jueves, 30 de noviembre de 2017
CAPITULO 18 (PRIMERA HISTORIA)
Me fui a la cama saturada. En verdad no había salido tan bien como me imaginaba la conversación.
Descubrí muchas cosas de Víctor que no me agradaron.
Agradecí cuando se marchó a despejarse a la calle, y me
avisó que tal vez durmiera en casa de su hermana, que no me preocupara si no llegaba a casa. No lo haría. Había
perdido mi fe en él. Pensé que se podría arreglar, pero llevaba años mintiéndome, en miles de cosas, unas más
sencillas y fáciles de perdonar, otras no tanto y aunque juraba una y otra vez que nunca me había engañado, sus
ojos me decían que mentía para salvar lo nuestro. O quizás, su culo.
Por supuesto yo tampoco le dije nada sobre Pedro, pero al menos, sus confesiones, aliviaron algo la culpa que
cargaba a mi espalda.
Me enterré en la cama y puse la tele. No sabía que pondrían hoy, la verdad es que no tenía muy claro que día era.
Todo estaba extraño y mezclado en mi mente, parecía que habían pasado siglos desde mi topetazo con Pedro, y
todo lo que había sucedido a continuación.
Era extraño, nunca había creído en los flechazos, sin embargo, ahora estaba de lleno en uno, si no, ¿cómo se podía explicar que me sintiese tan unida y conectada a él?
Miré el móvil, tenía varios mensajes.
Uno era de Mercedes, para volver a decirme lo increíblemente guapo que era mi nuevo medio jefe y la suerte que tenía. También anotó entre miles de caritas sonrosadas, que parecía que al Capitán le gustaba un poquito de más yo.
Le dije que eran cosas suyas, que no era tan guapo y que nos veríamos al día siguiente. Mandé miles de besos aunque ninguno era auténtico y me arrepentí, no quería ser una de esas personas que no te hablan por la calle, pero luego te encuentran en whatsapp o en facebook y parece que eres su mejor amigo.
Los otros mensajes eran de Pedro.
– ¿Cómo estás? Espero que todo bien. Estoy preocupado por ti. Dime sólo que estás bien, sólo eso. Por favor.
– Estoy bien. Gracias. Hasta mañana – contesté.
– No puedo dejar de pensar en ti.
Fue su rápida respuesta.
– Ahora no estoy de humor. Buenas noches.
– Ok. Hasta mañana entonces.
Me parecía que estaba algo molesto, pero ahora no me importaba. Sólo deseaba perderme dentro de mí, y aislarme
de todos y de todo, sobre todo de ellos dos.
Pero no pude huir, por más que corrí y corrí, no pude escapar de él, y por más que me pesara, no era de mi marido de quien no podía huir, si no de Pedro. De ese hombre extraño, oscuro y problemático con demasiada autoestima y poco decoro, que había conseguido calarme muy adentro, demasiado para el escaso periodo de tiempo que hacía que nos conocíamos
No era que yo lo hubiese provocado, ni buscado, siempre había respetado a mi marido. Durante todos los años que habíamos estado casados, diez para ser exactos, y no quería sentirme una mala persona, no sentía que hubiese hecho nada malo, y eso era lo peor. ¿Pero cómo algo que te hace sentir tan bien es malo?
Las sabanas se me pegaban al cuerpo ardiendo por la huida, estaba jadeando, tratando de sacar de mi mente las imágenes de una desconocida, que a la vez era yo misma, con la ropa puesta, y dejando que otro hombre la tocase como si fuese algo natural.
Siempre había pensado que no podría dejar que ningún otro me tocase, tan sólo Víctor, me había acostumbrado a sus manos, y que las manos de otro me acariciasen de forma íntima, me escandalizada.
Sin embargo, había sido tan fácil dejarse envolver por Pedro...
Miré el reloj. Las cuatro de la mañana. Era pronto para empezar a arreglarme para el trabajo. El trabajo.
Allí le vería a él. Y eso no me molestaba. No podía seguir engañándome a mí misma, la verdad es que sentía algo
por ese hombre.
Estaba horrorizada al asumirlo con tanta naturalidad, pero a la vez era liberador. Si uno no puede ser sincero ni siquiera con uno mismo, ¿con quién más serlo?
Pues eso. Acababa de asumir ante mi misma que había perdido la batalla. Seguramente al final acabaría gritándole que por favor me hiciera suya de verdad. Que me devorase entera.
¿Estaba de verdad segura de todo lo que pensaba o era todo fruto de la frustración y el despecho que sentía por las mentiras de Víctor? Desde luego, lo que estaba claro era que él me había engañado.
Y no se merecía mi respeto, no al menos en estos momentos, hasta que me aclarase.
Cogí el móvil y escribí
– ¿Estas despierto?
– Sí, estoy trabajando.
– ¿En casa?
– Sí, en casa. ¿Estás sola?
– Sí – escribí y acto seguido sonó el móvil. Era él.
– ¿Todo bien por ahí? – pregunté algo angustiada.
– Bueno regular.
– Por aquí también. ¿Has discutido?
– Como temía, y después se largó.
– Vaya lo siento.
– Y yo, me gustaría tanto que fueses tú en vez de ella.
– Sabes que eso no puede ser.
– Hoy te llamé sin querer.
– ¿En voz alta?
– Sí.
– ¡No me asustes! ¿Cuántas veces has dicho mi nombre en voz alta?
– En voz alta, tan sólo una, pero miles de veces suspirando.
– Ten cuidado no quiero que tengas problemas.
– No te preocupes, los tengo, pero tú no eres la causa – afirmó.
– No me gustaría, que esto, sea lo que sea lo que tengamos, acabe antes de empezar.
– Ni a mí. Eres el soplo de aire fresco que limpia un poco ésta atmósfera viciada que me rodea.
– Tú eres mi aire para respirar. Y aunque me gustaría que todo fuera diferente, no lo es.
– Lo sé, el destino ha sido un poco cruel con nosotros, como ya te dije y nos ha reunido tarde.
– Bueno, al menos, podemos confiar el uno al otro nuestros problemas, podemos tratar de ser amigos.
– ¿Pero cómo ser solo amigos cuando no dejo de pensar en ti? ¿Cuándo te extraño tanto? ¿Cuándo mi cuerpo clama por el tuyo y me duele tenerte lejos?
– Sí, es un problema. Me gustaría pensar que todo lo que dices que sientes es verdad.
– Nunca dudes de que lo es.
– Pero hace apenas dos días que nos conocemos.
– Lo supe desde la primera vez que te vi.
– ¿Supiste el qué?
– Que tú eres mi aire para respirar, mi fuego para calentarme, mi agua para beber y mi tierra para vivir.
– Es hermoso eso que dices, la verdad, no creo que vaya con “Don estirado engreído”.
– Jajaja. Sí, supongo que tengo un lado tierno después de todo. Pero es por tu culpa.
– Si, parece que todo es mi culpa últimamente
– Preferiría esto, hablar contigo por el móvil así, que no tener nada de ti. Desde luego le agradezco al destino el haberte acercado a mi vida. Sólo saber que estás bien, es suficiente para que tenga fuerzas para continuar.
– Algún día, esto terminara Pedro.
– Soy consciente de ello. Todo cambia, nunca nada es lo mismo, por eso voy a disfrutar de este momento de felicidad y calma tanto como tú desees.
– Al final me va a encantar hablar contigo.
– A mí me encantas tú. Toda entera.
– Vas a conseguir que me sonroje.
– Me vuelve loco.
– ¿El qué? ¿Que me sonroje?
– Que ese sonrojo sea por mí, que lo cause mi presencia.
– ¿Cómo no hacerlo con las cosas que me dices?
– Solamente digo la verdad. Lo que siento.
– Sigo sonrojada.
– Y estás preciosa.
– Me pregunto, si serás así de verdad, o tan sólo es un papel.
– Lo soy, ¿por qué mentir?
– Para conseguir algo más.
– Tengo lo que deseaba. Te tengo a ti.
– No como quieres.
– Créeme, me conformo con esto. Me haces feliz cada vez que te veo enojada por algo que no te gusta. Me encanta ver tus manos apoyadas en tus preciosas caderas y tu ceja alzada demostrando sin tapujos tu enfado. El color de tus ojos dorados, tu risa, que a ti no te gusta pero que a mí me parece tan perfecta como tú.
– Creo que exageras.
– No, en absoluto. Lo creo firmemente.
– ¿Sabes?
– Dime.
– No dejo de pensar...
– ¿En qué?
– En el calabozo.
– Así que te agrada la idea.
– Al parecer sí. Me encantaría que me esposaras y me llevaras allí. Quisiera saber que tácticas de tortura emplea el Capitán Alfonso.
– El problema es como retenerte allí, sin ningún motivo.
– Se me pasa por la cabeza el delinquir, cometer algún delito pequeño que te obligue a dejarme allí esposada una noche
– Mejor no me lo digas más, soy capaz de ir a tu casa y esposarte allí mismo. La cama me parece un buen sitio para tenerte esposada también
– La cama no me atrae tanto como la primera opción.
– Uf.
– ¿Uf?
– Si uf. Qué subidón tengo ahora mismo.
– ¿Subidón? ¿Ahora lo llaman así?
– Me estás tentando demasiado Paula.
– Lo siento. Se me escapa de las manos.
– No, si me encanta, pero no sé si voy a controlarme. Estoy empezando a pensar, que tal vez no te de la opción de suplicarme que te devore, aunque por otro lado, tal vez lo hagas de manera indirecta.
– Jajaja. Tus ganas.
– Sí, mis ganas y las tuyas.
– Bueno, creo que voy a empezar a arreglarme, tengo un jefe nuevo y es muy serio, no quiero ponerle en bandeja que tenga que castigarme.
– Te castigaría encantado, créeme. Sería un regalo para él.
– Sí, ya me amenazó con encerrarme en el baño de señoras.
– Si, eso sería fantástico.
– Bueno Pedro, tengo que dejarte, hasta ahora.
– ¿Paula?
– Dime.
– ¿Desayunarías conmigo?
– ¿En el aeropuerto?
– No.
– ¿Entonces?
– ¿Puedo recogerte?
– ¿No será arriesgarse demasiado?
– No te preocupes. ¿Quedamos a las siete en el Cuartel?
– Vale.
– Bien allí te esperaré. Iremos en mi coche.
– Tengo coche nuevo, de sustitución usemos ese.
– Vale. Hasta ahora. Otra cosa.
– Dime.
– Nada.
– Nada... algo será – dije curiosa.
– Nada en serio – contestó serio.
– Bueno, como quieras. Ahora nos vemos.
– Hasta ahora, señorita – y colgó.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario