jueves, 14 de diciembre de 2017
CAPITULO 26 (SEGUNDA HISTORIA)
Los días pasan iguales y monótonos, poco a poco, creo que mi corazón va sanando. Hector ha tratado de contactar conmigo en más de una ocasión pero no he querido hablar con él. No todavía.
No es como si tuviésemos un matrimonio, hijos y cosas que decidir, tan solo lo nuestro no ha conseguido llegar a ningún lado, por culpa de él por supuesto, que se marchó de negocios y me engañó.
El teléfono suena, es Liliana. Me alegra ver que es ella.
— Hola Liliana— contesto.
— Hola Paula, ¿te parece venir a casa a cenar con nosotros? Algo íntimo, quiero verte — su voz suena alerta, en los últimos días ella y Carmen me han llamado varias veces al día preocupadas por mi mutismo.
— Claro que sí Liliana, acepto encantada.
— Te espero esta noche, sobre las nueve. ¡Hasta luego! — dice más animada.
— Adiós — me despido.
Me gusta la idea, algo diferente para hacer esta noche, cenar con Liliana y su marido, no es que sea el plan de mi vida claro que no, pero mejor que volver a sentarme sola en mi sofá, arroparme con mi propia piel porque no hay nadie más para hacerlo y pensar sin cesar en Pedro.
No he vuelto a verlo, aunque he de confesar que en más de una ocasión he estado tentada de pasar por “La Cabaña”, como por casualidad para encontrarle allí. Pero, ¿cómo hacer que parezca algo tramado por el destino si sé que probablemente está allí?
Hay algo que me lo impide, debato contra mi parte racional que no es bueno, que necesito un tiempo de transición y que él es peligroso, que me ha hecho sentir y desear algo que no va a durar.
Y me conozco, sé qué en un arrebato puedo entregar mucho de mí, pero luego cuando ha pasado el tiempo me arrepiento.
Y no quiero arrepentirme. Lo último que deseo es volver la vista atrás y pensar que haber estado con él fue un error.
Pero en mi vida no hay lugar ahora mismo para estar con él, no seria capaz de entregarme una sola noche y el no está dispuesto a tener una relación estable conmigo. No es que hallamos hablado de ello, pero lo sé.
Él es de ese tipo de hombres inquietos, que no entregan su corazón a nadie, o que lo entregan a todas, pero cuya euforia pasa de inmediato dejándote el alma hecha trizas y el corazón encadenado, y yo, no puedo pasar por eso otra vez.
Así que aquí estoy frente al espejo tratando de arreglarme y de mejorar un poco mi aspecto.
He elegido un vestido sobrio, negro, recto con el escote en forma de uve. Me he puesto unos tacones altos, no me apetece mucho la verdad, pero me estoy obligando a mí misma volver a sentir ese deseo de estar guapa.
Dejo mi pelo suelto, no tengo más tiempo que perder y coloco unos sencillos pendientes en mis orejas.
Cojo el bolso, cierro la puerta y me dirijo hacia el coche.
El camino hacia la casa de Liliana es corto, pues vivimos cerca, pero he pensado que mejor luego vuelvo en coche, no quiero ir sola por la calle a altas horas de la madrugada.
Aparco en la puerta y entro en el edificio, el ascensor. De nuevo el maldito ascensor, suspiro fuerte y le doy al botón antes de que la puerta se cierre.
—Buenas noches —saludo sin mirar al hombre dentro del cubículo.
—¿Paula? ¿Eres tú? — pregunta una voz familiar.
No puede ser, he oído esa voz antes, suave, aterciopelada y sensual. Contengo la respiración y me obligo a no darme la vuelta. Tal vez crea que no lo he oído. No, eso no es muy maduro...
Me giro y veo su rostro, cincelado con suma perfección. Está más guapo que nunca. Se ha dejado crecer la barba y lleva el pelo despeinado. Sus vaqueros desgastados le sientan genial y bajo ellos, veo sus botas de motorista. Su casco colgando del brazo y su chupa de cuero negra. Esa misma que llevé el primer día, esa que lleva impregnada su olor en todas las fibras que la componen.
Me muerdo la mejilla para darme valor a mi misma, no voy a ser capaz de hablar con naturalidad ahora mismo siento que estoy temblando.
Mi cerebro se ha nublado ante su imagen embotando mis sentidos de él, de su aroma, de su esencia, del susurro excitante de su voz, llenándome por completo. No entiendo cómo es posible que mis piernas me sostengan, las siento tan débiles como si estuviesen formadas por briznas de heno.
Otro susurro y caeré a sus pies.
—Cuanto tiempo — musito.
—Todo un mes —contesta serio.
¿Acaso ha llevado la cuenta al igual que yo? No, no debo hacerme falsas ilusiones tan solo ha sido una aproximación aunque bastante exacta.
—Si —no puedo decir más.
— ¿Cómo te encuentras? — suena interesado.
—Bien, supongo —es mi triste respuesta.
—Te veo más delgada — observa.
No quiere herirme lo sé, aún así me siento herida. Otra vez haciendo alusión a mi falta de curvas...
—Sí, supongo que ahora, son más de dos kilos en mis lugares estratégicos los que necesito, ¿verdad?
Pedro me mira y puedo ver un brillo cruzar su mirada.
Me muerdo la lengua no deseo ir por este camino.
—¿A ver a tu amiga? — inquiere cambiando de tema.
—Sí. ¿Y tú? ¿A ver a tu amigo?
—Sí. Aunque no me apetecía mucho salir esta noche la verdad.
El ascensor sigue su ascensión y me percato de que está pulsado el último piso, la misma parada que yo.
—Pensé que te vería alguna noche por “La Cabaña” — susurra.
—Lo siento, no he podido — digo. Y es verdad y me arrepiento de ser tan sincera con él.
Prácticamente un extraño.
—Entiendo. Solo es que... —el ding del ascensor lo interrumpe, dejándome sin saber que era lo que iba a decir.
Los dos salimos del ascensor. Él muy amable deja que salga primero. Resulta extraño caminar con él por el pasillo como si fuésemos al mismo lugar.
—Qué casualidad. Esto, no pinta bien... —murmura.
—Sí, ¿tu amigo vive también en el ático?
—Asé es —dice serio.
Cuando llegamos al final del pasillo, dónde las dos puertas de los áticos nos esperan, nos miramos un segundo para despedirnos. Hasta aquí nuestro trayecto.
— Bueno, hasta otra — digo para acabar lo antes que pueda con esto que me resulta más duro de lo que esperaba.
— Si, hasta otra — susurra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario