miércoles, 6 de diciembre de 2017

CAPITULO 36 (PRIMERA HISTORIA)





Al día siguiente, me encontraba un poco mejor. Había pensado en todo lo que Pedro me había dicho, su explicación, y aunque seguía resentida, algo dentro de mí, me quería convencer de que lo que había vivido era real. No podía creer, que todo lo que había sucedido entre nosotros, hubiese sido una gran mentira.


La puerta sonó. Me pareció raro y más raro aún fue, encontrarme un gran ramo de flores.


– ¿Paula Chaves? – preguntó una voz joven tras el ramo.


– Sí, soy yo.


– Son para usted. Firme aquí.


¿Pretendía obtener mi perdón con unas simples flores? 


Estaba muy equivocado, no me conocía en absoluto.


Cogí el ramo. Era un ramo desconcertante, como si al no saber que flores me gustaran hubiesen puesto unas pocas
de cada tipo, haciendo un popurrí extraño.


Había una nota. La desdoblé y leí.


“Paula, perdóname. Un error, no puede pesar tanto. Encontrémonos en el Pub Byron. Hoy a las 20:00 horas”


La nota, desconcertante, al igual que el ramo. No iría, lo tenía claro.


Me marché a trabajar. Qué sorpresa me llevé al no ver allí a Pedro. En su lugar, había un chico más joven que
él y un poco agrio.


Se presentó, era el Sargento Vallejo. Me comentó que a partir de ahora, él se haría cargo del cuartelillo.


Como si nada, pregunté por el destino del Capitán Alfonso y se me informó, que al haber terminado su misión aquí, de nuevo ocupaba su puesto en las oficinas centrales.


Me desanimé. Me desencanté. La misión a la que se refería y que había terminado, ¿era yo?


No sabía si sentirme enfadada o relajada, hice mi trabajo, pero no era lo mismo, la verdad es que estaba en ese trabajo, por él, no por mí. Echaba de menos a mis antiguos compañeros.


En el descanso, me acerqué a hablar con mi jefe. Le dije que estaba cansada de seguir trabajando para la guardia civil, y mi sorpresa no fue disimulada, cuando me dijo que a partir del siguiente día, me incorporaba a mi turno normal.


Carlos, me dijo que iba a avisarme más tarde, pero que le alegraba que hubiese ido yo. Me dio un sobre. Le miré
confusa.


– Es de parte del Capitán Alfonso. Buen muchacho – añadió.


– Gracias – dije mientras me levantaba.


Me marché rápidamente hacia la cafetería, aún podía tomarme un café. Llevaba el sobre en las manos, y la incertidumbre de lo que pudiese contener, hacía que mi estómago estuviese revuelto.


Parecía una carta. Tal vez, se despedía de mí, tal vez, me contaba que realmente todo había sido un juego, en el que al final, la que había resultado peor parada era yo...


No tenía ni idea, pero lo abriría esa tarde en casa. Ahora no era el momento.


Tomé el café que la camarera me ofrecía, pagué y me dirigí de nuevo a mi puesto de trabajo.


Entré dentro de las oficinas a quitarme la chaqueta, y dejar el bolso.


Pedro estaba allí. Vestido de uniforme. Guapísimo. Perfecto. Arrollador. Mi corazón de nuevo dejó de latir.


Le miré sorprendida, y el observó que entre mis manos llevaba su carta.


– Paula – me saludó con su tono frio. Ahí estaba de regreso el iceberg que casi pensé que había logrado fundir.


– Capitán – saludé igual de fría


– Lo dicho Vallejo. Adiós. Adiós, Paula. Cuídese.


Esas palabras me habían atravesado el alma, me habían sonado a una despedida para siempre. Iba a enloquecer,
¿no iba a poder tener ni un mísero día tranquilo?


– Adiós mi Capitán – dije a su vez con tristeza, más de la que me gustaba reconocer.


– Bien, Paula, puede irse a casa hoy. Su trabajo con nosotros ha terminado por el momento. Muchas gracias por su ayuda – dijo el nuevo jefe del que ni siquiera recordaba el nombre.


– De nada – dije.


Salí de allí aliviada, desde luego últimamente estaba trabajando poco.


Me marché a casa sin rechistar. Llegué y me puse cómoda. 


Me senté en el sofá con las piernas cruzadas y mire el
ramo de flores otra vez. No parecía que pudiera ser suyo.


Abrí la carta. Había un folio blanco. En él, tan solo había escrita una frase, de su puño y letra; Siempre, te estaré esperando. Tan sólo llámame”.


Una lágrima rodó por mi mejilla, morosa. No derramaría más. 


Quizás debiera perdonarle, tratar de empezar de nuevo. Lo echaba tanto de menos...


El día pasó leeento. No dejaba de darle vueltas al ramo. Era suyo, eso estaba claro. Pero, ¿debería ir?


Decidí, que era lo mejor. Acabar de una vez con esto.


Me vestí y puse en el GPS el nombre del pub. Conduje hasta allí Aparqué y entré en el local. Me parecía raro que me hubiese citado allí, la verdad no iba mucho con su estilo, aunque éramos casi desconocidos. Había tanto que no sabía sobre él...


Entré y me senté en la barra. Miré a mi alrededor, buscándolo, pero no lo vi. Pedro solía ser muy puntual con lo que se refería a todo, así que me pareció más raro todavía


Una mano golpeó suavemente mi hombro, me giré y vi a Víctor. No podía ser, ¿el ramo era suyo?


– ¿Eres tú? – pregunté sin poder contenerme.


– ¿Quién si no? – dijo algo frustrado.


Me levanté para irme. Estaba furiosa conmigo misma. 


¿Cómo había pasado por alto esa posibilidad?


– Quédate, espera que pueda explicarme.


– No me interesan tus explicaciones. Márchate a tu nuevo hogar, con tu futura esposa, con el hijo que esperáis. Se
feliz.


– Paula.


– No, no te culpo, no te guardo siquiera rencor, tan sólo quiero que te olvides de que alguna vez formaste parte de mi vida, pero ahora, no quiero nada más de ti.


Me levanté y me marché, él me seguía


– Vuelve con tu nueva compañera Víctor – dije con la voz tan fría como el viento que azotaba mi rostro.


– Te echo de menos, Paula. Te sigo queriendo.


– No vuelvas, nunca más, me oyes, nunca más a decirme algo así Nunca me has amado. Por Dios Víctor, me has engañado durante un año. Ella está embarazada, ¿Y te atreves a decir que me amas? No sé quién eres, te desconozco.


– ¿Cómo lo sabes?


– ¿El qué?


– Que hace un año que estoy con ella.


– Simplemente lo sé – dije bajando la mirada, me había delatado yo sola.


- Así que es cierto. Sara tiene razón.


– ¿En qué?


– Estás con su marido. Estás con Pedro.


– ¿Si así fuera?


– ¿Cómo has podido?


– ¿Y tú, me preguntas eso? Es el colmo de la indecencia.


– Él te ha usado, ¿lo sabes? Se arrastra todos los días, pidiéndole que regrese, incluso, le jura, que se hará cargo
del bebé, a pesar de que no es suyo.


– Mientes – sus palabras me atravesaban el pecho, y rasgaban mi alma.


– Pregúntale a él.


– No vuelvas, nunca más Víctor a ponerte en contacto conmigo – grité enfadada, con él, con Pedro, conmigo
misma.


– Haré lo que me plazca, cuando quiera, aún soy tu marido – y me agarró con fuerza las muñecas.


– Déjame Víctor, no deseo que me toques, me asquea – escupí, pero no era para herirle, era la verdad.


Y lo sentí El golpe. La cara me ardía, el trasero me dolió al dar contra el asfalto.


¿Me había golpeado? No podía ser. Todo era irreal.


– ¿Cómo has podido? – farfullé llorando, por el dolor, y la desagradable sorpresa.


– Así que es verdad, te lo has follado, y has disfrutado. ¿Y yo? Nunca te gusto el sexo, estabas muy herida para eso me dijiste, y aparece él y te lleva a la cama sin esfuerzo.


– No eres quien para juzgarme, ahora déjame


– ¿Está bien señora? – dijo una voz en las sombras.


– Sí, no se preocupe, dije mientras me levantaba y aprovechaba la interrupción para subir al coche.




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