miércoles, 13 de diciembre de 2017
CAPITULO 22 (SEGUNDA HISTORIA)
Me quedo sin aire en los pulmones y siento, como mi corazón se detiene un instante, el mismo instante en el que quedo hechizada por sus ojos grises con destellos plateados, que se han oscurecido.
Sus manos sin saber cómo están rodeando mi cintura y una de ellas, acaricia mi espalda y se enreda en mi larga melena, deshaciendo el nudo que la apresa para dejarla libre.
No soy capaz de decir nada, de hablar, moverme o defenderme. Y no quiero, voy a dejar que suceda lo que he soñado durante tantas noches.
Su boca, se apropia de la mía que gruñe de placer. Nuestras lenguas se enredan, se confunden la una con la otra, impidiéndome distinguir cual pertenece a quién.
Mis manos acarician su fuerte espalda, que se retuerce de placer bajo mis dedos. Su boca ahoga un jadeo en la mía. El beso se hace más profundo, más intenso.
Siento sus manos bajar a mis caderas y apretar entre ellas mis nalgas. Protesto, pero de placer. Él de nuevo atrapa mi gemido en sus labios y lo hace suyo, devolviéndolo a mi boca con más intensidad.
Me pierdo en su pecho, en su espalda, recorro con los dedos sus largos brazos, tensos por el deseo.
Arranco su jersey y dejo su torso desnudo ante mi mirada.
Sé que el rubor tiñe mi rostro, sé que mis pupilas están dilatadas, sé que ese hombre es el único que me hace dejar de ser un ser racional y transformarme en un suspiro de deseo, un gemido de pasión y un jadeo de placer.
Sé que este hombre, pude destrozarme la vida, aun así me arriesgo porque me hace sentir viva, hermosa, deseada y porque me regala un placer tan profundo, que mi cuerpo no es capaz de retenerlo y lo deja salir en forma de jadeos.
Mi camiseta ajada, sale dispara hacia algún lugar del salón, no me importa dónde.
Ahora solo puedo mirar como sus manos idolatran mis pechos. Los acerca uno al otro y los aprieta con deseo. Lleva su boca a la curva que forman en su centro e introduce su lengua entre ellos, haciendo que mi mente grite que quiere esa lengua en otro lugar algo mas abajo de mi ombligo y que desaparezca allí.
Miro al techo, tratando de aplacar un poco el grito que puja por escaparse de la prisión que le retiene y el hunde su boca más abajo entre mis pechos, al mismo tiempo que empuja mi cuerpo contra la pared y deja que note su sexo, endurecido y palpitando entre mis piernas, que babean sin cesar, hambrientas por tenerle dentro.
Gimo. Jadeo. Dejo que el tome la iniciativa, que me haga suya, que me devore otra vez, como he imaginado tantas veces en mis sueños.
—Me vuelves loco Paula. Paula. Paula — repite —. Me gusta decir tu nombre. Di el mio. Dímelo Paula. Pídeme lo que deseas.
—Penétrame.
—Voy a hacer mucho mas que eso, pídemelo.
—Devórame. Hazme tuya.
Sus brazos fuertes me elevan y me lleva hasta la mesa donde minutos antes habíamos compartido una cena.
Escucho su mano barrer la mesa y el sonido de los envases al caer al suelo. El ruido de cristales no me importa, algún bol de helado que ha salido mal parado pero en la guerra siempre hay bajas. Y esto, es la guerra.
Me suelta bruscamente, arranca mis pantalones y permanezco mirándole con la ropa interior como única barrera de seguridad entre nosotros.
Observo como se quita el cinturón, lo aleja de si y después de quita los vaqueros. Su cuerpo espectacular, queda expuesto a mis ojos que se sorprenden de lo atractivo que es. Se gira para lanzar los pantalones y obtengo una vista clara, a pesar de la bruma que me envuelve de su brazo tatuado.
Es un símbolo extraño, como una luna y un sol. Pero de nuevo está frente a mí y no soy capaz de averiguar qué es.
—Ahora, Paula, voy a terminar lo que empezamos en el ascensor.
Abro los ojos, porque sé que va a suceder y entonces siento su lengua, recorriendo mi sexo, de arriba abajo, suave, tierno, dulce, sin la necesidad de desprenderme de la suave ropa interior que ayuda a que su caricia sea más suave.
Sus manos, se colocan bajo mis glúteos y utiliza su fuerza para elevarme y acercarme más a su boca.
Necesito echarme hacia atrás, apoyar mi espalda en algo, pues siento que se me va a partir en dos en cualquier momento.
Elevo las caderas, siento ganas de gritar que me devore.
Que no deje nada de mí sin saborear. Su lengua, de nuevo me tortura describiendo pequeños y lentos círculos sobre el centro donde se condensa mi pasión, porque mi deseo acabo de descubrir que es él.
Gimo sin poder controlarlo. Me vuelve loca, no tengo consciencia de lo que hago, ni de lo que digo, solo lo noto a él, a la intensidad con la que me aborda.
Mis bragas ya no están en su sitio y sus dedos, acarician mis labios húmedos de arriba a abajo, mientras mi boca no pude controlar los jadeos.
Introduce uno de sus dedos dentro de mí y acaricia mi interior. Siento mucho placer, creo que no puede regalarme más placer, pero estoy equivocada, su lengua ataca de nuevo mi clítoris. El deseo me recorre como una sacudida eléctrica, siento placer por duplicado y si fuera poco, eleva su mano libre y apresa uno de mis pechos entre ella.
Masajea la tierna carne excitándome, las caricias elevan su ritmo y mis jadeos y gemidos se aceleran con ellas.
—Por favor Pedro —escucho mi voz suplicar.
—¿Por favor qué?
—Fóllame. Ahora.
—¿Por qué?
—Te necesito dentro de mi.
No sé si es la súplica que oculta mi voz entrecortada o su anhelo tan grande como el mío el detonante para que decida no hacerme sufrir más, me arrastra hacia el filo de la mesa, eleva mis piernas y me penetra. Rápido, fuerte, duro.
Dejándome sentir su sexo dentro de mí, llenándome de placer y deseo.
Haciendo que de nuevo la locura se apodere de mí mente, mi cuerpo y mi espíritu. En este momento, solo soy una marioneta cuyas cuerdas son manejadas por el placer que me regala. Puede hacer conmigo lo que dese, no me importa. Lo único que pido es que no se detenga, que me haba estallar en miles de jadeos de pasión.
Sus embestidas se aceleran y sus manos agarran mis caderas.
—Voy a follarte tan bien, que no querrás estar con ningún otro —susurra entre gemidos.
Quiero hablar, protestar, revelarme, pero no puedo. Desearía rebatir lo que acaba de insinuar, pero soy incapaz, porque en el fondo mi alma me dice a gritos que es verdad. Lo sé desde hace tiempo, desde aquel encuentro casual encerrados en el ascensor. Y ahora, solo puedo sentir.
Noto el pequeño temblor que empieza en el estómago, después se extiende al resto de mi cuerpo, dejando mis piernas temblorosas y el corazón desbocado.
Cada vez esta mas cerca, me tenso bajo su cuerpo sudoroso y sus embestidas se vuelven más rápidas y duras. Pedro sabe que estoy a punto de romperme en miles de gotas de placer y me regala la última estocada.
Estallo. Jadeo y gimo entre gritos y temblores. El calor me embarga, me nubla los sentidos, solo puedo dejarlo escapar y tratar de contener las sacudidas que dejan a mi cuerpo exhausto. Antes de regalarle el último de mis jadeos, él se una a mí gimiendo con fuerza.
Sé que voy a desfallecer, me siento al borde de mis fuerzas. Pedro levanta mi cuerpo lánguido de la mesa y sin salir de mí, me acerca hasta su pecho. Trato de mantener las piernas cruzadas a su espalda, pero soy incapaz.
No sé a dónde me lleva y no me importa. Ahora mismo soy una naufraga dejándose llevar por las suaves olas de un mar tempestuoso que ha concedido una tregua.
Cierro los ojos. Estoy cansada. Mucho.
— Siempre mía — susurra dulcemente al oído, aunque no estoy segura, mi mente está confusa y perdida en el recuerdo dulce de la pasión que ha liberado de mi interior, dejándome al borde del abismo, al que deseo en estos momentos arrojarme.
Besa mis labios suavemente. Su boca, sabe a mí.
Una luz brillante me ciega momentáneamente y un chorro de agua caliente relaja mi espalda. Me ha metido en la ducha, con él dentro de mi.
No sé cómo lo ha logrado, pero no me importa, se está tan bien entre sus brazos sintiéndole dentro de mí, con las últimas oleadas de placer aún recientes produciéndome un leve placer, que se niega a abandonarme y arropados por la calidez del agua al resbalar suavemente por nuestros cuerpos desnudos y unidos como uno solo.
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