lunes, 27 de noviembre de 2017
CAPITULO 7 (PRIMERA HISTORIA)
Conduzco de vuelta al cuartel y espero que el siga ahí, si no, tengo su número que apuntó en el parte, pero prefiero no tener que llamarle.
Me acerco con el coche, hasta la barrera que separa la entrada del cuartel de la calle, en seguida, un joven vestido de verde se acerca hasta mí.
– ¿Que deseaba señorita?
– Tengo que hablar con el Capitán un asunto.
– ¿Con el Capitán Alfonso?
Miro el parte amistoso, pero no aparece más que su nombre, aún así mi mente ágilmente me sopla que no puede haber muchos Capitanes, así que le confirmo al chico qué es con él con quien quiero hablar.
– Hemos sufrido un encontronazo esta mañana, y necesito unos datos para el seguro.
El chico me abre la barrera, indeciso y aparco en el mismo sitio, donde lo hice por la mañana.
El joven se acerca hasta mí, mientras me bajo del coche.
– ¿Usted es con quién ha tenido el percance? – pregunta curioso.
– Sí, soy yo, y la matricula está algo descolgada. Espero que no me multes por eso – le sonrío.
– Señorita, créame, que la multaría tan sólo por ser como es.
Le miro sorprendida, es un jovencito muy lanzado.
– ¿Sabe cuántos accidentes puede causar con ese cuerpo de infarto? – dice de nuevo, esta vez más seguro de sí mismo.
Sonrío. No pretendo herirle, porque me ha resultado encantador.
– Lo sabe, Pérez, ahora váyase. Es asunto mío, que no le vea más merodear sin hacer nada. Salga a buscar delincuentes – le ordena una voz dura y fría.
– A sus órdenes mi Capitán – contesta obediente – Un placer para la vista Señorita. Me ha alegrado el día – y guiña un ojo descarado.
– Vete de aquí ya – brama Pedro.
El chico sale casi corriendo, y yo, sonrío.
– ¿Por qué has sido tan rudo con el chico? – pregunto inocentemente.
– No me irás a decir, que me rechazas a mí, pero que lo deseas a él.
– ¿Y si así fuera?
Pedro me mira de arriba abajo, sin contestar, aunque su mirada se ha vuelto fría y calculadora, una sonrisa aparece en su rostro.
Me coge de la mano, como si tuviese derecho a hacerlo y me guía hasta el interior, del cuartel, hacia su oficina.
Algunos de sus hombres, nos miran extrañados al pasar, unos sonríen maliciosos, otros complacidos, otros casi ofendidos. Supongo que no es algo común, que su Capitán lleve a una mujer agarrada por la muñeca y casi en volandas por los pasillos.
Entramos en su despacho. Con gracia me deja frente a él y cierra la puerta. Se apoya contra ella. Debo reconocer que está muy atractivo con su uniforme, le sienta muy bien, y tiene algo, al estar vestido formalmente, que hace que mi cuerpo de nuevo comience a imaginar escenas poco decorosas.
– ¿Y bien? – pregunta.
– ¿Y bien? – contesto.
– ¿Para qué has venido?
– ¿Y tú, me lo preguntas? Lo sabes muy bien – le digo susurrando.
Continúo de pie, y me acerco más y más a él. Pedro está encerrado entre la puerta y mi cuerpo. Es muy observador, se frota con la mano la barba y sonríe de forma provocadora.
– Así que al final me vas a suplicar.
Él quiere jugar, y yo gracias a Víctor, me siento juguetona.
Me acerco más a él, mientras me deshago de la chaqueta y dejo mi cuerpo al descubierto bajo la suave y ceñida tela del vestido.
Pedro me mira y después resopla, mientras cierra los ojos.
Está expectante, con las pupilas dilatadas, esperando con cautela mi siguiente paso.
– Podría ser – digo cada vez más cerca de él – que hubiese venido a suplicarte que me encerrases en tú calabozo – mis labios ahora están junto a su oreja y mis manos apoyadas en su pecho. Siento los latidos de su corazón, como poco a poco, van acelerándose. – Quizás, sí que deseo suplicarte que me esposes a las frías barras metálicas de tu calabozo, mientras dejo que me tortures con tus caricias desvergonzadas y tus palabras obscenas, mientras mi cuerpo espera que tú te dignes a entrar en mí, o tal vez, desee, que todo suceda aquí mismo, sobre tu mesa, grande y dura. Tal vez quiera suplicarte que tires los informes al suelo, que salgan volando por la habitación mientras me besas de nuevo, como en el coche, o probablemente, la que desee tenerte esposado sobre la mesa sea yo, y que mientras te torturo tú sólo puedas suplicar que te monte de una vez y te haga alcanzar el alivio que deseas.
