sábado, 23 de diciembre de 2017

CAPITULO 22 (TERCERA HISTORIA)





Tomé el taxi, le di la dirección y cerré los ojos mientras la imagen de un Pedro molesto me perseguía.


— ¿Sabe que su amigo nos sigue?


— Debería sorprenderme, pero la verdad es que no.


— ¿Quiere que llame a la Guardia Civil?


— Vendría justo el tipo que va detrás de nosotros. No se preocupe, es inofensivo.


El taxista sonrió y no volvió a decir nada durante todo el trayecto. Al llegar a mi calle, bajé y pagué.


Comencé a andar sin mirar la sombra en moto que me seguía. Una sombra que no dejaba de ronronear a mi lado.


— Paula, escúchame. Vamos.


— No me apetece Alfonso, estoy cansada y harta de este día que parece interminable.


—Paula...


— De todas formas, lo que ha sucedido no ha sido mas que un polvo. Placentero, si, pero nada más.


— No digas que no fue algo más.


— Para mi no.


— Mientes … — siseó enfadado. Sus brazos agarraron los míos obligándome a mirarle de frente.


— ¿Estás bien Paula? — interrumpió la voz de Elias.


¿Qué demonios hacía aquí?


— Sí Elias, no te preocupes. Ya se iba.


Pedro me miró intensamente, frustrado y enfadado. Lo supe porque de nuevo, como había advertido Rodrigo en alguna
ocasión, su mandíbula estaba tan apretada que en cualquier momento sus dientes iban a salir disparados.


Fruncí el ceño y me llevé las manos a las caderas, provocándolo pero supo retirarse. Y mientras se alejaba despacio Elias se acercaba y me tomaba entre sus brazos, como si fuese suya.


— ¿Vamos a casa? — preguntó.


— ¿A casa? Dirás mi casa.


— Es una forma de hablar mujer, ¿qué sucede?


— Nada, que he tenido un día largo y duro... Además, ¿qué haces aquí a estas horas?


— Bueno, estaba preocupado.


— ¿Por?


— Por lo de hoy, además pensé que tal vez ahora si estuvieras de humor.


— Vete a la mierda Elias. ¿Así que has venido a ver si estaba de humor para echar un polvo? Mejor vete porque
no lo estoy — dije más enfadada.


— ¿Estas con ese tipejo?


— Eso no es asunto tuyo.


— No, supongo que no. Buenas noches.


— Adiós.


Subí las escaleras hasta la segunda planta, no me apetecía para nada coger el ascensor a pesar del cansancio que acumulaba en mi cuerpo.


Entré y fui dejando la ropa por donde fuera que pasaba. Me dirigí directa a la ducha sin preocuparme de coger el pijama y me metí bajo el caliente y placentero chorro de agua.


Después, más relajada, me fui a la cama y antes de parpadear, ya estaba sumida en un profundo sopor.





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