sábado, 16 de diciembre de 2017
CAPITULO 31 (SEGUNDA HISTORIA)
Cuando han desaparecido de mi vista y sé que no pueden verme, pierdo la fuerza para mantener la solidez del dique que se abre y deja escapar mis lágrimas logrando que llore sin control.
¡Me siento tan mal! Mareada, agobiada, sobrepasada por la situación tan absurda. Se ha casado. Con una completa desconocida. O tal vez, no lo era. Todos su viajes a Venezuela...¿Estaría con ella todo este tiempo?
La verdad es que ella podía haber sido simplemente otra víctima, al fin y al cabo el que tenía una relación y debía de haber respetado a su pareja, era él.
Ahora, no tiene sentido darle vueltas al asunto. El ha elegido y yo debo mantenerme al margen y tratar de luchar por sobrevivir aunque lo voy a tener difícil.
Si ha regresado significaba que regresaría a la oficina, mi oficina, porque ambos trabajamos para la misma empresa.
No sé, cómo llegué a dónde estaba. Me vi sentada sobre una mesa de madera oscura rodeada de papeles, con una pequeña ventana y una silla de cuero con reposabrazos.
Oficina, pensé. Sargento. Guardia civil. Amigo de Rodrigo.
Rodrigo, Capitán Blanco.
Todo cuadraba. Pedro sería el mismo del que había hablado Liliana en alguna ocasión, ese que era muy mono y nos vendría bien a alguna de las dos solteras.
—¿Estás bien? —susurra –toma. Bebe un poco.
—Lo siento — digo sorbiendo las lágrimas — . Preferiría que no hubieses visto esto de hecho, no sabía que trabajabas aquí.
—Me destinaron aquí cuando Blanco regresó al cuartel.
— He estado comiendo con Liliana. Ahora, no sé dónde ir no me apetece volver a encerrarme en casa, sola. Tampoco me apetece hablar con nadie.
—Está bien, quédate aquí si lo deseas.
—Deseo desaparecer — y mi voz es tan solo un leve susurro cargado de tristeza.
—Si lo hicieras, me darías mucho trabajo porque no estoy dispuesto a dejar que desaparezcas — susurra a su vez, pero su voz es segura. Decidida.
Sonrío. Hasta en este momento se muestra cortés. Quizás si existe un corazón cálido y tierno bajo ese duro pecho.
—Perderías el tiempo. No merezco la pena — contesto.
—Eso lo decido yo piernas bonitas.
—No tengo unas piernas bonitas — replico.
—Sí, sí que las tienes y largas, tan largas que tardaría toda una hora en recorrerlas con mi lengua.
¿Qué? ¿Qué dice? Estoy húmeda de nuevo. Este hombre es incorregible.
—Sabes —digo ahora atrevida —yo también puedo jugar ese juego.
—¿Sí? Me gustaría verlo...
— Devórame — susurro mientras acerco mi boca a su oreja, despacio, suave, sin prisa.
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