martes, 5 de diciembre de 2017
CAPITULO 34 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro, me miró un momento con intensidad, y después a nuestro alrededor. Demasiado público. Me agarró por la muñeca y me llevó a rastras hasta el cuartelillo. Para mi sorpresa, no había nadie. Me encerró en su despacho, cuando la puerta se cerró, cogió la llave, se aseguró que estaba bien cerrada, y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.
No podía evitar estar enfadada con él, deseaba gritarle, arañarle, abofetearle, besarle y acariciarle, tenerle dentro de mí, y a la vez a kilómetros de distancia, todo al mismo tiempo. Él siempre causaba ese efecto múltiple en mí, no se conformaba con una sola cosa.
– Ahora, vas a escucharme.
– No lo deseo. Tus palabras carecen de sentido para mí.
– Está bien, si no quieres hacerlo por las buenas, lo harás por las malas.
– ¿Qué más piensas hacer aparte de tenerme aquí encerrada? – Me agarró de nuevo, me sentó en una silla y antes de que me quejase, me había esposado con las manos hacia atrás, en ella.
Estaba inmovilizada en el sitio.
– Aunque no quieras me vas a oír. Y cuando termine de contártelo todo, te dejaré elegir. Si deseas que me aleje de ti, que desaparezca, lo haré. Si no quieres volver a trabajar conmigo, lo haré, si quieres que deje este puesto, lo haré a pesar de las consecuencias, sólo quiero que por favor, me des la oportunidad de explicarme.
– ¿Me queda otra opción? Estoy encerrada y esposada.
– Las cosas iban mal entre nosotros, entre Sara y yo – especificó – desde hacía varios meses. Una de esas crisis de las que hablan, sin importancia, pensé, pero algo en mí, me decía que era algo más profundo.
Decidí no darle más importancia, ya pasaría. No hablábamos mucho, ella desaparecía a veces, comenzó a ir a jugar al pádel todas las tardes, llegaba tarde, a veces apestando a alcohol y tabaco.
No quería pensar que ella me engañaba, así que decidí, dejar de lado mi instinto y confiar en la que era mi esposa.
Una noche, en la que perseguía a un sospechoso, vi a mi mujer en la puerta de un local. Salía de él, sonriendo, con su raqueta colgada del hombro. Me quedé mirándola, pensando que me alegraba verla feliz de vez en cuando, últimamente nunca sonreía estando conmigo.
Detrás de ella, su compañera de pádel, Raquel y tras ellas dos hombres.
Abrí los ojos, uno de ellos sin duda era Víctor, y seguramente el otro Javi.
– Sí, era tu marido Paula– dijo para confirmar mis sospechas – Me quedé oculto en las sombras – continuódándole
ventaja al sospechoso, que escapó de mi radar por distraerme con ellos. Me mantuve firme, en mi sitio, pensando que sólo era un grupo, que tal vez, ni siquiera ellos estaban con ellas y que había sido todo una coincidencia. Hasta que lo vi, besando a mi mujer.
No sabes, cómo me sentí al descubrirla entre los brazos de otro. Su beso fue largo, tierno, suave, cómplice. Se miraban y sonreían
Sara dijo algo al grupo y todos rieron. Comenzaron a besarle en la cara y entonces, tu marido le tocó la barriga y la estrechó entre sus brazos. Creí que me moría allí mismo, entre las sombras oscuras del callejón sin salida. No me hicieron falta palabras para saber que había sucedido. Ella estaba con otro, que por cierto la había dejado embarazada. Fue un mazazo.
Salí de allí, de aquel oscuro hueco en el que me había escondido, antes de que me engullese hasta el fondo. Lloré. Estaba triste, me sentía engañado, decepcionado, herido. Por Dios, si ella ni siquiera quería tener hijos, me lo había dicho tantas veces. Pero me había quedado claro, no los quería conmigo...
Miré a Pedro, se había sumergido en la oscuridad de su confesión. Estaba triste, dolido, apenado, tal vez, sí que amase a su mujer, más de lo que quería confesarse a sí mismo.... y eso me dolió todavía más. Que la amase. Que la amase, más que a mí.
– Pasaron los días, cada vez la veía menos. Apenas hablábamos, ella trabajaba cuando yo descansaba y así evitaba verme. Pensé en decirle que la había descubierto, que lo sabía todo...pero no podía, me empeñé en hacerla una víctima inocente en ese juego. Así que centré mi rabia en tu marido.
