viernes, 22 de diciembre de 2017
CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)
Todos nos miraron boquiabiertos al llegar al restaurante, tarde y juntos.
Seguro que mi cara de felicidad lo decía todo, pero qué equivocados estaban no me sentía feliz a pesar de que el gusto de su aroma todavía perduraba en mi boca.
Extasiada sí, feliz ni de coña.
— Vaya, vaya, ya ha llegado la parejita — bromeó Vallejo.
— No se te ocurra o te corto la lengua — dije soez.
— Lo que me extraña es que no te la hayan cortado a ti de un mordisco.. — dijo Blanco entre risitas.
— No sé de que os reís... ¿por qué o quién iba a cortarme la lengua?
— Vamos Alfonso, tenias que morderle justo a la vista de todos. ¡Un poco más de clase! Pensé que mis lecciones habían dado sus frutos pero no... — bromeó Rodrigo.
¿Mordisco? ¡Mi labio! ¡Claro! ¡El labio partido y pensaban que era un bocado!
En un acto reflejo me llevé la mano hacia el labio y noté que aún estaba inflamado.
— Ha sido un accidente, me caí y me he dado justo en la boca — me justifiqué.
Sin hacerles caso acudí al baño de señoras que sabía dónde estaba pues el restaurante era uno de los más antiguos en mi lista y había organizado allí varias bodas. De todas formas por lo general los baños siempre estaban en un rincón alejado del salón de las celebraciones, seria de mal gusto estar disfrutando de una comida magnifica rodeada de olor a orín y otros más pesados de los que no me apetecía acordarme en esos momentos.
Cuando llegué al baño, que gracias a Dios estaba solo, retiré la mano y lo miré de nuevo. El labio seguía inflamado, pero la marca perfecta en mitad del labio en realidad no se parecía a un mordisco.
— Lo siento.. — susurró una voz junto a la puerta que me enfureció.
— Lo sientes... ¿qué sientes? Me caí.
— No es por el labio — dijo avergonzado — , pensé que no había dejado marca.
Confundida miré de nuevo mi reflejo en el espejo y entonces la vi, la marca perfecta de sus dientes en mi cuello.
Cada diente marcado. Inconfundible. La ira que me caracteriza, esa que me envuelve hasta hacerme parecer alguien que no soy, acababa de hacer su aparición.
— ¡Genial! ¿Crees que soy una puñetera vaca para marcarme?
— Lo siento de verdad, me dejé llevar — trató de excusarse.
— ¡Una mierda! Lo tenías todo planeado, eres un maldito hijo de perra.
— ¿Planeado? ¿Yo? Yo estaba currando tranquilo en mi oficina y llegaste con un vestido rojo que te sienta como un
guante, pegándose a tu cuerpo sin dejar nada a la imaginación, ese cuerpo con el que sueño a cada instante desde que te vi por primera vez y te plantaste allí, en la oscura mazmorra. Las argollas me llamaban, me suplicaban que les diera vida. Y eso hice, les di vida al poner tu delicada piel en contacto con la rudeza de ellas. Y creo que disfrutaste y perdona... me dejé llevar como un animal en celo al que por fin le llega su oportunidad, porque ¿sabes? A pesar de tu rebeldía, tu lengua afilada y viperina que bien podrías devolvérsela a la serpiente a la que se la hayas robado y a pesar de que te niegas a aceptar que entre tú y yo ha algo más que una simple atracción pasajera, a pesar de todo, estoy dispuesto a tratar de convencerte de que yo soy lo que buscas y lo que necesitas.
Tras su largo discurso que logró calmar algo la frustración y el enfado que me consumían, decidí que lo mejor era dejarlo como estaba y aguantar la marea de bromas que me esperarían durante la velada. Al menos bebería un buen vino.
— Regresemos — dije sin saber que más decir y tratando de que mis piernas no castañetearan como dientes por los fuertes temblores que las sacudían — . Nos esperan para cenar.
Llegué a la mesa y pasé la velada obligándome a no mirarle y manteniendo un rictus serio, aunque no era frecuente en mi. La mesa redondeada estaba cubierta por un fino mantel de hilo blanco con pequeñas flores bordadas.
