jueves, 7 de diciembre de 2017

CAPITULO 3 (SEGUNDA HISTORIA)





Dos años después.


¡No puedo creerlo! ¡Es el colmo de la mala suerte! Sin duda todos los astros se han confabulado en mi contra.


La segunda vez en una semana que tengo problemas con el coche. Al menos, me ha dado tiempo de apartarme a una lado justo en una zona de frenada de emergencia.


¡¡Maldito coche!! Me apeo y miro por todas partes hasta descubrir muy a mi pesar, que tengo una rueda trasera pinchada. Más que eso. No le queda ni un gramo de aire en sus ajados pulmones.


¡Fantástico! Otra cosa que no sé hacer. ¿Para qué aprender si Hector siempre lo hace por mí? Pues bien listilla que deja que su novio dominante lo haga todo por ella, ahora, te toca apañartelas con la rueda de repuesto a ti sola. Para colmo hoy llevo falda.


Y si todo este cúmulo de mala suerte fuera poco, además voy a llegar tarde a recoger a Hector.


Menuda faena.


Abro el maletero y rebusco debajo de la moqueta las herramientas. Creo recordar, que el gato y las demás herramientas que no sé cómo se llaman están también ahí, en algún lugar junto a la rueda.


Me pregunto, dónde ha ido a parar la joven intrépida que escalaba montañas, practicaba puenting y luchó contra su fobia a los ascensores.


Bufo para mí misma, una queja a mi espíritu adormilado y mal acostumbrado gracias a Hector.


Oigo los rápidos zumbidos de los coches al pasar junto a mí a toda velocidad, a veces, pasan tan aprisa que el golpe de aire me empuja y eleva mi falda.


Ahora me arrepiento tanto de haber elegido una falda con vuelo y vaporosa, pero claro, ¿cómo iba yo a saber que hoy se iba a pinchar la maldita rueda?


Meto las narices tan abajo como puedo, tratando de no sobrepasar los limites de la moral y no dejar mi ropa interior, que hoy es un minúsculo tanga, al descubierto.


Después de hurgar con la cabeza metida en la moqueta y el aire cargado de los estridentes ruidos que los coches forman al pasar con su velocidad, por fin, veo la rueda.


Está encajada en un agujero bajo la moqueta, parece ahora mismo, un abismo insondable, profundo y oscuro, vamos, el mismísimo infierno. Casi puedo ver al diablo con su cuernos retorcidos y su nariz afilada riéndose de mí, mientras me espera con su caldero de lava.


—Bonitas piernas —escucho una voz silbar a mi lado.


Del susto, me levanto tan aprisa que me dejo la sesera pegada en el maletero del coche.


Maldito sea, pienso para mí, mientras me froto la cabeza justo en la zona afectada con fuerza para aliviar el picor y con los ojos empañados por las lágrimas a causa del intenso dolor que me ha traspasado todas las capas de piel, llegando a los huesos. Miro en la dirección de la que proviene la voz.


Un hombre, con la cara aún cubierta por su casco rojo, al igual que su moto, se ha detenido justo a mi lado.


Parece que quiere ayudarme o puede por su comentario que pretenda algo más, ¿dónde he dejado mi spray de pimienta?


—Parece piernas largas —se detiene un momento al verme bien el rostro — que necesitas ayuda.


¿Piernas largas? Será imbécil.


Dispuesta a abrir la boca para replicar, se desprende del casco muy despacio y el ogro que mi mente ha imaginado, da paso a un hombre atractivo de treinta pocos años, con unos impresionantes ojos grises.


La réplica ingeniosa que mi mente había inventado para dejarle K.O, no ha servido, ha muerto en mis labios sin ser pronunciada.




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