Una noche, después de despedirse de ella, lo seguí. Así averigüe dónde vivías.
Tentado estuve de salir del coche y decirle alguna que otra cosa, pero entonces, tú apareciste en el umbral de la puerta del edificio.
Llevabas, nunca lo olvidaré, un vestido negro, creo que el mismo de la primera noche que quedamos. Te vi, y se me detuvo el corazón, eras la mujer más hermosa que había visto nunca. En ese momento, me olvidé de ellos, sólo pensaba en ti, en cómo sufrirías si lo llegabas a descubrir. No puedo explicártelo de otra manera, pero fue así, créeme, algo nació en mí, un afán de protegerte, de tenerte a mi lado. Tú estabas sufriendo el mismo destino desdichado que yo... y deseaba protegerte.
– ¿Me estuviste siguiendo a mí también? – no pude evitar la pregunta.
– No, nunca lo hice. Sólo de vez en cuando, pasaba por tu calle, rezando por que la fortuna me sonriese y estuvieses por casualidad en la calle. Pero no volví a verte. Me entristeció pensar que tal vez, lo habías descubierto, y te habías marchado o que tal vez, él te hubiese dejado...
Llegaba a casa cada día, todo iba a peor, yo sabía que ella estaba embaraza y me pregunte cuando pensaba decírmelo.
No debía de estar de mucho tiempo, pues no tenía síntomas algunos. Un día, al regresar a casa, la encontré llorando. No me dijo qué le sucedía, pero me pude hacer idea bastante clara, cuando esa noche, después de meses sin acercarse a mí, trato de mantener relaciones conmigo.
Deduje, que habían discutido y que habían roto, ella trataría de hacerme creer que era mío. Eso fue superior a mis fuerzas. No deseaba decirle nada, quería que ella me lo contase, ella que era la que estaba fallando.
La rechacé y eso no hizo sino incrementar el abismo que nos separaba. No dormí esa noche, tratando de hacerme una idea de cuánto tiempo llevarían juntos, si le amaba, si él la amaba a ella, y lo que más me desconcertaba, es que no cesaba de pensar en ti, de evocar la única imagen que tenía de ti.
– ¿El accidente – pregunté – fue premeditado?
– No, Paula. La verdad es que en cierta manera, no te mentí, porque en verdad me había distraído, no con tu precioso culo, que lo es y sabes que me vuelve loco.
– No desvaríes, no estoy de humor – le corte enfadada, pero enfadada, porque me gustaba oírle decir esas cosas.
– Lo siento – se disculpó.
No parecía el mismo hombre seguro y feliz, ahora parecía cansado abatido. Y mayor.
– Me distraje al verte. Me pareció que eras tú, pero sólo tenía un vago recuerdo. Aún así, algo me gritaba que estaba en lo cierto, que eras tú. Tratando de aclarar si en verdad eras tú, o no, fue cuando sin querer, no frené y te embestí – lo dijo mirándome a los ojos, él había utilizado esa palabra con conocimiento de causa.
Un largo escalofrío me recorrió de arriba abajo, desde luego, por más que quisiera luchar contra ello, el efecto que él tenía en mí, de encenderme con sólo una mirada, con sólo una palabra...no había menguado.
Si seguía por ese camino, acabaría entre sus brazos de nuevo, perdonándole, y no deseaba que eso sucediera.
– ¿Y después? – pregunté para cambiar el rumbo de mis pensamientos.
– ¿Después?
– Sí, cuando supiste que era yo...
–Yo... me sentía atraído por ti, pero cuando bajaste del coche, enfadada, con los ojos tan llenos de vida, una pasión que nacía de tu enfado, al verte con tus manos apoyadas en esas caderas que adoro, y me hablaste sin filtros, sin importarte quien pudiera ser, sin miedo... me calaste Paula, muy hondo. Todo lo que te dije, desde el primer momento, era cierto. Al principio, quería convencerme de que tan sólo era un juego, que sólo pretendía herirle al poseer a una mujer tan especial como tú, tan solo por verlos sufrir a ellos dos. Víctor sufriría tu perdida, y Sara, sufriría por verle padecer por ti. Pero luego, cuanto más cerca estaba de ti, más atrapado me sentía. Necesitaba verte, tenerte, sentirte, eras todo lo que necesitaba para ser feliz...
Y lo eres Paula. Yo estoy completa e irremediablemente enamorado de ti. Ya no me importan ellos, que tengan una
vida plena y feliz, criando a sus hijos, yo sólo deseo tenerte en mi vida.
– Entenderás, que no puedo creerte.
– Me lo he ganado a pulso, y cumpliré mi condena.
– No puedes. No existe condena que pueda compensar todo el dolor que me has causado.
– Paula...
– No, no me digas más. Quiero saber otra cosa. ¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que ese hijo sea tuyo?
– Ninguna.
– ¿Cómo sabes que llevan más o menos un año viéndose?
– Lo deduje. Fue cuando ella más o menos empezó a cambiar.
Me quedé pensativa, la verdad es que más o menos, por estas fechas él había estado más huraño y misterioso que de costumbre.
– Desde la competición...-- susurré.
– Así es – afirmo el sabiendo que había llegado a la misma conclusión que él – ¿podrás perdonarme, alguna vez?
– No lo creo.
– Paula, recuerda, que te lo advertí, que tal vez, pasara algo entre nosotros desagradable, pero que lo que decía, y
sentía por ti era cierto.
– ¿No lo entiendes verdad? No puedo creerte. Aunque quisiera, porque el dolor que me hace sentir tu traición me desgarra por dentro. Siento deseos de perdonarte, de acurrucarme entre tus brazos y dejarme mecer. De que tus labios me besen con pasión, con amor... pero no puedo permitirlo. Estás sucio, tus besos, tus caricias, tus palabras, todas forjadas en torno a una gran mentira. Solo querías utilizarme en un juego destinado a calmar tu despecho, sin importarte a quien herías...
– Pero... yo te quiero Paula.
– Puede. Pero eso ha sido algo que ha escapado a tu control. No puedo confiar en ti de nuevo, no cuando no fuiste sincero. No te atreviste a confesar la cruda realidad que nos había unido, dejaste, que creyese que de verdad me amabas, que teníamos un futuro juntos, que lo dejarías todo por mí, cuando resulta que tú sabias que tu matrimonio estaba muerto, tan muerto, que ibas a paso lento recorriendo el camino hasta el cementerio. Aún así, me permitiste soñar de nuevo, con una vida feliz.
– Paula, nunca he pretendido hacerte daño, sino todo lo contrario.
– Pues has hecho un mal trabajo, me has hecho más daño, que cualquier otro en mi vida – mis lágrimas eran dos torrentes escandalosos imposibles de refrenar.
Pedro, me miraba, cabizbajo, la mirada triste, tal vez, en verdad hubiese llegado a amarme, pero ahora mismo, estaba demasiado reciente la herida, demasiado expuesta, y aún escocía mucho. No podía perdonarle, ni siquiera tenía claro que pudiese verle todos los días. Había sido un acto muy arrogante por mi parte, creer que podría
soportarlo.
Cerré los ojos, y traté de calmarme.
Seguía esposada a la silla, sin poder moverme. Él se había acercado hasta mí, y se había puesto de rodillas.
– Por favor, Paula, mírame.
Abrí los ojos no sin esfuerzo. Le vi postrado frente a mí, sus manos en mis rodillas, frotándolas de forma enérgica, queriendo calmarme.
– Por favor – susurré entre lágrimas – no me toques.
– Paula, no me pidas que me aleje de ti, por favor – me suplicó él con lágrimas en los ojos.
– Lo siento, no puedo, ahora no. Desátame y déjame marchar. Ya te he escuchado.
Él bajó la cabeza, se había rendido, lo había intentado todo y no había conseguido hacerme cambiar de opinión.
Me soltó sin hablar, sin volver a mirarme de nuevo.
Cuando sentí mis manos libres, me levanté como pude, sacando fuerzas de donde no había, y espere que abriera la
habitación.
Salí y suspiré aliviada al ver que los muchachos aún no habían regresado. Me coloqué de nuevo la ropa en su sitio y me dirigí discretamente hacia el baño.
Me refresqué la cara con agua fría, para intentar disimular la inflamación. Después volví a poner el maquillaje en su sitio. No colaba ni de coña, pero había que intentarlo.
Pinté una falsa sonrisa en mi cara y me fui a tomar el café de la mañana.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario