martes, 12 de diciembre de 2017

CAPITULO 16 (SEGUNDA HISTORIA)





Odio al ascensor, es un sitio estrecho que se hace más y más pequeño, acelerando mi respiración y consiguiendo que me suden las manos, parece una gran boca metálica que desea engullirme.


Cierro los ojos e intento hacer que mis piernas se yergan rectas de nuevo. Agacho la cabeza y trato de controlar mi respiración.


En estos momentos no existe nada más que yo y mi fobia. 


No pienso en Hector, ni en Pedro. Solos yo y el maldito ascensor. Miro con intensidad los números iluminarse mientras subimos, como si mi concentración extrema lo fuese a hacer subir más rápido.


¡Vamos Paula, tu puedes! Me animo a mí misma.


Ya vamos por cuarta planta, solo diez más.


¡Oh dios mio! Diez plantas más.


No dejo que mi mirada vague hacia él, que esta apoyado contra la pared justo al lado de los botones. Si por error se mueve y pulsa otro botón, quizás haga que esto sea el principio de una hecatombe.


Encerrada dentro de este sitio. ¡Con él! ¿Otra vez? No, eso es estadísticamente imposible.


¿Por qué tengo tan mala suerte? De toda la gente de la ciudad, ¿tenía que estar en este maldito agujero colgante con él?


Siento que desfallezco de nuevo. Agarro con mas fuerza la barra metálica detrás de mí y me obligo a mirar hacia el cristal, pero evitando mirarme directamente a los ojos, no lo deseo. No quiero ver mi imagen de nuevo, me mostraría a la damisela en apuros de la que ahora me avergüenzo.


No entiendo por qué me molesta tanto que el piense que soy débil.


Observo las manchas de huellas en el cristal y una particularmente llama mi atención, es blanquecina y de aspecto pegajoso y decido que mejor no pienso que tenía esa mano para dejar una marca de esas características, si lo pienso por mucho rato, mi cuerpo comenzará a boquear para de nuevo vaciar el contenido de mi estómago.


—¿Tienes miedo a las alturas, Paula? — dice a media voz y tono preocupado.


—Muy observador — digo cortante, ¿cómo no notarlo si estoy amarilla y me agarro desesperadamente a la barra metálica? Puedo notar como mis dedos se tornan blancos por la falta de flujo sanguíneo por la fuerza que uso para agarrarla.


— A mí también me pasaba. Me aterraban los lugares pequeños — me susurra al oído.


Está tan cerca de mí que soy capaz de oler su aliento, a café y chicle de menta. También me llega un leve rastro de su perfume. Conozco la fragancia, mi amiga Luz, trabajaba con esa firma. “Solo”, de Loewe, una fragancia tan masculina como lo era él mismo.


—¿Quieres que te cuente mi secreto? —vuelve a susurrarme esta vez junto a mi boca.


Abro los ojos para mirarle y me encuentro perdida en el gris profundo de su iris, con pequeñas motas plateadas.


Advierto que sus pupilas se han dilatado. En algún sitio he leído o tal vez escuchado, que eso es señal de atracción, ¿o tal vez lo contrario...?


—Sí, quiero — susurro, aunque parece que le he contestado a otra cosa. El dèjá vu, taladra mi mente, transportándome a aquella maravillosa noche, que me hace dudar de que de verdad él lo haya olvidado.


Estoy nerviosa por sentirle tan cerca, se me ha olvidado el trasto estrecho, solo puedo verle a él, sentirle a él. Ocupa todo el espacio a mi alrededor con su increíble metro noventa, su pecho fuerte, su rostro perfecto.


Pienso que parece un Dios griego vestido de cuero. ¿Cómo puede ser un hombre tan atractivo? Y no solo eso, es felino, despliega a cada paso una sensualidad a la que mi cuerpo reacciona humedeciéndose. Por él. Un pensamiento sobre Hector, recordándome que no estoy sola, llega y lo desecho tan pronto como me obligo a recordar la voz femenina con acento cadencioso que me ha contestado el teléfono. Su teléfono.


—Cierra los ojos —susurra y creo que me voy a derretir. 


