jueves, 30 de noviembre de 2017

CAPITULO 19 (PRIMERA HISTORIA)





Llegué al Cuartel y Pedro me esperaba uniformado. Me pareció raro, pues en el aeropuerto había ido vestido de paisano. Pero sus motivos tendría, y no era yo quién para juzgar su vestuario. Me indicó dónde aparcar y que me bajase del coche. Me extrañó, pues pensé que iríamos a desayunar a algún lugar apartado.


Al bajar, me besó en la mejilla, y al ver que no protestaba, me besó en los labios.


Su beso fue tierno y suave, como sus palabras de unas horas antes.


Sentí de nuevo el aleteo de mariposas. Me gustaba esa sensación por tanto tiempo olvidada.


– Ven – me susurró –. No hagas ruido – y me colocó delante de él.


Asentí con la cabeza y antes de darme cuenta, me había vendado los ojos.


– ¿Una sorpresa?


– Al menos, eso espero – dijo riéndose y alzándome como si nada.


Comenzó a avanzar conmigo en brazos, despacio. Trataba de averiguar en vano, hacia donde nos dirigíamos, privada de la visión, estaba confundida, y algo asustada. Para cuando noté el familiar olor a humedad era tarde.


Me había dejado en el suelo con delicadeza y estaba esposada a las barras de la celda. Con los ojos vendados.


Toda la ropa puesta.


¿Jugaríamos de nuevo a tener sexo sin quitarnos nada de ropa?


– ¿Estoy detenida? – pregunté con la voz entrecortada.


– Sí, señorita, está usted acusada de cometer desacato a la autoridad.


– ¿Y cuándo he hecho algo así?


– Hace dos días, por llamar a un alto cargo gilipollas.


Sonreí. Era cierto, lo había hecho.


– Lo reconozco, soy culpable.


– Ahora, debe cumplir su condena.


Estaba húmeda y ni me había tocado. Las manos sobre mi cabeza, esposada y privada de visión, y sin embargo en vez de asustada, estaba más excitada que nunca en mi vida.


– ¿Cuál va a ser mi pena? – pregunté entre suaves jadeos.


– Ahora lo vas a descubrir – susurró, haciéndome llegar con sus palabras, el deseo que su cuerpo sentía por el mío.


– Primero, voy a castigar sus pechos, apretándolos entre mis manos – continuó.


Y sus manos obraron su magia. Mis pechos entre sus manos, eran donde debían de estar. Frotaba mis pezones, los pellizcaba dulcemente, sin causarme dolor, tan sólo excitándome.


Sus manos comenzaron a bajar por la curva de mis caderas, su forma de tocarme me resulta ya muy familiar.


Agarró mi cintura y me estrechó contra él. Noté su cuerpo duro, definido contra mi espalda. Con sus piernas, separó las mías, dejándome expuesta. El frio caló por entre mis muslos, pensé que tal vez eso aplacara el dolor que sentía por su ausencia, pero no fue así, cuando su mano se dedicó a torturar mis muslos, me azotó el trasero y se coló entre mis ligas. Porque me había puesto medias, con unas ligas negras, para sentirme sexy y ahora estaba avergonzada, más que si estuviera desnuda.


– Me encanta el suave tacto de tu piel. Me encanta tocarte, me estas volviendo loco.


– Si no he hecho nada – repliqué no sin esfuerzo.


– ¿No has hecho nada? Lo estás haciendo todo, al permitirme que te tenga.


– Todavía no he suplicado – me defendí.


– Pero lo harás-- dijo con la voz segura y ronca.


Sus manos acarician el punto clave entre mis piernas, sobre el tejido suave de las bragas se sentía delicioso.


Notaba como me iba humedeciendo más y más en respuesta a sus caricias.


Me estaba volviendo loca. Estaba a punto de ponerme a gritar que me penetrase de una vez, y me regalase otro intenso orgasmo.


Me levantó la falda y dejó al descubierto mis nalgas.


– Preciosa – dijo admirando mi conjunto. ¿Te has arreglado para mí?


Decido seguir el juego.


– Claro, sólo para ti, quizás así me libre de la tortura.


– La tortura acabará, cuando tú me lo pidas, ya lo sabes, tan sólo pídemelo y acabaré con ella.


Noté su miembro erecto entre mis muslos. Él se había bajado los pantalones y estaba con su miembro entre mis muslos. ¡Oh Dios!. Me estaba volviendo loca. Entraba y salía, sin penetrarme sin bajarme o apartarme las bragas.


Y aún así, podía notar como entraba su miembro entre el hueco de mis piernas, húmedo y se alejaba, despacio, lentamente, saboreando cada centímetro de piel.


Tan sólo imaginarlo, me estaba encendiendo aún más. ¿Qué tenía ese hombre que era capaz de hacerme sentir tan bien? ¿Tan desinhibida, con tantas ganas de más? Hambrienta. Nunca antes lo había sentido, ese vacío desgarrador, que él llenaba. Esa sensación de plenitud.


Sus manos agarraron mis caderas, y comenzó a atraerme hacia él, mientras jadeaba entre mis muslos. Una de ellas se liberó y agarró mi hombro, inclinándome hacia atrás, por lo que mi trasero quedo más expuesto si era posible.


– Tienes un culo precioso para hacértelo por detrás.


¿Qué demonios decía? Quería protestar, pero no era capaz, estaba al borde de correrme de nuevo y sin penetrarme, ¡otra vez! No podía creerlo, él era pura sensualidad, erotismo y seguridad. Parecía saber lo que deseaba incluso antes de que mi cuerpo lo aceptara.


Advirtió mi duda, y se alejó de mí. No sabía dónde estaba, tan sólo podía confiar en mi sentido auditivo y éste estaba afectado por el ruidoso repiqueteo de mi corazón que latía desbocado y salvaje




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