miércoles, 13 de diciembre de 2017
CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)
El timbre suena, llaman a la puerta, me levanto y cojo el monedero, es lógico pensar que serán los del restaurante.
Abro la puerta dispuesta a pagar mi atracón, sobre todo me apetece el chocolate un gran sustituto del sexo, por desgracia lo sé por propia experiencia. Pero estoy preparada para todo lo que ocurra a partir de ahora en mi vida.
Para lo que no estoy lista, es para encontrarme a Pedro, en mi puerta.
Sonriendo.
Tan guapo y arrebatador como siempre. Es un hombre muy sexy.
—Buenas noches —susurra con su voz suave –. ¿No vas a invitarme a entrar?
—¿Cómo coño sabes dónde vivo? — logro decir enfadada y confusa.
—Traigo la cena — sonríe señalando la bolsa con las letras de “La Cabaña” escritas en ella.
—No es posible, ¿trabajas de repartidor? — pregunto ahora confundida.
—No, la verdad es que estaba allí sentado en la barra, el teléfono sonó y el dueño, Rogelio, me pidió que tomase nota del pedido. Al principio no te reconocí, pero después, al escuchar tu nombre y la dirección que estaba cerca, até cabos y pensé que no querrías cenar sola así, que aquí estoy. ¡Sorpresa!
Sí, sorpresa...Me he quedado sin saber que decir. ¿Puede el destino de verdad confabularse de esa manera y hacernos coincidir siempre? Parece una posibilidad tan remota... “Igual de remota que encontrarte con él dos veces en un ascensor”, susurra una voz en mi cabeza.
—Bueno no estoy de humor la verdad, así que pasa, cena y vete.
Le muestro la mesa dónde he estirado un pequeño mantel y he colocado un vaso con hielo.
—¿Qué bebes? ¿Seven up?
—Si — dice serio.
Voy a la cocina cojo un vaso y le pongo hielo.
—¿Puedo lavarme las manos?
—Si, aquí mismo — informo mientras señalo hacia el fregadero.
—¿Qué sucede? ¿Algo malo?
—Bueno, no lo sé, aún lo estoy pensando.
—Si quieres, me voy. Solo es que te escuché tan triste que no me quedaba tranquilo si no comprobaba que estabas bien.
—¿Qué eres detective? ¿Sabes como estoy solo por mi voz?
—Bueno, casi — dice mientras me guiñaba un ojo — . Pero si no estaba claro, tu cara roja e inflamada por el llanto, corroboran mi versión.
Le miro de reojo, recelosa. Pero es algo evidente que he llorado, nos sentamos a la mesa, uno en frente del otro y coloco la comida sobre la mesa, de forma mecánica.
Él abre el envoltorio de corcho y despliega ante mí la hamburguesa, acto seguido hace lo mismo con su paquete y me deja claro que mi hamburguesa es más pequeña que la suya. Sirve patatas para los dos.
Le dejo que termine repartiendo los sobres de ketchup y mayonesa. Veo en la bolsa una gran tarrina de helado.
La televisión suena de fondo y la apago. No quiero que se quede a ver la tele y a comerse mi helado.
—¿Te importaría poner música? —sugiere.
¿Qué decirle? Puedo protestar, gritarle que no me apetece ni la música ni su compañía, pero no voy a hacerlo, hoy hay algo diferente en su mirada, es menos dura y más amable.
Pulso el botón del hilo musical y una suave canción inunda la estancia. Por extraño que me parezca, eso me hace sentir algo mejor, menos entumecida y de mejor humor.
—¿Qué ha pasado? — pregunta en voz baja.
—¿Que qué ha pasado? Pues ha pasado que el cabrón de mi novio, en vez de llegar con un gran anillo, ponerse de rodillas y pedirme matrimonio, se ha casado con otra, en Venezuela. Ella ha conseguido en menos de un mes, lo que yo no he sido capaz de hacer en dos años.
— Lo siento. Es algo por lo que estar enfadada.
—No lo estoy, en realidad, creo que eso me molesta más. Que en cierta forma al fin, me he liberado de él. Lo que más ha herido mi orgullo es que él no deseara estar conmigo porque no estábamos casados y con ella... en fin. Supongo que es lo que pasa por dejar que otra persona controle tu vida y que tu sucumbas a sus deseos.
—Es un imbécil. No deberías sufrir por él.
—No lo haré, no lo hago. O intento no hacerlo. Aun así, han sido dos años y eso cuenta.
—Si, supongo.
—¿Supones? ¿Eso significa que nunca has tenido una relación larga?
—No he tenido tiempo, el trabajo, los traslados, siempre cambiando de ciudad, nuevos amigos... En fin no he tenido la oportunidad de conocer a alguien que mereciera la pena de verdad. Hasta ahora — murmura.
Ha sido tan suave y rápido, que creo que lo he imaginado.
—¿Quieres helado? —pregunto tratando de ignorar el ajetreo de mi estómago.
No se porqué ese comentario, que ni siquiera estoy segura de haber oído, ha hecho que me ruborice y sienta la necesidad de levantarme, de poner algo de distancia entre los dos, aunque no sé cómo hacerlo después de nuestros encuentros, aunque él no los recuerde todos.
Me siento incómoda, lo natural sería acabar lo que empezamos.
— Sí, gracias — contesta y mientras dirijo a la cocina en busca de dos cuencos para helado y me doy cuenta de que lo deseo.
Mucho. Deseo estar con él, pero no sé si será lo acertado en este momento.
De todas formas, pienso mientras regreso y veo su atractivo perfil desdibujado por las luces tenues, que no creo que sea un arduo trabajo para él considerando mi situación desesperada.
Le paso un cuenco y una cuchara y le sirvo un poco de helado de chocolate.
Nos decidimos por permanecer en silencio, la verdad es que lo agradezco, necesito estar con alguien sin más. Solo algo de compañía silenciosa.
El helado está delicioso y relamo la cuchara en un momento de debilidad.
—Esta rico, ¿verdad?
—Si — asiento — el mejor que he probado.
—Sabía que te gustaría, le pedí a Rogelio que te pusiese un poco de su helado especial.
—¿Helado especial?
—Si, este lo hacen ellos, es artesanal.
—¿En serio? — pregunto mirando el envase y noto, que es de color blanco y que no tiene marca ni nada que lo distinga.
—Su esposa, Matilde, tiene una mano para la cocina impresionante.
—La verdad es que creo que es el mejor helado que he probado nunca.
Me mira a los ojos dejándome sin habla. Puedo verme reflejada en sus pupilas, de una forma borrosa, como si realmente no fuese yo la que esta tras el reflejo y de repente, siento que su mirada al igual que la mía, está hambrienta.
De mí. Por mí.
Como la mía lo está por él.
Pero parpadea y la realidad de nuevo me golpea. Pedro será mi escalón de transición, el que me ayude a superar la ruptura de Hector, no puedo pensar que en realidad un hombre como él, va a desear pasar el resto de su vida con alguien como yo, para nosotros no hay un final feliz.
—Debo irme. Dice de repente.
No sé por qué eso me molesta. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a traer su pijama y un cepillo de dientes a mi apartamento? Pues claro que no, seguro que tiene una cita, con alguna exuberante rubia, de curvas pronunciadas y pechos llenos a la que no le falte ningún kilo estrategicamente repartido.
—Como quieras — susurro decepcionada.
—A no ser, que no quieras estar sola — se ofrece.
La verdad es que no deseo estar sola, no quiero, pero tenerle aquí a mi lado toda la noche...me da más miedo aún, porque no sé como voy a manejar la situación o si sabré hacerlo, tengo la extraña sensación de que él, puede hacerme más daño a pesar de nuestra corta relación, que Hector, después de tanto como hemos compartido.
—Gracias, pero creo que debo llorar a solas.
—No lo hagas, no merece la pena. Al final el corazón sana.
—Supongo que tienes razón, de todas formas yo decidiré si llorar o no.
—Sabes en el fondo me alegro, él no era el adecuado para ti.
—Parece que nadie lo es.
—Yo lo soy —dice junto a mi boca.
De repente, se ha acercado tanto a mí que siento que no hay nada más a mi alrededor que él. Las imágenes del ascensor acuden a mi mente con fuerza, cómo lanzadas con fuerza con un arco, clavándose en mi mente y negándose a abandonarme.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario