miércoles, 20 de diciembre de 2017
CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)
Antes de abrir la puerta de la oficina me topé con Elias, me molestó encontrarle pero pensé que en realidad me venía bien, deseaba apagar un poco el fuego que Alfonso había prendido y que me hacía desear arder. Me sentía febril, casi enferma y como si la única solución para sanar fuesen sus besos.
Estaba cabreada porque él me hacia sentir cosas que yo no deseaba. Elias me siguió hasta mi despacho, pero no era muy consciente de lo que en realidad hacía, solo podía pensar en Alfonso.
¡Joder! Estaba hasta las narices de ese imbécil que se pensaba Dios. Y para colmo, tenia que aguantarle durante todo el proceso de la boda, ¿de padrino?
¡¡Venga ya!! ¿En que momento nos habíamos traslado a Norteamérica?
Me tenía que morder la lengua aún a riesgo de envenenarme con el veneno que destilaba en ese momento, me ponía los pelos como escarpias pensar en él.
Tremendo imbécil, toda su gloriosa altura estaba llena de imbecilidad hasta extremos insospechados. ¿Se pensaba que todas teníamos que caer rendidas a sus pies porque su maldita sonrisa estuviese adornada con esos arrebatadores hoyuelos que derretían hasta el Polo Norte? Pues no, había dado con un hueso duro de roer.
Conmigo, no ha nacido un hombre que haga que suplique o me doblegue ante él.
— ¿Paula estás aquí? — la voz un poco estridente de Elias me sacó de mis pensamientos, todavía estaba ofuscada por el encontronazo con el imbécil y sobre todo, aunque no deseaba reconocerlo, por su último beso. Pero la boda de Liliana y Rodrigo sería pronto y no tendría que volverlo a ver, salvo en algunas ocasiones especiales.
— Si, si...lo siento, estoy un poco distraída.
— ¿El trabajo?
— Si, el trabajo — mentí.
La boca de Elias se cernió sobre la mía y traté de dejarme ir, solo sentir, nada de pensar, mi mente anulada para que los sentidos cobraran vida y dominaran mi cuerpo.
Traté desesperadamente de aferrarme a su deseo, de dejar que sus besos me arrastrasen a un mundo sin ataduras donde mis jadeos consumirían y liberarían mi mente de su estúpido recuerdo que parecía estar grabado en
mi mente con un soplete.
Pero a pesar de tratarlo con todas mis fuerzas fui incapaz. Con un empujón, alejé a Elias.
— ¿Qué sucede Paula? — preguntó extrañado.
— Nada Elias, no estoy de humor
— Vamos Paula, ¿no estás de humor para echar un polvo? ¿Y desde cuando? ¿Estás enferma?
Las palabras de Elias me lastimaron...¿ eso era lo que quería ser? Solo una chica con la que pasar un buen rato, sin sentimientos profundos que atasen a nadie a mi vida o a mí a la suya, sin embargo, ahora, observaba a Elias, su rostro masculino bien rasurado, sus canas salpicando su cabello... y no me decía nada. Éramos amigos y habíamos tenido relaciones esporádicas, sin embargo, de repente, sentí un gran vacío.
— No seas imbécil — espeté con mi voz seria y fría — . Lárgate no te deseo hoy.
— ¿Estás en serio Paula? — dijo con incredulidad.
Al parecer si que me había convertido en una devora hombres sin apenas darme cuenta, pero es que necesitaba liberarme de vez en cuando y el compromiso, solo de pensarlo, hacia que una reacción alérgica apareciera en mi cuerpo, llenándome de sudores fríos.
¿Pasar la vida con un hombre para siempre? La palabra siempre era lo que mas me aterraba. ¿Cómo se puede siquiera pensar en pasar la vida con alguien para siempre? Me niego a pensar que de verdad existe un amor que perdurará toda la eternidad y tampoco me trago esas leyendas de amores que traspasan las barreras del tiempo
persiguiendo a nuestras almas para siempre.
Observé como Elias se colocaba bien la camisa refunfuñando al comprender que de verdad se había quedado a las puertas de un tórrido encuentro sexual.
Ni siquiera se molestó en despedirse o volver la vista atrás. Se largó por la puerta por donde había venido dando un
sonoro portazo.
Me quedé mirando a la puerta y vi como una capa fina de polvo y escayola se desprendía por el golpe al suelo.
Me llevé las manos al rostro y lo oculté entre ellas, estaba rara, no entendía qué sucedía conmigo.
Si, si lo sabía. Era todo por culpa de ese mequetrefe que me estaba envenenando el alma y la mente con sus gilipolleces.
Miré el reloj y decidí que estaba bien por hoy, de todas formas con ese humor no iba a ser capaz de trabajar. Entré en el pequeño aseo que usaba demasiadas veces para no ir a casa, me di una ducha y me vestí. Use un vestido de gasa rojo para combatir el calor de la calle y me enfundé unos zapatos del mismo tono.
No había quedado con Pedro, pero de todas formas necesitaba ponerle algunos puntos sobre las íes, aunque fuera solo por Rodrigo y Liliana, aguantaría el mal trago, pero por nada más.
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