viernes, 8 de diciembre de 2017

CAPITULO 5 (SEGUNDA HISTORIA)





Arranca el vehículo y se pone en marcha, conduce de una forma suave, casi como si el aire nos meciera al igual que a un Diente de León.


Voy disfrutando del paisaje y alegre por ser capaz de ir en la moto sin la necesidad de utilizar su cintura como agarre cuando de repente, una vez en la autovía, acelera con tanta fuerza que la moto se alza sobre la rueda trasera y en un acto reflejo para evitar la caída tengo que agarrarme fuerte a él.


Muy fuerte.


Grito y escucho como él se divierte a mi costa, las sacudidas de su espalda lo delatan. Una vez que la moto se ha estabilizado, sigue con su carrera vertiginosa, tumbándose en las curvas tanto que temo ver mi cara desollada por el asfalto.


Unos eternos minutos después, estamos entrando en el aparcamiento del aeropuerto.


Todo ha terminado, ahora daré las gracias y adiós muy buenas.


Pienso que ha acabado lo peor, pero que equivocada estoy, en absoluto. Antes de aparcar, de nuevo tiene que hacer una exhibición de motocross y levanta de nuevo la rueda delantera para después de caer bruscamente acelerar y dar un frenazo tremendo que obliga a mis brazos a agarrarse a su cintura con uñas y dientes, tentando a mis manos que no se resisten a acariciar su musculoso pecho. Tan fuerte es la sacudida, que mis pechos se han aplastado contra su dura y fuerte espalda y puedo sentir cómo mis pezones se han endurecido, excitados.


No sé cuanto tiempo voy a seguir así abrazada a él, con la cara enterrada entre su suave y fresca camiseta azul marino de algodón.


Estoy aterrada. Asustada.


—Me soltará alguna vez, señorita, o ha pensado quedarse soldada a mí para siempre.


Pude notar su voz socarrona, burlándose.


Me separo de él de inmediato y me bajo tan deprisa que me quemo con el dichoso tubo de escape, pero no grito, ni hago ningún movimiento que delate mi dolor.


Me quito el casco sin saber cómo y se lo lanzo con fuerza.


—¿No le ha gustado el paseo, señorita? — pregunta burlón.


De nuevo mi temperamento gana a mi entereza y mi mano vuela libre para aterrizar en su cara antes incluso de darme cuenta de lo que pasa.


—Te lo advertí piernas largas — dice serio mientras me agarra con fuerza y me acerca a su lado.


Y me besa sin más.


Tan estrechamente me mantiene a su lado que noto su corazón latiendo junto al mio. Su boca se apodera de mis labios, que se resignan a separarse para obstaculizar la entrada a mi interior. Me obligo a no facilitarle la tarea, no deseo arriesgarme a que crea que deseo ese beso. Aunque lo desee.


Sus manos sueltan mi cintura y aliviada creo que me va a soltar, sin embargo se pierden en mis nalgas, las apresa con fuerza, reteniendome de nuevo.


Una protesta escapa de mi boca imparable y el aprovecha la ocasión para invadirme y coger lo que no deseo darle.


Su lengua entra en mi boca, saboreándome, sus manos me sostienen aferrada a su escultural cuerpo, dejando que todos sus músculos se tensen contra mí. Noto el calor que nace en mi vientre, el deseo.


Y me odio, por desearle. Por tratar con todas mis fuerzas de no disfrutar de ese beso que me roba sin conseguirlo. Pero es que nunca, nunca, me han besado así. Bueno sí, una vez y fue él también. En aquel maldito ascensor del que él no guarda recuerdos, pero yo sí.


En algún momento, mi mente se olvida de obligarme a no disfrutar y se une a su beso devolviéndoselo con la misma pasión con la que me besa, mi lengua se enreda con la suya y mis manos recorren su espalda.


El gime contra mi boca por la sorpresa. Y me alejó de él.


Apoya su frente contra la mía mientras respira pesadamente.


—Vaya — susurra.


—Aléjate de mí, imbécil —digo sin más.


Me doy la vuelta y le dejo allí. Me alejo a toda prisa, no deseo desfallecer delante de él.


Pero va a suceder de un momento a otro, siento mis rodillas temblorosas, mi cuerpo agitado, mi corazón perdido. Entro a toda prisa por las puertas que anuncian las llegadas y en la primera fila de asientos que diviso, me desplomo.


Me siento mal, confusa, mareada, casi al borde de sufrir un desmayo.


Todas las imágenes de nosotros, encerrados en el ascensor, su cuerpo sudoroso contra el mio, su boca en la mía, nuestras manos unidas.... un torrente de emociones que me había obligado a olvidar, ahora despiertan de su letargo más vivas que nunca. Y la pena que me inunda, al saber que para él he sido una más, que no me recuerda, me golpea con fuerza, aún así, de nuevo aparece entre nosotros esa estúpida atracción que no quiere desaparecer.


Trato de acompasar mi respiración y concentrarme solo en lo que importa. En que Hector por fin, después de dos largas semanas de trabajo en Venezuela, llega en unos momentos.


Me atrevo a mirar el luminoso donde anuncian los vuelos, las llegadas y las horas previstas de los aterrizajes y descubro a mi pesar, que el avión de Hector va con atraso. ¡Dos horas! Nada más y nada menos, de haberlo sabido hubiese esperado a la grúa.


Me habría salvado de todo lo demás.


Bueno no puedo hacer otra cosa, solo esperar. Esperar y esperar.


Definitivamente, no puedo quedarme aquí sentada sin hacer nada, no soy capaz de alejar de mi mente el beso y cada vez que lo recuerdo, mi respiración vuelve a agitarse y noto muy a mi pesar, que un rubor intenso baña mi rostro.


Iré a por un café, o mejor una tila y de paso, como tengo algo de tiempo me pasaré a hacerle una pequeña visita a mi amiga Liliana.



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