Su corazón, ahora latía descompasado, a veces parecía pararse, otras iba a mil. Me gustaba jugar, jugar con él, jugar a su juego, él se lo había buscado. No era el único que podía portarse mal, también había una niña mala dentro de mí, y al parecer ansiosa por salir.
Acerqué mi boca a la suya, el juego le gustaba, noté cómo su entrepierna estaba dura como una roca. Mi jueguecito le había excitado.
Al verle así, en mis manos, esperando mi decisión no pude resistirme a darle un pequeño mordisco en su labio inferior.
Era jugoso y apetecible y tiré un poco de él, casi hasta hacerle daño. El gimió de forma sonora, desde luego no se esperaba eso de alguien que se había mostrado tan recata unas horas antes. Era hora de acabar con el juego.
– Puede, que haya venido a suplicarte que me devores, de los pies a la cabeza, que hagas que mi cuerpo se funda con el tuyo. Pero, no es por eso por lo que he venido, he venido porque necesito... el número de tu matrícula para el parte amistoso.
Y diciendo eso, me alejé de él, hacía la seguridad de la silla.
Sabía que jugaba de manera arriesgada, peligrosa, tal vez Pedro ahora se sintiese con derecho a reclamar que acabara lo que había empezado, pero, ¿quién lo había empezado? Él.
Él, tenía la culpa de todo, así que un poco de su propia medicina no le haría mal.
– No puedes, decirme algo así, y luego pretender que no ha ocurrido nada.
– Y no ha ocurrido nada, mi Capitán, ni siquiera se puede considerar un beso. Y, puedo tratarte así, porque tú me tratas así Esto, lo empezaste tú.
– Puede que tengas razón princesa, pero, ¿cómo acabará?
– Eso es algo que tendremos que averiguar – dije sin pensar.
Estaba sentada en la mesa, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas junto a mis caderas. Él se acercaba a mí con paso felino. Era muy atractivo, eso era innegable, y ahora, no me parecía tan malo ese exceso de seguridad en sí mismo que tenía, quizás, incluso me venía bien para mi autoestima.
– ¿Qué te ha sucedido?
Así que no le había engañado, sabía qué ese cambio repentino en mí, estaba ocasionado por algo, algo concreto que tenía nombre. Asustaba cómo me intuía.
– Nada.
– No puedes mentirme.
– No me ha pasado nada, en serio, que he ido a arreglar lo del golpe y resulta que me faltaba tu matricula, y tus apellidos.
– Lo sé, lo hice con conocimiento de causa, para verte de nuevo. Por eso no me he ido hoy todavía de aquí, te estaba esperando.
– ¿Me esperabas? – eso me había sorprendido.
– Siempre te he esperado, sólo es que no llegabas.
– Dame el número de la matrícula y podré irme.
– No, no voy a dejar que te marches. Estás preciosa. Te llevaré a cenar.
– ¿Y tu mujer no te echará en falta?
– Ella, está ocupada.
Alzo la ceja. Eso me sorprende, ¿qué será lo que oculta? ¿Qué clase de acuerdo matrimonial tendrán?
– No te sorprendas, ya te he dicho que mi matrimonio, no es un matrimonio feliz.
– ¿Entonces por qué seguir casados?
– ¿Por qué lo sigues tú?
– Supongo que por todo y por nada.
– Lo mismo podría decir. Y ahora, mi hermosa princesa, ¿me dejas llevarte a cenar a un sitio donde nadie nos conozca y dónde nadie pueda vernos?
Estaba entre mis piernas, sus manos grandes y ásperas sobre mis muslos y eso hacía que mi cuerpo bullese. Era un hombre capaz de hacer perder el control a cualquier mujer, en cualquier momento, ¿por qué su esposa no era feliz con un hombre así?
Asentí antes de darme cuenta, él sonrío, triunfal, sabía que estaba ganando no sólo una batalla, si no la guerra, y sabía que pronto suplicaría.
– Antes de irnos – le susurré – ¿podría ver uno de los calabozos?
Él sonrió de forma traviesa.
– Sabes que no te voy a tocar, hasta que me lo supliques, ¿verdad?
– Aún no estoy dispuesta a suplicarte. Sólo sentía curiosidad.
– Te los mostraré, para que cuando me imagines devorándote ésta noche, todo parezca más real.
Maldita sea, ese hombre conocía mis pensamientos antes que yo misma.
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