viernes, 1 de diciembre de 2017
CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)
Llegamos al trabajo, cada uno en su coche, tratando de parecer inocentes, casi desconocidos, pero la maldita sonrisa indeleble que se había dibujado en mi cara, delataba mi estado de ánimo, no muy común en mí.
En seguida, comentarios de los compañeros.
– Buenos días “Doña sonriente” – dijo Esteban.
– Alguien tuvo una noche de sexo magnifica – ronroneó Mercedes.
O mejor dicho una mañana de sexo magnífica, pensé para mí misma.
– Buenos días a todos, basta de chistes.
– Víctor se ha portado muy bien – continuó Esteban.
– Dejadlo ya, ¿no puedo sonreír sin más?
– Los demás sí, tú, no querida. Anoche Víctor se portó...voy a empezar a mirarlo con otros ojos – dijo Mercedes.
– Bueno me voy al cuartelillo. Hasta el café.
Llegué hasta mi nuevo puesto de trabajo, iba algo incómoda, porque no llevaba bragas. Al menos, las ligas tapaban algo mi trasero, pero mi sexo, iba totalmente al aire, y eso me provocaba una extraña sensación. Pensé, que los chicos hoy me miraban más de la cuenta, y eso me angustió. Resoplé fuertemente, pues no me gustaba ser el centro de atención, ni para lo bueno, ni para lo malo, entonces mi Capitán llegó para salvarme.
– Señorita Chaves, necesito su ayuda. Por favor sígame.
– Qué suerte ser el jefe – murmuró uno de los chicos en voz baja y entre risitas.
– ¿Qué te sucede? Pareces feliz – comentó mostrándome una agradable sonrisa.
– No es eso.
– Entonces, ¿qué es?
– Es que voy sin ropa interior – le confesé guiñándole un ojo.
– ¡Dios! ¿Por qué me lo has recordado? Se me acaba de poner dura otra vez. ¿Es que nunca se me van a pasar las
ganas de tenerte?
Ahora mi sonrisa era más amplia.
– Acabarás acostumbrándote y esto terminará.
– No creo que me sacie nunca de ti. ¿Arreglamos lo de la ropa interior?
– Sí, déjame ir a comprar unas bragas nuevas.
– Compra más... sólo por si acaso. No me quito de la cabeza el baño.
De nuevo estaba ruborizada. Éste hombre era incorregible, después de la sesión fantástica de sexo que habíamos tenido aún tenía ganas de más, pero, ¿cómo culparle cuándo yo misma estaba ya preparada para recibirle?
Entré en una de las tiendas del aeropuerto de ropa interior y compré una cajita que contenía tres braguitas. Dudé, pero creí que con tres sería suficiente para imprevistos. Aunque no estaba del todo segura. Pagué la caja y me colé a hurtadillas en uno de los baños menos frecuentados.
Me avergonzaba que alguien me viera entrar con la bolsita de bragas al baño, y supusiera que necesitaba cambiarlas.
Me miré en el espejo, y vi que al menos en apariencia, no se notaba que no llevaba nada más puesto bajo el vestido Miré mi trasero, tampoco se notaba nada.
La tentación me pudo, y levanté algo el vestido. Entonces vi las marcas. Tenía sus palmas grabadas en mi piel, de un rojo intenso. Era curioso, porque no recordaba que me hubiese dolido, sin embargo ahora, si tocaba la zona la sentía sensible al tacto. Menudo azote me había propinado, pero había sido delicioso, me lo había dado en el momento justo y me había encantado.
Gemí sin querer, mientras me mordía de nuevo el labio.
Menos mal que no había nadie.
Otro error. Una de las puertas se abrió y para mi sorpresa mi Capitán me esperaba con una rosa roja en la mano.
– Buenos días, señorita Chaves.
– Buenos días, Capitán Alfonso.
– La esperaba.
– ¿Cómo lo sabías?
– Es el más discreto y menos frecuentado a estas horas. Sabía que vendrías aquí.
– Bien, pues acertaste. Ahora sal.
– No. Quiero verte.
– ¿Quieres verme?
– Si quiero ver cómo te pones las bragas.
Madre mía, hablaba en serio, ¿por qué sus extravagantes peticiones me calentaban tanto?
Dudaba, pero sabía que al final caería, así que para que resistirse.
Saqué las bragas de su cajita, y metí cuidadosamente los pies, las subí lentamente, dejando que se deslizaran por mis largas piernas, tranquilamente, sin prisa, quería, que el disfrutara el momento.
Al fin y al cabo no podía reñirme el jefe, si el mismo estaba implicado.
– Ven aquí – pidió con la voz ronca.
– No – le repliqué.
– No te resistas más a mí, voy a follarte ahora mismo, aquí, en el baño.
– No hablaras en serio, ¿no? – pregunté algo asustada.
Pero no pude decir más, su boca se había tragado mi protesta y todas las que venían tras ella. Sus manos de nuevo me acariciaban el cuerpo, despertándolo de nuevo, preparándolo para la pasión. Esta vez, con mis manos libres, me di el placer de tocarle, su piel era suave y tersa, sus músculos definidos escapaban entre mis dedos cuando los deslizaba suavemente, dejándose acariciar, y notaba como su estómago se contraía, marcando aún más los músculos, por el placer de mis caricias.
– Me vuelves loco nena.
– Y tú a mí.
– Eres lo mejor, me oyes, lo mejor que me ha pasado. Prométeme, que pase lo que pase, aunque las cosas se pongan feas, que confiarás en mí, que lo que te digo es sincero y sobre todo, prométeme que serás sólo mía.
– ¿Cómo pretendes, que después de estar contigo, pueda estar con alguien más?
– Eso me halaga, pero quiero oírtelo decir. Promételo.
– Te doy mi palabra. Nadie más que tú, me tocará.
– ¡Oh! Cómo me gusta saber que serás sólo mía Qué todo este placer me pertenece.
– Nunca he sentido nada parecido con nadie – confesé, no tenía sentido mentir, o tratar de negar lo que sentía, era
demasiado tarde, ya me había perdido en él.
– Me alegro. Quiero que conmigo todo sea nuevo.
– Lo es.
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