lunes, 18 de diciembre de 2017
CAPITULO 4 (TERCERA HISTORIA)
Espere que el hombre que me sostenía me pusiera en pie, sin embargo, solté un quejido de sorpresa y dolor, cuando
comenzó a caminar conmigo en brazos, parecía una niña pequeña a la que su padre le hace creer que vuela como
superman y al pensar en la estampa, un rojo intenso se apoderó de mi rostro, estaba avergonzada y humillada.
— ¿A dónde..? — empecé a protestar enfadada, pero antes de seguir con la frase, estaba de pie, parada frente al hombre que me había raptado y encerrado en un despacho.
— ¿Qué demonios ha pasado? — exigió furioso.
— ¿Eres... tú? — pregunté incómoda.
— Sí, soy yo.
— Déjame salir. Eres un maldito imbécil degenerado.
— Si y un asesino. Ya me lo has dicho antes.
— ¿Qué coño haces aquí? — solté enfadada. Pero entonces, me di cuenta de que aunque iba vestido de paisano, llevaba ajustadas unas cinchas con una pistola y una placa colgada del cinturón de sus vaqueros. Unos vaqueros negros y desgastados que se ceñían sobre sus caderas, destacando sus fuertes y largas piernas.
La camiseta de algodón también negra que llevaba, dejaba que los músculos de sus brazos, que ahora reposaban cruzados sobre su pecho, se marcasen.
Podía ver todos los músculos definidos. Incluso los de su pecho fuerte.
Miré más arriba y me topé con su atractivo rostro. Su barba de un par de días estaba cuidada, era oscura, al igual que la pestañas que enmarcaban su profunda mirada gris. Su pelo oscuro, cortado al estilo militar, se despeinaba un poco en el flequillo.
Quise hablar, pero no pude. Tenía la garganta seca. Me había dado cuenta de que era un hombre atractivo, pero ahora, plantado allí frente a mi, enfadado y armado con una placa, estaba más atractivo de lo que era capaz de soportar.
Sin darme cuenta me había mordido el labio inferior y ahora me dolía.
— ¿Qué crees que hago aquí? — preguntó con sorna lo que agravó mi enfado
— Ya, trabajas aquí. ¿Eres un guardia civil?
— Soy teniente de la guardia civil, preciosa.
— Tú me has llamado... Encontraste mi billetera.
— Huiste. Vi la billetera y te hice venir. Quería volver a verte.
— Pues ya me has visto. Ahora dame lo que es mío y así podré irme.
— Deseo reponer lo que estropeé.
— Pero yo no quiero verte nunca más. No me has ocasionado nada más que problemas — me sinceré y no le gustó.
En una zancada lo tenia frente a mí. Su mirada, se centró en la mía. Su profundidad me amedrentó, parecía ver dentro de mí.
Llevó su mano hasta mi brazo herido y acarició la zona que había estrujado entre sus manos el taxista, que empezaba a presentar diferentes tonos de rojizos.
— ¿Te duele? — preguntó mientras rozaba despacio la zona.
— Un poco — logré balbucear.
Me sentía indefensa, no era capaz siquiera de respirar. Era tan difícil mantener el control, tratar de ser la dueña de la situación cuando un hombre como ese, estaba tan cerca, acariciándote y mirándote sin pudor...
— Voy a matar a ese capullo — siseó.
— No ha sido para tanto — repliqué asustada. Supe que en realidad si lo deseaba podría hacerlo.
— ¿No ha sido para tanto? ¿En serio? ¿Sabes que he sentido al verte arrastrada de esa manera por ese salvaje dentro de mi casa?
— ¿Tú casa?
— Sí, mi casa. El cuartel es mi casa, mi vida. Y él, ha entrado abusando de su fuerza, lastimándote frente a mis narices. No creerás que va a salir impune.
— El pobre hombre pensó que iba a timarle y que en realidad quería escaparme sin pagar.
— Pues ahora, el que va a pagar las consecuencias, va a ser él.
Ahora sus dedos acariciaban mi cuello.
Debía protestar, tenia que hacerlo, era el mismo imbécil que por distracción había estado a punto de atropellarme, aun así no podía decir nada.
Tragué fuerte, pero solo fue un acto reflejo, mi garganta estaba seca.
Sus dedos, se deslizaron por mi nuca y se enredaron en mi espesa melena oscura. Cerré los ojos en un acto involuntario, un acto reflejo que por instinto mi cuerpo hacía para disfrutar del placer.
Su caricia se hizo más intensa y yo gemí sin pretenderlo.
Abrí los ojos avergonzada por la muestra de debilidad hacia él que acababa de protagonizar cuando vi su boca cerca de la mía, demasiado.
Quise decir que no, alejarle de mi, pero el aroma cálido y embriagador de su dulce aliento me dejo de nuevo sin palabras.
Su boca se apoderó de la mía y yo me rendí sin más. No era capaz de luchar.
Su beso fue profundo, delicado y brusco, suave y fuerte, todo a la vez. Su lengua castigó la mía, acariciándola, besándola, adorándola... mientras yo me derretía por dentro.
Su calidez me inundó sin dejar escapar un solo centímetro de mi cuerpo sin calentar. Se sentía tan bien...
Cerré los ojos y dejé que mi lengua se uniera a la suya, que mis manos lo atrajeran a mi, más cerca, dejándome percibir la dureza de su cuerpo cálido sobre el mío.
Sus manos se deslizaron hasta debajo de mi trasero y apretó mis muslos, levantándome para acercarme más, para dejar que su sexo se encontrase con el mío.
Gemí.
Él jadeó.
Me posó sobre la mesa del despacho despacio, dejando que mi cuerpo resbalase por el suyo. Le miré a los ojos un segundo, el único tiempo que me quedaba para decidir si detenerle o seguir hasta el final.
Mordí mi labio indecisa y consumida por la pasión que había despertado en mi, pero por otro lado, era un extraño al que no conocía.
La decisión no era fácil. Dudaba, no sabia qué hacer hasta que el destino decidió por mi.
Un golpe seco en la puerta le hizo bajarme de la mesa, colocarme la falda de nuevo en su sitio y dar paso a la
persona que interrumpía nuestro encuentro.
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