miércoles, 29 de noviembre de 2017
CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)
Volvimos al trabajo después de esas palabras, pero aunque trataba de esquivarle a él y a sus miradas, no podía evitar de vez en cuando pensar en lo bien que me sentí entre sus brazos, en cómo sería estar junto a él, encerrada en ese lúgubre calabozo. Tendría que confiar mucho en él, para estar allí atrapada, sin miedo, tan sólo sintiendo deseo y pasión.
Otra vez pensaba en él, parecía que era algo imposible de sacar de mi mente. Apenas había pensado en Víctor y en lo que me esperaba al salir de trabajo, que por cierto sucedería en breves minutos.
Suspiré pesadamente. No había notado que la sala estaba vacía, a excepción de Pedro y de mí misma.
Temblé. Tenía miedo de estar a solas con él, porque no sabía si tendría las fuerzas necesarias para resistirme a sus encantos, o si tendría el coraje de no gritar desesperada que me poseyera, que me penetrase e hiciera más reales sus embestidas dentro de mi cuerpo. Que me llenase con él, porque al parecer, él era lo único que me llenaba.
– Es hora de regresar a casa.
– Lo sé- dije triste.
– ¿No quieres enfrentarte a él?
– No, no es eso...es...prefiero no hablarlo contigo.
– Puedes contarme cualquier cosa.
– ¿De verdad?
– Sí. Inténtalo.
– No quiero tener que discutir por algo que sé, que no tiene sentido.
– No discutas.
– He de hacerlo, si no discutimos, significaría que no me importa nada, ni él, ni la vida que hemos creado juntos, y entonces, ¿qué?
– ¿Crees que merece la pena arreglarlo?
– No lo sé.
– Entonces aprovecha la oportunidad y deshazte del pasado. Mírame,Mira hacia tu futuro.
– Pedro, tú estás casado, por lo que no me puedes prometer un futuro, además, tan sólo hemos echado un “medio polvo”. No puedes saber si es real o sólo la emoción de lo prohibido.
– Para mí no fue un “medio polvo”.
– Pues un polvo, da igual como lo llames.
– Tampoco fue eso. No fue sólo un encuentro sexual, fue mucho más.
– Lo dudo.
– No lo hagas. Hay algo que quiero que tengas claro, nunca te mentiré.
– ¿De verdad?
– Ponme a prueba.
– Está bien. ¿Amas a tu mujer?
– No la amo, pero la quiero.
– ¿Qué diferencia hay?
– Mucha. Siento gran afecto por ella, por los años que llevamos juntos, pero no la amo, al menos no como se
supone que debería amar a una esposa. Y desde luego, que no la deseo de la forma en que te deseo a ti. Nunca lo he hecho. Ni siquiera en los primeros años de nuestra vida juntos.
– No puedo entender nada. ¿Por qué sigues entonces con ella?
– ¿Cómo dejarla? No es fácil. Son muchos años, supongo que eso cuenta.
– Supongo, que algo así me pasa a mí.
– ¿Tú lo quieres?
– Sí, lo quiero.
– Pero, ¿le deseas?
– ¿Quieres saber, si te deseo a ti, más que a él?
– Sí.
– Bien, pues estás de enhorabuena, nunca, jamás he deseado a un hombre como te deseo a ti, y tampoco nunca he sentido con ningún hombre lo que siento al estar contigo. Pero aun así, esto no tiene futuro. No quiero engañarme
pensando que sí.
– ¿Nunca? ¿Ni siquiera por aquel que te destrozó?
– Ni siquiera a aquel que me destrozó, lo deseé más que a ti.
– Eso me alegra.
– A mí no. De hecho, me entristece, porque es una razón más para alejarme de ti. Si él me hirió, hasta dejarme rota. ¿Tú qué harías? Dejarme pulverizada en miles de motas tan diminutas, que nunca más podría volver a encontrarme.
– Nunca te haría daño.
– Lo haces cada vez que me pides algo y luego corroboras que nunca dejarás a tu mujer.
– No he dicho que nunca la dejaría
– ¿Lo harías?
– Si tú me lo pidieras.
– Pero yo no te lo voy a pedir.
– En tus manos está.
– Lo siento, he de irme. Estoy agotada.
– Mientes, huyes, porque no te gusta la conversación.
– No me gusta, que pretendas asegurarte una nueva pieza, antes de acabar con la antigua.
– No entiendo a dónde quieres llegar.
– Deberías dejar a tu mujer por ti mismo, no porque yo te lo pidiese. No es justo.
– Puede que tengas razón, quizás, sólo necesito un pequeño empujón.
– No seré yo, quien te lo de. Me voy, de verdad estoy agotada, no dormí la pasada noche – sonreí sin fuerzas, ni
ganas.
– Está bien. Descansa. Si me necesitas. Tienes mi número.
Asentí con la cabeza gacha y me dirigí a recoger mi coche del aparcamiento. El teléfono sonó Era la chica de la aseguradora. Me daba vía libre para llevar el coche al taller que quisiera y ofrecerme uno de sustitución.
Le agradecí las molestias y de camino a casa pare en el taller de BMW y dejé mi coche para la reparación, ellos me proporcionaron uno de sustitución. Iba a tener suerte, era el mismo modelo que el mío. Así que no necesité que me explicaran dónde estaban las luces, los pedales, el volante...esas cosas que siempre te explican porque eres
mujer y milagrosamente has conseguido el carnet de conducir, aunque nunca hayas tenido un percance, y para una vez que lo tienes tú ni siquiera tengas nada que ver.
Cogí el coche y me dirigí a casa. Cuando llegué, Víctor me esperaba, sentado en la mesa de la cocina. Parecía un cordero al que fueran a degollar.
Pensé en lo irónico de la situación Él se había comportado mal y ahora parecía un cordero inocente al que el malvado matarife fuese a degollar. Hombres. Eran todos iguales.
Todos, menos Pedro.
Así que ejercí mi derecho de matarife y me senté en el otro extremo de la mesa, dejando que él se excusase una y mil veces. Confesando, todo lo que había hecho a mis espaldas, mientras la tonta de su mujer, confiaba en su marido.
CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)
El resto de mañana pasó rápido hasta la hora del almuerzo.
Ya no tuve ganas de enfadar ni molestar a Pedro con mi inocente tonteo con sus hombres. Me puse en mi sitio, ese pedestal de mujer de hielo, fría y vanidosa dónde solía colocarme para que nadie llegase hasta mí, y realicé mi trabajo.
A la hora de la comida, fui a comer con mis compañeros habituales de trabajo.
Pedro se sentó cerca, pero no en mí misma mesa. Sus hombres y el hablaban muy bajo, casi cuchicheaban, supuse que eran cosas oficiales que nadie debería saber.
De vez en cuando nuestras miradas se cruzaban, y podía ver en sus ojos el anhelo. Yo también lo sentía, casi no toqué la lasaña. Tenía el estómago vacío y a la vez lleno de mariposas.
Tan sólo él con una de sus miradas, me había descolocado por completo. Pensé lo lejos que parecía la primera vez
que lo vi, y sin embargo, habían pasado tan solo algo más de veinticuatro horas.
Pensé que la anécdota era divertida, así que amenice a mis compañeros con el relato.
Los chicos aplaudieron la osadía del otro conductor, y las chicas suspiraron pensando que era algo romántico.
– No lo es – dije – es absurdo y ridículo.
Mire hacia Pedro y pude verle sonreír, aunque no me miraba. Estaba divertido con mi visión de lo sucedido.
– ¿De verdad te dijo que era tu culpa por tener un culo tan bonito?
– Si algo así
– ¿Y qué te perdonaba si le invitabas a un café?
– Si, con toda su cara.
– ¿Era guapo? – preguntó Mercedes.
Me reí.
– No estaba mal – contesté...
Y Pedro sonrió aún más.
– ¿Tan guapo como el Capitán de la Guardia Civil? – me pregunto Mercedes de nuevo comiéndoselo con la mirada.
– Si, igual de guapo puedo decir.
– Has tenido mucha suerte de trabajar con él, es mejor que trabajar con nuestro decrépito y viejo jefe.
– Bueno, no te creas, tiene una vena hitleriana...
Todos rieron.
– ¿Sabes una cosa Paula? Yo le entiendo, yo soy un tío como él, y si tengo un pequeño tropiezo con una mujer como tú, también trataría de llevármela a la cama.
– Eres incorregible, Esteban.
– Es la verdad Paula.
– Pues yo creo – siguió Mercedes – qué es muy romántico. No puedo creer que sea verdad. Qué suerte has tenido de que sucediera algo así. La pena es que nunca más volverás a verlo.
– Nada más lejos de la realidad – dije y Pedro volvió a reírse. Al parecer había disfrutado mucho de la amena
conversación en mi mesa.
Todos los civiles se levantaron a la vez.
– ¡Oh, oh! – dijo Mercedes.
– ¿Qué te sucede? – pregunté.
– Tu nuevo, macizo y apuesto jefe, viene hacia aquí.
– Buenas tardes – saludó a todos.
– Esteban, Antonio, Mercedes – les señalé mientras les presentaba – éste es mi nuevo jefe en funciones, el Capitán
Alfonso.
– Encantado de conoceros a todos. Encantado Mercedes – dijo mientras le cogía la mano y se la besaba como un
auténtico caballero andante.
Mercedes se derritió, todos pudimos ver la humedad que traspasaba su cuerpo. Imaginé, como estarían sus bragas.
Comenzó a reír con una risita estridente y nerviosa. Yo sonreí Era gracioso cómo cuándo quería, era un príncipe
azul de verdad, y cómo cuándo quería, era una rata traicionera.
– ¿Puedo acompañaros en el café?
– Por supuesto – dijeron todos al unísono, encantados con la nueva compañía.
– Dejadme ir a por los cafés, ¿Paula, me puedes acompañar a traerlos?
– Cómo no – dije tratando de ser educada.
Pedimos los cafés y regresamos a la mesa. Durante todo el tiempo que tardaron en servirnos, traté de ignorarle por completo, aunque me resultaba muy difícil teniéndolo allí, detrás de mí, notando el calor que traspasaba su uniforme y llegaba hasta mí, abrasándome la piel.
Mi respiración se aceleró, y pensé que me iba a desmayar, estaba hiperventilando.
– Tranquila – me susurró – Aquí estás a salvo, hay mucha gente. No podría decir lo mismo, si te encuentro sola en el baño, tal vez, no salieras con toda tu ropa de allí
¿Pero qué demonios? Eso sólo lo había empeorado, ahora de nuevo estaba húmeda y lista para él. En verdad, con este acoso permanente a mis defensas, iba a terminar suplicándole por escrito, que me devorase hasta los huesos.
Volvimos a la mesa y traté de sentarme lo más lejos que pude de él, pero las sillas libres estaban una junto a la otra.
Todos agradecieron el café, comenzaron a contarle la graciosa historia de mi accidente de coche.
Yo no le veía la gracia por ningún lado. Pero todos se estaban divirtiendo.
Los chicos comenzaron a buscar el apoyo de Pedro, dando su total aprobación a la conducta del hombre, y Mercedes empeoró la situación cuando le hizo creer que era lo más súper romántico del mundo entero.
Pedro sonrió con ganas, se veía feliz, distendido, parecía que en verdad disfrutaba de nuestra compañía.
– Si hubiera sido yo, me habría largado con él, pero no nuestra Paula – sentenció Mercedes –. Ella es diferente, no
le interesan los hombres en ese sentido. Está casada – terminó con un susurro a modo de secreto. O tal vez estaba
interesada en el Capitán y deseaba eliminarme de la ecuación.
– Bueno...- dijo Pedro- yo también soy un hombre casado – lo que hizo que Mercedes se desencantara en ese momento – pero supongo que no es raro que alguien piropeé de esa manera a Paula.
Antonio y Esteban le dieron la razón al momento, parecían que estaban al cien por cien de acuerdo con el punto de vista del Capitán
– Menuda forma de piropear – dije entre dientes enfadada.
– Tienes que entender, que ese hombre, deseaba llamar tu atención de una forma poco convencional, presuponiendo que a una mujer como tú, la habrán obsequiado con miles de detalles y de hermosas palabras. El trató de ser original. Diferente.
Miré a Pedro sorprendida. Así que él había tratado de llamar mi atención descaradamente.
– Da igual. No voy a volver a verle. Además como bien dice Mercedes, estoy casada. Que se busque a otra más dispuesta.
– Tal vez, él no quiera a otra. Tal vez él se haya fijado en ti, y sólo en ti, por alguna extraña razón
– ¿Extraña razón? Gracias por la parte que me toca – dije ahora molesta.
Lo había empeorado. Estaba siendo un imbécil de nuevo. Lo odiaba, y ahora durante unos meses tendría que trabajar con él. Estaba pensando seriamente en ir a engrosar la cola del paro.
– Bueno Capitán – dijo Esteban.
– Llamadme Pedro, por favor – interrumpió.
– Está bien – dijeron encantados por la confianza.
– Bueno Pedro, debemos admitir, con todo el respeto, que Paula es una mujer muy atractiva, un poco fría y distante, es cierto, pero tiene un cuerpo de infarto.
Estaba allí, delante, con los ojos abiertos de par en par al igual que la boca. No podía creer lo que escuchaba. ¿Es que acaso había una conspiración para tratar de volverme loca?
¿Qué les sucedía a todos? Mercedes reía ruidosamente al ver mi cara de disgusto y Esteban y Antonio le seguían en
las risitas, sin embargo a Pedro no le había gustado nada el comentario. Pude notarlo por los ojos, los tenía serios, estaba enfadado. Su mandíbula estaba apretada y su mano se apodero de mi rodilla y me apretó hasta casi causarme dolor.
– No creo que sea muy apropiado mencionar esos pensamientos en voz alta, delante de la mujer a la que se refiere. Es de mal gusto – dijo serio.
– Lo siento Pedro, tan sólo trataba de señalar que es lógico que el tipo intentara ligar con ella.
El comentario pareció relajar a Pedro, y mi rodilla se lo agradeció
– Bueno, señores, Capitán, si ya habéis acabado con la hora de burlarnos de Paula, sería conveniente que nos dirigiéramos al trabajo – decidí que ya la conversación me estaba saturando.
– Paula – dijo Mercedes – no te enfades, era sólo una broma. Todos te queremos y pensamos que eres una mujer
bonita. Yo, mataría por tus piernas.
– Sí, sí. Ya. Bueno a trabajar. Que sois una panda de gandules.
Todos rieron, porque sabían que lo decía en broma, pero estaba, no sabría decir si enfadada, o feliz. Por lo general
nadie nunca se mostraba tan abierto y confiado conmigo, sin embargo hoy parecía distinto.
Mercedes incluso me beso la mejilla y después me limpió con su regordete pulgar la marca de barra de labios que
me había dejado.
-Hasta luego – se despidió, y yo les devolví el saludo.
– Señorita Chaves, volvamos al trabajo
– Es señora, por favor – contesté.
– Para mí no, para mí eres mi señorita.
– Pero no lo soy.
– Lo eres, contigo vuelvo a ser el joven alegre y con ganas de vivir la vida que era. Para mí eres mí señorita. En mi mente no hay nadie más que tú y yo.
– Estás enfermo.
– Puede, estoy enfermo a causa de tus besos.
Mientras lo decía me acercó a él de forma poco decorosa, y me limpio la mejilla.
– Aún tenías restos de barra de labios. El rojo no te favorece.
– ¿Y qué color me sienta bien?
– El color Pedro.
Miré alucinada, él desde luego le echaba imaginación al asunto.
– Y ese, ¿qué color es? – me arriesgué a preguntar.
– Es una variedad de colores diversos. Algunas veces, cuando está triste es el azul, otras cuando está contento es
el verde, y cuando está enfadado el negro.
– Entiendo. ¿Sigues tratando de sorprenderme?
– Al parecer lo logré ayer, hoy ya estabas hablando de mí a tus compañeros.
– Pero sólo lo he hecho para molestarte.
– Pues no te has salido con la tuya, pequeñaja, al revés, me he sentido halagado. He encontrado divertida tu descripción del arrogante, testarudo aunque atractivo caradura.
– Volvamos al trabajo.
– Si, volvamos. Paula – llamó de nuevo.
– Dime Pedro.
– Quiero verde de nuevo – dijo sin preámbulos.
– Si llevamos todo el día juntos – fue mi respuesta.
– Y eso sólo empeora mis ansias. Cada vez que te miro, no puedo dejar de pensar en tenerte entre mis brazos.
– No va a volver a suceder.
– Está bien. Lo que tú quieras, cuándo tú quieras.
– Tendrás que conformarte con verme en el trabajo.
– Eso me hace feliz, saber que estás bien, para mí es suficiente.
– Eso se parece al amor – dije sin pensar, y en el mismo momento de compartir ese pensamiento con él, en voz alta, me arrepentí.
– Puede ser. No voy a negarlo, aunque no tengo claro todavía qué siento por ti.
– Quiero arreglar mi matrimonio – mentí.
– Me gustaría... – continuó el, sin ocultar que estaba herido – que desearas estar conmigo en vez de con él, pero es algo contra lo que no puedo luchar. Él es tu marido, yo no, pero soy paciente. Esperaré.
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