sábado, 16 de diciembre de 2017

CAPITULO 30 (SEGUNDA HISTORIA)






Camino deprisa, nerviosa, mirando sin ver nada cuando una risa conocida y peculiar, algo estridente, llama mi atención.


Al girar la mirada en la dirección de la que proviene la risa me quedo sin aliento, petrificada, helada.


No puede ser. No es real.


Una pareja abrazada y cargada de maletas se intercambian ruidosos susurros que provocan risas y se regalan besos a diestro y siniestro, sin importar dónde están.


Las manos de él acarician la espalda de la mujer, alta y voluptuosa, demasiado quizás para mi gusto, con el pelo oscuro al igual que sus ojos y la nariz demasiado larga para su rostro. Aún así, es una mujer llamativa, lo corroboran las miradas embobadas de todos los hombres que hay alrededor.


También ayuda para tal efecto, su vestido demasiado estrecho y demasiado escotado.


Hector parece...feliz.


Por ella me ha abandonado. Una mujer que es la antítesis de mi reflejo.


Cierro los puños para calmar mi frustración no deseo montar un numerito en el aeropuerto pero a la vez, solo tengo ganas de patearle su culo todo lo fuerte que pueda, tanto como para mandarlo a la luna y que muera allí de inanición.


Como lo odiaba.


Algunas lágrimas, más por la rabia que por el dolor, queman mis párpados pero pestañeo con fuerza para alejarlas, desde luego no le voy a dar el gusto de que me vea llorar y menos aún de que piense que las lágrimas son por que él me ha herido.


—¿Paula? — dice sorprendido —. ¿Qué haces aquí?


¿Quizás pensaba que iba a recibirle? ¿Se podía ser mas imbécil?


—He quedado —trato de sonar segura, fuerte, pero mi voz tiembla un poco.


—¿Cómo estás? — pregunta sin saber que más hacer.


—¿No vas a presentarnos mi amor? —interrumpe la mujer cuya voz era tan estridente como ella misma.


—Si, sí, claro, ella es Paula. Paula ella es Milena.


¿Milena?


—¿Su esposa, viste? — recalca ella —tendiéndome la mano para mostrarme su anillo.


Esposa.


Casados.


Se habían casado. Aunque ya lo sabía la bofetada dolió igual.


Y yo, con mi ramo de novia disecado y marchito en mi mente porque nunca lo utilizaría.


La odiaba, sin conocerla la odiaba porque me había robado mi futuro y lo odiaba a él, por dejarme por ella.


Temí que mis lágrimas rebosaran de repente inundando mi cuerpo y cuando pensé que no iba a soportarlo ni un segundo más, de repente, una voz familiar acude en mi rescate.


—Hola piernas largas, has llegado pronto.


Pedro... ¿Qué hace aquí, me sigue? Es mi acosador particular... Luego zanjaría el asunto, por ahora, su ayuda es de agradecer.


Me gira hacia él, me dedica su sonrisa arrebatadora esa que muestra su hoyuelo, una mirada de enamorado y un beso de película.


A pesar de todo lo absurdo y extraño de la situación, le sonrío.


El beso, para mi gusto dura demasiado y sus manos no se cortan en acariciarme la espalda, hasta que esta pierde su nombre.


Me aferro a él, más por necesidad en este momento que por deseo, pero al final acabo perdiéndome en su beso, olvidándome de todo, de todos, incluido Hector y su esposa, Milena.


Un carraspeo nervioso, acaba bruscamente con nuestro apasionado beso.


Pedro, erguido y formal, se acerca a Hector y se presenta; Sargento Alfonso, seguridad del aeropuerto.


Y le tiende la mano.


Hector, con los ojos desorbitados estrecha su mano también.
Después hace lo propio con Milena que se derrite mientras se lo bebe con la mirada sin intentar disimular.


Sé que Hector está enfadado, mucho, es un hombre de negocios que sabe mantener sus emociones a raya pero yo lo conozco desde hace mucho y sé bien de sus poses estudiadas. Soy consciente de que cada vez que está furioso su ceja izquierda tiembla con un pequeño tic.


Y ahora ahí está su tic pero estará furioso, ¿porque Pedro se ha presentado como mi pareja o porque su recién estrenada mujer no puede quitar los ojos de encima de mi bombón?


Y ahora que realmente lo miro sé por qué Milena lo mira así, es más alto y fuerte que Hector, sus ojos grises con destellos plateados le otorgan una apariencia felina, algo salvaje. Sus labios, son demasiado tentadores para ser de un hombre y su sonrisa, con ese maldito hoyuelo en su mejilla izquierda, le da ese aire de bombón envuelto y listo para llevar.


Pedro, no permite que Hector me humille y se lo agradezco.


Hago algo inesperado, entrelazo mis dedos entre los suyos y el me devuelve una mirada sonriente y feliz, estrechándome la mano con fuerza.


—¿Desde cuándo..? —pregunta Hector sin terminar la frase.


—Tiene gracia Hector que lo preguntes —dice Pedro que ha tomado las riendas de la situación —. La conocí el día que la dejaste colgada en el aeropuerto. El coche se le estropeó y cuando vi sus largas y bonitas piernas que me tienen hechizado —subraya mirándome intensamente —me detuve a ayudarla.


—Qué oportuno —dice Hector tajante.


—Qué romántico amor, ¿ves? Y tú preocupado por romperle el corazón a la niñita frágil, pues ella se agenció a un hombre que está para comérselo.


—Un tipo que deja a su novia esperándolo en el aeropuerto, mientras está en otro país engañándola con otra no creo que estuviese muy preocupado por las consecuencias —señala Pedro cortante.


Ambos se miran a los ojos, midiéndose. Hector puede ser muchas cosas, entre ellas un capullo redomado sin solución alguna pero no es tonto y sabe que Pedro tiene las de ganar.


—Milena vamos, llegamos tarde. Adiós Sargento, hasta otra, Paula — se despide mientras se lleva a tirones a su enamorada esposa que no puede dejar de mirar a Pedro.


—Adiós —mascullo aliviada.



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