Noto mis huesos hechos caldo ¿Qué me importa que sea un Don Juan? ¿Qué me importaba que me utilice y después me deseche cómo si fuese un condón? ¿Qué me importa que trate de conquistarme de nuevo sin ni siquiera ser consciente de ello? Nada. Solo puedo pensar en tenerle enterrado entre mis piernas, aliviando mi deseo, esa boca demasiado sugerente para pertenecer a un hombre sobre mis pezones que se han endurecido bajo la suave tela de la camisa, succionándolos, mordisqueándolos y lamiéndolos sin descanso, mientras no dejo de jadear, gemir y suplicar que nunca acabe esa suave tortura.


Suplicándole que me devore.


Que me devore, otra vez.


Puedo ver mis manos sobre su cabello oscuro, enredando mis dedos en él, atrayéndolo hacia mí, sintiendo que todo sobra a nuestro alrededor, los cuerpos sudorosos, la piel...


Tengo que alejar esos pensamientos de mi mente, si sigo así, la humedad de mis muslos va a mojar el suelo a mis pies.


Además, no es correcto, a pesar de todo sigo prometida, o casi, ¿o no? Solo confusión. A causa de él.


Dios, ese hombre era puro deseo. La tentación hecha humana. Es un diablo atractivo e inteligente.


—Imagina —siguen su sabios susurrándome —que puedes ver el cielo. Un gran cielo azul, pintado con la claridad de la mañana, los rojizos del atardecer o tal vez, coloreado con miles de brillantes parpadeos, pero imagina el cielo, inmenso, infinito, toda la libertad que te ofrece, el oxígeno puro que te da.


Y mi mente obedece, imagina el cielo bañado de tonos violáceos, rosados y rojizos, como los atardeceres que contemplaba de pequeña, algunas estrellas parpadean junto a una luna que tímidamente comienza a brillar.


Y nos veo a ambos mirando ese cielo, sentados a la orilla de un mar en clama mientras nuestras manos se entrelazaban y la brisa del mar nos acompaña.


Y funciona, mi cuerpo se relaja, deja de sentir esa asfixiante sensación de que todo a tu alrededor se empequeñece hasta tragarte en un gran agujero negro.


Me calmo, mis brazos se relajan y puedo soltar la barra metálica que aprieto sin ser consciente sintiendo un alivio inmediato en mis dedos.


—Funciona, ¿verdad? Ya no tienes ese horrible color verdoso, ahora tus mejillas están cubiertas de un hermoso rubor — musita mientras sus dedos acarician la curva de mi mejilla.


Y el rubor se intensifica. El me habla así y yo no puedo dar crédito, ni en mis mejores sueños me he atrevido a pensar que algo así pudiera pasarme. Dos veces.


De todas formas no puedo olvidar quien es él, un extraño para mí, aunque me haga desearlo con todas mis fuerzas, aunque prenda el fuego de la vida de nuevo en mi interior y yo estoy...


Yo estoy nada, ahora mismo en un descanso hasta aclarar lo que Hector ha estado y está haciendo para ni siquiera molestarse en devolverme la llamada.


Pienso que no habrá chica que no suspire por él, yo incluida. 


Pero no puedo dejar que me maree con su sensualidad. No deseo formar parte de su montón de “ya me he tirado a otra, que pase la siguiente”, por segunda vez. Un montón muy numeroso, pues ni siquiera es capaz de recordar todas sus conquistas.


Porque él, es un hombre de los que hacen eso. Estoy segura y ya le he dejado besarme una vez y su recuerdo aún cosquillea en mi boca y en mi vientre.


A pesar de todo, una parte de mí me grita que no tengo nada que hacer contra él, que es un hombre de los que consiguen lo que se proponen. De los que, cuando se empeñan en conquistar a una mujer, lo consiguen.


Y a pesar de saber que es una granada a la cual le han quitado la anilla y está a punto de explotar, me gusta saber que he sido el objeto de su deseo.


—¿Mejor? — pregunta de nuevo.


—Sí, gracias.


—De nada, Paula —susurra —un placer otra vez.


Y su aroma me embriaga. Muerdo mi labio sin percatarme de ello hasta que noto el dolor despertando mis sentidos.


Ahora estoy de nuevo lúcida, no perdida entre la bruma de su masculinidad.


El sonríe y en su mejilla izquierda aparece un hoyuelo. Me quedo hipnotizada mirándole. No se puede ser más varonil. 


Y todo el paquete, adornado con es voz tan suave, roca y sensual como una hermosa serpiente que se desliza a tu alrededor y te envuelve sin darte cuenta hasta hacerte su prisionera, es más de lo que mi visión puede soportar, y me rindo bajo su mirada.





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