jueves, 21 de diciembre de 2017

CAPITULO 17 (TERCERA HISTORIA)






Permanecí unos instantes más apresada a esa argolla, sosteniendo mi propio peso con las muñecas y rayando en el dolor que se intercalaba con las oleadas de placer que aún me sacudían. Su cuerpo sudoroso permanecía dentro del mío y la quietud solo se empañaba por nuestras respiraciones entrecortadas tratando de regresar a la normalidad.


Cerré lo ojos y traté de enfocar, desde luego las cosas no habían salido como esperaba y ahora que el velo espeso del
deseo se desvanecía y podía mirarle fijamente y con claridad, me daba cuenta de lo peligroso que era.


Sus ojos me traspasaban el alma y ahora, la palabra siempre no me parecía tanto tiempo.


El pensamiento me asaltó igual de rápido que lo deseché, pero el miedo se instaló en la boca de mi estomago ahogándome, ¿o eran las condenadas mariposas revoloteando con furia después de tanto tiempo ocultas en sus crisálidas?


Pedro notó mi incomodidad pero siguió dentro de mí, resistiéndose a alejarse.


— ¿Qué ocurre Paula? No me dirás que no has disfrutado — dijo con suficiencia.


— No debió haber sucedido, por favor, déjame marchar — dije todo lo seria que pude.


— ¿Estás segura? — masculló entre dientes — . ¿No habrá otra oportunidad?


Era un imbécil, sus comentarios lo ratificaban y a pesar de todo, ahí estaba, perdida en su cuerpo sudoroso y en su
mirada profunda.


— Sí, estoy totalmente segura. Esto es algo que nunca va a repetirse, te agradecería que me soltaras.


— Mientes.


— No miento. Cree lo que quieras.


— Noto como de nuevo estas húmeda.


— Es la humedad que ya estaba en mis piernas.


— No, es una humedad nueva, que nace cada vez que me muevo suavemente dentro de ti, ¿ lo notas?


¡Mierda! ¿Por qué me gustaban tanto su embestidas? Ahora era suave y no rudo, y era verdad que estaba despertando mis ganas, las avivaba añadiendo nueva madera a la hoguera que aún crepitaba suavemente.


No quería, pero no puede resistirme, cerré los ojos y me dejé mecer por su cuerpo, que me trasladaba de nuevo a las olas que arrasarían mi alma, prometiéndome que sería la última vez.


— Por favor — jadeé — , detente.


— No creo que quieras que pare, estás mintiendo.


— Si, te miento, ¡maldita sea! Pero quiero que pares.


— ¿Qué te asusta Paula?


— Nada, no tengo miedo de nada.


— Vuelves a mentir. ¿Te olvidas que soy un experto en interrogatorios?


— ¿Cómo olvidarlo? Te pasas todo el día presumiendo de tus logros, como si necesitaras una ración extra de autoestima, en realidad me pareces un niño que lo pasó mal en su infancia, falto de cariño y acomplejado.


— Puede que guarde todo eso , pero tendrás que pasar más de un rato conmigo para develarlo. ¿Te tienta?


— Nada en absoluto — gemí mientras su vaivén se volvía más salvaje.


— Vuelves a mentir. ¿Qué te asusta Paula? — preguntó de nuevo pellizcando mi sexo y haciendo regresar a la maldita
bruma.


— Me asustas tú, Pedro — susurraron mis labios traicioneros antes de poder callarlos.


— ¿Te asusto yo?


Ahora su voz sonó sorprendida y su vaivén enloquecedor se detuvo, pero no iba a quedar ahí la cosa. No se lo permitiría, había encendido de nuevo las brasas y acabaría lo que había empezado. empezado.


Enredé mis piernas con fuerza a su cintura y lo atraje hacia mi, era difícil agarrarle sin manos pero mi boca se ocupó de mantenerlo cerca. Le besaba con ansia, mordía su labio inferior con rudeza, pasaba mi lengua tan húmeda como mi sexo por su boca sedienta y hambrienta de mi.


Los jadeos y los gemidos se mezclaban los unos con los del otro, llegó un momento, que enloquecí tanto que dejé de saber donde acababa el y donde empezaba yo. La línea se había difuminado hasta casi desaparecer.


Lo sentía parte de mi y me gustaba. Una loba hambrienta que había despertado y devoraba a otro lobo, porque los corderos no tenían tan buen sabor.


Apreté más las piernas y me incliné hacia atrás colgada como estaba por mis muñecas. Aullé arrastrada por el placer, sentí que mi mente volaba libre, muy lejos que mi cuerpo se consumía por las llamas del deseo y de la pasión que alimentaban mi infierno y sus manos acariciaban mi cuerpo como lenguas de fuego para dejar sus huellas sobre él.


Sus embestidas se volvieron duras, animales, casi hasta el borde del dolor, enseñándole a mi cuerpo quien mandaba
de los dos y mi cuerpo débil por el placer y consumido por el anhelo, se había rendido sin oponer mucha resistencia.


— Me muero de ganas porque me lo pidas — musitó sudoroso.


— ¿Que quieres que te pida Pedro?


— Que te devore. Que te devore por siempre.


— Nunca vas a escucharlo de mi boca — jadeé.


— Tarde o temprano lo harás pero, ¿sabes? No quiero oírlo de tu boca, deseo escucharlo en los latidos de tu corazón, quiero que cuando me veas se te corte el aliento, te suden las manos y tu cuerpo clame por tenerme dentro, como si fuese el aire para tus pulmones, el alimento para tu cuerpo, la sangre de tus venas, como si fuera una droga de la que no puedes dejar de depender... Eso deseo ser.


— No lo entiendo Pedro, ¿por qué ?


— Porque eres mía, pero no te quieres dar cuenta. 


-No seré tuya, ni de nadie.


— ¿Por qué?


— Porque el amor duele... — confesé.


Me miró otro instante penetrándome, desnudando mi alma y su cuerpo abrazó el mío, sus embestidas me trasportaron
entre gemidos, chillé un orgasmo abrasador que necesitaba alejar de mi cuerpo para no morir entre llamas. Sus gemidos unidos a los míos, clamando a la par.


La soledad del lugar se rompió con el jadeo de nuestros cuerpos. Estaba agotada, extasiada. Había conocido al Dios del Éxtasis, que tenía la capacidad de dejarme al borde de la muerte.


Derrotada cerré los ojos con fuerza, no tenía sentido luchar cuando uno sabe que la batalla está perdida.


Me descolgó y me posó con suavidad sobre una cómoda butaca.


Desapareció unos segundos de mi vista y fui incapaz de abrir los ojos para ver a dónde se dirigía o qué era lo que
pretendía.


Al cabo de unos eternos segundos en los que todo a mi alrededor se había quedado frio, apareció con un paño húmedo para lavarme entre las piernas con cuidado, las sentía algo doloridas y muy húmedas.


Después untó un poco de crema alrededor de mis laceradas muñecas.


Quise abrir los ojos para ver como estaban pero no tenía fuerzas.


Una suave manta con olor a lavanda, abrazó mi cuerpo y lo último que pude recordar fue el sonido de un beso en mis labios, dulce y sincero antes de dejarme ir.



CAPITULO 16 (TERCERA HISTORIA)





La tensión en mi estómago me avisó de su llegada. Me imaginé al borde del abismo, esperando una leve ráfaga de
viento que me empujase al vacío. El vacío de sus ojos, de su mirada, al pozo oscuro de su garganta repleta de mis gemidos, unos jadeos que Pedro no dejaba escapar porque los deseaba todos para él, el artífice de tanto placer.


Sus envites se aceleraron, parecíamos un animal salvaje, eramos puro fuego.


Gemí y aullé clamando a la luna que no podía ver su nombre.


Y así, con su nombre muriendo en mis labios y sacudida por la oleadas de placer que me había regalado exploté en un orgasmo bestial que me dejo exhausta, feliz y satisfecha al escuchar que su fin se unía al mio. Dos moribundos unidos al final de sus vidas.


Su cuerpo pesado contra el mio me empujó hasta la pared fría, no me importaba que fuese una pared mohosa, no me importaba estar colgada de las muñecas, solo me importaba que el seguía dentro de mi, que estaba con él.


Solo importaba lo que me había hecho sentir, el placer que me había regalado.


Me había entregado todo lo que nunca habría imaginado tener. Sobrecogida por la fuerza del sentimiento abrumador que se había adueñado de ambos, supe que iba a ser el primero encuentro de otros, porque entendí que con un solo
encuentro mi alma no se había satisfecho, por el contrario se había quedado con ganas de más.


Mucho más.



CAPITULO 15 (TERCERA HISTORIA)






Lo tenia muy cerca. Con una sola mano abarcaba mis dos muñecas, las sostenía con fuerza. Traté de zafarme pero era en vano, no tenía nada que hacer contra su fuerza.


Le miré a los ojos y vislumbré satisfacción y deseo. Su mirada se había oscurecido y me observaba intensamente.


Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y al sentirle tan cerca mis pezones reaccionaron elevándose y endureciéndose, como buscando su roce, su calor.


— Puede usted permanecer en silencio, señorita — murmuró su boca muy cerca de la mía, tanto que su aliento me mareó, me calentó la sangre y humedeció mis bragas.


En ese instante lo supe, ese hombre sería capaz de robarme el aliento, la razón, el corazón y lo que era peor; el alma. Lo
único que nunca había entregado.


Era mezquino, cabezota, soberbio y a pesar de todo, tenía algo animal, salvaje que yo conseguía que aflorara a la
superficie con mucha facilidad y eso me atrapaba sin saber porqué.


Desde la primera vez que lo vi, supe en el fondo de mi alma a pesar de negarme a aceptarlo, que al final acabaría atrapada en su red, tejida de puro deseo y masculinidad.


Su boca se cernió sobre la mía por sorpresa y ahogué un jadeo que su lengua aprovechó para introducirse en la mía. Morosa acarició cada recoveco de mi húmeda boca, saboreándome despacio pero de forma profunda.


Cuando no era capaz de contener mis gemidos, interrumpió el beso igual que había comenzado, con la misma salvaje brusquedad.


— Todo lo que diga — susurró entre jadeos mientras la mano que no necesitaba para retenerme dibujaba la forma de mis curvas — , puede ser utilizado en su contra.


Calló mientras su mano acababa entre mis muslos, notando la humedad y acariciándola después.


No supe qué hacer o qué decir, yo era capaz de mentir, mi boca disimular la verdad de mi mente, mis palabras podían ser embusteras, pero mi cuerpo traicionero no era capaz de controlar lo que sentía al estar junto a ese imbécil.


Sacó los dedos de entre mis piernas mojadas con la mirada brillante y se los llevó hasta la nariz, olió mis efluvios y eso me impactó y a la vez me excitó.


A continuación con un gesto suave y sensual se los acercó a la boca y lamió los jugos de mi sexo que impregnaban la piel de sus yemas.


Jadeé. Era lo más condenadamente sexy que había vivido nunca.


— De una excelente cosecha, señorita — susurró al sacar los dedos de la boca.


Gemí mientras me mordía el labio inferior, me iba a volver loca y cuando pensé que no había nada que pudiese hacer para excitarme aún más, posó sus dedos dentro de mi boca para que degustara mi propio sabor.


Quería gritarle que se alejara, deseaba salir corriendo de su lado pero, ¿para qué mentir? Ya estaba todo perdido, no
era capaz de pronunciar un no en ese estado embriagador que me hacía perder la poca razón de que disponía, así que mejor dejaba que todo siguiera su curso y disfrutaba del momento.


Acepté de buen grado sus dedos y los lamí y chupé mientras le miraba, tratando de que mis ojos no expresaran
mis sentimientos.


El cerró los ojos ante el acto inesperado, sin duda había sido una sorpresa mi rendición porque estaba segura que no esperaba que me sometiese, nunca.


— Me vuelves loco, Paula — musitó rompiendo un silencio plagado de jadeos.


— No entiendo porqué, no te lo he puesto fácil.


— No me gusta lo fácil.


— ¿Por qué?


— Porque es aburrido.


— Entonces yo soy pura diversión — sin saber por qué de repente mi aliento se contuvo, expectante de sus palabras.


— Si, lo eres y mucho más, pero ahora mismo no deseo hablar.


— ¿Y que te apetece hacer? —pregunté sonriendo.


— Follarte — dijo sin pensar.


Al escucharle, sentí como mis piernas se calentaban hasta el punto que pensé que mis efluvios iban a comenzar a hervir.


Era rudo, altanero y un animal salvaje que me deseaba... tanto como yo a él.


— Puede llamar a un abogado … — siguió relatándome mis derechos.


Pero yo no era capaz ya de escuchar, ver o sentir nada que no fuera él.


Le besé con furia a pesar de mi limitada movilidad, Pedro me apretó aún mas fuerte contra su cuerpo, nuestras lenguas se enredaron, su mano me acariciaba los pechos que clamaban por más caricias, mi cuerpo se arqueaba para conseguir más de él.


Sentía su miembro rozando mi sexo, firme, fuerte, caliente... y quería más.


El beso se hizo más profundo arrancándome jadeos descontrolados, entonces, de repente, me vi sujeta de las muñecas y los pies golpeando el aire.


Miré hacia arriba y entonces vi qué había sucedido.


Justo sobre mi, en la pared, había dos argollas colocadas y me había esposado a ellas.


— Toda mía — susurró.


Y levantando mis piernas las entrelazó alrededor de su cintura. Alzó mi falda con apremio y el movimiento brusco hizo crujir la suave tela, pero, no me importaba si la destrozaba. Solo podía pensar en él dentro de mi aliviando la tensión acumulada durante este largo día.


Dio un fuerte tirón a mis bragas que se rasgaron y quedaron colgando de uno de mis muslos. Sus dedos se acercaron hasta mi pubis y pellizco la zona sensible, despacio, para regalarme un placer infinito. Su dedo se introdujo dentro de mi, mientras su pulgar me regalaba caricias justo en el punto más delicado.


Estaba colgada de unas argollas, no podía hacer nada para librarme o huir, estaba a su merced y no me importaba, no sentía miedo, solo podía desear que me penetrara y me hiciera suya de una vez, que aliviara la tormenta de placer, deseo y lujuria que había encendido en mi cuerpo.


Pensé que esas argollas deberían haberse usado antaño como método de tortura, de castigo. Y ahora retomaban su función porque sus manos castigaban mi sexo ardiente dándole un placer que aumentaba sin ver su fin y mis entrañas gritaban que me penetrase ya.


Pero no iba a pedirlo, no lo escarcharía de mi boca. En eso no estaba dispuesta a ceder.


— Pídeme que te devore — susurró cerca de mi rostro, dejando que su aliento me nublase por un instante y perdiese la cordura.


Porque deseaba pedírselo; que me devorase, solo una vez, no debía de ser diferente de los demás con los que había estado, solo una vez y se me pasaría la puta obsesión, el encanto se marcharía como siempre, después del orgasmo llegaba la decepción.


Una vez que conseguía mi objetivo, perdían interés y Pedro podría pasar a engrosar la larga lista de hombres que solo habían pasado una noche conmigo sin dejar ninguna huella.


— Está bien — susurró al ver que no decía nada — . Tiene derecho a un abogado — continuó mientras devoraba mi boca sin descanso, haciéndome notar todo el placer que me negaba a mí misma.


— Quiero un abogado.


— Lo llamaré.


— ¿En serio? — pregunté inocente, creyendole.


— Si claro, puede mirarnos, ¿prefieres hombre o mujer?


No podía hablar en serio, ¿o si?


Por un instante,mi duda me dejó aturdida y el aprovechó ese titubeo para de nuevo atacar mi cordura.


Se arrodilló frente a mi, colocó mis piernas en sus hombros fuertes y tensos y entonces su boca lamió repetidas veces mis labios, húmedos por la excitación que despertaba en mi.


Su lengua sedosa trasladó a mi cuerpo a un mundo desolado por el volcán que este hombre encendía en mi interior.


No era capaz de conseguir que mi boca articulase otra cosa diferente a gemidos o jadeos. Eché la cabeza hacia atrás aullando a la luna que se ocultaba tras el techo mohoso y dejé que me devorase.


No se lo iba a pedir, no porque no lo deseara más bien por mi orgullo tonto, pero en esta situación de descontrol tampoco se lo iba a impedir.


Me estaba volviendo loca con su lengua procurando caricias húmedas a los ya mojados pliegues de mi intimidad, sentía el corazón latiendo dentro de mi sexo, en mis oídos sordos por los jadeos, en cualquier lugar excepto en dónde le correspondía estar.


Uno de sus dedos se introdujo en mi y su lengua se colocó sobre mi clítoris, describiendo suaves y dulces círculos,
pulsando con delicadeza el centro de mi placer.


El aire me faltaba, mi cuerpo estaba tenso, sabía que se aproximaba la liberación, me gustaba tanto sentir su lengua ahí... mis caderas se morían por estar más cerca de ese hombre y se movían a duras penas por la postura, hambrientas por ese que alteraba mi razón y al que incluso odiaba un poco.


Uno que deseaba tener tan lejos de mi... y a la vez tan cerca. Podía verme junto a él, imaginar un futuro juntos incluso, si
todas las noches eran así.


— Dímelo … — susurró deteniendo el placer.


Y ganó, mi boca aprovechó la neblina de mi mente y dijo las palabras.


— Devórame — . Fue un susurro, apenas audible, pero le bastó.


Se levantó sin sacar su dedo de mi, mientras me acariciaba y observaba, podía ver los restos de mi esencia en su tez y deseé probarme de su boca.


Pareció adivinar mis pensamientos o tal vez los había expresado en voz alta, todo era posible en la confusión en la que me hallaba.


Su boca se hizo con la mía casi con violencia, su dedo desapareció y mi protesta se hizo una con el gemido que su boca se tragó, mientras su miembro me penetraba con fuerza. Llenándome.


No quedó una parte de mi que no se sintiera completa con él dentro. Sabía muy bien en su boca, su sabor mezclado en el mio era una mezcla explosiva.


Sus manos en mis nalgas me apretaban fuertemente y así suspendida de las muñecas me folló como nunca en mi vida.


No podía dejar de gemir, jadear y susurrar que no parase, mientras notaba como el fin se acercaba.