sábado, 2 de diciembre de 2017

CAPITULO 26 (PRIMERA HISTORIA)





Cogimos un camino de tierra poco frecuentado y nos internamos en el espesor del bosque de abetos y pinos. El suelo desprendía un agradable olor por la gran cantidad de agujas que lo cubrían de los pinos cercanos.


El aroma era delicioso, y el claro, junto a un pequeño riachuelo de agua helada de la nieve que se deshacía lentamente, le daba un aire mágico


Nos bajamos de la moto, y me deshice del casco, traté de ordenar mi melena revuelta y él sonrió


-No hace falta, me parece que estás preciosa con el pelo revuelto. Así es cómo te imagino siempre que no estamos juntos. Tu pelo revuelto, tus mejillas encendidas, casi sin aliento y cubierta tan solo por una sábana blanca.


– ¿Sólo soy eso para ti?


– Sólo, ¿qué?


– Sólo sexo. Sólo placer.


– Si fueras sólo eso, ¿no crees que habría acabado hace mucho?


– No lo sé. Eres tan críptico


– Ven, te voy a enseñar a montar en moto.


– ¿En serio? – ¿por qué mi voz había sonado desilusionada?


– Sí, ven. Sube delante de mí.


Hice lo que pidió. Subí encima de él. Me hubiese dado vergüenza en otra situación, pero ahí, perdidos en mitad del bosque, sin nadie a nuestro alrededor, y después de haberme visto desnuda en tantas ocasiones, me pareció divertido. Decepcionante, pero divertido.


Alcé la pierna sin importarme que todo quedase al descubierto y me coloqué sobre la moto. Notaba su cuerpo tras el mío, la calidez de la chaqueta, de sus pantalones suaves, y prietos, sus manos alrededor de mi cintura...


– Agarra el manillar.


Asentí


Una de sus manos levanto mi falda dejando mi trasero al aire.


– Veo que hoy no llevas bragas.


– ¡Sí llevo! – protesté.


– Eso no son bragas, es tan sólo un fino hilo. Puedo ver tu perfecto culo entero.


Me giré para mirarle. Me encantaba verle mirarme de esa forma extraña entre admiración y adoración.


– ¿Te gusta lo que ves?


– Me encanta, como tú entera. Eres perfecta para mí, encajas en mí a la perfección.


Su dedo índice se coló por debajo de la fina tela y comenzó a moverse de arriba abajo, con la pequeña tira de tela entre sus dedos. Sentía cómo su mano acariciaba ambos cachetes a la vez.


– ¿No ibas...-- dije entre jadeos – a enseñarme a montar en moto?


– Pero me has distraído. Siempre me distraes de mis objetivos. Desde el primer día que te vi.


– El primer día, me diste por detrás


– Sí, ese día. Me distrajo esto mismo, tu precioso culo.


– Yo creo, que no es para tanto.


– No tienes ni idea. Es una obra de arte.


Sus manos ahora se volvieron más osadas. Me agarraban las nalgas, con fuerza entre sus dedos, y eso me hacía sentir mucho placer.


Me apresó los hombros, y me colocó algo más atrás, sobre él.


– He pensado – dijo mientras me besaba la espalda – que te voy a enseñar a montar en moto, más tarde. Ahora, voy a desayunar yo.


Sus manos estaban entre mis pechos. Tenían la medida perfecta. Sus manos los agarraban y masajeaban. Me incliné aún más hacia atrás, para sentirlas más si podía. Agarré con mis brazos su cuello, eché la cabeza hacia atrás, hasta dejarla apoyada junto a la suya.


Le mordí el lóbulo de la oreja, lo lamí, lo besé. Me estaba volviendo loca. Sus manos ahora acariciaban la fina tela que ocultaba mi sexo, tan húmedo que traspasaba el tejido, empapándolo.


– Me gusta que siempre estés lista para mí.


– ¿Cómo no estarlo? Sabes qué decir y hacer para calentarme.


– ¿Y ahora estás muy caliente?


– Creo que voy a consumirme. A estallar en llamas.


– Eso me gusta – susurró mientras se bajaba la cremallera de su pantalón.


Me inclinó de nuevo hacia delante, dejando de nuevo mi trasero abierto y expuesto ante su hambrienta mirada.


Apartó el fino hilo que ocultaba la entrada y comenzó a restregar su miembro duro y húmedo por mi sexo. De arriba hacia abajo, empezaba en el trasero, y bajaba con ella hasta lo más profundo de mi sexo. Humedeciéndolo todo a su paso. Escalofríos de placer me helaban la sangre.


Era delicioso sentirle así


– ¿Ni siquiera – dije jadeando – vas a quitármelas?


– No hace falta. Las retiro un poco así, ¿ves? Y entonces, puede entrar.


Y mientras me lo explicaba, me penetró. Fue un estallido eléctrico y sensual que me nubló la visión.


Estaba en esa postura extraña, agarrada al manillar de su moto y él me penetraba una y otra vez desde atrás, mientras se agarraba fuertemente a mis caderas, uniéndolas a su ritmo.


– ¿Te gusta conducir mi moto?


– La verdad, no sé si me gusta llevar esto tan grande entre las piernas.


Él sonrió Yo sonreí


Y seguimos moviéndonos al unísono.


Notaba como entraba y salía de mí, y con cada embestida, más placer sentía. Me incliné aún más hacia delante, para permitirle a él una mejor visión de lo que sucedía.Supe que mi gesto le había agradado cuando masculló.


– ¡Oh Dios! ¡Voy a morir!


Siguió entrando y saliendo de mí, cada vez más rápido. Su ritmo frenético, aceleraba mis pulsaciones, comencé a
sentir que mi placer llegaba. Me puse tensa, me quedé sin respiración, esperando la inevitable llegada del clímax


Un poco más, un poco más...y ahí estaba. Con una última embestida, el placer me inundó. Ya era familiar esa ola
devastadora que nacía en mi interior, y se extendía por todo mi cuerpo, dejándome exhausta, feliz, y sin aliento.


Al escuchar cómo él gemía a mi ritmo, me excitó aún más, y después de haber pasado, mientras le tenía todavía dentro de mí, sentí cómo todavía mi cuerpo palpitaba al son de mi sexo.


Era agradable, más que eso, era fabuloso. Nunca había obtenido tanto placer en una relación, aunque no hubiesen
sido muchas mis experiencias, estaba segura de que él, era único.


– ¿Te ha gustado muñeca, mi clase de conducción?


– Sí, pero creo que voy a necesitar más de una.


Se rio con esa sonrisa pura como de niño que me encantaba y que en escasas ocasiones escuchaba.


Bueno, podemos hacerlo cada día libre que tengamos.


– Eso estaría bien – susurré mientras me apoyaba sobre la moto usando mis manos como almohada y cerraba los ojos.


– Menos mal muñeca, que me has hecho caso y has comido algo, si no, ahora mismo estaría gritando desesperado buscando ayuda.


– Sí, seguro habría perdido el conocimiento, de hecho estoy a punto de hacerlo.


El me cogió y me obligó a girarme. Ahora estaba sentada delante de él, pero mirándole a la cara.


Tenía los ojos brillantes, y la cara cansada y feliz. A él la experiencia también le había dejado cansado.


– Me encantas muñeca. Me encantas – repitió y me besó.


– Y tú a mí – musité entre beso y beso.


– No me sacio de ti, quiero tenerte siempre en mi vida.


Le miré sorprendida, tal vez no era una declaración de amor en toda regla, pero supuse que era lo máximo que podía obtener de Pedro. De mi frio como el hielo caballero andante.


– No sé, si eso sería posible.


– ¿Por qué no?


– Estamos casados, lo olvidas.


– Ni por un segundo, no dejas de repetirlo.


– Lo siento. No pretendo herirte.


– ¿En verdad crees, que tu matrimonio va a durar?


– No lo sé, las cosas están muy mal.


– Es curioso, pero cuando tu matrimonio empeora, el mío lo hace también


– ¿Sabes? – dije divertida – deberíamos presentarlos, tal vez se gustasen y todo arreglado. Todo quedaría en familia – y reí de buena gana.


– Sí, supongo – suspiró enfadado. No le había agradado el comentario.


– ¿Qué sucede?


– Tengo que decirte algo, pero no sé cómo.


– ¿Somos amigos, no?


–Sí, los mejores.


– Entonces dispara.


– No pueden estar aquí – nos interrumpió una voz.


No podía creerlo. ¿Nos habían visto y habían esperado a que acabásemos? Me ruboricé, miraba al joven que se acercaba hasta nosotros y sólo pensaba que había estado masturbándose entre los arbustos mientras nosotros estábamos ocupados manteniendo relaciones.


Pero claro, no podía culparlo, eso pasa por practicar sexo en lugares donde pueden verte.


– Lo siento compañero – dijo Pedro – en seguida nos vamos. Y le mostró algo que sacó de su chaqueta.


– No hay problema, quédese el tiempo que quiera.


– No has visto nada.


– Nada señor.


Pedro regresó junto a mí y me besó la frente. Fue algo inesperado y tierno, y consiguió que me emocionase. El no daba muchas muestras de cariño, al menos no las habituales.


– ¿Por qué no podemos estar aquí?


– La ley prohíbe pasar por caminos de tierra con vehículos a motor.


– ¿Por qué?


– Por el riesgo de incendio. Pero ya está solucionado. Monta y nos vamos.


Asentí y monté tras él.


– ¿Qué le has enseñado? – pregunté sin poder aguantar la curiosidad.


– Mi placa.


– ¿Siempre la llevas?


– Siempre.


– ¿Dónde vamos ahora?


– ¿Te apetece ir a la playa a comer?


– Sí, me encantaría


–Entonces a la playa.






CAPITULO 25 (PRIMERA HISTORIA)






Me llevó de nuevo a la pequeña cabaña en la sierra. La carretera estaba llena de sinuosas curvas que él tomó con
maestría. El viaje me dejó impresionada, en moto parecía que se disfrutaba más del `paisaje, de los aromas. Y cada curva me brindaba la posibilidad de observar su hermoso cuerpo encerrado bajo es chaqueta ajustada de cuero que le hacía aún más atractivo.


Lo quería. No podía negarlo por más tiempo, pero no se lo diría. No podía. Si lo hacía él se habría salido con la suya, y quizás eso le hiciera perder el interés por mí, por lo nuestro, y yo no deseaba que eso pasara.


Nos sentamos en la mesa de siempre, en los últimos días, los dueños se habían acostumbrado a vernos por allí.


– Come algo.


– No me apetece.


– Deberías tomar algo más que el café. Voy a follarte encima de la moto. No quiero que te desmayes por la falta de alimentos.


– ¿Cómo puedes decir algo así durante una conversación aparentemente normal?


– Es normal entre tú y yo.


– No, no lo es. Haces que me avergüence


– No lo hagas, yo te deseo, tú me deseas. ¿Qué mejor manera de demostrarlo?


– ¿Así que lo que sientes por mí es puro deseo?


– Te deseo como nunca antes había deseado a nadie. Ya te lo he dicho en algunas ocasiones.


– ¿Durante cuánto tiempo?


– Durante cuánto tiempo, ¿qué?


– Va a durar tu deseo por mí.


– ¿Acaso mi muñeca me está tratando de decir que desea tener una relación estable y duradera conmigo? ¿No será que mi muñeca se ha enamorado? ¿Será que me ama?


– Siempre tan pagado de ti mismo. ¿Es que tu descaro y seguridad en ti mismo no conoce fronteras?


– Cuando se trata de ti, no. Haría lo que fuera para mantenerte a mi lado, tan sólo has de pedírmelo


– En el caso hipotético de que te amase, y te lo hiciera saber, ¿cuánto duraría lo nuestro?


– Así que te asusta, que si me dices que me quieres, te deje. ¿Es así?


– Supongo que sería así, pero estamos hablando de algo que ahora mismo no es real.


– Paula, no hay nada más real en el mundo, que lo que tenemos tú y yo.


Acababa de derretirme, los huesos hechos caldo, el corazón acelerado y la respiración suspendida. Abrí la boca, iba a decirle las palabras. Había derribado mis defensas como siempre acababa haciendo. Mi niño frío como el hielo, de vez en cuando mostraba algo del calor que ocultaba en su interior.


– Su café – me interrumpió una voz.


– Gracias – dijimos al unísono.


– Tráigale a ella un cruasán, un donut...o algo similar.


– Tenemos napolitanas.


– Eso servirá. Gracias. ¿Qué me ibas a decir?


Lo sabía. Pero el momento había pasado.


– Nada. Que me agrada cuando te pones en plan romántico


– Yo no soy romántico


– Lo sé, por eso me agrada.


– Come. Que ahora, te voy a comer yo.


Su mano estaba bajo mi falda, acariciándome los muslos, de forma aparentemente inocente, pero cada caricia que me regalaba, despertaba todos mis sentidos. Miles de pequeñas corrientes eléctricas que mandaban descargas de placer y se concentraban en un único punto de cuerpo, oculto entre las piernas, que no dejaba de humedecerse ante la expectación que sus palabras y sus caricias creaban en mí.


No dejé de pensar si de verdad se podía hacer encima de una moto. ¿Y dónde sería? ¿En plena calle? ¿En un garaje? ¿Cómo lo haríamos? Varias imágenes de posturas posibles rondaron mi mente Y me sonrojé, al imaginarme con la falda levantada y las bragas bajadas hasta los tobillos, inclinada sobre la moto y con el trasero abierto y preparado para él, esperando, deseando que me penetrara desde atrás, dándome el placer que sólo él me daba, azotándome el cachete justo en el momento adecuado, en el que el dolor se transformaba en el más puro placer.


Tomé un sorbo de café. Necesitaba tragarme el gemido que desea soltar ante la imagen. Sabía que me había sonrojado.


– ¿Qué piensas muñeca?


– Nada en especial, ¿por?


– Te has sonrojado – dijo mientras se acercaba a mí, haciendo nuestra conversación más íntima – seguro que estás imaginando cómo voy a follarte.


No, no, no. No podía resistirme a esa palabra tan vulgar que debería molestarme pero que me encantaba oírsela decir.


Apreté las piernas, temí que mi sexo se despegara de mi cuerpo y se refregara contra el suyo allí, en mitad de la cafetería


– Eres incorregible, Pedro.


– Y eso te gusta. Sé que te encanta.


– Si, es verdad, a mi pesar, me encanta. Me encantas tú.


– Tú me tienes loco – y me besó.


Un beso suave, tierno. Me besó los labios, una vez. Otra. Y otra más.


Deseaba salir de allí y estar con él, no podíamos usar el baño de ese pequeño lugar cuando éramos los únicos clientes.


Me zampé la napolitana en dos segundos y con la boca todavía llena de ella, di un sorbo al café. Fui hacia la barra y le di al camarero un billete de cinco euros.


– ¿Es suficiente?


– Si, le sobra... – No oí más, ya estaba fuera, esperándolo junto a la moto.


– No puedes resistirte a mí, muñeca.


– Al parecer, no – sonreí –. Ahora, hazme todo eso que me has dicho que me ibas a hacer.


Sonrió halagado se subió a la moto, me ayudó a subir tras él y arrancó hacia el lugar dónde iba a tener otra increíble experiencia sexual con él.




CAPITULO 24 (PRIMERA HISTORIA)





Pasaron los días, y cada vez íbamos conociéndonos más. La intimidad entre nosotros cada vez era más natural, yo me sentía más desinhibida y descubrí que su manera ruda de hablarme y usar esas palabras que cuando no estaba excitada me desagradaban, dichas en el momento justo, hacían que mi cuerpo reaccionará más.


Las cosas con Víctor no iban bien, apenas nos veíamos o hablábamos Yo esperaba que el diera el paso, que se disculpara, que tratase de arreglarlo.


Algún ramo de flores aunque fuese ajado con alguna nota romántica, pero nada. Él estaba en un estado de letargo que no sabía por cuánto tiempo más iba a soportar.


Apenas paraba por casa, salvo para recoger cosas suyas y algo de ropa. Su hermana, Noelia me llamó algunas veces, para preguntarme por él.


Eso me sorprendió, pues la verdad yo pensaba que él habría acudido a su hermana en una situación como ésta, de hecho yo misma, si pudiera tener esa posibilidad, me habría refugiado en los brazos de algún familiar.


Me preguntaba dónde pasaba sus noches el que todavía era mi marido, pero en realidad no me importaba. Dejando a un lado ese problema, lo demás en mi vida transcurría con normalidad, y una parte de ella, muy feliz.


Sí, era feliz con Pedro. El me hacía ser una mujer diferente. 


Eso me agradaba, nunca había disfrutado del sexo como lo hacía con él. Ahora entendía porque algunas veces se pierde la cabeza por amor, no es por amor, es por el placer que la otra persona te puede entregar.


Pedro me regalaba mucho placer, tanto que a veces, sentía que iba a morir. Y, a pesar de sentir tanto placer, había ocasiones en las que mi cuerpo, deseaba aún más. Parecía que el hambre que sentía mi cuerpo por el suyo, no conocía límites.


Lo amaba. No se lo había dicho, pero sabía que era así. No dejaba de pensar en él ni un instante, no me importaba si los demás percibían o no, la química que existía entre nosotros, aunque siempre teníamos cuidado de no ser descubiertos.


Ese halo de misterio que envolvía nuestra relación, no me molestaba en absoluto, al contrario, hacía que me pareciera más excitante.


Una tarde, me recogió en su flamante moto. Estaba guapísimo vestido de cuero negro. Llevaba en la mano un casco para mí.


Me arrepentí al momento de llevar una falda, al menos, me consolé, era por encima de las rodillas y con vuelo, lo que me facilitaría montarme en ella.


– Menuda moto – dije sorprendida.


– Es una vieja amiga.


– Es preciosa – dije mientras resbalaba mis dedos por ella.


– ¿Te gusta?


– Sí, me encanta. Te pega. Va contigo.


– Es una Ducati. ¿Montas? – preguntó.


– Es realmente impresionante – dije mientras paseaba alrededor de la moto, acariciándola Era un vehículo atractivo, si esa era la palabra. De líneas masculinas, sus curvas oscuras eran elegantes, y con él montado encima, la moto era de anuncio.


– Claro que monto, ¿cómo resistirme a una maquina tan atractiva?


– ¿No querrás hacértelo con mi moto?


– Con ella, no. Pero...


– ¿Pero? – preguntó divertido y expectante. Deseoso de saber que iba a decir a continuación.


– Pero puede, que sí me apetezca hacerlo sobre ella – le susurré en el oído, muy bajito.


– Me van a explotar los pantalones. Sube antes de que me deje llevar y te lo haga aquí mismo, y eso no te gustaría.


Me reí de buena gana, la verdad es que parecía que no necesitábamos mucho, para encendernos el uno al otro.


Subí a la moto con no mucha torpeza, para ser mi primera vez. Se viajaba cómodo sobre ella, y me encantaba ir fuertemente agarrada a él, sentir su espalda tensarse al manejar la moto, cómo su bien formada espalda, destacaba los músculos cuando la conducía y cómo sus brazos se tensaba con cada curva.


Era maravilloso, me sentía libre.


Con él, siempre tenía esa extraña sensación de libertad, de pensar que tal vez, ésta era de verdad la felicidad, y que tal vez, al final, lo nuestro resultase y pudiésemos estar juntos. 


Para siempre.