martes, 12 de diciembre de 2017

CAPITULO 17 (SEGUNDA HISTORIA)





Me concentro de nuevo en los números, aún faltan seis plantas, ¿este ascensor va a cámara lenta?


— Sabes Paula — interrumpe mis pensamientos — si tuvieras algo más de peso en algunas zonas estratégicas, tu cuerpo sería de diez, ahora mismo eres un ocho.


Ese comentario hace que salga de mi estupor disparada por un resorte. Nada mejor que un cretino para devolverte a la realidad y tirarte al suelo de golpe desde la nube en la que estás subida. ¡Es un imbécil!¿ Qué se ha creído?


La furia me llena, otro defecto cuando me enfado, no mido mis palabras, suelto lo más desagradable que acude a mi boca y me pongo roja como un tomate.


Voy a decirle que todo lo que tiene de guapo, que es mucho, lo tiene de imbécil cuando una brusca sacudida me arroja contra su cuerpo.


El pierde el equilibrio a causa del impacto y caemos al suelo.


Por un instante, la misma sensación de pánico de años atrás se apodera de mí, en mi mente pasan a una velocidad vertiginosa las imágenes, el sonido de la sacudida, el parpadeo de luces, la oscuridad del lugar bañada tan solo por el tenue resplandor de unas luces azules de emergencia y nosotros, entregándonos el uno al otro, sin preguntas, sin nada más que un deseo mutuo e irrefrenable.


Jadeo.


—Ya pasó — me susurra para calmarme, mientras se toca con la palma de la mano su nuca. Claro, se ha dado un buen golpe contra el suelo enmoquetado, pero se lo merece.


—¿Estás bien, Paula?


—Eso creo, Alfonso —susurro asustada. ¿Esa es mi voz? Parezco una niña pequeña. Debo de hacer regresar a la adulta en la que me he convertido.


—¿Alfonso? Prefiero que me llames Pedro — dice molesto.


—Yo no — contesto tratando de poner algo de distancia entre nosotros.


—Somos casi de la misma edad. Deberíamos llamarnos por nuestros nombres de pila.


—¿De la misma edad? No creo.


—¿Ah no? ¿Cuantos años tienes, pequeñaja?


—Veintiocho.


—Así que te llevo seis...Demonios, ¿tanto?


Sonrío. Ahora no parece un imbécil, parece sorprendido de verdad.


—Si que pasan pronto los años, casi no me he enterado.


—Normal, tanto ajetreo... —murmuro.


Otra vez, la maldita sinceridad.


—¿Ajetreo? ¿A qué te refieres? —pregunta mientras me ayuda a ponerme de pie.


—Bueno pues ya sabes, todo el día de una cama a otra...


Siento que el color rojo me cubre entera, estoy envuelta en papel celofán rojo intenso.


—¿De una cama a otra? ¿Eso piensas ? — pregunta.


—Bueno —comienzo, pero no puedo seguir, el ascensor da otra pequeña sacudida, se detiene por fin con un golpe seco y espero a que las puertas se abran.




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