sábado, 23 de diciembre de 2017
CAPITULO 23 (TERCERA HISTORIA)
Me desperté temprano y de mejor humor. El mordisco delator era menos rojizo así que no me costaría mucho disimularlo con algo de maquillaje.
¡Maldito Alfonso!
Me había levantado con esa misma sensación extraña, ese vacío lleno de …. él.
— ¡Joder! No Paula, no. No puedes colarte por él.
Enfadada conmigo misma, me vestí y salí de mi piso a toda prisa, como si eso fuese a dejar atrás el maldito sabor de
Alfonso, que se había infiltrado por cada uno de los poros de mi piel.
Al llegar a la oficina, Soraya me esperaba con un café bien cargado que le había pedido por teléfono y con un donut de chocolate.
Chocolate... el mejor sustituto del sexo, ¿no? No, no lo era, pero me conformaría. Debía hacer algo para que mis piernas dejasen de babear por el recuerdo de Alfonso, aunque un triste donut de chocolate no iba a ser suficiente.
— Buenos días — saludó Soraya con su voz musical y aniñada.
— Buenos días — contesté alicaída.
— ¿Una mala noche?
— Un mal día.
— Tienes visita — informó.
Pasé a toda prisa a mi despacho esperando lo peor, y las encontré sentadas y expectantes. Ahora llegaba el turno del interrogatorio. Iba a morirrrr.
— Habéis madrugado, ¿eh?
— La ocasión lo merecía — sonrió Liliana.
— No hay nada de lo que hablar.
— Te presentas tarde en el restaurante, sin bragas y con un mordisco en el cuello, ¿ y no hay de qué hablar? — inquirió Carla.
— Nada. Nada en absoluto — dije mirándolos por encima del vaso de papel lleno de café.
— ¡No puedo creerlo! ¿Nos vas a dejar así? — se quejó Liliana.
Suspiré pesadamente y al mirarlas con sus caritas expectantes y llorosas, tuve que ceder y hablar de lo único que no deseaba, de Pedro Alfonso.
— ¿ Qué queréis que os cuente?
— ¡Todo! — contestaron al unísono.
Así empecé a contarles toda la historia, desde el accidente hasta el final del largo día, cuando me dejó en la puerta de casa, sin obviar el episodio de Elias.
No me interrumpieron durante el relato, solo me miraban escuchando y haciendo muecas con la cara. Y yo lo agradecí, porque no creía tener la entereza de continuar con lo sucedido si ellas me interrumpían.
Al acabar el silencio se hizo sonoro, mi respiración amplificada se unía a los latidos acelerados de mi corazón.
Ninguna profería un sola palabra, ni una.
Y yo no sabía qué más decir o hacer, tan solo hundí la nariz en la taza de café vacía y mordí el filo de cartón que guardaba impreso el sabor amargo del líquido oscuro que había contenido.
— ¡Guau! — dijo Carla.
— Si, me lo has quitado de la boca Carla — susurró Liliana.
— ¿Eso es todo lo que tenéis que decir?
— Es que es tan.... — musitó Carla.
— ¿Tan? — pregunté interesada.
— ¡Tan romántico! — exclamó Liliana con lágrimas en los ojos.
¿Lágrimas en los ojos? ¿En serio? Mis amigas estaban muy mal de la cabeza si eran capaces de ver el lado romántico en esta situación absurda.
— No tengo conocimiento de las mazmorras... — Dijo Carla para ella misma.
— ¿Estás de coña? — grité — . ¡No puedo creerlo! ¡Si es un imbécil al que no hay por donde coger!
— Paula, estás enfadada, perfecto, ¿pero por qué?
— No lo sé. No sé nada.
— ¿ Qué sucede Paula? Somos nosotras — dijo Liliana apenada.
— Liliana — susurré —, no sé manejar la situación, no puedo estar cerca de Pedro... sin sentir que todo se desmorona a mi alrededor.
— ¿Pedro? —Arqueó una ceja Carla.
— Si, Pedro.
— Es la primera vez que lo llamas así. Ademas no te ofendas amiga pero tienes voz de enamorada — sentenció Carla.
Ambas esperaron una réplica mordaz de mi parte, pero no llegó. No me sentía de humor. Eso hizo que ambas se interesaran más, algo pasaba entre Paula y Pedro y parecía serio.
— ¿No protestas? — peguntó Liliana haciéndose eco de mis pensamientos.
— No puedo aunque quiera negarlo es la verdad — decidí confesar — . Estoy loca por Alfonso.
— Es el adecuado — afirmó Carla.
— No.
— ¿Cómo que no? — protestó.
— ¿Qué sientes...? — inquirió Liliana con su voz dulce.
— Siento que nada de lo que ha sucedido antes tiene importancia, que no ha sido real, que esto si lo es — cuando dije las palabras, supe que era cierto.
— ¿Y entonces?
— Si la otra vez quedé destrozada y no se parecía en nada a esto que él me hace sentir, ¿cómo crees que quedaría si
esto saliese mal?
— No tiene porqué ir mal.
— Ya me conocéis, no he sido capaz de tener una relación que dure mas allá de cuatro noches tórridas... — confesé.
— Quizás porque no eran él.
— No lo sé, he de pensar en esto, pero creo que lo mejor ser que deje de organizar tu boda Liliana.
— No, eso no. No Paula, por favor... — suplicó.
— Es tan duro... lo siento cerca y deseo caer en su brazos, sucumbir a sus palabras pero, por otro lado, me obligo a mantenerme firme y no caer en el abismo del que se que no saldré. Estoy aterrada...¡Si apenas lo conozco!
— Paula, puede ser maravilloso, lánzate al vacío... quizás en el fondo, te esté esperando con los brazos abiertos para sostenerte.
— ¿Y si no es así?
— ¿No te has dado cuenta de como te mira?
— ¿Cómo me mira? ¿Cómo si quisiera matarme?
— Como si fueras lo único que sus ojos pueden ver, todo lo demás deja de existir y no lo oculta, es tan obvio — dijo Liliana.
— No lo veo así.
— Paula, debes arriesgarte. Si sale mal pues siempre te quedaran los momentos vividos — consoló Carla.
— Eso es lo que temo, que salga mal y tener esos recuerdos arraigados en mí toda la vida, una tortura infinita. No estoy preparada.
— Está bien, trata de ignorarlo, pero ten en cuenta que es difícil luchar contra lo que está escrito en las estrellas —
sentenció Liliana.
— Debemos irnos, por favor, piensa en lo que hemos hablado.
— Lo haré, gracias por venir.
Se despidieron con un gran abrazo y me dejaron sola con mis pensamientos que no dejaban de contradecirse los unos a los otros.
CAPITULO 22 (TERCERA HISTORIA)
Tomé el taxi, le di la dirección y cerré los ojos mientras la imagen de un Pedro molesto me perseguía.
— ¿Sabe que su amigo nos sigue?
— Debería sorprenderme, pero la verdad es que no.
— ¿Quiere que llame a la Guardia Civil?
— Vendría justo el tipo que va detrás de nosotros. No se preocupe, es inofensivo.
El taxista sonrió y no volvió a decir nada durante todo el trayecto. Al llegar a mi calle, bajé y pagué.
Comencé a andar sin mirar la sombra en moto que me seguía. Una sombra que no dejaba de ronronear a mi lado.
— Paula, escúchame. Vamos.
— No me apetece Alfonso, estoy cansada y harta de este día que parece interminable.
—Paula...
— De todas formas, lo que ha sucedido no ha sido mas que un polvo. Placentero, si, pero nada más.
— No digas que no fue algo más.
— Para mi no.
— Mientes … — siseó enfadado. Sus brazos agarraron los míos obligándome a mirarle de frente.
— ¿Estás bien Paula? — interrumpió la voz de Elias.
¿Qué demonios hacía aquí?
— Sí Elias, no te preocupes. Ya se iba.
Pedro me miró intensamente, frustrado y enfadado. Lo supe porque de nuevo, como había advertido Rodrigo en alguna
ocasión, su mandíbula estaba tan apretada que en cualquier momento sus dientes iban a salir disparados.
Fruncí el ceño y me llevé las manos a las caderas, provocándolo pero supo retirarse. Y mientras se alejaba despacio Elias se acercaba y me tomaba entre sus brazos, como si fuese suya.
— ¿Vamos a casa? — preguntó.
— ¿A casa? Dirás mi casa.
— Es una forma de hablar mujer, ¿qué sucede?
— Nada, que he tenido un día largo y duro... Además, ¿qué haces aquí a estas horas?
— Bueno, estaba preocupado.
— ¿Por?
