sábado, 25 de noviembre de 2017

CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)






Ya fuera de las instalaciones, me dirijo algo más tranquila hacia mi coche, mi bonito y recién estrenado coche, con la parte trasera destrozada. Menudo golpe me ha dado. La matrícula va casi rozando el suelo. Tendré que hacer algo con ella, el colmo del colmo sería que me multara un guardia civil por llevar así la matricula.


Saco el móvil del bolso y llamo a mi marido. Espero hasta que salta el buzón de voz, y nada. Lo intento otra vez, y ninguna respuesta. Decido que mejor que perder el tiempo tratando de localizarle, me voy a pasar por las oficinas de mi seguro de coche, y presento el parte.


Ya que no iré a trabajar, al menos aprovecharé el día. Ya me llamará él, cuando vea las llamadas perdidas.


Subo al coche y cierro la puerta, debo estar oyendo visiones, porque me ha parecido escuchar la puerta cerrarse de nuevo.


-¡¡Pero qué..!! ¿Qué haces aquí de nuevo? ¿Es que te vas a convertir en mi sombra en contra de mi voluntad? ¡Me importa una mierda que seas el Capitán, voy a denunciarte por acoso!


Pedro se ha metido en mi coche, sin permiso, sin esperarlo, y me ha dado un susto de muerte.


Él me mira mientras se abrocha el cinturón de seguridad y me dedica esa sonrisa oscura y sexy que ya voy conociendo muy bien.


– Deberías abrocharte el cinturón, por lo que he podido ver, la dueña de éste coche, no conduce muy bien... – sentencia con una risita que me enfurece.


Siento unas ganas enormes de estrangularlo ahí mismo, y después ir a entregarme. ¿Cómo puede un hombre ser tan arrogante? Es la arrogancia personificada, es inaudito hasta donde llega su descaro.


– El que no conducía muy bien, era el imbécil descerebrado que me golpeó estando yo parada en un semáforo. Al
parecer, el gilipollas que debería vender su coche o comprarse un cerebro, pensó que sería una gran idea, usar mi coche como freno de mano.


El me mira divertido, no le molestaba en absoluto mi diatriba envenenada e insultante para con él. Tan sólo me mira, embobado.


– Cuando te enfadas, tienes un brillo especial en la mirada, y tus ojos parecen dorados, en vez de color miel.


Otra vez sin habla, como podía un cretino de esa calaña, decir algo tan...dulce.


– No me gusta estar enfadada, parece que se ha convertido en mi estado natural, y no quiero. Quiero ser feliz.


– Yo puedo hacerte feliz.


– Estoy casada. Soy feliz. Tan sólo es que hoy tengo un mal día, gracias a ti.


– No eres feliz, igual que yo no soy feliz, lo sé. Se nota, tienes la mirada triste, estás tensa, y eres puro veneno.


– Por favor, bájate de mi coche, no deseo escuchar más las absurdas teorías de un desconocido que se cree psicólogo, y no lo es.


– He pensado, que para qué esperar a que me llames, mejor nos tomamos ese café ahora.


– No quiero tomar café contigo, tan sólo deseo irme de aquí, desaparecer, y que tú desaparezcas de mi vista, que me dejes continuar mi vida.


– No puedo.


– ¿No puedes? ¿Cómo que no puedes?


– No puedo, no después de haberte besado y saber lo hambrienta que estás, lo vacía que te sientes, tanto como yo, o quizás, más.


No podía creerlo, el cretino, a pesar de serlo, era muy intuitivo, y había notado mi desesperación, igual que yo la de él.


Me miraba expectante, sin duda, dudaba de conseguir el ansiado café, por un momento, su mirada tembló, las dudas que ocultaba tras su mirada, aparecieron un instante, el suficiente, para hacerme dudar.


– Sólo un café – pidió aprovechando mi confusión.


– No, no quiero que me vea nadie contigo, y me causes más problemas en mi matrimonio.


– Esté bien, déjame conducir, te llevaré a un sitio donde nadie te conoce.


– ¿Me vas a llevar a tu picadero? – pregunte ahora enfadada –. No gracias, no voy a engrosar tu larga lista de amantes, y adornar la cabeza de tu mujer una vez más con unos bonitos y grandes cuernos.


– Nunca he engañado a mi mujer – dice serio.


Le miro sorprendida una vez más, ante la confesión, ese hombre tiene algo que me hace querer huir a toda costa, pero otra parte de mí, que no logro averiguar cuál es, me hace querer permanecer a su lado, tener un poco más de él, sólo un poco. Algo de conversación, arañar en la superficie fría de su corazón para tratar de encontrar algo que de verdad me haga huir, o quedarme. Estoy confusa, todo me da vueltas, es un día extraño. Muy extraño. Nunca
me había sentido así, envuelta en un mar de contradicciones, en el que cada ola, me lleva en una dirección diferente, aturdiendo mi mente y haciendo que me sienta más perdida.


– Por favor, sólo un café, y después, desapareceré – su mirada parece sincera.


– Lo prometes.


– Lo prometo.


– Está bien, cuidado con mi coche, un capullo me ha golpeado ésta mañana y no quiero más accidentes.


Pedro se ríe bajito, una risa suave, casi infantil que contrasta con su físico imponente. Al cruzarnos para cambiar de asiento, noto su envergadura, yo con tacones mido algo más de metro ochenta, sin embargo él no tiene que alzar la cabeza para mirarme, así que al menos ha de medir metro noventa, sus ojos son extraños, noto una leve diferencia de color, uno es verde, pero el otro es casi azul.


Sonrío para mí misma, me ha recordado a un Huskie Siberiano. Igual de frio también.


Subo al coche y me pongo el cinturón, lo último seria que el chófer me multase por ir si él.


Arranca el coche, y comienza a conducir. Pronto salimos de la ciudad, coge la autovía y nos dirigimos hacia la sierra.


Ya llevamos veinte minutos de coche, y empiezo a sentirme asustada, ¿acaso voy a morir? Puede. Él desde luego tiene el perfil para ser un asesino en serie, pero es un hombre al servicio de la ley, así que debo confiar en él.


Ellos están para protegernos y no para lastimarnos.


Al salir de la autovía, coge un pequeño camino lleno de curvas. Cada vez más lejos de la civilización, cada vez más asustada, cada vez menos aire en mis pulmones.


Trataría de gritar, pero no serviría de nada, nadie nos oiría. 


Yo he tomado la decisión de confiar en él, así que tendré que seguir con ella hasta el final. Nunca te arrepientas de tus decisiones. Ése es mi lema. Así que si me he equivocado y él va a terminar con mi vida, pues que así sea. Tampoco van a perder mucho los que me conocen.


– Ya hemos llegado – anuncia.




CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)





Pasan los minutos, estoy nerviosa, no me gusta faltar al trabajo, sé que se las arreglaran sin mí por supuesto, pero me gusta lo que hago. Mis dedos tamborilean una melodía gastada y sin sentido, contra el tablero de madera oscura y vieja de la gran mesa.


Miro a mi alrededor. La gran silla de cuero negro, tiene un agujero de cigarrillo, así que el Capitán fuma. También veo escondida entre algunos libros de derecho, una botella de Chivas. Al “Capi” también le gusta beber, y junto a la botella, colocada de canto imitando a un libro, hay una caja de madera, en la que sospecho, hay Habanos.


Puros, lo que le faltaba. Por lo tanto, si mi instinto de Sherlock no me falla, el Capitán es un tipo viejo, gris y amargado que bebe a escondidas en el trabajo para olvidarse un poco de su triste y aburrida vida. Seguro que su gran barriga no le deja verse los pies.


– ¿Interrumpo? – susurra una voz a mi espalda.


Me han pillado “in fraganti”, frente a la caja de puros.


Hoy no es mi día, definitivamente, no lo es.


¿Por qué me habré levantado de la cama? Mejor hubiera estado en ella, arropadita entre las sabanas y las mantas.


– Lo siento – digo mientras me giro – no pretendía ser...


No.


No, no. No. No. No. Y mil veces no.


– ¿Qué demonios haces tú aquí? ¿Tan pronto te han detenido? ¿O es qué has decidido amargarme el día entero aún más y vas a perseguirme por todos los lados?


Esto es de broma, no puede ser que el destino sea así de cruel. Me sigue castigando, maltratando cada día de mi vida, y así va a continuar hasta enterrarme.


Siento ganas de gritar, de llamar a alguno de los jóvenes civiles que andan atareados por ahí, dando vueltas.


–No, tan sólo, vengo a tomar nota de una denuncia por accidente de tráfico, con fuga incluida – comenta mientras se sienta tras la mesa.


– No. No es posible, ¿tú eres el Capitán? – digo sin poder creer lo que veo.


El me mira con las manos juntas, apoyando sus dedos índices sobre su boca y sonriendo mientras me mira de nuevo de arriba abajo.


– Capitán Alfonso – se presenta – A sus órdenes, señorita – dice mientras me saluda al estilo militar.


Me lo susurra de manera tan suave, que mi vello se eriza.


Es un tipo engreído, sabe que es guapo, y no le importa jactarse de ello.


– Señora – le digo sonriendo de forma cruel.


Si quiere jugar al gato y al ratón, no le voy a dejar creerse el gato.


Muy a mi pesar, el dato no parece desanimarle.


– Mejor – me susurra de nuevo – menos complicaciones.


Noto como mi cara se enciende por la rabia. Ese hombre me saca de quicio, y al parecer, se divierte con ello.


– Quiero mi coche como nuevo – mi voz suena pastosa debido a la gran cantidad de veneno que destilan mis palabras.


– Ya te lo he dicho antes, toma un café conmigo, y entonces arreglamos el asunto.


– No voy a tomar café contigo. Soy una mujer casada, ya te lo he dicho.


– Yo también estoy casado. Sólo es un café.


– Dale la enhorabuena a tu mujer.


– Lo sabe.


– Qué gilipollas.


– Eso es desacato a la autoridad.


– Muy bien, llévame al calabozo. Espósame. – sugiero mientras pongo mis manos ante él, unidas y con las muñecas hacia arriba, en señal de rendición.


– Créeme, que me muero de ganas por meterte en un calabozo, y esposarte a los barrotes.


¿Éste hombre es tonto? ¿No le importa ser un imbécil arrogante? ¿Es que no tiene vergüenza? Claro que no. Ni la tiene, ni la ha conocido. ¿Cómo puede un hombre casado decir esas cosas descaradas a una mujer, que también está casada? Porque es un mujeriego y su pobre mujer tiene que tener miles de cuernos, más cuernos que en los San Fermines. Pobre, será muy desdichada, al menos, yo lo seria casada con un hombre así.


– Me gustaría conocer a tu mujer.


– A ella le gustaría mirar.


– Eres un cerdo.


– Lo sé, pero a ti te gusta- me dice en voz baja, pegando sus labios a mi oído. No sé cómo se ha acercado de nuevo a mí de esa forma tan acelerada. Lo tengo justo a mi lado, ocupando mucho espacio. Me pongo nerviosa, sudo de nuevo por las palmas de las manos. Nunca antes, me había visto en una situación tan delicada. La verdad, es que al estar casada pensaba que estaba a salvo, pero al parecer aún me quedaba un cretino más por conocer.


– Lo siento, pero no, no me agrada, me desagrada. Estoy incómoda, y más sabiendo que eres el Capitán de la Guardia Civil. Por favor, rellenemos el parte amistoso, y cada uno por su lado.


– No puedo.


– ¿No puedes qué?


– Dejarte ir.


– Pero que tonterías dices, si no me conoces.


– No me importa. Te deseo.


Te deseo. Lo dice como si nada. Desde luego no se anda con rodeos.


– Pues yo a ti no. Sólo quiero tu parte amistoso y adiós muy buenas.


– Mientes.


De nuevo lo tengo cerca, muy cerca. Su nariz de repente aspira el aroma de mi cuello, y una de sus manos, atrapa uno lo mechones de mi pelo para acariciarlo.


No entiendo, por qué causa ese efecto hipnotizador sobre mí, soy incapaz de defenderme, de moverme, de ver o pensar algo más allá de él. De ese imbécil que me saca de quicio y me excita de forma indecente.


– Te mueres de ganas de estar en el calabozo, esposada a los barrotes, mientras yo te hago el amor de todas las maneras que se me ocurran, torturándote con la espera.


Quiero hablar, decir algo, pero no puedo. Tengo la garganta seca, y la entrepierna húmeda. ¿Por qué demonios este tipo me parece tan sensual? Si es un cretino...


Su mano, ha dejado mi pelo, y ahora me acaricia la espalda. 


Su boca, roza, sutilmente mi cuello, ha sido tan rápido, que no estoy segura de si han sido sus labios o su lengua.


Nunca antes en mi vida, había sufrido un ataque tan directo, algunas insinuaciones leves, algunas miradas, pero no de esta manera. Es que le da igual todo, dónde estemos, quién pueda vernos, es un pervertido descarado.


Abro los ojos, dispuesta a protestar, a decir algo conveniente, y entonces su boca se cierne sobre la mía, y ante mi sorpresa, él me introduce su lengua en mi boca. Me besa de una forma desgarradora, está vacío, lo siento por la necesidad que se desprende de esa manera de besar. En realidad, es un hombre infeliz, que necesita el amor. No siente ni tiene amor, por eso parece tan frio, tan frio como el hielo, porque no sabe qué es el amor. Tan sólo el deseo, la pasión, sí, pero no el amor. Igual que yo. Sé que significa ese beso, porque yo misma me siento árida, seca y vacía por dentro, y en algún momento de mi vida, también buscaba desesperadamente el amor en cada hombre que se acercaba a mí, pero de la manera equivocada, como él.


Poso mis manos en su pecho, al menos su corazón late, quizás no esté perdido del todo, tal vez, su mujer pueda devolverle algo de calor a ese frío cuerpo.


Me recuerda tanto a mí misma, que sin darme cuenta, le devuelvo el beso, de la misma forma desgarrada que él me besa a mí.


Nos enredamos el uno en el otro, me pierdo por un segundo, olvido todo, a todos, y vuelvo a ser aquella niña alta, delgada y desgarbada a la que todo el mundo gastaba bromas desagradables, aquella que creyó y se convenció a sí misma, que nunca podría ser amada, que no lo merecía. Y le beso sin importarme nada más que salvarle. Sí, deseo salvarle de ese infierno frio en el que se ha condenado a vivir, y que trata de calentar por todos los medios.


Mi móvil comienza a sonar. Eso nos devuelve a la realidad.


Por un instante, al mirarnos a los ojos, lo veo.


La llama de la esperanza, tal vez, pueda salvarse, pero ha de entender, que su salvación no soy yo, qué es su mujer.


Miro la pantalla del teléfono, es mi marido.


– Mi marido – susurro.


Rechazo la llamada, más tarde le llamare y le contaré todo lo sucedido, bueno, todo no. La última parte me la saltaré.


– Vete – me dice en voz baja y seria.


– El parte – le pido igual de seria.


– Ya te lo he dicho varias veces, llámame y te lo daré, sólo quiero un café.


– ¿Sólo? No lo parece – le digo molesta, y con su sabor aún fresco en mis labios.


– En una cafetería llena de gente, no puedo causarte ningún daño.


– No estoy muy segura de eso – digo sinceramente.


– Eres muy inteligente – me contesta sonriendo.


No sé qué mes decir, así, que me giro y me dispongo a abandonar el lugar.


– Llámame, tan sólo deseo un café. Por favor – su voz suena sincera, la primera vez en todo el día.


Le vuelvo a mirar, por un momento, parece abatido, como si de verdad desease tan sólo tomar un café en mi compañía y nada más.


– No puedo – contesto, y de nuevo estoy siendo sincera con él.


– ¿Cómo te llamas? Al menos eso puedes decírmelo, ¿no?


– Paula.


– Hermoso, como tú.


– Deberías guardar esas palabras para tu mujer.


– A ella no le importan, no las quiere, nunca las quiso.


– Entonces, ¿por qué casarse?


– Dímelo tú.


Me ha pillado, de nuevo, no sé qué decir. Él tiene razón. Yo también me casé, sabiendo que no iba a ser feliz.


– Pedro.


Le miro desconcertada.


– Ese es mi nombre. El parte amistoso – continúa mientras tiende los papeles hacia mí.


Estoy sorprendida, al final, ha accedido, además, estaba relleno por completo, a excepción de mis datos.


Asiento con la cabeza, a modo de agradecimiento y de nuevo me giro para marcharme.


– Paula... – me llama – estaré esperando tu llamada.


Espera sentado, pienso, pero no se lo digo.


Suspiro y continúo con mi caminata.


Salgo de allí a toda prisa. Necesito aire fresco, poner distancia entre ese extraño hombre y yo. 


Estoy asustada.


Aterrada.


Es la primera vez, que sé, que hay una persona que puede hacerme caer del lado equivocado.






CAPITULO 1 (PRIMERA HISTORIA)






¿Pero qué....? ¿Me han dado por detrás? No puede ser, pero sí, sí que ha sido eso. ¡Pero qué coño! ¡Joder! ¡Si estoy parada en un semáforo!


Mierda. Voy a llegar tarde a trabajar.


Bajo del coche y me topo con la cara atontada, del imbécil que me ha destrozado el coche, recién sacado del concesionario. No puedo creerme la mala suerte que tengo.


¿Es que nada, pero que nada en mi vida, va a salirme bien? ¿Qué le habré hecho al destino? ¿En qué vida pasada
fui una mujer fría que asesino a miles de personas? No lo sé, pero lo tuve que ser, una malísima persona, porque
lo mal que me van las cosas desde que tengo uso de razón, tienen que ser a causa del mal karma que fui sembrando.


Miro al tío, con las manos apoyadas en las caderas para demostrar aún más mi disgusto. Y él, me mira sonriendo.


No puedo creerlo. ¿Es que acaso no piensa decir nada después de destrozarme el coche? ¿Y por qué me mira de
arriba a abajo? No puedo creerlo, pero lo veo. Su mirada. 


Esa mirada de “voy a tratar de ligar”.


Cierro los ojos un momento, y me froto las sienes para relajarme, y para alejar de mi mente ese pensamiento. Soy
bastante ruda y sincera en algunas circunstancias, y sé, que como diga alguna palabra inapropiada o fuera de tono,
le voy a decir cuatro verdades a la cara que lo van a dejar espantado, pero me da igual, ¿qué más puede pasarme?


Además, a pesar de mi desastroso matrimonio a punto de hundirse como el Titanic en aguas tan heladas que no lo
van a poder recuperar ni con la más monstruosa de las grúas, estoy casada.


Así, que se deje de tonterías y saque ya los papeles del seguro o me voy a poner a gritar como una loca.



El sigue mirándome, sin decir nada. No puedo creerlo, estoy a punto de explotar como una olla a presión.


-¿Y bien?- acabo por decirle con la voz dura y agria.


-Y bien... podría decir yo.


Alzo una ceja, es mi sello de identidad cuando estoy cabreada. Así que ese estúpido guaperas vestido de Armani, cree, además que es gracioso.


-¿Y eso?


-Ha sido culpa tuya – dice tan fresco.


-A ver, guapito de cara sin nada de cerebro, yo estaba parada en el semáforo. ¿Cómo voy a tener la culpa?


-Ha sido tu culpa, por tener un culo tan atractivo que me ha distraído, y como estaba pensando en tu atractivo culo, te he dado por detrás.


¡¡¡¿¿¿Qué???!!! Estaba a punto de gritarle al mamón. ¿Qué demonios se creía? Iba a abrir la boca, pero de nuevo,
el habló.


-Pero, ¿sabes? Todo se puede arreglar, si me invitas a un café. Así te perdonaría.


¡¡Vamos, hombre!! ¡Esto es imperdonable!


Sin pensarlo, mi mano sale volando y se estrella en su perfecta mandíbula, le doy con fuerza, tanta, que creo que
podría borrar su cara cuadrada y haberla vuelto redonda.


Él me mira curiosamente no enfadado, si no divertido. Por alguna extraña razón, resulta que al parecer mi estallido de furia, no le ha desagradado.


Seguro que es uno de esos bichos raros. Pues está listo.


Se acerca a mí, y me sujeta la muñeca. Me asusto un poco por su rapidez, resulta que es muy ágil, más de lo que
esperaba para un tipo tan alto y fuerte, porque lo es. Un tipo raro, alto, fuerte y atractivo, a pesar de su poco seso.


Pero, no se puede tener todo.


A nuestro alrededor, más de un coche ha parado curioso ante lo que sucedía, y sin duda alertado por las voces de
una dama en apuros.


Su cuerpo se pega tanto al mío, que siento que consume todo el oxígeno a nuestro alrededor. Jadeo, pero no de
miedo es una sensación extraña, hay algo en él, oscuro y a la vez atrayente.


– Si estuviésemos a solas, te daría la vuelta y te la metería por detrás.


Las rodillas me tiemblan, sus palabras me dejan sin respiración, y las palmas de mis manos empiezan a sudar.


Ese hombre, ¿quién es? ¿Por qué ha aparecido así de repente?


No sé qué decir, ésta vez, mi lengua viperina demasiado larga, no me ha salvado de la situación, por el contrario,
estoy atrapada. Asustada. Esa es la palabra, ese hombre me asusta.


Trato de hablar, de decirle alguna de mis maravillosas e ingeniosas frases afiladas, pero no doy pie con bola, estoy
muda, y es la primera vez que me sucede algo así.


Él vuelve a mirarme de forma seductora y me sonríe...


– Si quieres arreglar lo nuestro, tendrás que tomar un café conmigo. Aquí tienes mi número de teléfono, tan solo
llámame.


Me deja, y siento de nuevo cómo se llena mi alrededor de aire fresco. Ese imbécil me ha dejado sin aliento, y sin
palabras.


Observo como se sube en su flamante Audi A6 y me deja mi BMW X1 hecho un asco.


Cuando pasa a mi lado, me sonríe de forma encantadora.


La verdad, es que si dejamos a un lado que es un pedante como la copa de un pino, el tío, es muy atractivo.


Me quedo allí, sin saber que decir, o pensar. ¿Arreglar lo nuestro? Pero, ¿qué nuestro?


Una voz masculina, me saca de mi mundo caótico.


– Se encuentra bien, ¿señorita? Lo he visto todo, incluso he fotografiado la matrícula del coche, por si desea denunciarlo.


– Sí...sí gracias, estoy bien, y sí, me gustaría denunciarlo.


No puedo seguir hablando, mi mente sigue perdida en lo ocurrido.


Un coche de la guardia civil. ¡Genial! No voy a llegar a trabajar hoy.


La guardia civil toma nota a los otros conductores que se han ofrecido muy amablemente a testificar que el otro coche tuvo la culpa, y me piden que les acompañe al cuartel, que además está como a un kilómetro.


Accedo y mientras los sigo, llamo a mi jefe.


– Carlos, soy yo Paula. Verás, he tenido un pequeño accidente.


– ¿Pero estás bien? – pegunta preocupado.


– Sí, sí, no te preocupes, es sólo que he de ir al Cuartel de la Guardia Civil, a poner la denuncia. El tipo se ha marchado después de darme el golpe.


– Esta bien, no te preocupes, tomate el día libre, nos arreglaremos.


– Está bien, gracias.


Carlos, es un tipo más o menos legal, es mi jefe. No es un gran jefe, pero no está mal. Aparco donde me indica el
civil que llevo delante.


Me bajo del coche y los sigo hacia dentro.


Cuando entro en el sitio, plagado de hombres uniformados, observo como vuelven la mirada hacia mí. Sí, lo sé, es un fastidio medir casi un metro ochenta. No es lo frecuente en una mujer. Así que ni me molesto por eso ya.


Oigo las risitas ahogadas de algunos de los más jóvenes, suspiro y me digo a mí misma, que soy una mujer hecha y derecha, que las bromas que me gastaban en la adolescencia por mi altura y delgadez, como llamarme jirafa,
farola, y un largo, muy largo de etcéteras, ya están lejos. 


Ahora, esas cosas no me afectan.


– Siéntese aquí señorita, ahora mismo, la atenderá nuestro Capitán.


– ¿Su Capitán? – pregunto extrañada – ¿Por qué él? ¿Acaso no tiene cosas más urgentes que tratar que esto?


– No lo sé señorita, tan sólo nos han informado que el mismo se encargará de tramitar la denuncia.


– Está bien – digo, pero no lo está. No hay nada que esté bien, en ésta situación irrisoria.