jueves, 7 de diciembre de 2017

CAPITULO 2 (SEGUNDA HISTORIA)




El ascensor, de nuevo nos regala otra sacudida y otra más fuerte. El hombre, está a mi lado sosteniéndome fuertemente por la cintura. Me ajusta a su cuerpo y noto cómo tiemblo a su lado, aunque no estoy muy segura de que sea por miedo.


Otra sacudida más.


Grito.


Me aferro a su cuello.


Y entonces, el ascensor, se detiene. Las luces nos abandonan dejándonos a oscuras.


—¡Vamos a morir! —me oigo gritar a mí misma.


—No, todo estará bien — dice con la voz calma.


—No hay electricidad, ¿cómo demonios va a sostenerse ésta lata en el aire? — chillo asustada.


—No te preocupes, no caeremos — promete.


—¡¿Cómo lo sabes?! —grito rayando la histeria.


Una leve luz azul nos ilumina, es escasa pero suficiente para verle. Sin reparar en ello, estoy agarrada a su cuerpo, mi abdomen junto al suyo, mis manos apresando sus hombros, mi rostro levantado hacia él.


Compruebo a pesar de la oscuridad, que sus ojos grises, tienen pequeñas manchas plateadas y sus pestañas espesas son del color de una noche oscura. Su nariz algo aguileña y torcida, le hace aún más atractivo y su boca, está formada por unos labios generosos y bien dibujados.


Pienso en mi trise y vacía vida, en que ya tengo algunos años y pocas experiencias. Y sobre todo pienso, en que realmente voy a morir.


Así, que dejo de pensar y me dejo llevar por el momento. 


Agarro su cuello, atrayéndolo hacia mí y le beso.


Dejo que todo el miedo desgarrador que me llena salga de mi cuerpo, permitiendo que él, lo sienta .


Estrecho su musculoso cuerpo entre mis manos y permito a mi boca y a mi lengua que lo saboreen, arriesgándome a una negativa.


El inesperado ataque le satisface, haciéndole soltar un gruñido gutural y golpeándome la espalda contra la barra metálica. Quedo presa entre la pared de espejo y su cuerpo.


Pero no me importa, besa de maravilla. Nunca antes, me habían besado así, o tal vez, la certeza de que voy a morir, hace que este beso tenga mejor sabor.


Sus manos recorren mi costado de arriba abajo y se demoran en mi trasero, atrevidas.


No me importa, sólo deseo morir de una forma agradable, no pensar en lo que me voy a perder.


Los besos se intensifican, se multiplican haciendo que jadee de pasión, percibo el calor nacer en mi estómago y difundirse al resto de mi cuerpo corriendo libre por mis venas.


Enredo mis dedos en su pelo oscuro y dejo que mi lengua pelee con la suya, para demostrarle, que yo puedo ganar esta batalla.


Siento su sexo, inflamado por el momento, golpear contra el mío. Acaricio su larga y fuerte espalda y dejo que mis manos agarren ese trasero que antes había admirado, para poder disfrutarlo.


Él, me alza de nuevo, apoyando mi espalda en la pared de espejo y con sus fuertes muslos separa mis piernas y se acopla entre ellas, dejándome sentir su gran erección pegada a la humedad de mi sexo.


Mi cuerpo, instintivamente se acopla al suyo, mis caderas se arquean para acogerlo más cerca de mí, su lengua se vuelve más osada y sus besos más bruscos me roban el aliento.


Siento que voy a desfallecer, todo a mi alrededor se nubla, tan sólo puedo pensar en que él me penetre, aquí mismo, en este ascensor oscuro y suspendido a varios metros sobre el suelo. Deseo que me haga suya en este instante.


Y entonces pienso, ¿por qué no? ¿Qué nos lo impide? A mí nada, desde luego.


Dejo que mis manos vuelen por su cuerpo, arranco como puedo su camiseta de entre los pantalones y disfruto del tacto suave y terso de sus músculos. Mis dedos dibujan cada uno de ellos, como ondas en un paisaje desértico.


Así siento mi garganta, árida.


—Si sigues así —jadea — no voy a poder detenerme. Voy a tener que devorarte.


— Pues devórame —suplico.


Y al escuchar esas palabras cargadas de deseo, no lo duda.


Escucho el ruido metálico de la cremallera al bajar. Sin pensarlo, da un fuerte tirón a mis medias, rasgándolas, dejando como única barrera entre nosotros, la suave seda de mi ropa interior empapada por mi deseo hacia él.


—¿Estás segura? —susurra con su boca torturando uno de mis pezones.


—Sí, lo estoy —gimo.


Sus dedos apartan la fina barrera entre nosotros y empuja su miembro dentro de mí, llenándome de un placer que desborda mis sentidos. Turbándome con esa sensación mágica.


Inclino la cabeza hacia atrás y cierro los ojos sin poder evitarlo. Tanta pasión me ciega. Él es pura sensualidad y yo, me estoy arriesgando mucho, pero no me importa de todas formas estoy convencida de que voy a morir, aunque ahora creo que lo haré por la pasión que desata en mí este extraño.


Sus embestidas son suaves dejando que mi cuerpo se acostumbre al suyo, me encanta sentirle dentro, sale muy despacio de mí y vuelve a entrar de nuevo, permitiendo que mi cuerpo saboree cada centímetro de él.


Sus manos agarraran las mías, entrelazando sus dedos a los míos. Cada vez, sale con más rapidez y me invade con más apremio. Me gusta sentirle así. Fuerte, duro, rápido. 


Regalándome un placer intenso...


Gimo.


Jadeo.


Su boca se apodera de la mía y se traga mis gemidos, que descansan en sus labios, en su boca.


Nuestra danza se acelera, anunciándonos que la tormenta de pasión llega a su fin. Cada vez nuestros cuerpos se mueven más rápido, más necesitados el uno del otro, entonces, lo percibo.


Mi estómago tiembla, un pequeño temblor que nace en él, pero que se extiende al resto de mi cuerpo sin dejar nada olvidado.


Una explosión que me ciega y me deja sin aliento. Después, sale expulsada por mis labios, para morir de nuevo en su boca con un grito liberador. Inmediatamente, escucho el suyo, ahogándose en mí.


Tiemblo, agarrada a él, mis manos descansan en su cuello, fláccidas, él descansa apoyando su frente en la mía, su nariz rozando la mía, su boca sobre la mía, tratando de recuperar de mis labios, de mi cuerpo, el aliento que a él le falta y del que yo tampoco dispongo.


Las oleadas de placer disminuyen y sus ojos grises miran a los míos directamente.


—Ha sido un placer devorarte —ronronea en mi oído.


Iba a hablar, a decirle que me ha regalado la experiencia más liberadora y maravillosa de mi vida.


Pero entonces, las luces regresan y el maldito cacharro al que ahora odio por ponerse a funcionar, continúa su descenso.


El se aleja de mí, dejándome de repente helada, para arreglar su ropa. Yo hago lo que puedo con la mía, las medias rotas me delataban, así que pego fuertes tirones hasta sacarlas enteras. Mejor así.


Las puertas se abren cuando trato de colocar mi pelo en su sitio. Los guardias de seguridad, los dos que hacían la ronda, nos esperan abajo ansiosos por comprobar que el ascensor no alberga prisioneros.


Al vernos, se miran uno al otro, extrañados. Me pongo nerviosa, sé que ellos pueden adivinar lo que ha sucedido, el olor a sexo puede verse como una nube espesa.


Siento mucha vergüenza, yo trabajo aquí, así que trato de taparme la cara con el pelo y me marcho a toda prisa, sin decir adiós. Sin saber su nombre.


Con la certeza de que jamás, volveré a verlo.







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