miércoles, 6 de diciembre de 2017

CAPITULO 37 (PRIMERA HISTORIA)





Estaba aterrorizada, ¿Víctor me había pegado? No podía creerlo, pero era verdad. Me había dado una bofetada.


Había visto su furia. ¿Qué hacer? No podía regresar a casa, podía estar allí, esperándome... Estaba tan asustada en ese momento, tan desamparada.


Sin saber qué hacer, confundida, me encontré cerca del Cuartel. Me acerqué hasta la barrera, y el chico al verme con la cara inflamada y la boca sangrando, me abrió sin más preguntas.


Cuando aparqué el coche, él ya estaba a mi lado.


– ¿Está bien señorita?


– No, no lo estoy -dije llorando.


– Venga, dentro estará a salvo.


Entré dentro, me sentaron en una silla y esperé sola. No podía dejar de llorar. Tenían que rellenar un parte, y después me acompañarían a que un médico corroborase el golpe.


Me tapé la cara con las manos, cómo había sido posible...


–Paula, ¿eres tú? – escuché decir a mi querido Pedro. Era él, sin duda. No necesitaba verle. Lo sabía.


Me levanté y me aproximé a él, no me importaba llenarle de sangre reseca, no temía que me vieran, tan sólo deseaba refugiarme entre su brazos, descansar sobre su pecho...


– ¿Pero qué coño te ha pasado? – dijo en voz baja y afilada, como una daga, pequeña y mortal.


– La han golpeado – respondió por mí, el chico que me había recibido.


– ¿Quién ha sido el cabrón? ¿Ha sido Víctor, Paula? – ahora gritaba.


Le miré con los ojos llenos de lágrimas, y de seguro hecha un espanto con el maquillaje corrido y la sangre goteando por los labios.


Él acercó sus suaves manos a mi rostro, y acaricio allí donde la piel estaba inflamada.


– ¿Estás bien?


– No, estoy asustada. Me ha pegado, el bastardo.


– Ven. Sígueme. Yo me encargo cabo – dijo al chico que me había acompañado.


Y fuimos a su despacho.


Allí, más tranquila, le narré lo sucedido. Pedro no dejaba de maldecir, de insultarle y de jurar que lo iba a matar con sus propias manos, por haberse atrevido a ponerme una mano encima.


Le conté, acerca de sus palabras crueles. Él no lo confirmó, lo negó todo. De nuevo estaba arrodillado frente a mí, pidiendo mi perdón.


Había tanto que decir, y era incapaz de ello, tan sólo había podido acudir a él en ese momento desesperado, y se sentía tan bien. Al verle enfurecido, tan agraviado por lo que me había ocurrido, llegué a creer, que de verdad me amaba, que no me había mentido en lo que se refería a sus sentimientos hacia mí.


Me resultaba tan sencillo dejarme llevar junto a él...


Cuando el papeleo estuvo acabado, me llevó al hospital, allí me hicieron un parte donde especificaban mis lesiones y me hicieron algunas fotografías que añadir a mi expediente.


Nunca imaginé, que Víctor guardase un rencor tan grande hacia mí. Me daba miedo, que me pudiese hacer daño de nuevo.


Pedro me dijo, con su seguridad habitual que había regresado, que me acompañaba a casa. Yo no protesté. 


Dejé que me llevase en su moto. Era agradable sentir su calor en mi cuerpo de nuevo, su cercanía, y el aire fresco y limpio de la noche.


Subimos a mi piso, y cuando lo comprobó, sacó un destornillador, y cambió la cerradura de la casa.


No podía imaginar en qué momento, había pensado en eso.


Me dio las llaves, todas, menos una.


- Ésta para mí.


Le miré con la protesta escrita en la cara, pero él se adelantó.


– No la usaré, a no ser que me lo pidas, pero me quedo más tranquilo.


– Está bien, suspiré.


– Ahora vuelvo.


– ¿A dónde vas?


– A meter la moto en el garaje, la he dejado mal aparcada.


– Está bien, toma las llaves.







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