Estaba nerviosa, todos nos miraban pero nadie reía, es mas Carla y Liliana me miraban algo preocupadas. Estaba
segura que al día siguiente me tocaría una escapada de amigas, pero ahora, solo deseaba cenar y regresar a casa,
meditar y tal vez llorar... Paseaba nerviosa los dedos sobre el bordado, notar la rugosidad de los hilos me relajaba. El sitio estaba bastante tranquilo a excepción de nosotros solo
había un par de mesas con dos parejas de enamorados cenando. Pero claro a mitad de semana quien iba a salir a
cenar...
Las cartas estaban dispuestas, una tontería pensé, porque era una degustación, por lo que ya estaba elegido aun así, para dejar de ver de reojo como me miraban todos, levanté
una de las cartas y me tapé la cara tratando de parecer muy interesa en el menú.
— ¿Trabajando? — preguntó Carla para romper el silencio.
— Siempre tengo que estar informada de todo ya lo sabéis.
— Exactamente... ¿en qué consiste tu trabajo? — preguntó Alfonso.
Sentí ganas de escupirle. ¿Me declaraba amor eterno, bueno, más o menos y ni siquiera sabía cómo me ganaba la vida?
Todos iguales, cortados con el mismo patrón como dice mi madre...
— Trabajo organizando bodas — contesté secamente — justo lo que hago, lo de la boda de Liliana y Rodrigo, ya
sabes... Tus amigos, estos de aquí.
— Ah, pero, ¿para eso hace falta alguien que haga algo?
— No, se hace todo solo...
— Hay gente a la que incluso le eligen los perfumes — sonrió Carla.
— ¿Eso es cierto? — preguntó incrédulo.
— Lo es — dije aferrándome a la poca paciencia que me quedaba.
— Menuda perdida de tiempo.
— Gracias a esas perdidas de tiempo me gano la vida — repliqué.
— No lo entiendo, ¿por qué una persona que dice no creer en el amor se dedica a organizar bodas?
Me estaba crispando los nervios, notaba la vena de mi cuello hincharse por la presión y parecía que podía echar vapor
por las orejas. Me sentía como una olla a presión que estaba a punto de reventar.
— La verdad — traté de sonar calmada — , es que mi madre me dio un consejo cando era pequeña y con el paso de los
años, me he dado cuenta de que tenía toda la razón del mundo.
— ¿Ah si? ¿Puedo saber que consejo te dio para que no creyeras en el amor?
— Si, con mucho gusto. Me dijo; “Hija que te quede claro que por cien gramos de chorizo tendrás que cargar con el
cerdo entero”.
La carcajada fue generalizada, Alfonso me miraba entre divertido y enfadado. Y yo trataba de contener la risa mordiéndome el carrillo.
— No te enfades Alfonso … — rió Vallejo
— No me enfado — contestó tranquilo.
— Sí, estas enfadado se te nota, aprietas tanto los dientes que van a salir disparados como proyectiles.
— Bueno, perdonad, acepto el refrán, el consejo o como quieras llamarlo, es solo que me ofende que diga que son
cien gramos, creo que al menos hay cuarto y mitad.
Un rubor me recorrió hasta ponerme del mismo color del vestido que llevaba.
— ¿Así que has probado el chorizo y no te ha gustado, Paula? — bromeó Rodrigo.
Pero a mí no me resultaba gracioso, necesitaba tomar el aire, me levanté de la mesa justo en el momento en que el camarero llegaba con el vino. ¡Tinto!
Claro para dejar una bonita mancha en mi escote.
— ¡Genial! —grité sin disimular más mi crispación — . ¡Sin bragas y con las tetas empapadas! — y tras la parrafada como una exhalación me marché — . Liliana, ya me dirás que ta el menú y que prefieres. Me largo de aquí.
Crucé el salón a toda velocidad, necesitaba alejarme antes de que vieran como mis lagrimas se derramaban, ¿qué pretendía? ¿Qué pasaba conmigo? ¿Es que iba a estar con el periodo? ¿Por qué actuaba así?
Ese hombre me sacaba de quicio, aunque era evidente para todos, ¿tenía que proclamarlo a los cuatro vientos?
Lo odiaba y nada iba a hacerme cambiar de opinión.
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