martes, 19 de diciembre de 2017
CAPITULO 9 (TERCERA HISTORIA)
El ascensor llegó a la planta de mi oficina en lo que a mi me pareció una eternidad, abrió sus puertas y caminamos hacia su interior. Durante todo el trayecto traté de parecer normal
aunque no podía dejar de recordar el encuentro de Carla con Vallejo en el ascensor.
Tendría que cambiarme de bragas a este paso, porque las notaba tan húmedas que iba a dejar huella en el coche cuando me sentara.
Era un infierno estar al lado de alguien que causaba tantos sentimientos contradictorios a la vez y no saber como gestionarlos. Lo odio, lo deseo, me atrae, lo rechazo... un horror.
Al fin la campana metálica suena y el ascensor nos libera y me doy cuenta de que todo el tiempo he estado con los
ojos cerrados, evitando su intensa mirada.
Salimos a la calle, el sol me despejó y secó la humedad que ahora no solo se concentraba en mis bragas. Aspiré profundamente para aliviar un poco la tensión y de paso soltar todos los gemidos y jadeos que había acumulado
durante la bajada en el ascensor.
— ¿Dónde tienes el coche? — pregunté después de mirar y no ver por ningún lado su llamativo automóvil.
— No he venido en coche.
— ¿Entonces? ¿Vamos a ir andando? Creí que no estaba cerca. Además no tengo mucho tiempo.
— No te preocupes, que voy a llevarte volando.
— ¿Volando? Ja! y dime, ¿dónde estan tus alas de angelito?
— ¿De angelito? Yo hubiera preferido que me hubieses imaginado más como un diablo.
— ¿Un diablo? No eres tan peligroso, nene.
De nuevo me había acercado peligrosamente a su cuerpo.
Su boca bien dibujada sonreía y el impulso de acariciar su cara se apoderó de mis manos, de repente mis dedos se
deslizaban por la piel áspera de su mejilla.
Pedro cerró los ojos un momento y entonces me di cuenta de lo que había provocado. Ese hombre era peligroso, mucho, hacia que me olvidara de todo y lo anhelara de una forma desconocida y nueva. Y, la verdad era que no deseaba perder la cabeza por ningún hombre, menos uno tan tentador como él.
— Lo siento —me disculpé apartando mi mano bruscamente.
— Más lo siento yo.
Esas palabras me ofendieron. ¿No le había gustado tenerme cerca? Bueno, sería la última vez, no debía de volver a provocarlo ni a dejar que mi cuerpo actuase a su libre albedrío.
— Vamos, ponte esto — dijo mientras me tendía un casco negro.
— ¿Un casco? Estás loco si piensas que me voy a montar contigo en una moto después de ver como conduces un coche.
— Con la moto soy mejor.
— Eso tampoco es que sea un récord difícil de batir — mascullé.
— Me encanta que seas tan ...
— ¿Tan...?
— Así.
— ¿Tan así? ¿Y eso cómo es?
— Tan deslenguada. Me dan ganas de...
— ¿De qué? Piensa muy bien lo que vas a decir — le increpé con un dedo acusador y mirándolo fijamente.
— De nada. Vamos te prometo que no sucederá nada.
Caminé detrás de el porque no me fiaba de ir a su lado. Unos metros mas adelante su moto nos esperaba, era
grande de sus curvas sinuosas y negras.
En la parte delantera donde estaría situado el deposito, podía leerse con letras hermosas y plateadas en los flancos; Harley Davidson. Era oscura, como él. Era bonita, sí, definitivamente era una moto muy llamativa.
Por un instante me dejé seducir por ella y me apeteció montarla.
— No pienso subir ahí — dije categóricamente. Hasta a mi me sorprendió la tranquilidad con la que hablaba.
— Pues... no he traído el coche.
— No importa, llamaré un taxi.
— Si claro que los taxis y sus conductores son muy seguros — ironizó.
— Por cierto ya que sacas el tema, me pareció muy mal que golpeases a ese pobre hombre.
— ¿Pobre hombre? ¿Estás de coña no? ¿Te has visto el brazo? — preguntó mientras me mostraba con dificultad mi
propio brazo.
Un feo cardenal rodeaba mi brazo como un brazalete siniestro que me recordaba la ferocidad con la que el taxista me arrastró hacia el interior del Cuartel.
— El hombre solo estaba enfadado — suspiré — no es un mal tipo, solo es que he tenido un mal día desde que me
levanté — y le miré para que entendiese que el culpable de mi mala suerte había sido él.
— Nunca, me oyes, nunca, ni siquiera si estás muy enfadado hay que tratar mal a una mujer —espetó muy cerca de mi
rostro, aturdiéndome con su aroma.
Al verle tan cerca, tan enfurecido porque me habían hecho daño con sus ojos color plata líquida taladrándome el alma, su barba que empezaba a nacer y su aliento embriagándome, no pude hacer otra cosa que sentir algo por él.
Un sentimiento que me arrastraba con fuerza y por un instante logró que mis muros bien construidos temblasen y de nuevo, me sorprendí con mi mano en su rosto, paseándose por él, conociéndolo.
Una corriente eléctrica me sacudió hasta dejarme atontada cuando cerró los ojos disfrutando de la caricia y su mano,
fuerte y áspera se posó sobre la mía para acariciarla.
De nuevo la boca se me hizo agua y no pude apartar de mi mente la imagen de nosotros convertidos en un amasijo desnudo de brazos y piernas enredadas, perdidos el uno en el otro.
— Lo siento — me disculpé mientras retiraba mi mano de su rostro.
— Yo no — dijo serio — monta, llegamos muy tarde.
Era verdad, iba de nuevo a llegar tarde, nunca lo hacía y desde que me había topado con él, iban dos veces seguidas.
Puse los ojos en blanco y me encomendé a todos los santos que conocía y algunos que añadí de mi propia cosecha y subí en su hermosa moto, esa misma que me aterraba.
— El casco —indicó mientras me tendía de nuevo el que me había ofrecido hacía unos instantes
— ¿Siempre llevas dos? — pregunté sorprendida.
— Siempre. Soy un hombre precavido.
“O uno con muchas oportunidades”, pensé, pero no lo diría en voz alta porque tenia que reconocer que incluso a mi, me había sonado a celos.
— No lo pareces.
— Puede que mi imagen no corresponda del todo con mi alma.
— Quizás … — dije suavemente — Ya está — le indiqué en cuanto me hube abrochado el casco para mi asombro sin
esfuerzo.
— Agárrate — fue lo último que escuché.
En seguida la motocicleta recorría las calles enfurecida, podía ver las sombras de los coches transformados en
borrones, sentí vértigo. Me agarré a su cintura con fuerza.
Con una de sus manos agarró las mías y su pulgar empezó a moverse despacio por ellas, acariciándome y calmándome.
Cuando conseguí relajarme, abrí los ojos y contemplé el paisaje que dejábamos atrás sin miedo. Sintiendo por primera vez que en realidad él podía volar.
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Cada vez más linda esta histoeia
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