— Por lo de hoy, además pensé que tal vez ahora si estuvieras de humor.
— Vete a la mierda Elias. ¿Así que has venido a ver si estaba de humor para echar un polvo? Mejor vete porque
no lo estoy — dije más enfadada.
— ¿Estas con ese tipejo?
— Eso no es asunto tuyo.
— No, supongo que no. Buenas noches.
— Adiós.
Subí las escaleras hasta la segunda planta, no me apetecía para nada coger el ascensor a pesar del cansancio que acumulaba en mi cuerpo.
Entré y fui dejando la ropa por donde fuera que pasaba. Me dirigí directa a la ducha sin preocuparme de coger el pijama y me metí bajo el caliente y placentero chorro de agua.
Después, más relajada, me fui a la cama y antes de parpadear, ya estaba sumida en un profundo sopor.
CAPITULO 21 (TERCERA HISTORIA)
La velada terminó y todo siguió en calma, me había divertido después de todo una vez obviaron lo sucedido y la maldita marca de su boca en mi cuello.
Llegó la hora de despedirnos, era tarde y estaba cansada. Había sido un día muy, muy largo. Demasiado.
Todos se despidieron y a pesar de que se ofrecieron a acercarme a casa decliné la oferta, en realidad ninguno pasaba cerca de mi casa, así que tomaría un taxi si me dejaban por fin y me iría a descansar. Bostecé mientras caminaba hacia la puerta del restaurante, donde había una parada de taxis, solo debía esperar a que llegase uno, montarme y largarme a dormir de una vez.
— Te llevo, sube — dijo Alfonso montado de nuevo en su cacharro a dos ruedas.
— No. Gracias.
— No me volverás a decir que prefieres un taxi.
— Bingo.
— Vamos, Paula.
— Que no Pedro en serio. Solo quiero estar sola, llegar a casa y descansar.
— Está bien, te acompañaré mientras llega el maldito taxi.
— Como quieras, pero no me hace falta tu compañía, te aseguro que he tenido Pedro Alfonso de sobra.
— Lo sé, aun así, me gustaría quedarme.
— Esa frase me suena gastada.
— Si, soy un hombre poco ocurrente.
— ¿Si? Cualquiera lo diría.
Se sentó a mi lado, el banco metálico estaba helado. Sentí como el frio traspasaba la tela del vestido mojándolo. No llevaba ropa interior así que el escalofrío fue profundo. De
repente noté su chaqueta sobre mis hombros. Eso me enterneció.
— No es necesario — contesté sin embargo.
— Yo creo que si, es lo menos que puedo hacer.
— Si, es verdad que eres un súper héroe.
— Ya te he dicho que he salvado a muchas gente en la carretera.
— ¿En la carretera?
— Soy de tráfico.
— No me puedo creer que digas que eres guardia civil de trafico.
— Pues lo soy .
— ¿Tú? ¿El mismo que casi me atropella yendo por la acera y encima me culpó a mi por ir muy deprisa? ¡Venga ya!
— La verdad es que ahora pensándolo en frío fue un poco absurdo, ¿ no?
— ¿Un poco? Una patochada que se dice en mi tierra.
— Y en la mía. Supongo que los nervios...
— ¿Los nervios? Por casi acabar con mi vida...
— Bueno fue tu mirada furiosa lo que me hizo temblar, pero vamos también porque casi te atropello — se burló.
Eso me hizo enfadar de nuevo. ¿Qué clase de juego jugaba? ¿A una de cal y otra de arena?
— Nunca vas a cambiar, pero claro, es que no te has preocupado de desarrollar tu cerebro, ¿no sabías que también es un musculo?
— Vamos Paula. No empieces no deseo pelear.
— Es que cada vez que creo que hay en ti algo bueno, algo que de verdad me llene la cabeza de pájaros, los ojos de
estrellas y el estómago de mariposas sueltas por esa boca una gilipollez de tal calibre que lo echas todo por tierra.
— No pretendía...
— Pues lo has hecho. No importa. Da igual. Mi taxi. Adiós Pedro.
— No Paula, no te vas ir y dejar esta conversación a medias.
— No te estoy pidiendo permiso que yo sepa.
— Aún así, no me vas a dejar con la palabra en la boca.
— Créeme que lo haré.
Estaba furiosa, me molestaba que pensara que podía decidir sobre qué podía o no hacer.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)