lunes, 25 de diciembre de 2017

CAPITULO 24 (TERCERA HISTORIA)






Después de un largo rato tratando de concentrarme para trabajar, decidí que mejor salía a dar un vuelta y despejarme. 


Aún tenía mucho pendiente de la boda de Liliana, pero era incapaz de pensar en nada que no fuera Pedro y eso me enfurecía. No me gustaba estar en las nubes, ni alelada, ni en babia...


De repente en la puerta se escuchó un golpeteo nervioso de nudillos y antes de poder dar permiso se abrió dejando el rostro de Alfonso aparecer frente a mí.


Como impulsada por un resorte, me levanté de la silla y me situé lo más lejos que me fuera posible de Pe, que me dedicó una mirada cargada de sentimiento.


— Paula, ¿ por qué me huyes? — preguntó al ver como me había levantado y emprendido la huida.


— No te deseo cerca — dije sin dudar.


— Mientes descaradamente lo veo en tu ojos.


— Déjame, Pedro — supliqué.


— Pedro... me gusta como suena en tu boca llena, pero me gusta más tu boca cuando se funde con la mía.


Se había acercado, su olor me confundía y su calor hacia que lo deseara dentro de mí. Su mano se deslizó por mi estrecha cintura, dibujando la forma de las caderas y jugando con la cintura del pantalón hasta que sus dedos se colaron dentro, electrizando la piel desnuda que rozaban.


Abrí los ojos, pero no era capaz de articular ningún sonido y cuando creí que ya había recuperado el habla, su boca estaba sobre la mía regalándome ese placer que solo sentía con él, ese maldito aleteo de mariposas que me ahogaban.


Sus dedos jugaron con los rizos húmedos de mi sexo, acariciándolo.


— Tu boca dice que no me deseas, pero tu cuerpo esa sediento de mi.


Y por más que me costase reconocerlo era cierto, ¿cómo podía tener tanto control sobre mi?


— No voy a negar que me excitas, pero no hay más — traté de sonar tajante.


— Lo habrá, lograré que sientas algo más por mí, no pienso rendirme


— No tienes nada por lo que luchar.


— Si , si que tengo luchar por lo que sé que me hará feliz.


— ¿Y si no sale bien?


— Saldrá. Somos el uno para el otro.


Era tan embriagador dejarse mecer por sus susurros, convencerse de que en realidad todo iba a salir bien, que él era el destinado para mí, el que me iba a regalar miles de momentos mágicos y algunos de tristeza, pero con la seguridad de que al final, siempre estaría ahí para mí...


No podía negar que lo deseaba y que era el único que había logrado hacer que mis rodillas temblasen.


Antes de decir nada, Alfonso me había alzado y obligado a que mis piernas rodearan la cintura masculina y poderosa.


Sentí la pared fría bajo la blusa delicada y trasparente que no dejaba mucho a la imaginación. El pelo despeinado me ocultaba parte del rostro y se pegaba a la frente debido al sudor que comenzaba a perlar mi piel, provocado por ese calor abrasador que solo él despertaba en mi cuerpo.


Agarré fuerte el cuello de Pedro y lo atraje hasta mi boca de nuevo, para que éstas se fundieran en un jadeo de placer intenso que inundó nuestros oídos y permaneció flotando en el aire.


Nuestras bocas no eran capaces de detenerse, nuestras manos se recorrían de arriba abajo, necesitándose. Eramos
dos hambrientos que habíamos hallado una placentera forma de alimentarnos uno en manos del otro.


— Pedro — susurré.


— Paula, la que ha traído claridad a mi oscuro, frío y solitario corazón...


Y en ese instante, al escucharle, creí que iba a morir. De repente me sobraban sus vaqueros, mi blusa, nuestra piel, todo excepto el alma, que ansiaba tenerle dentro de ella, calmando el anhelo palpitante que asfixiaba mi interior.


Mi cuerpo reposó sobre mi mesa, no me importaba los papeles que quedaron bajo mi trasero arrugados al posarme


Pedro sobre ellos.


El aire fresco aligeró mi piel ardiente cuando Pedro me arrebató los pantalones y mi ropa interior quedó ante su mirada haciéndole enmudecer. No era capaz de decir nada, tan solo me contemplaba. Su miembro palpitó ansioso bajo el vaquero.


— He decidido que vas a ser mía — susurró serio.


— ¿Cuándo ha sido eso? — pregunté jadeante sin poder eliminar de mi mente el recuerdo de la mazmorra.


— Cuando te vi por primera vez, lo pensé, pero al ver cómo el salvaje te llevó a rastras por el cuartel... en ese momento lo supe.


— ¿Por qué?


— Porque fue la primera vez en mi vida que supe que sería capaz de matar a otro hombre a sangre fría.


Esa frase me asustó, me di cuenta de la magnitud de los sentimientos que ese hombre decía tener por mí y de nuevo, la espiral de pánico en la que había tratado de no caer, aparecía para atraparme.


— Lo siento Pedro, lo nuestro no tiene razón de ser — murmuré alejándole de mi.


— ¿Por qué? ¿Sigues con ese otro? — preguntó enfadado.


— Mi vida personal no es de tu incumbencia — contesté furiosa. ¿Cómo era posible que ese hombre hiciera que
pasara de ser un volcán en erupción a convertirme en un iceberg?


— Yo diría que si.


— Pues olvídalo. Estás equivocado.


— No puedo.


— ¿Por qué?


— Porque aunque no lo quieras reconocer, eres mía.


— Que hayas disfrutado mi cuerpo, no te hace mi dueño.


— No eso no, pero que me ames sí.


— No te amo. No puedo amar.


— ¿Por qué?


— Ya me rompieron el corazón.


— ¿Aún te duele?


— Sí — confesé.


— Me alegro — contestó.


— ¿Te alegras de mi sufrimiento?


— Me alegra oír que aún te duele, porque eso significa que aún sigue latiendo y tengo la esperanza de hacerlo mío.


— Aléjate de mi Pedro Alfonso. No te quiero en mi vida — respondí. La mejor defensa un buen ataque.


— Eso es algo que no puedes decidir tú sola, es algo que nos incumbe a los dos y créeme que tengo muy claro que te
quiero en la mía.


— No sabes de lo que hablas.


— Créeme Paula Chaves, una de las pocas cosas que he tenido claras en mi vida, es que te deseo; ahora y siempre.


— El deseo no es amor.


— Para mí si.


— Craso error — repliqué.


— Para mi el deseo y el amor se confunden, son el mismo, llamado de diferentes formas.


— Disiento.


— Eres dura. Te gusta pelear.


— Con todas mis fuerzas.


Se acercó a mí de nuevo salvando la distancia que el enfrentamiento había provocado con paso decidido y me agarró por las muñecas sosteniéndolas sobre mi cabeza.


— Esta bien — susurró — . Entonces, dame una vez más.


— No — mentí.




No hay comentarios:

Publicar un comentario