lunes, 27 de noviembre de 2017
CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)
Bajamos por una angosta escalera. En seguida pude notar un fuerte olor a humedad que provenía de ellos. Las celdas se disponían una tras otras. Eran viejas, demasiado pensé para albergar a los criminales.
– Estos son los antiguos, ya no los usamos.
– De ahí ese olor a dejadez – musité.
Toqué uno de los barrotes, la celda era bastante pequeña, apenas unos metros, aunque suficiente para los dos.
Apresé con la mano el frio metal y luego hice lo mismo con la mano libre. Dejé que la frialdad y el olor del metal se mezclasen en mí, para tener olores reales a los que aferrarme.
Me olvidé de todo, incluso de él. Con las manos sobre los barrotes, cerré los ojos y me imaginé allí esposada, apresada sin ninguna vía de escape, mientras él, colocado a mi espalda como estaba ahora, me acariciaba sin cesar.
De repente noté su mano en mi cuello. Me acariciaba la nuca, y enredaba sus dedos entre mi pelo, hasta que apresó una guedeja entre ellos y colocó mi cabeza hacia arriba, mientras tiraba del pelo y dejaba a la vista de mis ojos el techo del lugar.
Su otra mano, se paseaba por mi cintura, acariciaba mis caderas, dibujando lentamente su curva. Era tentador dejarse llevar ahí abajo, con la promesa del placer escrita por mi cuerpo con sus dedos.
Tragué saliva, tenía la respiración entrecortada, era incapaz de abrir los ojos, tan sólo podía sentir. Era sensual, liberador. Mi cuerpo respondía a sus caricias de forma natural, como si sus manos sobre mi piel fuesen lo más lógico. Lo más sencillo.
– Vas a suplicarme Paula.
– Nunca – dije jadeando.
– Está bien, no haré nada que no me pidas.
– Me parece lo adecuado.
El asintió, pero no retiró su mano de mi pelo, ni de mis caderas.
– Me gusta tu cuerpo, me gustas tú.
– No me conoces.
– Conozco lo suficiente de ti. Sé que eres testaruda, orgullosa, sensual, y luchadora. Con eso me basta.
– Eso no es suficiente.
– Para mí sí, lo supe desde que te bajaste del coche, con la cara sonrojada por el enfado, la melena alborotada y los ojos chispeantes por la furia. Por tu fuego. Un fuego que te consume sin que seas consciente de ello, porque, ¿sabes? Tú eres puro fuego. Y yo deseo arder en él.
¿Cómo podía lograrlo? Ya estaba de nuevo lista, húmeda y excitada como nunca antes lo había estado, por él.
Posó su boca sobre mi cuello, y me besó, después, lamió y más tarde mordió de forma suave. En realidad, habíamos llegado lejos, demasiado dado nuestro estado actual de “ocupados”, pero qué más daba, se sentía tan bien.
Era tan excitante, me llenaba de vida, y era una sensación que no deseaba que desapareciera.
– Si otro hombre te toca, no sé qué sería capaz de hacer.
Me giró sobre mí misma, con una de sus manos, me agarró las muñecas por encima de mi cabeza, con la otra, me
apretaba la cintura, ajustando mi cuerpo al suyo.
– No puedes remediarlo, pertenezco a otro hombre, él tiene derecho a tocarme.
– No se lo permitas. Quiero que seas sólo mía.
– Eso no es posible. No soy tuya.
– Sí lo eres, sólo que aún no te has dado cuenta. Llegará un momento, en que no desees que nadie más te toque,
rechazarás cualquier contacto que no sea el mío.
Sonreí ante su seguridad, en verdad, podía tacharlo de mezquino, pero en ese momento, era tan excitante.
– ¿Y tú? ¿Podrás tocar a otras mujeres? ¿O sólo querrás tocarme a mí?
– Sólo a ti. Soy tuyo, ¿no lo crees? Te lo repito una y otra vez, desde que bajaste del coche lo supe.
– Sí, que el destino nos ha reunido...
– Aunque he de reconocer que ha sido algo cruel con nosotros, al hacer que nos encontremos ahora, pero más vale tarde que nunca. ¿Acaso no deseas ser feliz? Yo sí. Y creo que sólo lo seré contigo.
– ¿No crees, que esto es sólo una creación de tu mente? Tal vez, sólo lo digas porque te he negado tenerme, pero si de verdad fuese tuya, tal vez te cansases de mí – como Víctor, apunté mentalmente.
– Nunca me cansaría de ti. Sé que el sexo entre nosotros, será inolvidable.
– ¿A cuántas mujeres más les has dicho lo mismo que a mí?
– A ninguna – sentenció.
– Ninguna – susurré – eso es demasiado poco.
– Es la verdad.
– No puedo creerte, ya hubo alguien parecido a ti en mi vida.
– ¿Parecido a mí?
– Si, encantadoramente mentiroso, y frío, tan frío como el hielo, e igual de cortante. Y eso hizo. Cortarme en trozos, no sé si logré recuperarlos todos.
– Yo te arreglaré, muñeca. Eres mi muñeca rota y yo deseo arreglarte.
– No podrás, nadie ha podido. Al final, se cansan de intentarlo.
– ¿Qué te ha pasado?
-Nada.
– Cuéntamelo, empieza a confiar en mí, no hay nada, nada que no puedas contarme.
– Mi marido me engaña – dije de repente, sin saber por qué.
– Entiendo. Vámonos a cenar – dijo serio.
Todo rastro de sensualidad y de juego, se desvanecieron.
Me soltó las manos y la cintura y se alejó de mí,
dejándome vacía. Nunca había tenido una sensación tan intensa de soledad. Parecía que sus manos, su cercanía me llenaban, ahora me sentía sola y aislada en mitad del iceberg. La atmósfera de nuevo era fría y con olor a humedad.
Miré una última vez los barrotes. De seguro que esa noche, soñaría con ello y con él.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario