jueves, 21 de diciembre de 2017

CAPITULO 15 (TERCERA HISTORIA)






Lo tenia muy cerca. Con una sola mano abarcaba mis dos muñecas, las sostenía con fuerza. Traté de zafarme pero era en vano, no tenía nada que hacer contra su fuerza.


Le miré a los ojos y vislumbré satisfacción y deseo. Su mirada se había oscurecido y me observaba intensamente.


Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y al sentirle tan cerca mis pezones reaccionaron elevándose y endureciéndose, como buscando su roce, su calor.


— Puede usted permanecer en silencio, señorita — murmuró su boca muy cerca de la mía, tanto que su aliento me mareó, me calentó la sangre y humedeció mis bragas.


En ese instante lo supe, ese hombre sería capaz de robarme el aliento, la razón, el corazón y lo que era peor; el alma. Lo
único que nunca había entregado.


Era mezquino, cabezota, soberbio y a pesar de todo, tenía algo animal, salvaje que yo conseguía que aflorara a la
superficie con mucha facilidad y eso me atrapaba sin saber porqué.


Desde la primera vez que lo vi, supe en el fondo de mi alma a pesar de negarme a aceptarlo, que al final acabaría atrapada en su red, tejida de puro deseo y masculinidad.


Su boca se cernió sobre la mía por sorpresa y ahogué un jadeo que su lengua aprovechó para introducirse en la mía. Morosa acarició cada recoveco de mi húmeda boca, saboreándome despacio pero de forma profunda.


Cuando no era capaz de contener mis gemidos, interrumpió el beso igual que había comenzado, con la misma salvaje brusquedad.


— Todo lo que diga — susurró entre jadeos mientras la mano que no necesitaba para retenerme dibujaba la forma de mis curvas — , puede ser utilizado en su contra.


Calló mientras su mano acababa entre mis muslos, notando la humedad y acariciándola después.


No supe qué hacer o qué decir, yo era capaz de mentir, mi boca disimular la verdad de mi mente, mis palabras podían ser embusteras, pero mi cuerpo traicionero no era capaz de controlar lo que sentía al estar junto a ese imbécil.


Sacó los dedos de entre mis piernas mojadas con la mirada brillante y se los llevó hasta la nariz, olió mis efluvios y eso me impactó y a la vez me excitó.


A continuación con un gesto suave y sensual se los acercó a la boca y lamió los jugos de mi sexo que impregnaban la piel de sus yemas.


Jadeé. Era lo más condenadamente sexy que había vivido nunca.


— De una excelente cosecha, señorita — susurró al sacar los dedos de la boca.


Gemí mientras me mordía el labio inferior, me iba a volver loca y cuando pensé que no había nada que pudiese hacer para excitarme aún más, posó sus dedos dentro de mi boca para que degustara mi propio sabor.


Quería gritarle que se alejara, deseaba salir corriendo de su lado pero, ¿para qué mentir? Ya estaba todo perdido, no
era capaz de pronunciar un no en ese estado embriagador que me hacía perder la poca razón de que disponía, así que mejor dejaba que todo siguiera su curso y disfrutaba del momento.


Acepté de buen grado sus dedos y los lamí y chupé mientras le miraba, tratando de que mis ojos no expresaran
mis sentimientos.


El cerró los ojos ante el acto inesperado, sin duda había sido una sorpresa mi rendición porque estaba segura que no esperaba que me sometiese, nunca.


— Me vuelves loco, Paula — musitó rompiendo un silencio plagado de jadeos.


— No entiendo porqué, no te lo he puesto fácil.


— No me gusta lo fácil.


— ¿Por qué?


— Porque es aburrido.


— Entonces yo soy pura diversión — sin saber por qué de repente mi aliento se contuvo, expectante de sus palabras.


— Si, lo eres y mucho más, pero ahora mismo no deseo hablar.


— ¿Y que te apetece hacer? —pregunté sonriendo.


— Follarte — dijo sin pensar.


Al escucharle, sentí como mis piernas se calentaban hasta el punto que pensé que mis efluvios iban a comenzar a hervir.


Era rudo, altanero y un animal salvaje que me deseaba... tanto como yo a él.


— Puede llamar a un abogado … — siguió relatándome mis derechos.


Pero yo no era capaz ya de escuchar, ver o sentir nada que no fuera él.


Le besé con furia a pesar de mi limitada movilidad, Pedro me apretó aún mas fuerte contra su cuerpo, nuestras lenguas se enredaron, su mano me acariciaba los pechos que clamaban por más caricias, mi cuerpo se arqueaba para conseguir más de él.


Sentía su miembro rozando mi sexo, firme, fuerte, caliente... y quería más.


El beso se hizo más profundo arrancándome jadeos descontrolados, entonces, de repente, me vi sujeta de las muñecas y los pies golpeando el aire.


Miré hacia arriba y entonces vi qué había sucedido.


Justo sobre mi, en la pared, había dos argollas colocadas y me había esposado a ellas.


— Toda mía — susurró.


Y levantando mis piernas las entrelazó alrededor de su cintura. Alzó mi falda con apremio y el movimiento brusco hizo crujir la suave tela, pero, no me importaba si la destrozaba. Solo podía pensar en él dentro de mi aliviando la tensión acumulada durante este largo día.


Dio un fuerte tirón a mis bragas que se rasgaron y quedaron colgando de uno de mis muslos. Sus dedos se acercaron hasta mi pubis y pellizco la zona sensible, despacio, para regalarme un placer infinito. Su dedo se introdujo dentro de mi, mientras su pulgar me regalaba caricias justo en el punto más delicado.


Estaba colgada de unas argollas, no podía hacer nada para librarme o huir, estaba a su merced y no me importaba, no sentía miedo, solo podía desear que me penetrara y me hiciera suya de una vez, que aliviara la tormenta de placer, deseo y lujuria que había encendido en mi cuerpo.


Pensé que esas argollas deberían haberse usado antaño como método de tortura, de castigo. Y ahora retomaban su función porque sus manos castigaban mi sexo ardiente dándole un placer que aumentaba sin ver su fin y mis entrañas gritaban que me penetrase ya.


Pero no iba a pedirlo, no lo escarcharía de mi boca. En eso no estaba dispuesta a ceder.


— Pídeme que te devore — susurró cerca de mi rostro, dejando que su aliento me nublase por un instante y perdiese la cordura.


Porque deseaba pedírselo; que me devorase, solo una vez, no debía de ser diferente de los demás con los que había estado, solo una vez y se me pasaría la puta obsesión, el encanto se marcharía como siempre, después del orgasmo llegaba la decepción.


Una vez que conseguía mi objetivo, perdían interés y Pedro podría pasar a engrosar la larga lista de hombres que solo habían pasado una noche conmigo sin dejar ninguna huella.


— Está bien — susurró al ver que no decía nada — . Tiene derecho a un abogado — continuó mientras devoraba mi boca sin descanso, haciéndome notar todo el placer que me negaba a mí misma.


— Quiero un abogado.


— Lo llamaré.


— ¿En serio? — pregunté inocente, creyendole.


— Si claro, puede mirarnos, ¿prefieres hombre o mujer?


No podía hablar en serio, ¿o si?


Por un instante,mi duda me dejó aturdida y el aprovechó ese titubeo para de nuevo atacar mi cordura.


Se arrodilló frente a mi, colocó mis piernas en sus hombros fuertes y tensos y entonces su boca lamió repetidas veces mis labios, húmedos por la excitación que despertaba en mi.


Su lengua sedosa trasladó a mi cuerpo a un mundo desolado por el volcán que este hombre encendía en mi interior.


No era capaz de conseguir que mi boca articulase otra cosa diferente a gemidos o jadeos. Eché la cabeza hacia atrás aullando a la luna que se ocultaba tras el techo mohoso y dejé que me devorase.


No se lo iba a pedir, no porque no lo deseara más bien por mi orgullo tonto, pero en esta situación de descontrol tampoco se lo iba a impedir.


Me estaba volviendo loca con su lengua procurando caricias húmedas a los ya mojados pliegues de mi intimidad, sentía el corazón latiendo dentro de mi sexo, en mis oídos sordos por los jadeos, en cualquier lugar excepto en dónde le correspondía estar.


Uno de sus dedos se introdujo en mi y su lengua se colocó sobre mi clítoris, describiendo suaves y dulces círculos,
pulsando con delicadeza el centro de mi placer.


El aire me faltaba, mi cuerpo estaba tenso, sabía que se aproximaba la liberación, me gustaba tanto sentir su lengua ahí... mis caderas se morían por estar más cerca de ese hombre y se movían a duras penas por la postura, hambrientas por ese que alteraba mi razón y al que incluso odiaba un poco.


Uno que deseaba tener tan lejos de mi... y a la vez tan cerca. Podía verme junto a él, imaginar un futuro juntos incluso, si
todas las noches eran así.


— Dímelo … — susurró deteniendo el placer.


Y ganó, mi boca aprovechó la neblina de mi mente y dijo las palabras.


— Devórame — . Fue un susurro, apenas audible, pero le bastó.


Se levantó sin sacar su dedo de mi, mientras me acariciaba y observaba, podía ver los restos de mi esencia en su tez y deseé probarme de su boca.


Pareció adivinar mis pensamientos o tal vez los había expresado en voz alta, todo era posible en la confusión en la que me hallaba.


Su boca se hizo con la mía casi con violencia, su dedo desapareció y mi protesta se hizo una con el gemido que su boca se tragó, mientras su miembro me penetraba con fuerza. Llenándome.


No quedó una parte de mi que no se sintiera completa con él dentro. Sabía muy bien en su boca, su sabor mezclado en el mio era una mezcla explosiva.


Sus manos en mis nalgas me apretaban fuertemente y así suspendida de las muñecas me folló como nunca en mi vida.


No podía dejar de gemir, jadear y susurrar que no parase, mientras notaba como el fin se acercaba.





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