jueves, 14 de diciembre de 2017
CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)
Me pongo a toda prisa el traje y los zapatos, recojo mi melena en una alta cola y me unto algo de brillo de labios. No me da tiempo a nada más al menos no estoy demasiado mal.
Ahora tendré que inventar una excusa camino al trabajo para disculparme por mi retraso. No se me ocurre ninguna, ni siquiera sé qué debería decir.
“Lo siento, llego tarde lo sé, pero es que anoche me follaron hasta la saciedad y esta mañana no era capaz de levantarme y cuando lo consigo, han vuelto a follarme como nunca en mi vida...”
Mejor no, puede que a mi entrañable y anciano jefe le ocasione una angina de pecho.
Siempre me queda la excusa del maldito coche que siempre se avería.
—¿Estás lista piernas largas?
—Sí, estoy lista.
Salgo y veo que lee y escribe en el móvil algún mensaje que le hace reír.
—¿Vamos? — pregunto de nuevo.
—Sí, vamos.
Al llegar a la calle descubro con desagrado que de nuevo su moto esta ahí. Así que voy a poder disfrutar de otro paseito ajetreado... ¡Yujuu! Saca el casco para mí y acierto a abrocharlo a la primera para mi sorpresa.
—¡Agárrate piernas largas! —grita tras el casco acelerando el dichoso artefacto tanto que la rueda delantera se levanta y no puedo evitar el grito que escapa de mi boca.
Me aferro a su cintura con mucha fuerza y cierro los ojos. La suerte está echada, así que suceda lo que tenga que tenga que suceder.
Antes de darme cuenta he llegado a la puerta de mi oficina.
—Llegamos piernas largas. Sana y salva.
Bajo de la moto poniendo atención al endiablado tubo de escape ardiente pues no deseo otra marca redondeada en mi piel pálida.
—Gracias —le digo.
—Bueno pues, hasta otra.
—No creo —miento —que debamos vernos más, no ahora.
Yo aún no sé qué va a pasar conmigo, con él...
—No tengo tu número de teléfono, si me marcho ahora quizás no nos veamos nunca más.
–Lo sé — asiento con la voz quebrada — es un riesgo que tengo que correr.
Pedro no dice nada, me decica de nuevo una mirada hambrienta, llena de promesas, cargada de deseo.
Se acerca a mí y me besa en la mejilla de una forma dulce, casi infantil.
Cierro los ojos para disfrutar de este pequeño momento, el último probablemente entre nosotros y entonces, noto su aliento cerca del mio. Su boca me besa, llenado mi oscuridad con una explosión de colores brillantes, como si de fuegos artificiales se tratase.
El beso es largo, profundo, sereno. Un beso de despedida, un beso que quiere que recuerde, que mantenga en mi memoria para rememorarlo en mis noches solitarias cuando me pregunte arrepentida, por qué lo dejé escapar.
Me uno a su beso, parece que mi boca esté hecha precisamente para la suya, se acoplan a la perfección, nunca ni siquiera durante los primeros días, tuve esta sensación de calor dentro de mí con Hector, un sentimiento que me llena y hace que mis lágrimas de nuevo se desborden por la perdida
de algo que solo rocé con las yemas de los dedos.
El beso termina y el se queda parado frente a mí, sus manos sostienen mis rostro, su frente caliente sobre la mía.
Ambos jadeamos. Me gusta verle así, sentirle. Es como si yo le afectase de la misma manera que él me afecta a mí.
—Hasta siempre piernas largas —me susurra —. Si cambias de idea, pregunta por mí en “La Cabaña”.
Asiento sin poder hablar, de repente tengo un nudo en la garganta que oprime mis cuerdas vocales y no pueden emitir ningún sonido, deseo gritarle que se quede, que quiero darle una oportunidad, conocerle mejor.
Pero cuando me decido solo diviso la estela ardiente del endemoniado atractivo que me ha robado el aliento.
Estoy de nuevo sola. Reprochándome mi falta de valor.
Entro en el edificio y subida en el ascensor, donde todo empezó, dejo que algunas lágrimas escapen sin poder contenerlas.
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