miércoles, 29 de noviembre de 2017
CAPITULO 15 (PRIMERA HISTORIA)
La mañana pasó rápida. No dejé de advertir a los extranjeros que eran pillados con drogas sobre lo que les ocurriría.
Parecía una intérprete. Además era un trabajo horrible. La gente lloraba, gritaba, trataba de golpearnos.
No entendía cómo alguien puede hacer este trabajo, aunque claro tampoco podría ser médico. Menos mal, que hay gente preparada para todo, si no vaya caos de vida.
Pedro apenas se dignó a mirarme. Tan sólo parecía reaccionar cuando alguno de sus hombres, trataban de empezar una conversación conmigo. Entonces se acercaba con el ceño fruncido y con la voz de “soy el puto jefe de todos vosotros” e intervenía poniendo a sus hombres en su sitio.
Como estaba molesta con él, no dejé de provocarlo tonteando con sus hombres en cada ocasión que tenía. Nada serio. Sólo bromas.
De vez en cuando miraba el móvil, seguía sin tener ninguna llamada ni mensaje de Víctor. Estaba empezando a preocuparme. Aunque estuviese cabreada con él, no quería que le ocurriese nada.
Hora de tomar un café. Aprovecharía para llamarle. No debía, pero estaba preocupada.
Me metí en el baño y marqué su número. Esperé y esperé hasta que saltó el buzón de voz.
No supe qué decir, nunca sé qué decir a los contestadores automáticos. Es tan frio hablar con máquinas.
Salí del baño y Pedro estaba esperándome con otro café en la mano y una magdalena gigante de chocolate.
¿Cómo lo había sabido? ¿Había investigado mis gustos?
– Gracias – le dije.
– De nada. Pensé que te hacía falta un buen reconstituyente.
– Sí, es cierto, lo necesito.
– ¿A qué hora sales?
– A las seis.
– Comerás conmigo.
– No, lo haré con mis compañeros.
– No lo he preguntado, te lo estoy ordenando.
– No empieces Pedro. Durante las horas de trabajo, te obedeceré, pero en mis descansos haré lo que me dé la gana.
Él sonrió divertido, desde luego mis ataques de furia no le molestaban.
– ¿Sabes algo de tu marido?
– Nada. ¿Tú de tu mujer?
– Nada. Sería gracioso, que estuvieran juntos. ¿No?
– Sí, mucho. Así todo queda en familia. Podríamos hacer tríos, porque el intercambio de parejas ya estaría obsoleto.
– Nunca.
– ¿Nunca qué Pedro?
– Nunca dejaré que otro te toque.
– Eso es algo difícil, te vuelvo a repetir que no soy tuya.
– Tal vez, tengamos que remediarlo.
– Eres incorregible.
– Es tu culpa, te lo dije cuando te vi la primera vez.
– Sí, sí... mi culpa.
– Sí lo es, por ser perfecta para mí.
– El teléfono. Mi teléfono. Voy a contestar.
Me alejo un poco de Pedro y veo con alivio que es Víctor
– ¿Dónde te has metido?
– Buscándote.
– ¿Cómo que buscándome?
– Regresé del partido pronto y no estabas en casa, así que me fui a mirar a todos los lugares donde se me ocurrió que podrías estar. Pero no estabas en ninguno de ellos. ¿Dónde has pasado la noche?
– Por ahí, sola en el coche, pensando.
– ¿Me vas a dejar? – preguntó con voz afligida.
– Trato de averiguar, si no me has dejado tú ya.
– Paula te lo juro, no ha sucedido nada. Nunca, con ninguna. Es cierto que he jugado partidos mixtos, ya sabes cómo es Jorge...
– Jorge está soltero. Puede hacer lo que quiera.
– Por eso, lo hice por ayudarle a encontrar alguna chica. Se siente solo.
– ¿Y por eso me engañaste?
– Es sólo que no quería herirte.
– Pues has hecho un mal trabajo.
– Paula, puede que haya deseado acostarme con otras, puede que haya tonteado, pero la verdad, es que no te he sido infiel.
– ¿Y tú a eso cómo lo llamas? Tonteas con otras, deseas acostarte con ellas y me mientes.
– Lo siento Paula.
– Y yo Víctor.
– ¿Vas a dejarme?
– Ahora no puedo hablar de eso.
– Paula...
– Dime Víctor
– Te quiero.
– Pues no lo parece.
– Pero es lo que siento.
– Está bien, luego hablaremos. Chao.
Pedro me mira disgustado. Puede que no le guste verme enfadada, infeliz.
– ¿Estás bien?
– No mucho.
– Si te hace daño, dímelo.
– Él nunca me haría daño.
– Pues, por tu aspecto, parece que nunca no es la palabra más acertada.
– Quiero decir que él no me golpearía ni nada así
– Si sucediera, acude a mí, si te pone una mano encima más fuerte de lo normal, yo me encargaré de él.
– Me ha dado miedo, parece que desearas matarlo.
– Si te hiciera daño, lo haría.
– Volvamos al trabajo, el descanso me está dejando agotada.
CAPITULO 14 (PRIMERA HISTORIA)
Me abrió la puerta, como siempre, galante y salí delante de él con paso enfadado. Menudo papel interpretaba.
– Buenos días – me cantó.
– ¿Buenos? Lo dudo.
– Ten tu café.
Me dio un vaso de papel con café. Me había traído un café.
Y la verdad lo necesitaba.
– Gracias – contesté de forma seca. Y di un sorbo. Un leche y leche. ¿Dónde lo habría conseguido?
Al verme sorprendida, entendió.
– Tengo un amigo que regenta un bar. Es canario.
Como no, pensé.
– ¿A qué se debe esto?
– Sé que creerás que es cosa mía, pero... me avisaron ayer.
– ¿Sabías desde ayer que vendrías a trabajar al aeropuerto?
– Sí. Normalmente no estaría yo aquí, pero buscamos a una persona en particular. Es peligrosa. Mucho. Así que pensé que estando yo aquí, podría protegerte.
– No creas que vas a librarte de mí enfado por decir cosas tiernas.
– No estás bien, vete a casa. Yo te cubro.
– Una mierda. Deja de darme órdenes, no soy una de tu equipo.
– Ahora sí.
– Cómo que ahora sí.
– Te han cedido a mi grupo unos meses.
Casi escupo el café.
– ¿Unos meses? – casi grité.
– Lo que dure la operación.
– ¿Quieres decir que estoy bajo tus ordenes?
– De una manera indirecta, sí.
– ¿Una manera indirecta?
– Sí, no puedo despedirte, pero puedo darte órdenes. Trabajas para mí.
– ¿Y quieres que crea, que no tienes nada que ver en la elección de mi jefe?
– Eso es cierto. Yo pedí un hombre, quiero protegerte, no ponerte en primera línea.
– ¿Entonces por qué lo has consentido?
– ¿Acaso querías que le dijera que no quiero que estés tu encargada porque sólo puedo pensar en follarte cuando estás cerca de mí?
– ¿Pero qué demonios acabas de decir?
– La verdad Paula. Eres como una enfermedad que me consume. Sólo pienso en ti.
No sabía si sentirme halagada, o furiosa.
– Está bien, te ayudaré. Pero no pienso hablarte durante el trabajo, y no pienso verte después. Por eso me dijiste hasta dentro de un rato, ¿no?
Él sonrió divertido. Era un canalla. Pero un canalla encantador.
CAPITULO 13 (PRIMERA HISTORIA)
Conduzco de regreso a casa. En el garaje no está su coche.
Aparco y subo a casa. Nada. Nadie. Triste y sola, como debería estarlo yo, sin embargo no es así. Pienso en que dentro de una hora debo levantarme para ir a trabajar. Así que mejor no dormir. Lleno la bañera de agua y me sumerjo en ella.
No puedo evitar recordar todo lo que me ha sucedido en menos de veinticuatro horas. Recuerdo sus besos, sus
caricias, todo el placer que me ha regalado, cumpliendo su promesa.
Pero a pesar de llevar la ropa puesta, he sido infiel. A pesar de no haber penetración he sido infiel, y no me arrepiento.
Una persona que te engaña, no se merece tu fidelidad a cambio. Así que no pienso castigarme por lo que he hecho. Pero lo que si haré, será no volver a verle nunca más. No por Víctor, si no por mí misma, necesito alejarme de él.
Puede hacerme perder lo poco que me queda de alma.
Suena el móvil. Es un whatsapp. Supongo que será de Víctor.
Miro la pantalla y veo un número desconocido. Siento curiosidad.
Abro y leo.
– Te echo de menos.
Siento un nudo en el estómago. ¿Es él? ¿Cómo tiene mi número? ¡Claro! Por el parte.
– Creo que se ha equivocado – contesto expectante.
– No, no me he equivocado, la equivocada eres tú.
Sonrío. Es él, incluso por mensaje puedo notar su tono arrogante.
– ¿No duermes?
– ¿Y tú? – me contesta.
– Estoy en el baño, preparándome para ir a trabajar.
– No me escribas esas cosas, que mi mente está muy activa.
– ¿Qué te he escrito?
– Que estás en el baño.
– Sí, estoy metida en la bañera.
– ¿Desnuda?
– No, con ropa, pues claro, desnuda dándome un baño.
– ¿Estás limpiándote los restos de nuestro encuentro?
– Nunca podré deshacerme de eso.
– ¿Pero te arrepientes?
– ¿Y tú? – pregunto yo ahora.
– Nunca, es lo mejor que me ha sucedido nunca.
– ¿El qué?
– Tenerte. Aunque haya sido a medias.
– Yo tampoco me arrepiento – le confieso.
– ¿Estás sola?
– Sí.
– ¿Y tu marido?
– Ni idea.
– ¿Habéis discutido?
– No exactamente. ¿No estás en casa?
– Sí, sí estoy en casa.
– ¿Estas sólo?
– Sí, también estoy sólo.
– ¿Qué haces, que no estás durmiendo?
– Pensar en ti.
Sus respuestas sinceras, o eso quiero creer, me ablandan.
Siento que el pecho se me llena de una emoción nueva,
una emoción olvidada, una emoción prohibida que no me sentía con derecho a sentir.
– Yo también pienso en ti.
– Pienso...
– ¿En qué? – pregunto intrigada.
– En como hubiese sido en el calabozo, teniéndote a mi merced, pudiendo deshacerme de toda la ropa que cubre tu hermoso cuerpo.
– No tengo un cuerpo hermoso, no te engañes.
– Me gusta incluso con los defectos que tú creas que tienes. Eres perfecta para mí.
– No deberías decirme esas cosas.
– Lo sé, pero no puedo evitarlo.
– Pues deberías.
– Te deseo. Deseo más de ti. Siempre creo que con probar un poco me bastará para saciar la curiosidad, primero fue un beso, no tuve bastante, después el beso, dio paso a más besos, más intensos, para tratar de calmarme, y tampoco funcionó, ahora esto y todavía no estoy satisfecho. Creo que nunca lo estaré, por más veces que esté contigo.
– Ten cuidado – escribí.
– ¿Por qué?
– Quizás, el que se enamore al final seas tú.
– Jajajaja.
– No te rías, hablo en serio.
– Lo sé. ¿A qué hora entras a trabajar?
– A las ocho.
– Quiero verte.
– No puedo.
– Está bien, al menos te lo he pedido.
– Bueno, sí, lo has intentado.
– ¿Cuál es tu café favorito?
– El leche y leche.
– ¿Y ese cuál es?
– Es una vieja costumbre de cuando viví en las islas. Es café con leche condensada y leche normal.
– Parece delicioso – dice.
– Lo es.
– Me gustaría probarlo de tu boca.
– No empecemos de nuevo.
– No, no empezaré. Ya me aprieta el pantalón. Parece que he dado con mi viagra.
– Buenas, noches, digo, buenos días.
– Hasta dentro de un rato.
Es incorregible, ¿cómo puede existir alguien así?
Acabo el baño y me visto. Son las ocho menos cuarto, tengo el tiempo justo de llegar al trabajo, ni siquiera un café voy a poder tomarme. Este hombre consume mi tiempo de una manera increíble. Las horas a su lado, son minutos.
Cojo el coche y salgo del garaje. Llego al trabajo justa de tiempo. Toco en la puerta de mi jefe, y espero que me
dé permiso para entrar.
– Adelante – le oigo.
– Cuando abro la puerta no puedo creer lo que veo.
– Buenos días – balbuceo sin saber que pensar.
– Paula, te presento al Capitán Alfonso de la Guardia Civil.
– Encantada – miento mientras aprieto su mano tratando de no hincarle una de mis afiladas uñas.
– Está aquí por un asunto oficial – continúa Carlos, mi jefe.
– ¿Qué sucede? – por un momento, me imagino lo peor, tal vez a Víctor le haya sucedido algo. Después de todo, es muy raro que no haya dado señales de vida.
– Verás – continúa mi jefe – el Capitán Alfonso se va a encargar directamente de los detenidos por estupefacientes
en el aeropuerto. Necesita una intérprete para los detenidos extranjeros. Me han pedido ayuda, y te he ofrecido a ti para ayudarles.
– ¿Por qué yo? – estaba furiosa. ¿Me estaba controlando?
Tendría que hablar con él.
– La verdad es que el Capitán prefería a uno de los chicos, pero creo que tú tienes más tacto, además, por tu conocimiento de las leyes estás mejor instruida.
Así que después de todo, no había sido culpa suya del todo.
Bueno, ya veríamos. Entrecerré los ojos y lo miré con
suspicacia. Sabía que el entendería mi mirada.
– Si la señorita...
– Señora – le interrumpí.
– Si la Señora no desea colaborar, no hay problema, me conformaré con otro de sus empleados.
– No, Capitán, no se preocupe, Paula, estará encantada de ayudarles, ¿verdad Paula?
– Por supuesto – mi amo y señor, tuve ganas de decirle –. Cualquier cosa por la patria – dije con una sonrisa entre
dientes.
Y una mierda, estaba cabreada. Mucho.
– Pues bien, Paula, sígame hacia la sala de detenidos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)