— Señor, disculpe. No sabía que estuviese ocupado.


— ¿ Qué desea Pérez?


— ¿Qué hago con el detenido? — preguntó el joven de mirada inocente que nos había interrumpido.


— Déjelo en los calabozos hasta que la señorita decida que va a hacer con él.


— ¿Yo? — pregunté sorprendida — ¿Tengo que decidir yo?


— Déjenos, Pérez.


Una vez la puerta se hubo cerrado, pues el chico al que había llamado Pérez salió al instante obedeciendo a su
superior, habló.


— ¿Cómo que qué tienes que decidir? Lo denunciarás. Te ha agredido.


— Creo que estas exagerando — resté importancia. Su tono de nuevo era el de “ordeno y todos obedecen”


— ¿Exagerando? Mira tu brazo.


— ¿No crees que ha sido suficiente el golpe que le has dado? — inquirí mientras observaba as marcas rojizas que el hombre había dejado sobre mi pálida piel.


— Sí, le he dado duro, se lo merecía. Pero no ha sido suficiente.


— Pues creo que ya ha tenido con ese susto para toda la vida. Además, no voy a denunciarle solo porque un extraño,
osea tú, me lo ordene.


— Vas a denunciarlo.


— No me da la gana.


— No me lleves la contraría.


— ¿O qué? ¿Qué crees que vas a hacerme?


— Pues la verdad — siseó mientras se acercaba hasta mí dejando mi alrededor privado de oxigeno al igual que a mis pobres pulmones — , es que me gustaría meterte a ti en el calabozo, quitarte la ropa y dejarte esposada y desnuda ante mi mirada. Ese creo que sería un buen castigo por tu desacato — susurró mientras se había ido acercando cada
vez más a mi, despacio, dando el tiempo suficiente a mi mente para que crease la imagen y ahora, la fantasía estaba
grabada en mi mente.


Pestañeé para deshacerme del pensamiento, pero no pude. Estaba grabada a fuego en mis parpados.


Podía verme, esposada en los barrotes de calabozo, sin nada de ropa, solo los altos zapatos de tacón que llevaba. Y él, paseándose a mi alrededor, regalándome caricias para acto seguido, privarme de ellas, castigándome por haber sido una niña mala.


¡Oh dios!¡ Estaba empapada! No solo por la imagen, aún tenía el sabor de sus labios fresco en mi boca.


Le miré y le vi sonreír con suficiencia.


Eso me enfureció, era una idiota y él un imbécil acostumbrado a que las mujeres cayesen rendidas a sus pies con una sensual mirada de sus hermosos ojos grises, pero yo no caería..


— No voy a poner ninguna denuncia. Adiós.


Y sin más, me marché de la sala todo lo deprisa que pude. 


Sabía que si me quedaba allí un instante más, me arriesgaba a perder la poca cpostura que me quedaba.



CAPITULO 4 (TERCERA HISTORIA)





Espere que el hombre que me sostenía me pusiera en pie, sin embargo, solté un quejido de sorpresa y dolor, cuando
comenzó a caminar conmigo en brazos, parecía una niña pequeña a la que su padre le hace creer que vuela como
superman y al pensar en la estampa, un rojo intenso se apoderó de mi rostro, estaba avergonzada y humillada.


— ¿A dónde..? — empecé a protestar enfadada, pero antes de seguir con la frase, estaba de pie, parada frente al hombre que me había raptado y encerrado en un despacho.


— ¿Qué demonios ha pasado? — exigió furioso.


— ¿Eres... tú? — pregunté incómoda.


— Sí, soy yo.


— Déjame salir. Eres un maldito imbécil degenerado.


— Si y un asesino. Ya me lo has dicho antes.


— ¿Qué coño haces aquí? — solté enfadada. Pero entonces, me di cuenta de que aunque iba vestido de paisano, llevaba ajustadas unas cinchas con una pistola y una placa colgada del cinturón de sus vaqueros. Unos vaqueros negros y desgastados que se ceñían sobre sus caderas, destacando sus fuertes y largas piernas.


La camiseta de algodón también negra que llevaba, dejaba que los músculos de sus brazos, que ahora reposaban cruzados sobre su pecho, se marcasen.


Podía ver todos los músculos definidos. Incluso los de su pecho fuerte.


Miré más arriba y me topé con su atractivo rostro. Su barba de un par de días estaba cuidada, era oscura, al igual que la pestañas que enmarcaban su profunda mirada gris. Su pelo oscuro, cortado al estilo militar, se despeinaba un poco en el flequillo.


Quise hablar, pero no pude. Tenía la garganta seca. Me había dado cuenta de que era un hombre atractivo, pero ahora, plantado allí frente a mi, enfadado y armado con una placa, estaba más atractivo de lo que era capaz de soportar.


Sin darme cuenta me había mordido el labio inferior y ahora me dolía.


— ¿Qué crees que hago aquí? — preguntó con sorna lo que agravó mi enfado


— Ya, trabajas aquí. ¿Eres un guardia civil?


— Soy teniente de la guardia civil, preciosa.


— Tú me has llamado... Encontraste mi billetera.


— Huiste. Vi la billetera y te hice venir. Quería volver a verte.


— Pues ya me has visto. Ahora dame lo que es mío y así podré irme.


— Deseo reponer lo que estropeé.


— Pero yo no quiero verte nunca más. No me has ocasionado nada más que problemas — me sinceré y no le gustó.


En una zancada lo tenia frente a mí. Su mirada, se centró en la mía. Su profundidad me amedrentó, parecía ver dentro de mí.


Llevó su mano hasta mi brazo herido y acarició la zona que había estrujado entre sus manos el taxista, que empezaba a presentar diferentes tonos de rojizos.


— ¿Te duele? — preguntó mientras rozaba despacio la zona.


— Un poco — logré balbucear.


Me sentía indefensa, no era capaz siquiera de respirar. Era tan difícil mantener el control, tratar de ser la dueña de la situación cuando un hombre como ese, estaba tan cerca, acariciándote y mirándote sin pudor...


— Voy a matar a ese capullo — siseó.


— No ha sido para tanto — repliqué asustada. Supe que en realidad si lo deseaba podría hacerlo.


— ¿No ha sido para tanto? ¿En serio? ¿Sabes que he sentido al verte arrastrada de esa manera por ese salvaje dentro de mi casa?


— ¿Tú casa?


— Sí, mi casa. El cuartel es mi casa, mi vida. Y él, ha entrado abusando de su fuerza, lastimándote frente a mis narices. No creerás que va a salir impune.


— El pobre hombre pensó que iba a timarle y que en realidad quería escaparme sin pagar.


— Pues ahora, el que va a pagar las consecuencias, va a ser él.


Ahora sus dedos acariciaban mi cuello.


Debía protestar, tenia que hacerlo, era el mismo imbécil que por distracción había estado a punto de atropellarme, aun así no podía decir nada.


Tragué fuerte, pero solo fue un acto reflejo, mi garganta estaba seca.


Sus dedos, se deslizaron por mi nuca y se enredaron en mi espesa melena oscura. Cerré los ojos en un acto involuntario, un acto reflejo que por instinto mi cuerpo hacía para disfrutar del placer.


Su caricia se hizo más intensa y yo gemí sin pretenderlo. 


Abrí los ojos avergonzada por la muestra de debilidad hacia él que acababa de protagonizar cuando vi su boca cerca de la mía, demasiado.


Quise decir que no, alejarle de mi, pero el aroma cálido y embriagador de su dulce aliento me dejo de nuevo sin palabras.


Su boca se apoderó de la mía y yo me rendí sin más. No era capaz de luchar.


Su beso fue profundo, delicado y brusco, suave y fuerte, todo a la vez. Su lengua castigó la mía, acariciándola, besándola, adorándola... mientras yo me derretía por dentro.


Su calidez me inundó sin dejar escapar un solo centímetro de mi cuerpo sin calentar. Se sentía tan bien...


Cerré los ojos y dejé que mi lengua se uniera a la suya, que mis manos lo atrajeran a mi, más cerca, dejándome percibir la dureza de su cuerpo cálido sobre el mío.


Sus manos se deslizaron hasta debajo de mi trasero y apretó mis muslos, levantándome para acercarme más, para dejar que su sexo se encontrase con el mío.


Gemí.


Él jadeó.


Me posó sobre la mesa del despacho despacio, dejando que mi cuerpo resbalase por el suyo. Le miré a los ojos un segundo, el único tiempo que me quedaba para decidir si detenerle o seguir hasta el final.


Mordí mi labio indecisa y consumida por la pasión que había despertado en mi, pero por otro lado, era un extraño al que no conocía.


La decisión no era fácil. Dudaba, no sabia qué hacer hasta que el destino decidió por mi.


Un golpe seco en la puerta le hizo bajarme de la mesa, colocarme la falda de nuevo en su sitio y dar paso a la
persona que interrumpía nuestro encuentro.