viernes, 8 de diciembre de 2017

CAPITULO 4 (SEGUNDA HISTORIA)





Puedo verle ahora con más claridad, su pelo es castaño oscuro y lo lleva algo alborotado a acusa del casco que trata de colocar en su sitio, algo vano, pues tiene un remolino justo en esa zona que inevitablemente despeina su pelo, su nariz algo torcida pero atractiva, me trae recuerdos difusos de un hecho que pretendí olvidar enterrándolo en mi mente.


Una ola de confusión, miedo y excitación se apoderan de mi mente al reconocerle. ¿Me reconocerá?


Yo a él sí, sin duda. Lo he tratado de olvidar, pero su imagen se grabó con un hierro candente en mi mente, en mi cuerpo y en mi alma y ahora después de tanto tiempo...


Se acerca a mí, que soy incapaz de abrir la boca y saca la rueda de repuesto sin ningún esfuerzo.


Pues sí que soy una enclenque, pienso con tristeza.


—¿Ha pinchado señorita? — pregunta ahora más educado y mientras lo hace, me dedica una sonrisa encantadora.


—Es evidente — digo secamente.


Debería ser amable lo sé, pero me siento herida, ¿no me reconoce? Claro para el solo debí ser un polvo rápido e inesperado en un ascensor. Debería no darle importancia, hacer como él, porque ahora no estoy sola y además mi radar de tíos buenos que destrozan corazones con una sola mirada, se ha activado de nuevo. Parpadea en mi mente en rojo, avisándome de la tragedia que se puede gestar si no me mantengo alejada de él o si hago algún comentario alusivo a lo sucedido.


—Pues siento decirle, señorita, que no vamos a poder cambiar la rueda pinchada por la de repuesto.


—Y eso, ¿ por qué? — pregunto curiosa.


—Está también pinchada.


—¿Cómo es posible? —exclamo al borde de la histeria al añadir un poco de mala suerte más a mi ya repleto hasta los bordes saco.


— Pues no lo sé, seguramente habrán circulado con la de repuesto más de lo conveniente y no aguantó el trayecto, después la guardaron y olvidaron comprobar que estaba bien.


Le miro con los ojos entrecerrados, como las rendijas de una persianas que no se han cerrado del todo.


Lo evalúo. ¿Será verdad? ¿Estará mintiendo?


Da la impresión que ha notado mi desconfianza, así que cambia la rueda pinchada por la de repuesto.


En cuanto acaba baja el coche de nuevo a su sitio, sobre el asfalto y guarda el gato.


Observo con euforia, que la rueda está bien pero a los pocos segundos, veo, como poco a poco, se desinfla y quedaba igual que la otra, sin aire, desinflada como un globo pinchado.


—Vaya faena — atiendo a decir.


De repente, comienzo a llorar, no sé que hacer, ¿qué se hace? Pues llamar a una grúa, ¿no? Vale pero, ¿a qué grúa?¿Cómo puede una dejar todo en manos de otra persona y volverse tan …?


—No llore señorita, llamaremos a una grúa y la llevaran a donde tenga que ir — su voz suena compungida.


—No, no es eso, es solo... — un coche pasa a una velocidad de infarto, mi rostro se gira de forma automática hacia él, protestando en mi interior por la falta de respeto hacia las normas de circulación y por interrumpir mi comentario, entonces la ráfaga de aire llega, abrumadora. Imparable.


Siento como mi falda se eleva hasta mi rostro, que se pone rojo escarlata de inmediato. Mis manos tratan de bajar la prenda ante la atenta mirada de mi rescatador, que no da crédito a lo que ve.


“Debería haber cerrado los ojos”, pienso. ¡Debería haber cerrado los malditos ojos! Grita una yo enfadada en mi mente.


Le miro. Me mira con un leve rubor en las mejillas y una sonrisa de satisfacción que raya en lo indecente.


No puedo contenerme más este día.


Todo el miedo, la impotencia y la rabia que siento por haber sido una más para él, la utilizo para darle una tremenda bofetada en su atractiva mejilla.


Él me mira con sorpresa mientras se frota la mejilla lastimada.


Me cruzo de brazos, indignada, enfadada y odiándolo porque me ha mirado, ¿o porque no me ha reconocido?


—No deberías haberme golpeado, piernas largas.


—Y usted, debería haber cerrado los malditos ojos. Eso es lo que haría cualquier hombre decente.


—Lo he intentado —dice sonriendo — pero tiene unas piernas... Además, no soy un hombre decente.


