lunes, 18 de diciembre de 2017
CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)
— Señor, disculpe. No sabía que estuviese ocupado.
— ¿ Qué desea Pérez?
— ¿Qué hago con el detenido? — preguntó el joven de mirada inocente que nos había interrumpido.
— Déjelo en los calabozos hasta que la señorita decida que va a hacer con él.
— ¿Yo? — pregunté sorprendida — ¿Tengo que decidir yo?
— Déjenos, Pérez.
Una vez la puerta se hubo cerrado, pues el chico al que había llamado Pérez salió al instante obedeciendo a su
superior, habló.
— ¿Cómo que qué tienes que decidir? Lo denunciarás. Te ha agredido.
— Creo que estas exagerando — resté importancia. Su tono de nuevo era el de “ordeno y todos obedecen”
— ¿Exagerando? Mira tu brazo.
— ¿No crees que ha sido suficiente el golpe que le has dado? — inquirí mientras observaba as marcas rojizas que el hombre había dejado sobre mi pálida piel.
— Sí, le he dado duro, se lo merecía. Pero no ha sido suficiente.
— Pues creo que ya ha tenido con ese susto para toda la vida. Además, no voy a denunciarle solo porque un extraño,
osea tú, me lo ordene.
— Vas a denunciarlo.
— No me da la gana.
— No me lleves la contraría.
— ¿O qué? ¿Qué crees que vas a hacerme?
— Pues la verdad — siseó mientras se acercaba hasta mí dejando mi alrededor privado de oxigeno al igual que a mis pobres pulmones — , es que me gustaría meterte a ti en el calabozo, quitarte la ropa y dejarte esposada y desnuda ante mi mirada. Ese creo que sería un buen castigo por tu desacato — susurró mientras se había ido acercando cada
vez más a mi, despacio, dando el tiempo suficiente a mi mente para que crease la imagen y ahora, la fantasía estaba
grabada en mi mente.
Pestañeé para deshacerme del pensamiento, pero no pude. Estaba grabada a fuego en mis parpados.
Podía verme, esposada en los barrotes de calabozo, sin nada de ropa, solo los altos zapatos de tacón que llevaba. Y él, paseándose a mi alrededor, regalándome caricias para acto seguido, privarme de ellas, castigándome por haber sido una niña mala.
¡Oh dios!¡ Estaba empapada! No solo por la imagen, aún tenía el sabor de sus labios fresco en mi boca.
Le miré y le vi sonreír con suficiencia.
Eso me enfureció, era una idiota y él un imbécil acostumbrado a que las mujeres cayesen rendidas a sus pies con una sensual mirada de sus hermosos ojos grises, pero yo no caería..
— No voy a poner ninguna denuncia. Adiós.
Y sin más, me marché de la sala todo lo deprisa que pude.
Sabía que si me quedaba allí un instante más, me arriesgaba a perder la poca cpostura que me quedaba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario