viernes, 22 de diciembre de 2017
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Abrí los ojos a la oscuridad. Al principio, me asusté desorientada, pero después la molestia entre las piernas me
habló de lo sucedido, parpadeé y traté de adaptar mis ojos a la escasa luz que me rodeaba. Busqué con la mirada y traté de escuchar algún ruido que me indicase donde estaba Alfonso si es que seguía ahí, porque tal vez me había abandonado a mi suerte dentro de ese agujero.
— ¡Mierda! — exclamé al recordar — . ¡Tengo una cita! ¿Qué hora es? ¿Dónde está mi bolso?
Gritando histérica porque de nuevo iba a llegar a tarde, la tercera en un día, todo un récord, me levanté y caí de bruces al tropezar con algo a mis pies.
Un algo que se quejó con una voz que ya me era familiar.
— ¿Estás bien? — musitó al instante a mi lado.
— Sí, eso creo.
— ¿Dónde te has golpeado?
— En la boca, creo que me he partido el labio.
— ¡Joder! Espera aquí voy a dar la luz.
— ¿Hay luz?
— ¡Claro! ¿Qué piensas que vivo como un prehistórico?
— Bueno, a decir verdad si que pareces un poco Neanderthal.
— No me importaría, la verdad.
— ¿Ah no? — pregunté sorprendida.
— Sería más fácil.
— ¿El qué?
— Hacerte mía. Solo tendría que golpearte esa cabeza tan dura que tienes con un garrote hasta hacerte perder el sentido, después arrastrarte de tu preciosa y oscura melena hasta mi cueva — sonrió satisfecho.
— ¡Qué romántico! Me han dado unas ganas horribles de volver en el tiempo hacia el pasado... ¡Toda mi vida soñando que me deleitasen con esas palabras! —me burlé exagerando el tono de felicidad.
— Si tanta ilusión te hace, espera y fabrico una máquina del tiempo.
— Déjate de chorradas. Vamos tarde, ¿qué hora es? — por fin se hizo la luz.
— Las nueve.
— ¡Genial! — exclamé molesta.
— ¿A qué hora teníamos que estar en el restaurante?
— ¿No te acuerdas? A las nueve.
— Bueno, no hay problema, toma tus zapatos, allí al fondo hay un pequeño aseo. Arréglate un poco y vamos.
— ¿Tú estas listo?
— Lo estaré en seguida — dijo y acto seguido, como si nada, empezó a quitarse la ropa delante de mí y se quedó solo con los calzoncillos.
Instintivamente me mordí el labio en un acto provocado por la lujuria que de nuevo la visión de su torneado cuerpo desnudo había despertado en mí.
¡Menudo cuerpo tenia Alfonso escondido bajo la ropa! ¿Eso eran abdominales? ¡Adiós tableta de chocolate ... bienvenida tableta de turrón! ¡Y del duro! Madre... seguro que si pasaba mis dedos por ellas liberarían sonidos musicales. ¡Si parecía un xilófono! Y sus piernas largas, fuertes y con cada musculo delineado...
¡Ay madre! De nuevo estaba húmeda, mejor me levantaba del suelo antes de comenzar a hacer ruido como un desatascador y me encerraba en el baño.
Sin él.
Una vez dentro del baño más calmada y después de echar el cerrojo tan solo por si acaso, me enjuagué la cara tras comprobar lo mal que tenía el labio inferior. Inflamado y con un corte en mitad. Me sequé como pude usando la toalla que colgaba y que no era muy de fiar, pero con la que me tendría que conformar dadas las circunstancias.
Iba a ponerme las bragas... las deseché tras comprobar que seguían empapadas y las dejé tiradas en la papelera. ¡Qué
tuviese que contar algo a los amigotes!
De todas formas no podía ponérmelas así, estaban tan mojadas que seguro que si las usaba y andaba con ellas iría
haciendo el mismo sonido que hacen los pies al chapotear en un suelo encharcado. ¡Maldito Pedro!