Levanto la mano, dispuesta a darle otra bofetada y borrarle la sonrisa socarrona de su cara, pero ahora prevenido, ágilmente me agarra la muñeca y me atrae hacia él.


— Si vuelves a intentarlo, te besaré, piernas largas — susurra cerca de mi boca.


Después me deja y me siento asustada, sorprendida y más furiosa aún. ¿Furiosa? ¿Por qué? Porque no me ha besado. Es absurdo, toda la situación lo es.


De nuevo comienzo a llorar.


—Señorita... —espera que le diga mi nombre, cosa que no voy a hacer.


—Señorita estoy prometida con un hombre maravilloso — suelto mientras enfurruñada me cruzo de brazos.


—Está bien, Señorita que está Prometida con un Hombre Maravilloso, ¿dónde guarda los papeles del seguro?


—Supongo que estarán en la guantera, ¿no?


Él sube al coche y abre la guantera, después de rebuscar en una pequeña carpeta azul, hace algunas llamadas.


Cuando sale del vehículo estoy más tranquila.


—Todo arreglado. En una hora, más o menos, la rescataran —me informa.


—¿Una hora? — gimo —. No puedo esperar tanto voy a llegar tarde... — lloriqueo otra vez.


—¿A dónde va? — pregunta bufando.


—Al aeropuerto aunque no es asunto suyo — contesto herida por su tono.


—No, no lo es, pero si lo desea puedo acercarla, yo también voy hacia allí — dice ahora conciliador.


—No gracias, prefiero esperar.


—Como desee señorita — contesta mientras se pone el casco.


—Bueno, espere — digo sin pensar —¿Me acercaría por favor? — suplico en voz baja, no debería haberlo pedido, pero algo en mí interior me ha obligado a alargar el encuentro.


—Si, claro. Tenga un casco. —Me tiende uno del mismo color rojo que el suyo, que saca del maletero de la moto.


Me doy cuenta de que es más pequeño que el que lleva en sus manos, así que deduzco, que es de una mujer. ¿Su mujer? ¿Su novia? ¿Su pareja?


Trato de ponerme el casco sin hacer ningún comentario, en cuanto esté en el aeropuerto, no volveré a verle nunca más y todo esto habrá sido como el mal sabor que te deja un sueño extraño del que apenas te acuerdas.


Cojo mi bolso del coche y cierro con llave mientras intento abrocharme el puñetero casco, pero no puedo. No logro dar con la clave de cómo se abrochan estas malditas correas.


— ¿Problemas con el casco? ¿No sabes cómo se cierra? — pregunta con la voz afilada.


—Nunca me he puesto uno — repico para defenderme.


—¿Nunca? ¿Es que no ha montado nunca en moto, señorita? — susurra con su mirada brillante.


—No — le contesto sin más. No me gusta el tono con el que emplea la palabra señorita. Como si estuviese a su disposición y me gusta aún menos, que me recuerde lo torpe que me he acostumbrado a ser.


—Bueno, siempre hay una primera vez para todo, ¿verdad? 
—por un segundo, creo ver en su mirada... ¿qué? Supongo que nada. Sonríe mientras se sube a la infernal moto —. Ahora suba, ponga los pies en estos pedales traseros y tenga mucho cuidado con los tubos de escape, se calientan mucho y pueden ocasionarle quemaduras imborrables.


Ahí están de nuevo las insinuaciones, ¿o tal vez es mi mente que desea que estén ahí?


Trato de acatar sus instrucciones con precisión, no deseo tener que explicar una quemadura de tubo de escape a Hector.


—¿Y ahora? —pregunto esperando el siguiente paso.


—¿Ahora qué? — pregunta él.


—¿Dónde coloco mis manos? — digo mientras las sacudo barriendo el aire.


—Pues …alrededor de mi cintura — musita y me guiña un ojo, divertido.


¡¡Alrededor de su cintura!! Grito en mi mente.


—Gracias, pero creo que será mejor no hacerlo. —Lo último que deseo es ir agarrada a su cintura, para revivir aún más los recuerdos de aquel encuentro.


—Irá más segura — expone en tono serio.


—No, gracias de nuevo — replico terca.


—¡Ah, sí! Por su prometido —recalca en tono burlón.


Deseo protestar, utilizar alguna réplica mordaz para callarle la boca, pero me arrepiento, pienso que es mejor no entrar en ese juego en el que estoy segura que puedo perder mucho más que el orgullo.




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