martes, 19 de diciembre de 2017
CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)
Continuamos hablando de los detalles de la boda, de las flores, del número de comensales y otras cosas tediosas que
me sabía de memoria y que ahora se quedaban en segundo plano mientras le miraba.
No se había pronunciado en toda la velada, tan solo me observaba pensativo con sus dos indices apoyados en su
boca, esa boca... que deseaba morder.
¿Pero qué coño estaba mal conmigo? Yo nunca deseaba a nadie mas allá de un rato, el justo para echar un polvo y ya.
Sin embargo me distrajo con su cabello alborotado, más largo por el flequillo y corto por detrás. Con sus enormes y
redondeados ojos grises, inocente y perdido en sus pensamientos, su cara cubierta por una fina capa oscura de
bello que gritaba que la acariciase y su boca, bien delineada cuyo labio inferior era algo más grueso que el superior.
¡Mierda! ¡Estaba mojada de nuevo! ¡Cómo si hubiese estado bajo la lluvia en ropa interior!
— Paula... Paula — escuché mi nombre en boca de alguien y eso me trajo de regreso a la realidad, no sin antes un leve cruce de miradas en el que me di cuenta de la intensidad de su mirada.
— ¿Si?
— ¿Estás aquí o en Babia?
— En Babia supongo — musité avergonzada, sentí el rubor bañar mis pómulos y agradecí tener un tono de piel morena y no tan blanca como lo era la de Liliana, así se disimularía — . Lo siento, estaba pensando en trabajo. Entonces quedamos en que llamo al restaurante y que nos preparen el menú para la degustación y después elegimos los platos.
— Perfecto, pero, te estaba diciendo que si puedes salir a comer hoy con nosotras.
— ¿Con vosotras? ¡Claro! No tengo planes.
— ¡Genial! — dijo Liliana.
— Sí, lo estoy deseando — dijo Carla sonriendo — , hay que ponerse al día.
— Muy bien chicas entonces, ¿a qué hora os recogemos? — inquirió Blanco.
— ¿Cómo? ¿Cómo que nos recogéis? ¿Eso qué significa? —¿pero bueno qué me había perdido?
— ¿No nos has oído? Vamos a ir a un nuevo restaurante que han abierto. Todos — contestó Liliana.
— ¿Está lejos?
— Bastante — dijo Carla.
— Si es así, sintiéndolo mucho no puedo, tengo solo un par de horas — dije como excusa.
— No hay problema, yo te recojo — sonó la voz de Pedro, susurrando con profundidad las palabras mientras me miraba intensamente, traspasando mi alma.
— No gracias, no te preocupes.
— No es ninguna molestia, en una hora regreso a por ti.
— ¡Genial! — dijo Liliana.
— Pues ahora nos vemos — se despidió Carla.
Y yo me quedé allí, sentada en mi silla con miedo a levantarme por si acaso la humedad goteaba al suelo y sin saber o poder decir nada.
Me había dejado sin palabras.
¿Qué tenia el aparte de ser un bombón que mi cuerpo reaccionaba así?
No era capaz de hallar respuesta a mi propia pregunta y mientras llegaba la hora de reunirme con ellos, no dejé de
sudar por las manos, la nuca y la entrepierna, aunque la verdad, a quién engañar, eso no era precisamente sudor.
Decidí ir al baño y arreglarme un poco, estaba hecha un asco, pero claro, era lógico porque ese animal al que iba a
tener que aguantar casi me había atropellado esa mañana.
¡De ahí mis pintas!
— ¡Imbécil!! — exclamé a la nada.
— Presente, ¿estás lista? — preguntó su voz sofocando una risita al verme enfadada.
— ¿Cómo has entrado? ¿Es que no está Soraya en la recepción?
— Sí, si estaba pero, ¿sabes? A pesar de no gustarte nada soy encantador.
— Si un caradura, idiota e imbécil es lo que eres.
— Vamos, estás muy guapa.
— No me toques. Bastante es que tengo que aguantarte hoy.
— Si además, todo el día.
Era verdad, ahora comería con ellos y a la noche cena, desde luego hoy no era mi día de suerte, ¿cómo podía cambiar tanto el día de uno? ¿No podía haber sido uno normal?
— ¡¡Qué ilusión!! — chillé burlona.
— ¿Qué he de hacer mujer — susurró mientras me atrapaba con su cuerpo y el lavabo del baño — , para que cambies
tu opinión sobre mi?
— No puedes hacer nada — musité nerviosa, lo sentía cerca y el corazón me latía muy aprisa, pero no deseaba que supiera que me afectaba — , bueno sí, una cosa. Cambiarte por otra persona totalmente diferente y me temo amigo mio — dije mientras le apartaba a un lado y me deshacía de su encerrona —, me temo que eso es imposible.
— No hay nada imposible.
— Si lo hay.
— Dime qué.
— Volar, no puedes volar. Ni yo.
— Yo si.
— ¿En serio? Será en tu imaginación, ese mundo donde vives en el que te crees el mejor, el más guapo y el que siempre lleva la razón pero, ese mundo no existe. En el mundo real no eres tanto como te crees.
— Vale, algún día si me dejas te lo demostraré — susurró ahora acercándose de nuevo. Me tenía atrapada contra la pared fría de azulejos del baño y su dedos de enredaban en mi larga melena morena.
Una imagen de su mano agarrando mi pelo con fuerza mientras me penetraba desde atrás llegó fugaz quedándose
grabada en mis parpados y logrando que ahogara un jadeo.
Por instinto me llevé una mano a la boca, para no soltar nada. Entonces su mano ruda y áspera apartó mi mano de
mi rostro y la envolvió entre la suya y su boca comenzó a acercarse peligrosamente a mi.
Podía ver sus ojos oscurecidos por el deseo, clamando en voz baja que me rindiera y lo deseaba, pero mi orgullo me impedía reconocerlo. Debía salir de esa trampa que conformaban su pecho y sus brazos musculosos.
El calor entre nosotros era casi asfixiante, solo podía pensar en desnudarlo y que me alzase en vilo, penetrándome mientras los azulejos me servían de apoyo.
— Déjame — dije furiosa.
— Esta bien mujer, vamos — contestó de mala gana.
— ¿Mujer? ¿Qué estamos en la edad media? — pregunté más enfada aún.
— Ojalá, porque entonces solo tendría que comparte a tu padre por un puñado de cabras.
— ¿Cabras? Ni tierras, ni oro.
¡¿Cabras?! Lo que yo digo, un imbécil como la copa de un pino.
Salí del baño arreglándome el pelo para demostrar que no me había afectado, sin embargo las piernas me temblaban tanto que pensé que iba a tropezar y caer rendida a sus pies.
Pero no le daría el gusto.
Él se reía mientras dejábamos mi despacho y nos dirigíamos a coger el ascensor.
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