¿Por qué? ¿Por qué sería tan.. así? Uf, estaba que me tiraba sola de los pelos, esos pelos enmarañados que ahora me daban el aspecto de una luchadora de barro.
Me arreglé como pude y al salir estaba esperándome vestido con unos vaqueros negros gastados, una camiseta gris con el dibujo de una esposas y su mejor sonrisa.
Los malditos hoyuelo debían de estar prohibidos y una sonrisa tan arrebatadora como la suya también.
— ¿Estas lista?
— Bueno, casi.
— ¿Cómo que casi?
— Pues eso casi. Vamos...
No le iba a dar mas explicaciones, salimos de la oscura mazmorra y parpadeé por la luz clara de las lámparas. La planta de arriba llena de mesas y despachos bullía y todos y cada uno de los allí presentes me miraron con una estúpida sonrisa dibujada en la cara, como si supieran qué había pasado abajo. Y tal vez lo sabían, ¿habría cámaras? Si las había esperaba haber dado un buen espectáculo.. . Si, lo había dado. Seguro.
Alfonso se colocó tras de mi y de manera posesiva me acercó a él pasándome una mano alrededor de mi cintura.
Me recordó a un amo paseando a su perro y su brazo hacía las veces de collar.
— ¿Soy tu mascota? — susurré entre dientes molesta.
— ¿Por qué dices eso?
— Por nada... Déjalo.
Salimos fuera y otra sorpresa me esperaba.
— No pienso montarme en ese trasto de nuevo. ¿Qué pasa que sois el trío motorizado?
— Bueno, siempre nos han gustado las motos, de hecho creo que por eso comenzamos a ser amigos.
— No puedo subir a la moto.
— ¿Te da miedo?
— No tengo miedo a nada.
— Bueno, tienes miedo de la palabra siempre, me tienes miedo a mi y a la moto.
— No me asusta la moto es solo que no puedo montarme.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué, qué?
— ¿Por qué no puedes subir? No tengo el coche aquí y ya llegamos bastante tarde.
— Es que no puedo y ya está. Iré en taxi.
— ¡No seas ridícula ! Tardaría mucho en llegar y vamos tarde, son las nueve y veinte, nos estarán esperando y cuchicheando... Además de verdad que no entiendo tu obsesión con los taxis...
— ¡Qué no puedo joder!
— Pero vamos a ver Paula, ¿qué te pasa? Si no es miedo entonces... Estoy cansándome de este juego de adivinar...
— Vale, te lo diré. Pero no te rías... — advertí seria.
— ¿Qué sucede?
— Que no llevo bragas — mascullé bajito.
— ¿Cómo?
— Lo que has oído maldita sea, que las he tenido que dejar en la papelera, estaban tan mojadas que si las llego a escurrir inundo el baño.
Alfonso sonrió y después se carcajeó.
Las lágrimas resbalaban de sus hermosos ojos, esos que ahora mismo sentía el impulso de vaciar. Sí, de vaciarlos y después echar lejía en sus cuencas vacías para que le escocieran aún más.
— No tiene gracia — dije seria sin embargo.
— ¿No la tiene? Bueno, sí la tiene y además — musitó acercándose despacio mientras colocaba sus grandes manos en mi cintura y me dedicaba una mirada intensa — , me acabas de poner a mil, pensar que vas a ir montada en mi moto, sin bragas y que vas a dejar tu olor impregnado en el cuero ...
Dejó de hablar y yo de respirar, tenía la facilidad de decir cosas desagradables como esas y aún así prenderle fuego a
mi alma.
Cogió mi mano delicadamente y sin pensar que estábamos en mitad de una calle transitada y frente a Cuartel me llevo la mía hacia su entrepierna.
Lo noté, su verga dura y palpitante bajo la tela del vaquero. La cremallera estaba inflada y parecía un globo a punto de
explotar.
Mi boca se quedó seca y mis muslos de nuevo empezaron a estar húmedos.
— Pedro... — susurré.
— Está bien, vamos Paula. Mi Paula...
Y así subí a ese bicho infernal dejando en su cuero el aroma de mi deseo impreso en él.
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