viernes, 1 de diciembre de 2017
CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)
Nuestras manos enredadas, nuestras bocas y palabras enredadas, nuestras lenguas enredadas, no había espacio para nada más que nosotros, incluso a veces, nuestros cuerpos estorbaban, ¿cómo podía alguien sentir tanto por otra persona que apenas conocía? ¿Cómo era posible que existiera esa pasión y esa complicidad entre dos extraños?
No lo sabía, no había explicación posible, al menos para mí, pero pensaba aprovechar estos momentos mientras durase, hasta que se cansara de mí y me dejase con el corazón abierto y apuñalado. Pero merecería la pena el riesgo, por estos momentos robados.
Escuché como bajaba la cremallera de su pantalón y mi cuerpo reaccionó instantáneamente.
Íbamos a hacerlo en un baño, en el trabajo, era una locura, pero no podía parar.
Me apoyó contra la pared. Y me alzó sin esfuerzo. Entonces me penetró, fuerte, rápido y duro. Cuánto más fuertes eran sus embestidas, más placer sentía yo, tal vez tenía un puntito masoquista.
Sus movimientos, cada vez eran más fuertes, más acelerados, no pensábamos lo que hacíamos, no había sido algo lento, pausado y disfrutando el uno del otro. Ahora mismo éramos dos animales salvajes en celo consumidos por un fuego que parecía no apagarse, tan sólo aplacarse unas horas.
Agarré su pelo y tiré fuerte, necesitaba pensar que había algo que me sujetaba a la realidad, porque esa manera de
practicar sexo, nunca había entrado en mis planes.
Sus manos agarraron más fuerte mis nalgas, y sentí como me penetraba aún más profundo, haciendo que no pudiese dejar de gemir y gritar. Trataba de controlarme, pero era incapaz. No era dueña de mí.
Posé mis manos sobre sus hombros, y él me dejó de nuevo caer contra el frio azulejo que le ayudaba a soportar mi peso. Una de sus manos dejaron libre mi cachete enrojecido y comenzaron a masajear el bulto inflamado escondido entre los rizos. Eso me volvió loca. Pude sentir como el mundo se tambaleaba a mi alrededor, pero no era el mundo, era yo, cayendo de nuevo en la espiral de placer que sólo ese hombre misterioso era capa de regalarme.
Cuando iba a desfallecer, esperando el gran momento, su mano abandonó mi sexo, me asió de nuevo por los glúteos y se movió más rápido y más dentro de mí.
De nuevo, nuestros gemidos y gritos se mezclaron, se enredaron confundiéndonos, sin saber cuál pertenecía a quién.
Sentí cómo su simiente se derramaba en mi interior. Su calor. Enterró su cara en mi cuello y comenzó a besarme
sin cesar, susurrándome palabras que no era capaz de oír, pues mis gemidos acaparaban toda la atención de ellos.
Los escalofríos iban disminuyendo poco a poco, aun así, mi sexo seguía palpitando, con el suyo dentro, se contraía apretándolo, para no dejarlo escapar. Y la verdad es que no deseaba dejarlo escapar. Quería dejarle ahí dentro para siempre. Quería morir con él dentro de mí.
– ¿Estás bien, preciosa?
– Si, bueno, eso creo. Ir al baño, no será para mí lo mismo otra vez – balbuceé.
Él sonrió
– Ni para mí.
– No parecía tu primera vez.
– Pues lo era.
– No me lo creo.
– Vístete tranquila, arréglate un poco. Yo saldré primero. Te espero en el cuartelillo.
– Vale, ahora iré, si en quince minutos no me ves por ahí, es que he muerto de placer.
El rio de forma escandalosa, libre, era la segunda vez que lo hacía y esa risa me encantaba.
Me lavé como pude, usando toallitas higiénicas y me coloqué por fin las bragas. Ahora me alegraba de haber comprado unas bonitas con encaje y transparencias.
Me arreglé lo mejor que pude, y refresqué mis muñecas con agua fresca. Sentía que mis piernas en verdad, no eran capaces de sostener mi cuerpo.
Salí cuando me aseguré que no había nadie a mi alrededor, e hice una paradita en la cafetería, pedí un capuchino para llevar y un donut de chocolate.
Necesitaba hidratos y cafeína, si no iba a desmayarme. Ese hombre era insaciable. Aunque me encantaba. Tal vez sí que podría llegar a amarle alguna vez.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario