martes, 26 de diciembre de 2017

CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)





Entré al baño y agradecí que se encontrase libre. Los azulejos blancos brillaban al reflejar la luz de los focos.


Me miré y observé mi rostro cetrino, necesitaba aliviar la tensión, estaba claro. Mis ojos se desviaron hacía el mordisco en mi cuello. Pasé los dedos por la zona irritada por la herida.


— No fue mi intención — me sacudió la voz de Alfonso.


— No puedo creerme que me sigas a todas partes, ¿tienes complejo de perro faldero?


— No, aunque si tengo que rogar como un perro para que me dejes meterme bajo tus faldas, lo haré.


— Alfonso, no empieces. Ya te lo he dicho, no te deseo cerca.


— Mientes fatal.


— No tengo que ganarme la vida mintiendo, así que no me importa.


— Paula no hagas que ruegue, porque estoy dispuesto a hacerlo.


— ¿Rogar? ¿El que?


— Que me permitas estar contigo... solo una vez más — de nuevo estaba tan cerca de mi que lograba privarme de oxigeno y de razón.


Quise gritar, alejarle de mí, sin embargo mi boca lo atrapó y mis brazos lo encadenaron para no dejarle ir. Lo deseaba y maldita fuese mi suerte, él no dejaba de provocarme y hacer tambalear mi coraza que ahora, se me asemejaba a una débil cascara quebrada.


Mi lengua saboreó la suya con ansia, arrancándole un suspiro profundo, gutural, primitivo, como el sentimiento
extraño que nos unía y que nos hacia buscarnos sin cesar el uno a otro.


Mis manos recorrían la espalda larga y fornida y se detuvieron en su trasero, apretándolo entre mis pequeños dedos y disfrutando de como su cuerpo reaccionaba frente a mis caricias.


Sus gemidos y su forma de besarme me decían que estaba tan excitado como yo.


Podía notar la humedad entre mis muslos resbalar entre ellos y su miembro, golpeaba con apremio el hueco entre ellas, deseoso por quebrantar la quietud de su interior.


Sus manos se enredaron entre mi cabello y me arañaron suavemente la nuca, lo que hizo que mi boca jadease en busca del aliento que el me robaba.


Me miró un instante a los ojos, buscando alguna señal de arrepentimiento una que no encontraría porque no estaba dispuesta de nuevo a romper ese momento, así que volví a acercarlo más a mi, me tragué sus gemidos y dejé que mis pezones se frotasen contra su pecho.


El calor a nuestro alrededor creció y nuestros deseo también, esa necesidad de un cuerpo por otro, donde no hay
nada excepto la pasión, el deseo, la liberación, esa libertad que se encuentra en el cuerpo de otra persona.


Me dio la vuelta y bajó mis pantalones, acariciando mi trasero despacio, disfrutando de la piel pálida y tersa.


— Ahora voy a follarte como nunca — murmuró perdido en la pasión.


Y supe que era verdad, que con él sería como con ningún otro.


Su miembro me penetró desde atrás con un empuje certero y profundo que logró que mis labios liberasen un jadeo largo
e intenso.


Eso le excitó y su ritmo se aceleró, cada vez entraba más rápido y fuerte, y eso me provocaba mucho placer.


Enredó una de sus manos en mi larga melena oscura y me obligó a levantar la mirada. Al toparme con mi reflejo en el cristal del baño, vi a una desconocida envuelta en una bruma poderosa. Y le vi a él, su reflejo, un reflejo de él mismo, casi una sombra más oscura, intensa y siniestra y a la vez, más dulce.


Verme me excitó más y gemí con fuerza.


Sus envites crecieron en rapidez hasta que supe que iba a llegar mi orgasmo.


Un clímax intenso que nació en mi estómago y que logró que gritase sin cesar. Uno que hizo que sintiera que me descomponía en mil pedazos de placer.


Su grito se unió al mio y ambos jadeamos entregados al mar de pasión que nos arrastraba ahora a orillas mas tranquilas.


Una vez más calmados y satisfechos, salió de mi y por primera vez en mi vida, me sentí vacía sin él. Me arreglé como pude y sonreí. Restando importancia al torbellino que aún perdurara en mi cuerpo.


— Nunca más Alfonso — sonreí.


Me miró con una sonrisa aniñada dibujada en sus ojos.


— Como quieras — dijo y me besó la punta de la nariz dulcemente.


Salió del baño primero y yo, esperé un rato dentro para calmarme, mi corazón latía desaforado. Además no quería más comentarios jocosos, aunque de seguro los habría.


Al salir, por un instante me pareció ver a alguien conocido que no deseaba ver, pero al fijarme bien, la persona que ocupaba su lugar era otra distinta.


Cabeceé y me marché a mi sitio en la mesa, ahora me sentía famélica, ¿cómo no estarlo después de esa sesión de sexo salvaje?


Al llegar a la mesa todos me miraban con una sonrisita en la mirada, obviamente no imaginaban lo que había sucedido, pero podrían hacerse una idea, sobre todo por la cara de felicidad ridícula que mostraba mi cara.


— ¿Vamos a comer? Estoy hambrienta — dije.


Los demás asintieron y sonrieron.




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