miércoles, 6 de diciembre de 2017
CAPITULO FINAL (PRIMERA HISTORIA)
Una lágrima resbaló y se posó en la herida del labio.
Pedro, suavemente, la cogió y acarició la piel lastimada.
– Maldito hijo de puta – masculló.
– No importa. Su golpe no me ha dolido tanto, como sus palabras.
– ¿Qué te ha dicho? – de nuevo estaba furioso, lo notaba en su mirada, en su forma de apretar la mandíbula.
Por un momento temí, que volviese de nuevo a buscarlo y rematase la faena.
– Me dijo... – no podía decirlo en voz alta.
– ¿Qué te dijo? Dime – ordenó.
– Me dijo que tú habías vuelto a por Sara, que le habías rogado que regresara contigo, que habías incluso dicho, que aceptarías el bebé a pesar de no ser tuyo.
– No es cierto. El miente. ¿Por qué te pego?
– Porque... – dudé de nuevo.
– Dime Paula.
– No tiene importancia.
– La tiene para mí – dijo serio, mientras su dedo sostenía mi barbilla y me alzaba el rostro hacia su mirada. Su mirada de diferente color, oscurecida por la rabia.
– Me pegó porque no entendía porque he disfrutado del sexo contigo y con él nunca. Porque no entiende como a él, que ha sido paciente no le he entregado ni la décima parte de mí misma, y a ti, me entregado por completo.
– ¿Y ha sido así? ¿Te has entregado a mí, por completo?
– Sin reservas Pedro. Sin mentiras. Eso es lo que más me duele, que confié en ti, casi me lo impusiste, y resulto ser, que eras el más mentiroso de todos – agaché la mirada para ocultar las lágrimas.
– Yo no mentí respecto a nosotros.
– Puede, que tus sentimientos se volvieran en tu contra al final, eso no cambia el hecho de que desde el principio me conocías. ¿Dónde quedan ahora todas esas chorradas del destino?
– Paula, no seas tan dura conmigo, por favor, no sabes lo difícil que me resulta ahora mismo, evitar tocarte, besarte, reprimir estas ganas de tenerte entre mis brazos que me están volviendo loco. No sabes cómo me sentí al verte en las oficinas, sentada, llorando y cuando alzaste la mirada te vi con la cara golpeada. Quise matar al cerdo hijo de puta que te había hecho eso. Si todo lo que siento hacia ti, y me haces sentir no es amor, dime entonces, ¿qué es? ¿Qué hago para evitar sentir lo que siento?
Su diálogo solitario me estaba conmoviendo. Deseaba estrecharle entre mis brazos. Le amaba. A pesar de todo, le
amaba.
– Pedro... – susurré.
El vio la duda en mi rostro y la aprovechó. Su boca envolvió a la mía en una dulce caricia, sus manos acariciaban mi piel húmeda. Me dejé llevar de nuevo, una vez más.
La toalla cayó al suelo, mi cuerpo quedó al descubierto. No hablamos, tan sólo sentimos, dejamos que nuestros sentidos disfrutaran del otro, que se dijesen sin palabras, cuánto se habían extrañado.
Él me alzó entre sus fuertes brazos, sin esfuerzo aparente como siempre. Su boca no dejaba de hacerme el amor, de describirme sin palabras todo lo que sentía por mí. No hubo un centímetro de piel, que escapara a la suave caricia de sus labios.
Me apoyó contra el lavabo, y me penetró. Como siempre era entre nosotros, duro, rápido y fuerte, dejando que los cuerpos hablasen.
Le amaba, más de lo que nunca había amado a nadie. Y en ese momento supe, que iba a perdonarle, a darme la oportunidad de ser feliz de nuevo. De ser feliz con él.
El agua de la ducha limpiaba nuestros cuerpos de los restos de sangre, sudor y semen. Se sentía muy bien bajo el agua tibia.
Pedro me tenía abrazada, no había perdido contacto con mi cuerpo ni un instante, sin duda, temía que si me soltaba, huiría.
No lo iba a hacer, ya me había decidido, pero no se lo iba a decir todavía
Su boca buscó de nuevo mi cuello, me regaló mil besos, mil caricias. Sus manos resbalaban por mi cuerpo suavemente, ayudadas por el gel. Acabaron entre mis piernas, y acarició los rizos que ocultaban su perla. Porque era suya.
En apenas unos segundos, mi cuerpo estaba de nuevo listo para recibirle. Hicimos el amor, de una manera nueva.
Lento, despacio, sin prisa. Tratando de alargar el momento todo lo posible.
Las olas de la pasión nos arrojaron a la cama, exhaustos.
Dormimos entrelazados, unidos.
– Te quiero Paula – me susurró embriagado por el sueño.
Le miré, pero no dije nada. Aún no.
La mañana se levantó perezosa, como nosotros. La verdad es que no me apetecía levantarme de la cama, no quería deshacerme de él. Me gustaba llevarle puesto encima.
Desayunamos y nos vestimos. Era feliz.
Bajamos al garaje. Él había guardado su moto allí. Se subió a ella y contemple su atractivo culo. Eso me dio una idea de cómo hacerle saber que lo amaba. Salió del garaje, y yo le seguí. Se había empeñado en acompañarme hasta el trabajo.
Cuando estábamos fuera del garaje, despacio, le golpeé por detrás Pedro me miró sorprendido. Bajó de la moto y vino a buscarme.
Yo, ya lo esperaba fuera del coche.
– ¿Pero, no te has dado cuenta?
– Yo no he tenido la culpa. Es tuya, por tener ese culo tan atractivo, me he distraído Pero, si me invitas a un café, te perdono.
Él se rió de buena gana, había entendido el mensaje. Me apresó entre sus brazos y me besó de nuevo.
Me encantaba el sabor de sus besos. Me encantaba él.
– Te quiero Paula.
– Te quiero Pedro.
– Entonces, ¿me has perdonado?
– Bueno, se podría decir, aunque aún has de pagar un precio por tus mentiras. Voy a tener que esposarte en el calabozo y torturarte, tal vez así te perdone.
Él me miró, con la promesa traviesa escrita en sus ojos de diferente color, que delataban qué ese deseo, no tardaría en hacerse realidad.
Fin.
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Hermosa historia. Me encantó.
ResponderEliminarHermosa historia , cada historia que subis me encantan más, muchas gracias
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