miércoles, 20 de diciembre de 2017

CAPITULO 10 (TERCERA HISTORIA)





Llegamos al restaurante con prisa, ni siquiera me fijé en cómo era, solo en el largo pasillo que llevaba hasta el salón donde todos nos esperaban. Al vernos juntos, despeinados y azorados, todos pusieron una sonrisa idiota dibujada en sus caras, suponiendo que habíamos tenido entre nosotros, algo más que un viaje hasta el restaurante. 


Nada más lejos de la realidad porque eso nunca sucedería, sabía que Alfonso podía ser un cebo muy atractivo, pero un cebo que seguro ocultaba la peor de las trampas y yo no estaba dispuesta a caer en ella.


Pensé en Elias, tendría que llamarle y charlar con él, era lo mas parecido a un “novio” que tendría, pero Elias era consciente que entre ambos solo había buenos ratos de charla y algunas veces buenos momentos de sexo. Y en esta ocasión sería más un buen rato de sexo que una charla, debía aliviar la quemazón entre piernas, esa que me causaba el idiota que llevaba al lado.


— venido en moto — dije dirigiéndome a Liliana y Carla que pestañeaban insinuantes.


— ¿Te ha montado en su moto? — preguntó Vallejo incrédulo.


— Ni una palabra — masculló Alfonso.


Rodrigo iba a intervenir pero ante las palabras serias y siseantes de Alfonsó prefirió mantenerse en silencio.


Nos sentamos uno al lado del otro, demasiado cerca para mi gusto. Pero no me apetecía suscitar mas comentarios así que lo dejé pasar.


Notaba su muslo fuerte rozar el mío y podía incluso escuchar el “fru fru” del roce de su vaquero contra la suave y delicada media.


Traté de concentrarme en lo que me rodeaba, aunque lo que me envolvía era él. Su calor, su cercanía, su roce...


Debía alejar esos pensamientos de mi mente y la verdad era que al entrar acompañada de él y tarde no había prestado atención al sitio y parte de mi trabajo era lograr nuevas adquisiciones para ofrecer a mis clientes una mayor y mejor variedad de lugares para sus celebraciones.


Así que con toda la fuerza de voluntad de la que disponía y cogiendo alguna de la que guardaba en la reserva, me fijé en
el entorno, en cualquier cosa que no fuese él. Estábamos en un amplio salón y recordaba vagamente la entrada acristalada, pues no había podido dejar de mirarle de reojo y notarle a cada momento. Las mesas estaban ordenadas con armonía, en algunas jarrones con flores bajos, para no impedir la vista del acompañante, en otras cestas con flores secas. Las paredes eran cálidas, tenían
unas bonitas vistas exteriores que armonizaban con el lugar y que pasaban a través de las grandes cristaleras que ocupaban la mayor parte de las paredes.


— ¿Trabajando? — preguntó Carla.


— Ella siempre lo hace — sonrió Liliana.


— Bueno, de formación profesional, supongo —contesté con la mejor de mis sonrisas — Si me lo permitís voy a presentarme y dar una vuelta por las cocinas si no les importa— guiñé a ambas.


— ¿Quién no te iba a dejar hacer lo que quisieras? —puntualizó Carla.


— ¿Quieres que te acompañe? — escuché decir a Alfonso.


— ¿Para qué? —pregunté sorprendida por el ofrecimiento.


— Bueno con la suerte que tienes...


— ¿Te tengo que recordar que mi mala suerte se llama Pedro Alfonso?


Todos rieron. Yo no, el pareció ofendido se sentó de nuevo y agachó la mirada.


— Si necesitas ayudas grita — dijo Rodrigo con sorna —, ahí estaremos.


— ¿Qué puede pasarme?


— Algún pulpo que se escape de la olla de la cocina, por ejemplo — puntualizó Vallejo mirando de soslayo a su amigo.


— Tenéis una imaginación … — suspiré retándole importancia e ignorando la cara agria de Alfonso. Me levanté, acomodé mi falda y me encaminé en busca del encargado del local.


Para mi sorpresa, el chef era un chico agradable y muy guapo, de voz profunda y ronca, ojos oscuros y redondeados, boca llena y nariz pequeña. Era vivaracho y agradable y por supuesto, no tuvo ningún inconveniente en
mostrarme las cocinas, sus menús y su forma de trabajar en cuanto me hube presentado y le informé de a qué se dedicaba mi empresa.


Por unos instantes estuve tranquila, relajada y sin pensar en Alfonso que de repente había ocupado un espacio demasiado grande en mi mente para el corto espacio de tiempo que hacía que nos conocíamos, ¡apenas unas horas!


Le di las gracias al chef, Carlos y mi tarjeta y él me ofreció la del restaurante.


Salí hacia la mesa, ya estarían molestos por mis continuados retrasos y el hambre que estarían pasando. Di la vuelta a la tarjeta y observé que Carlos había anotado su teléfono personal por atrás.


Esto estaba hecho, seguro que haríamos buenos negocios. 


De repente me asaltó la imagen, yo sentada sobre la fría y
acerada encimera de la cocina del restaurante, mi cuerpo desnudo cubierto de una fina capa de chocolate y mientras
él lamiendo cada trozo de piel, cerré los ojos mareada, él, no era Carlos, no. La imagen que se dibujaba era la de un
rostro perfecto.


— ¡Maldito seas Alfonso !— mascullé.


Furiosa por lo que me hacía sentir y que escapaba a mi férreo control me dirigí hacia la mesa.



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