lunes, 11 de diciembre de 2017

CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)





Aparco el coche sin prestar mucha atención a cómo lo hago. 


Ahora solo deseo refugiarme en los brazos de alguien, de Liliana.


La desesperación se ha apoderado de mí y noto como me tiembla el labio por la rabia.


Liliana vive en un alto edificio, en el ático. Así que me esperaba un largo paseo en el ascensor. El ascensor, los odio.


Todos los días subo a uno porque no me queda más remedio, pero es algo muy difícil para mí.


Siempre les he tenido miedo a los espacios pequeños y mas si estos se elevan en la altura, dejando mis pies separados del vacío por solo una pequeña capa de cemento y metal.


Un escalofrío me recorre la columna, como siempre que monto en uno de ellos y los odio aún más, porque cada vez que me subo a un trasto de estos, recuerdo con intensidad mi encuentro con Pedroahora, después de tanto tiempo, sé su nombre. Al menos, este paseo no será tan largo como en mi oficina que tengo que subir a la planta veintitrés, lo que no me dejará mucho tiempo libre para pensar en Hector y en Pedro, en ambos.


Paso no sin esfuerzo y apoyo mi espalda contra la pared de espejo, dejando que la barra dorada se clave en mis lumbares.


Aun siento dolor, eso debe ser una buena señal. Una señal de que no estoy muerta.


Observo la puerta cerrarse y de nuevo las lágrimas acuden a mis ojos como un torrente.


—¡Espere! —grita una voz.


Pero no deseo subir con nadie. Hoy no. Otro día, puede. 


Pero no quiero que nadie me vea llorosa y ademas con un ataque de pánico dentro del cubículo.


Pulso el botón para que las puertas se cierren más aprisa, pero no lo consigo y la pierna del hombre impide que las puertas se cierren.


Entre lágrimas le veo. Primero deseo gritar, luego la confusión de qué hace allí se apodera de mi.


¿No es bastante que me engañen? ¿Ahora también tengo un acosador?


—¿Paula? —escucho su voz sorprendida.


Parece que en realidad no esperaba verme aquí, o tal vez, es mi juicio nublado.


Pedro, ¿qué haces aquí? ¿Ahora me acosas? ¿Me has seguido? Apártate de mí o llamaré a la policía — mi voz suena compungida.


—Bueno, eso tendría gracia — susurra para si mismo —. Lo siento — continúa — solo estoy aquí porque vengo a ver a un amigo.


—¿Qué casualidad vedad? — le digo mientras le observo entre mis párpados entrecerrados.


—¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? — su voz ahora suena seria.


—Nada que te interese.


—Está bien y tú, ¿a dónde vas piernas largas?


—A ver a mi amiga. Vive aquí.


—Que casualidad —dice él.


—Sí, mucha, demasiada para ser real — murmuro.


Dejo de mirarle y de hablarle y permito que mi miedo a los ascensores tome el control, al menos durante este tiempo dejaré de pensar en él, bueno en ambos.




CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)





Por la mañana, me miro en el espejo y grito. Sí grito, porque no se puede ver uno peor.


Mis ojos están rodeados de círculos violáceos e hinchados por la falta de sueño. Mi rostro en general está inflamado por la falta de sueño y por las lágrimas que he derramado.


Sé que quizás le doy mucha importancia a un asunto así, tan trivial, solo fue un beso y un beso se lo lleva el viento, no es como si hubiésemos mantenido relaciones, aún así ... me carcome por dentro.


No por el beso, sino porque me gustó. Porque despertó el sentimiento que llevaba tiempo oculto en mi interior.


Me he pasado la noche debatiendo conmigo misma, por un lado, reprendiéndome por ser débil y caer en los brazos del primer hombre guapo que me rescata y la otra, rememorando su beso, su caricia.


Y cada vez que pienso en lo segundo, no puedo evitar sentir ese calor de nuevo en mi estómago, recordándome que todavía sigo viva.


Viva.


Suspiro y y me meto bajo el agua caliente que ayuda a desentumecer mis músculos. Me he pasado la noche en posición fetal, tratando de protegerme a mí misma, así que la espalda me duele por lo incómodo de la postura.


Poco a poco me relajo. Cierro los ojos y dejo que el agua caiga por mi abundante melena trigueña con reflejos dorados, una herencia materna.


Tengo el pelo muy liso y largo y me gusta llevarlo así, porque a Hector le gusta.


Me lavo bien y froto incluso mis labios, como si eso fuese a borrar el recuerdo que me persigue. Pero no lo hace.


Al posar mis dedos sobre ellos de nuevo siento sus labios, su caricia.


Me pregunto, que secretos guardaran sus ojos profundos y tristes y porqué está solo. No será por falta de atenciones femeninas, aunque no le dije nada para no agrandar su ego, pude notar como las mujeres que ocupaban las mesas de la cabaña, le miraban hambrientas.


Podía verlas como lobas con las fauces abiertas y salivantes.


Aunque no puedo recriminarles nada, actué igual la primera vez que lo vi y le pedí que me devorase en ese trasto metálico colgado veinte plantas sobre el suelo y no me importó. Nada. Excepto el placer infinito que me hacía sentir.


Sin embargo, el no prestó atención a ninguna excepto a mí. 


Todavía recuerdo como retiró mi silla, como me puso su chaqueta, como durante toda la noche he estado buscando y absorbiendo su olor en mi cuerpo.


Estoy delirando, me he vuelto loca de repente y deliro, esa es la única explicación posible.


Me visto para ir al trabajo. Se me da bien la informática y los idiomas, así que trabajo de secretaria/ asesora del presidente de una empresa americana.


Me encanta mi trabajo, excepto lo de traer cafés. Por lo demás, esta bien, gano un buen sueldo y de vez en cuando, obtengo viajes al extranjero gratis, ¿qué más puede pedir una chica de pueblo?


Sé que cuando me case no trabajaré más. Hector lo repite una y otra vez, que después de la boda vendrán los niños y desea que yo los cuide en casa, pero a pesar de que deseo hijos no tengo claro que quiera estar en casa cuidando de todos.


Pero como todo en mi vida desde que conocí a Hector, está planeado por él y yo solo me dejo llevar por la corriente, como una triste hoja que se ha soltado de su rama antes de hora.


Al principio me revolvía, pero con el paso del tiempo he ido dejando que el venciera la batalla de forma silenciosa y me he acostumbrado a que lo solucione todo. Todo. Incluso cambiar una maldita rueda del coche, si hubiese sabido lo que iba a depararme el destino por ser tan torpe con eso...


Pero ahora, no hay manera de dar marcha atrás. Así que tomo un café rápido y cojo una barrita de cereales y me dirijo hacia mi trabajo.


El día está tan horrible como yo, lo paso distraída y mirando al teléfono cada dos por tres para ver si Hector ha contestado mi mensaje, pero nada.


Dudo y quiero llamarlo, pero no puedo. No sé con certeza si allí son seis horas menos, ochos horas menos...


Mi jefe me riñe porque estoy en las nubes, pero de forma cariñosa. Es un buen hombre.


Salgo a comer y vuelvo a mirar el teléfono y todavía nada. 


No tengo noticias de él, así que decido que no importa y que ya esta bien, y lo llamo.


Al menos el teléfono da la señal. Espero pacientemente a oír su voz, sin embargo no escucho la voz de él.


—¿Sí? —contesta una suave voz femenina entre risas del otro lado.


—Lo siento, creo que me he equivocado —me disculpo.


Y cuando voy a colgar oigo la voz de Hector preguntando, ¿Quién es?


Cuelgo y las lágrimas se desbordan. ¿ Está con otra mujer?


¿Por eso no ha regresado? ¿Me engaña?¿ Será solo una compañera? ¿Se acuesta con ella?


Todas la preguntas y la frustración se meten de repente dentro de mi cuerpo y no soy capaz de contener los sollozos.


Corro hasta el baño, necesito tranquilizarme, estoy en el trabajo y no puedo dejar que me vean así frágil y vulnerable.


Me calmo todo lo que puedo y regreso a mi puesto de trabajo. El resto de la tarde, me la paso concentrándome en mi tarea, agobiándome con trabajo para no hacer frente a lo que he escuchado por teléfono, tal vez, si hago como que ha sido todo producto de mi mente deje de ser verdad.


Salgo casi a las diez, la noche es fría y me abotono el abrigo hasta arriba. Respiro hondo y trato de calmarme mientras busco mi coche en el garaje, pero no puedo aguantar más, junto a la puerta del conductor, rompo en lágrimas.


Subo al coche, pongo el seguro y conduzco con la vista empañada por las lágrimas.


No se a dónde me dirijo, solo sé que no puedo estar en casa sola, arropándome de nuevo con mi propia piel, necesito alguien con quien hablar.


Liliana. Ella es la única. Ella me entenderá.


Conduzco de camino a su casa y recuerdo por todo lo que pasó ella antes de encontrar a Rodrigo, el gran amor de su vida.


Ahora, están felices juntos, esperando que les otorguen la custodia de un niño. Ella mejor que nadie sabe lo que es pasar por una ruptura o una infidelidad.


La conocí de casualidad, hace poco más de un año. Me cayó bien enseguida, es del tipo de persona que al verla tiene algo que no encaja, una frialdad que oculta su verdadera personalidad, agradable y bondadosa.


Ella me contó como su marido, la engañó e incluso tuvo un hijo con otra mujer y cómo conoció a Rodrigo, que al principio solo deseaba vengarse de su marido por estar con su esposa pero después, cuando la fue conociendo se enamoró de ella perdidamente. Tanto como para confesar lo sucedido.


¡Era una historia tan romántica! Cada vez que pensaba en ella sentía una pequeña punzada de celos, yo no había tenido una historia tan agradable para contar.


Hector yo nos conocimos en el trabajo, el fue el primero en interesarme de verdad después de lo sucedido aquella maldita noche, cansada de encontrar algo de él, una sombra, un color de ojos, el rastro de un tatuaje que me atormentó durante muchas noches. Y después, cuando lo di todo por perdido apareció Hector, amable, cariñoso, paciente y al final, después de insistir, cedí.. Así que la misma aburrida historia de siempre, ¿y ahora?


Ahora, ¿qué? No tenia la respuesta a esa pregunta. ¿Habría sido mi imaginación? ¿Quizás el no era la voz del fondo? Pero entonces, ¿ por qué no me había llamado?


No entendía nada, solo quería llorar sin parar, vaciarme, dejar que todo saliese de mi cuerpo y sobre todo, no deseaba pensar mas en él. Había algo en Pedro, que me hacía desear estar con él sin importar nada más. Y tal vez ahora, solo ahora, era mi oportunidad de devolverle la jugada a Hector.


Así al menos estaríamos en paz, aunque no era un consuelo muy agradable.


Había pasado la noche entera sintiéndome fatal por un simple beso y ahora miles de imágenes de Hector entre las piernas de otra mujer no dejaban de punzarme en los ojos.


Aunque cerrase los párpados, ahí estaban otra vez.


CAPITULO 13 (SEGUNDA HISTORIA)





Después de vaciar todo el contenido de mi estómago, me siento mejor. Me dirijo al salón y enciendo la tele, aunque no me apetece ver nada de lo que ponen, la dejo con la voz muy bajita y me cubro con una manta para calmar un poco la tiritera.


Me siento...extraña. No sé, si todas las parejas o la gran mayoría de las que llevan saliendo tanto tiempo creen que lo natural es dar el siguiente paso, que incluye un vestido blanco y un ramo de flores, pasan por lo mismo que yo. No sé, si será el mal día que llevo, su recuerdo que ha despertado, su sonrisa, su mirada o esa forma de tratarme, como si yo ya fuese suya, aunque no me haya dado cuenta, lo que me hace dudar.


Pero estoy hecha un lio, solo puedo pensar en la cara que pondrá Hector al saber que he besado a otro hombre.


Sí, porque yo le he devuelto el beso y eso no es lo peor, lo que más me mortifica es que me ha gustado tanto que no he podido quitármelo de la cabeza, ni siquiera mientras estaba con la cabeza metida en el vater.


El tacto rudo de sus manos sobre mi espalda, en mi nuca, su boca sobre la mía y el fuego que ha encendido en mi interior, ese mismo que yacía extinto, me amenaza ahora que se ha despertado, con explotar igual que un volcán derramando lava ardiente, sólo que la derrama sobre mi piel.


Me abrazo las rodillas aún temblorosas y no puedo evitar recordar que estoy o voy a estar, prometida.


Y que no puedo dejar mi vida sin más, por un simple beso, por el recuerdo de una noche que me ha atormentado muchos años y que para él, pasó desapercibida


He de comportarme como la adulta que soy y solo un beso, no puede cambiar el resto de mi vida.


Sigo tratando de convencerme a mí misma de todo esto, mientras cojo el teléfono para poner un mensaje a Hector sin tener claro la hora que es allí, en Venezuela, pero no me importa, cuando pueda que me conteste.


Así que le escribo, con manos mentirosas y temblorosas, que lo extraño muchísimo en el día de hoy y que echo de menos sus besos. 


Las lágrimas queman dentro de mis ojos y parpadeo para retenerlas. ¿Cómo puedo decir una mentira así?


Pues porque necesito aliviar la culpabilidad que ahora mismo me ahoga. Siento una mano dentro de mi pecho, que me aprieta fuerte y no me deja respirar.